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Kamui

domingo, 1 de junio de 2025

 



Cuando mi mejor amigo Will ganó más de un millón de dólares en la lotería, supe que su vida cambiaría para siempre. Lo que no sabía… era que también cambiaría la mía.


Al principio, hizo lo que cualquiera haría: compró un auto de lujo, relojes carísimos, ropa de diseñador. Pero luego, una noche mientras bebíamos en mi apartamento, me soltó algo que me dejó desconcertado.


—Jake… me compré una nueva identidad.


—¿Una qué?


—Una nueva vida. Un nuevo cuerpo. Un nuevo yo.


Pensé que bromeaba. Pero su mirada era demasiado seria. No me dio detalles. Solo me sonrió, como si supiera algo que yo no.


Un par de semanas después, me invitó a una isla del Caribe. Me dijo que era un viaje importante, algo que tenía que hacer, y que quería que lo acompañara. Acepté, claro. ¿Quién se niega a unas vacaciones pagadas en el paraíso?


El hotel era increíble. Playas de arena blanca, palmeras, y una piscina infinita con vista al mar turquesa. Pero Will estaba nervioso. Apenas dejamos las maletas, me dijo que tenía una cita importante y que nos veíamos más tarde.


Yo aproveché para turistear. Me perdí entre las calles coloridas, la música que salía de cada rincón, los aromas especiados. Pero lo que más me llamaba la atención eran las mujeres locales. Todas tenían ese aire sensual, natural, con cuerpos increíbles, vestidos pegados a la piel y un ritmo al caminar que hipnotizaba. Me senté en una terraza y pedí una cerveza, observando, disfrutando… hasta que el reloj marcó casi las cuatro. Era hora de volver al parque donde habíamos quedado.


Y ahí fue cuando todo cambió.


Una mujer se acercó a mí. Morena, voluptuosa, con un vestido blanco ajustado que dejaba muy poco a la imaginación. Cabello largo, labios carnosos, y un culo… enorme, redondo, perfecto. Caminaba con seguridad, con un vaivén que parecía diseñado para provocar.



—Jake, vamos —dijo, sonriendo con familiaridad.


Me congelé.


—¿Qué… cómo sabes mi nombre?


—¿No lo adivinas…? Soy yo. Will —dijo, con una sonrisa divertida—. Bueno… ahora soy Melissa.


Sentí un vacío en el estómago. Me quedé mirándola, sin saber si reír o entrar en shock. Pero sus ojos… eran los mismos. Y su voz, aunque más suave, tenía ese timbre familiar. Ella era Will. Transformado. Renacido.


—Siempre quise esto —me dijo mientras caminábamos hacia el hotel—. Un cuerpo que me hiciera sentir como quien siempre debí ser. Curvas, caderas, tetas, culo… todo. Me reinventé. Ya no soy él. Soy yo. Melissa.


No podía dejar de mirarla. Medía como 1.65, pero su cuerpo era pura exageración deliciosa: cintura de avispa, pechos generosos y un trasero tan grande que parecía desafiar la gravedad. Se movía con una sensualidad natural, y cada vez que giraba la cabeza para mirarme, me sentía más confundido… y más excitado.


Esa tarde la pasamos en su habitación. Me mostró fotos del proceso, documentos nuevos, su nuevo pasaporte. Todo era legal. Todo era real. Melissa era una mujer en cuerpo, papel y deseo.


Al caer la noche, regresé a mi habitación, todavía procesando lo que había visto, visite el bar por un par de tragos aun prosesando todoceste asunto Entonces, cuando me dirige al mi habitación al abrir.


Melissa estaba ahi. Estaba desnuda. Su piel bronceada brillaba con la luz suave de la lámpara. Sus curvas eran una obra de arte viva. Se acercó a mí sin decir palabra… y cuando estuvo frente a mí, me susurró:



—Quiero estrenar este cuerpo contigo.


No dije nada. No podía. Solo la tomé de la cintura, la besé, y la llevé a la cama.


Esa noche fue salvaje. Ella gemía con libertad, montándome con una pasión que no había visto jamás. Cada movimiento de sus caderas era un hechizo, y su culo… oh, su culo… era una adicción. Me perdí en él, en su olor, en su piel, en su deseo. No era simplemente sexo. Era una declaración.




A la mañana siguiente, desperté solo. Por un momento pensé que todo había sido un sueño.


Pero cuando bajé al gimnasio del hotel… ahí estaba ella. Melissa. Con unos leggings ajustados que abrazaban ese trasero gigante. Caminaba en la cinta con aire triunfante, y al verme, me sonrió y me guiñó un ojo.



Esa misma tarde, volvimos a casa. Pero durante todo el vuelo, no podía dejar de mirar cómo su culo se acomodaba en el asiento de al lado, moviéndose ligeramente con cada pequeño ajuste.


Y algo dentro de mí cambió también. Porque ya no veía a Melissa como mi ex mejor amigo.


La veía como una mujer. Una diosa. Un deseo hecho carne.


Y lo más inquietante de todo era que no podía dejar de pensar en ella…

ni en lo que había hecho.




3 comentarios:

  1. Tambien quiero ganar ese millon de dolares para hacer lo de will 🗿

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  2. Y los deseos del genio que se iban a ser? Para cuando??

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    Respuestas
    1. Si lo tengo pospuesto , por que anda sin tiempo por mis proyectos de la universidad !

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