🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

Kamui

sábado, 30 de noviembre de 2024




Todo empezó como una broma. Mi amigo me retó a probar una nueva aplicación llamada ReShape, que prometía una "experiencia de transformación totalmente inmersiva". Pensé que sería uno de esos juegos de realidad virtual. Qué equivocado estaba.

Seleccioné el preajuste de "MILF" porque nos pareció que sería gracioso. La descripción decía algo sobre "belleza madura, instintos maternales y un atractivo innegable". Lo que sea. Presioné confirmar.


Los cambios comenzaron al instante. Sentí un apretón en mi pecho, que luego se hinchó hasta convertirse en unos senos llenos y pesados que tiraban de la blusa de seda que de repente llevaba puesta. Mi cintura se estrechó mientras mis caderas se ensanchaban dramáticamente. Mis jeans se transformaron en una falda lápiz que abrazaba unas curvas que nunca antes había tenido. Mi cabello cayó en cascada sobre mis hombros, perfectamente estilizado, mientras mi rostro se suavizaba y maduraba, convirtiéndose en el de alguien salido de una fantasía: una mujer segura y deslumbrante en su mejor momento.

Un destello  me transporto a un lugar

Caminé tambaleándome hacia una vitrina, los tacones resonando en el suelo, y jadeé. Una hermosa mujer madura de cabello castaño, con ojos seductores y una sonrisa llena de confianza, me devolvía la mirada. Mi voz, femenina y sensual, susurró: "Esto no puede ser real..."


Pero lo era. Mi teléfono se llenó de notificaciones: mensajes de "mis" hijos, recordatorios del comité escolar y una invitación a tomar algo de parte de un tal "Dan". Mi reflejo ajustó su blusa, claramente conociendo esta nueva vida mejor que yo. Y entonces lo comprendí: esto no era temporal.


"¡Mamá, vamos papá nos esta esperando!", llamó una voz desde lejos. Me quedé helado. Mi nueva vida me esperaba, y tenía que vivirla... como la MILF en la que me acababa de convertir.


viernes, 29 de noviembre de 2024

Orgullosa de ser una Señora


 

Jamás pensé que llegaría a sentirme así. Antes, solo era un chico con sueños y deseos simples, alguien que vivía el día a día sin preocuparse demasiado por el futuro. La transformación fue algo tan profundo y abrumador que apenas logré comprender lo que sucedía al principio. Mi piel comenzó a cambiar, a volverse más suave y delicada, mis manos perdieron su dureza y se transformaron en manos cuidadosas, capaces de sostener con ternura. Mi cuerpo entero empezó a adoptar curvas, mis caderas se ensancharon y mi cintura se estrechó.


Las primeras veces que vi mi reflejo después de los cambios, me resultaba desconcertante encontrarme con esa figura madura y femenina. Mi rostro había cambiado, mis labios ahora se veían más llenos y suaves, mis mejillas estaban ligeramente sonrosadas, y mis ojos reflejaban una dulzura y serenidad que nunca antes había conocido. A medida que mis pechos crecían, sentía el peso de esta nueva identidad, cada movimiento era un recordatorio de quién me estaba convirtiendo. Aprendí a caminar con más gracia, a sentirme cómoda con cada paso y cada curva.



Entonces, conocí a un hombre quie actualmente  es mi esposo. La primera vez que salimos me tomó de la mano, sentí una calidez que recorrió cada parte de mi ser. Me trataba con una dulzura y un respeto que me hicieron sentir verdaderamente querida y cuidada. No pasó mucho antes de que él se convirtiera en mi mundo. La palabra "esposo" empezó a resonar en mi corazón, y acepté mi papel como su mujer, su compañera de vida. Ya no solo era mi cuerpo el que había cambiado, sino también mi mente y mi corazón.



Mis días ahora son una combinación de amor y dedicación. Me levanto temprano, preparo el desayuno y me aseguro de que la casa esté limpia y acogedora para cuando él regrese. Cada rincón de nuestro hogar está lleno de detalles que elijo cuidadosamente, y disfruto de cada momento, de cada tarea, sabiendo que le doy a mi familia un lugar de paz y amor. Ser ama de casa, ocuparme del hogar y cuidar de cada detalle se han vuelto mi mayor orgullo.

Pero también me he convertido en una madre. Las hijas de mi esposo han llegado a verme como una figura materna, y siento un profundo amor por ellas. Cada noche, las ayudo con sus tareas, las escucho cuando necesitan hablar, y les enseño sobre la vida con la experiencia que esta nueva identidad me ha brindado. Ser una madre para ellas es una responsabilidad que tomo con gratitud, sabiendo que ahora soy esa persona a la que acudirán cuando necesiten un consejo o un abrazo.


Cuando llega la noche y mi esposo y yo compartimos nuestro tiempo juntos, siento una conexión que nunca antes había experimentado. Su mirada, su tacto, el calor de sus manos sobre mi piel… Todo me hace sentir plenamente mujer, su mujer. Estoy orgullosa de poder complacerlo, de poder compartir cada aspecto de nuestra vida con él, de entregarme en cuerpo y alma. En esos momentos, no hay duda en mi mente: soy su esposa, y esa es mi identidad ahora.


Ya no soy la persona que solía ser, y no cambiaría nada. Soy una mujer, soy una esposa, soy una madre. Soy una señora en toda la extensión de la palabra, y me siento orgullosa de cada parte de esta nueva vida.


domingo, 24 de noviembre de 2024

Porque le robé el cuerpo a mi tía...



Siempre soñé con ser una mujer, y aunque tuve la oportunidad de elegir cualquier cuerpo, opté por el de mi tía. Podría haber elegido ser joven y delgada, pero la idea de ser una mujer madura, sabrosa y con curvas me sedujo más. Ella siempre fue mi ejemplo de feminidad: segura, elegante, y con un cuerpo que dejaba a todos boquiabiertos.

Utilicé un hechizo que encontré en un viejo libro de magia. El proceso fue sorprendentemente sencillo: un objeto personal, un círculo de velas, y unas palabras antiguas susurradas a la luz de la luna. ¿Me arrepentí cuando sentí el cambio? No, en absoluto. Una vez que abrí los ojos y me encontré en su piel, su ropa, y su vida, supe que había tomado la decisión correcta.

¿Por qué no elegí a mi madre? Fácil. Aunque siempre admiré su cuerpo y deseé ser como ella, la idea de estar con mi padre en la cama me resultaba repulsiva. Con mi tía es diferente. ¿Es raro compartir la cama con su marido? Quizás. ¿Me importa? No realmente. Después de todo, no es mi padre, y además, ¿quién podría resistirse a un hombre tan atractivo?

¿Y qué hay de mi vida anterior? ¿Extraño ser quien era? Para nada. Ser una mujer madura trae consigo ventajas que las chicas jóvenes no pueden entender. Ahora sé cómo se siente atraer todas las miradas al entrar en una habitación. Sé lo que es disfrutar de unas curvas que envuelven perfectamente la ropa. Sé lo que es tener el poder de una mujer hecha y derecha.

¿Me siento culpable por lo que hice? Quizás un poco, pero ¿y qué? Mi tía tenía todo esto y no lo apreciaba como debía. ¿Por qué no disfrutarlo yo en su lugar? Si ella pudiera verme ahora, estoy seguro de que se sorprendería de lo bien que manejo su vida... o quizás hasta me envidiaría.

Seré honesto, ¿me detendré aquí? Probablemente si. Aunque si me da curiosidad seguir explorando nuevas vida, disfrutando de todo lo que siempre deseé y más?


sábado, 23 de noviembre de 2024

Esto es lo que soy ahora

 


7:30 PM


Melissa se miró en el espejo una última vez, asegurándose de que su maquillaje estuviera perfecto. Llevaba un vestido rosa ajustado con un pronunciado escote. Su madre le había ayudado a arreglarse, insistiendo en que no usara sostén para destacar su figura recién adquirida. Sus tranzas enmarcaban su rostro impecablemente maquillado, y aún podía sentir el olor floral del salón de belleza donde había pasado gran parte de la tarde.


Mientras esperaba que su cita llegara, no pudo evitar perderse en sus pensamientos, recordando los extraños eventos que la habían llevado a este momento.

Todo comenzó meses atrás, cuando los médicos le diagnosticaron un extraño caso de "segunda pubertad". Al principio, el proceso de transformarse en mujer fue suficiente para ponerlo al borde del colapso. Sus pechos comenzaron a crecer de manera acelerada, sus caderas se ensancharon, y su voz se volvió más dulce y melódica. Todo era desconcertante, casi irreal, pero los cambios no se detuvieron ahí.


Con el paso del tiempo, su cuerpo evolucionó hacia algo que no esperaba: el de una mujer madura y voluptuosa. Sus curvas se acentuaron aún más, su piel adquirió un resplandor suave y radiante, y una extraña energía maternal parecía emanar de cada uno de sus gestos. Los médicos lo llamaron "MILF de inicio temprano", una condición rarísima en la que los afectados desarrollaban las características físicas y hormonales de una mujer madura.

Lo más inquietante era cómo su nueva apariencia recordaba cada vez más a las mujeres de su familia materna. Sus caderas anchas, los pechos plenos y la manera en que su cuerpo se movía con naturalidad femenina eran innegables vestigios de su herencia genética. Poco a poco, dejó de reconocerse frente al espejo, mientras se daba cuenta de que estaba convirtiéndose en una versión más joven y sensual... de su propia madre.


Al principio, el espejo era su peor enemigo. Cada vez que veía su reflejo, sentía que estaba mirando a una de las amigas de su madre o a alguna de sus tías, y no a sí mismo. Su rostro, aunque familiar, parecía pertenecer a otra persona, alguien ajeno. La confusión no se limitaba a él; incluso su hermana menor comenzó a llamarlo "tía", incapaz de reconocer al hermano que alguna vez tuvo.


Fue su madre quien se convirtió en su mayor apoyo durante este proceso. Paciente y comprensiva, lo guió en cada paso, enseñándole cómo vestirse con elegancia, maquillarse con sutileza y comportarse como una verdadera dama. Compartían la misma talla, así que no solo heredó su ropa, sino también sus curvas generosas, lo que hacía imposible no compararse con ella.



Con el tiempo, comenzó a aceptar su nueva realidad. Bajo el nombre de Melissa, se presentó al mundo como la hermana recién llegada de fuera de la ciudad, una historia que su madre había ideado para protegerlo de las preguntas incómodas. Y aunque todavía había momentos de duda, Melissa empezó a encontrar una extraña comodidad en su nueva vida, abrazando la feminidad que ahora definía cada aspecto de su ser.


Su madre, siempre preocupada por su bienestar, le consiguió un trabajo en la florería de una amiga local. Allí, rodeada de ramos de flores y fragancias dulces, Melissa empezó a sentirse más cómoda con su nueva vida. Cada día se sentía más como una mujer más del vecindario, ayudando a organizar eventos, charlando con las clientas habituales y adaptándose a su papel.


Pero entonces, algo inesperado comenzó a suceder. Melissa empezó a sentirse atraída por los hombres, especialmente por aquellos mayores. Era una sensación nueva y desconcertante. Su cuerpo reaccionaba de maneras que jamás había experimentado: una calidez que la invadía, un leve temblor en sus piernas, y un deseo que no podía ignorar. Esa atracción la confundía y, a veces, la asustaba, pero su madre, ahora su hermana mayor y confidente, era la única persona con quien se atrevía a hablar.


Una tarde, mientras doblaban ropa en casa, Melissa rompió el silencio.

—Mamá… digo, hermana… no sé cómo decirte esto, pero creo que estoy sintiendo cosas por los hombres. —Sus mejillas se sonrojaron, y evitó mirarla directamente.

Su madre la miró con una sonrisa comprensiva, dejando las camisas a un lado.

—Es normal, Melissa. Tu cuerpo ha cambiado, y con eso vienen nuevos sentimientos. No tienes que avergonzarte de eso.

—¿Pero por qué ahora? Nunca me pasó antes. —Melissa bajó la mirada, jugando nerviosa con el dobladillo de su falda.

—Porque ahora eres una mujer, y las mujeres sienten atracción. Es algo hermoso, no algo de lo que debas huir. —Le tomó las manos, mirándola con ternura.


Unos dias más tarde, todo cambió el día que su antiguo entrenador apareció nuevamente hanian pasado meses sin verlo, pero ahí estaba,la florería. Él no la reconoció, pero Melissa lo identificó de inmediato. Alto, atractivo y caballeroso, su mera presencia hacía que su corazón se acelerara, melissa ya no veía con los mismos ojos, le perecia atractivo, mas que cualquiera otro hombre, lo que comenzó como una visita casual pronto se convirtió en una rutina; cada semana, encontraba una excusa para pasar por la tienda.


Una noche, mientras cenaban juntas, Melissa decidió contarle a su madre lo que estaba pasando.

—Creo que le gusto a alguien. —Dijo con timidez, revolviendo la sopa en su plato.

—¿De verdad? ¿Quién? —preguntó su madre, arqueando una ceja con curiosidad.

—Mi antiguo entrenador… ha estado viniendo mucho a la tienda. Siempre me dice cosas bonitas, pero no sé qué hacer. —Melissa jugueteaba con su cuchara, claramente nerviosa.

Su madre sonrió, apoyando la barbilla en una mano.

—¿Y qué sientes cuando lo ves?

—Me siento… rara. Como si me faltara el aire, pero al mismo tiempo no quisiera que se fuera. —Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y confusión.

—Eso, mi niña, se llama atracción. Y por lo que me cuentas, él también siente algo por ti.


Cuando finalmente el entrenador la invitó a salir, Melissa no supo qué hacer. Esa noche, sentada en el sofá, buscó el consejo de su madre.

—¿Y si no estoy lista? —preguntó Melissa, abrazando un cojín contra su pecho.

—Melissa, eres una mujer increíble, fuerte y hermosa. Claro que estás lista. Solo escucha a tu corazón. —Su madre le acarició el cabello con cariño.


Tras esas palabras, Melissa se armó de valor y aceptó la invitación. Aunque estaba nerviosa, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y anticipación mientras pensaba en su cita. Sabía que era un momento importante, el comienzo de un capítulo completamente nuevo en su vida.


Su madre, ahora su "hermana mayor", insistió en ayudarla a prepararse. Esa mañana, la llevó al salón de belleza.

—Hoy es un día especial, Melissa. No podemos dejar nada al azar. —dijo su madre con una sonrisa mientras ambas entraban al lugar.

Melissa se dejó guiar. La estilista le lavó el cabello, le dio un corte elegante y lo moldeó en suaves ondas que enmarcaban su rostro. Luego, una manicurista le pintó las uñas en un delicado tono rosa pálido.

—¿Qué opinas? —preguntó la estilista cuando terminaron.

—Me veo… ¿hermosa rde verdad? —Melissa se miró al espejo, aún asombrada por su reflejo.

—Te ves hermosa. —respondió su madre con una sonrisa orgullosa.


De regreso a casa, Melissa decidió tomar un baño relajante. Se sumergió en el agua caliente, rodeada de espuma perfumada, dejando que la calidez calmara sus nervios. Mientras tanto, su madre seleccionaba opciones de maquillaje en el tocador.

—Tienes que de×stacar tus labios, Melissa. Los hombres siempre notan eso primero. —dijo mientras revisaba los labiales.

—¿De verdad? —preguntó Melissa, levantando una ceja desde la puerta del baño.

—Créeme, cariño. Algunas cosas nunca cambian.


Ya más relajada, Melissa se sentó frente al espejo mientras su madre la ayudaba con el maquillaje. Aplicaron una base ligera, sombras suaves que resaltaban sus ojos, y un labial rojo que hacía que sus labios lucieran irresistibles.

—Es como si estuvieras en una película. —dijo Melissa mientras su madre terminaba con los últimos toques.

—Claro que sí, pero tú eres la estrella.

Finalmente, llegó el momento de elegir el vestido. Abrieron el armario y revisaron las opciones.

—¿Este rojo? —sugirió su madre, sosteniéndolo contra su cuerpo.

—Demasiado atrevido. —respondió Melissa, mordiéndose el labio.

—¿Y este negro con encaje? Es elegante pero no exagerado. —ofreció su madre.

Melissa asintió, tomando el vestido y sosteniéndolo frente al espejo. Era perfecto. Se lo puso con cuidado, ajustándolo en las caderas, y luego eligieron unos tacones negros que completaban el look.

Cuando estuvo lista, su madre la miró de arriba a abajo con orgullo.

—Melissa, te ves espectacular. Ese hombre no sabrá qué hacer cuando te vea. —dijo con una sonrisa.

—Gracias… por todo. No sé qué haría sin ti. —respondió Melissa, abrazándola con fuerza antes de salir, lista para enfrentar lo que esa noche le deparara.

Y ahora, aquí estaba, ajustándose el vestido mientras esperaba que él llegara. Cuando sonó el timbre, su madre la detuvo antes de que saliera. Con una sonrisa pícara, sacó un par de preservativos de su bolso y se los entregó.

—Los vas a necesitar, cariño —dijo su madre con una mirada traviesa.

Melissa se sonrojó, murmurando un apenado:

—¡Mamá!

La cena fue perfecta. Sentados en un restaurante acogedor, hablaron como si fueran una pareja que se conocía de toda la vida. Su antiguo entrenador era amable y encantador, y Melissa no podía evitar sentirse cada vez más atraída por él. Cuando la cita terminó, él sugirió llevarla a su apartamento, y Melissa, mordiéndose el labio, aceptó.

Esa noche fue todo lo que había imaginado. En el calor de la pasión, Melissa finalmente experimentó lo que significaba ser mujer en cuerpo y almalm.

A la mañana siguiente

Melissa despertó con los primeros rayos del sol que entraban por la ventana del apartamento. Se estiró perezosamente, sintiendo el aroma del café que él ya había empezado a preparar en la cocina. Sus ojos recorrieron la habitación: su vestido estaba en el suelo, y sus bragas descansaban junto a los preservativos usados que hablaban de la intensidad de la noche anterior.

Se puso las bragas lentamente y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se quedó observando su reflejo. Ya no veía rastros del chico que alguna vez fue. Ahora solo quedaba Melissa, una mujer en toda la extensión de la palabra. Con una sonrisa leve y un suspiro, se dijo:

—Esto es lo que soy ahora.

Decidida a comenzar el día, se dirigió a la cocina. Encontró a su entrenador preparándole una taza de café. Sin pensarlo mucho, Melissa tomó los ingredientes y comenzó a preparar el desayuno. Era su forma de decirle que, después de todo, esto no era solo un encuentro casual. Era el comienzo de algo mucho más profundo.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Ellas... (petición) by dawn


Después de meses de trabajo duro, por fin logré lo que siempre quise: ser el jefe de la empresa. Decidí llevar a mi esposa, Erika, y a nuestra hija, Linsy, a unas vacaciones a un hotel de lujo para celebrar. Estaba emocionado. Nos merecíamos un descanso, y esta era la oportunidad perfecta.


Al llegar al hotel, vi a dos vagos, Donald y Tony, fuera, observándonos. No les presté mucha atención; tenía confianza en que podría proteger a mi familia. Mientras mi esposa e hija subían a la habitación, me quedé para hacer el registro. Pero de repente, escuché gritos.


"¡Erika! ¡Linsy!" grité mientras corría hacia la habitación, seguido por algunos empleados del hotel.


Al abrir la puerta, vi a Erika y Linsy tiradas en el suelo, inconscientes. Los dos vagos estaban cerca, pero al vernos, intentaron alejarse.


"¡¿Qué ha pasado?!", les pregunté a los empleados del hotel, que ya estaban intentando reanimar a mi familia.


"Ellos… intentaron… abusar de ellas", dijo Erika, aún temblando de miedo. "Esos dos…"


Mi rabia estalló. "¡Llévenlos a la cárcel! ¡Ya!" ordené con furia.


Mientras los arrestaban, Erika y Linsy fueron llevadas a su habitación para descansar. Decidí que a pesar de lo ocurrido, seguiríamos con las vacaciones. Pero las cosas no fueron las mismas.


Durante los días siguientes, empecé a notar algo extraño en el comportamiento de mi esposa e hija. Se comportaban de forma rara, como si intentaran ser más femeninas, pero forzadas, casi como si estuvieran aprendiendo cómo actuar.


Una mañana, cuando me desperté, vi a Erika frente al espejo, arreglándose el cabello, pero sus movimientos eran incómodos.


"¿Todo bien, cariño?" le pregunté, notando su nerviosismo.


"Sí, todo bien, amor", respondió, forzando una sonrisa. Pero había algo extraño en su tono. Era como si estuviera tratando de parecer… diferente.


Luego, Linsy también comenzó a comportarse de una manera extraña. Cuando nos sentamos a desayunar, me miró con una sonrisa que no le conocía. "Papá, ¿podemos ir a la piscina hoy?"


"Claro, princesa. Pero, ¿estás segura de que te sientes bien?" le pregunté, notando que sus ojos parecían vagos, como si estuviera perdida.


"Sí, papá. Solo quiero que pasemos más tiempo juntos", dijo, y aunque me sonrió, sentí una incomodidad creciente.


Esa misma tarde, mi teléfono comenzó a sonar. Un número desconocido aparecía en la pantalla, y aunque al principio lo ignoré, empecé a recibir varias llamadas seguidas. Me pareció raro, pero no le di mucha importancia.


"¿Quién será?", me preguntó Erika mientras veía que miraba mi teléfono.


"No lo sé, amor", respondí. "Es un número desconocido."


Pero algo en el aire se sentía tenso. Mis sospechas crecían.


Más tarde, mientras me duchaba, escuché un murmullo. Cuando salí del baño, vi a Erika y Linsy conversando mientras se pasaban mi celular entre ellas. Tan pronto como me vieron, ambas colgaron rápidamente.


"¿Qué pasa? ¿Por qué colgaron?", les pregunté, frunciendo el ceño.


"Todo está bien", respondió Erika, con una sonrisa extraña en su rostro. "No te preocupes, querido. Todo estará muy bien ahora."


Linsy también se acercó a abrazarme, pero su abrazo fue raro, como si estuviera escondiendo algo.


"Te quiero mucho, papito", dijo con una voz que sonaba más vacía de lo normal.


Un escalofrío recorrió mi cuerpo. "¿Están seguras de que todo está bien?"


"Sí, papá", dijo Linsy. "Solo queremos estar contigo. Vamos a regresar a casa. Todo está bien."


Decidí que ya era hora de regresar. Cuando llegamos a la casa, noté que Erika y Linsy parecían asombradas. Miraban todo como si fuera la primera vez que veían la casa.


"¿Qué pasa?", pregunté confundido. "¿Es algo nuevo para ustedes?"


"No, no… es solo que, no recordábamos todo esto tan claro", dijo Erika, mirando alrededor, como si le faltara algo de familiaridad en los detalles.


Yo no le di mucha importancia. Pensé que tal vez estaban agotadas por el viaje, pero el comportamiento de las dos seguía siendo extraño. No era solo un pequeño cambio; algo más profundo había sucedido.


Días después, mientras intentaba retomar la rutina, comencé a notar más diferencias. Las conversaciones de Erika y Linsy parecían forzadas. Mi hija me abrazaba con más intensidad de lo normal, y mi esposa me miraba con una sonrisa que no parecía sincera. Algo no encajaba.


"Erika, ¿estás segura de que todo está bien?", le pregunté una noche.


"Sí, amor, claro que sí", me respondió, pero sus ojos brillaban con algo oscuro que no podía identificar.


Esa noche, me quedé pensativo. Decidí revisar las llamadas en mi teléfono, y fue entonces cuando me di cuenta: varias de las llamadas de ese número desconocido eran de la cárcel. Estaba a punto de marcar el número cuando, de repente, una sensación extraña me invadió.


En ese momento, algo se rompió dentro de mí. Las piezas empezaron a encajar. Mi familia ya no era mi familia. Lo que no sabía era que Donald y Tony, los vagos que nos habían atacado en el hotel, habían usado un conjuro oscuro para intercambiar sus cuerpos con los de Erika y Linsy. Las verdaderas mujeres que amaba estaban atrapadas, mientras ellos disfrutaban de la vida que siempre quisieron, aprovechándose de mi amor y confianza.




Mi esposa e hija, ahora en los cuerpos de esos hombres, me mantenían bajo su control, manipulando cada uno de mis movimientos y emociones. Mi vida perfecta era una mentira, y yo no tenía ni idea de lo que realmente estaba sucediendo.


"Todo está bien, papito", susurraron, como si no supieran que ya estaba empezando a descubrir la verdad.

Pero era demasiado tarde. Ellos ya estaban ganando.


domingo, 17 de noviembre de 2024

La decisión de mi amigo – Vol.1



Mi mejor amigo, Alex, y yo habíamos descubierto un hechizo que nos permitía poseer cuerpos ajenos. Al principio, todo era diversión: pequeñas travesuras, bromas, e incluso venganzas. Usábamos el hechizo para experimentar cosas que normalmente no podríamos, como tomar el control de algún compañero popular o meternos en cuerpos de chicas que admirábamos. El límite parecía ser nuestra imaginación… hasta que Alex desapareció.


Pasaron semanas sin saber de él. No respondía mis mensajes ni iba a clases. Empecé a preocuparme. Intenté buscarlo en su casa, pero sus padres tampoco sabían nada. Su ausencia se sentía extraña, casi como si algo en el universo hubiera cambiado. Justo cuando el miedo y la desesperación me dominaban, recibí un mensaje desde un número desconocido.


"Hola, Robert. Seguro te estarás preguntando dónde estoy. Es complicado de explicar, pero ahora vivo en el cuerpo de la señora Olivia. Sí, la sexy ama de casa de la calle Álamos. Siempre admiré lo bien conservada que estaba para su edad, con su marido que la adora y sus dos hijas perfectas. Hice el hechizo permanente… y, ¿sabes qué? No me arrepiento."


Leí las palabras una y otra vez, sin poder procesarlas del todo. La señora Olivia… ¿Alex había decidido quedarse en su cuerpo? Sabía que siempre había tenido una fascinación por ella, pero esto iba mucho más allá de lo que podía imaginar.

Para probar lo que decía, me envió un video corto. En él, se veía a Olivia sentada en la cama de su habitación, con la cámara enfocada en ella. Podía ver cómo se movía con una suavidad que antes no tenía, una postura segura y relajada, como si fuera realmente ella. Olivia, ahora ocupada por Alex, hablaba a la cámara con una sonrisa juguetona.



"Mi marido acaba de salir y, bueno, amigo, he decidido quedarme aquí, en el cuerpo de la señora Olivia. Me encanta esta vida. Las ropas, la ropa interior de encaje, el perfume… todo es tan real. Me siento cómoda en este cuerpo, más de lo que imaginé. Ya no quiero regresar. Esta mujer tiene todo: una familia perfecta, un cuerpo que me hace sentir poderosa, y una vida tranquila, pero llena de placer."


Un mensaje de texto  llego:


"Me he entregado por completo a este rol femenino. Los vestidos, el maquillaje, la sensación de tener senos, la suavidad de mi piel... Es como si hubiera nacido para esto. Y, honestamente, no extraño en absoluto mi pene. El sexo como mujer es una experiencia completamente diferente, mucho más intensa y placentera. Sobre todo con un semental como el marido de Olivia. Su fuerza, su virilidad, su presencia... Cada vez que me toca, es como si el mundo se detuviera. Es algo que no puedes comprender hasta que lo vives, y créeme, no hay vuelta atrás."


Adjunto una foto con la leyenda:



"Anoche, algo nuevo , mi culo se abrió Cuando él me penetraba, podía sentir cada centímetro de su virilidad, yo tenía la respiración entrecortada ya casi no podía hablary mi piel se erizaba de placer. Yo apretaba las sábanas, mordía la los dientes y el seguía entrando; automáticamente mis piernas comenzaron a temblar y el dolor era intenso; sentía que me partia en 2 Mi rostro lo dice todo, no pude esconderlo. Fue tan intenso que ni siquiera sabía cómo reaccionar, jajaja."

Un mensaje  mas llego

Deberías intentarlo, Robert. La última vez que hablamos, mencionaste que te atraía la señora debbie, ¿no? ¿Por qué no pruebas? Imagina la vida que podríamos tener, las amigas que podríamos ser. Esta es la felicidad que siempre quise. Espero que te atrevas."


Las palabra estaba cargada de una extraña mezcla de emoción y sensualidad. 

Cerré los ojos por un momento, tratando de apartar esas imágenes, pero no pude evitar visualizarla… a él, o mejor dicho, a ella. Olivia era conocida por ser una de las mujeres más atractivas del vecindario: curvas perfectas, piernas interminables, y una elegancia natural que parecía inalcanzable. La idea de Alex en ese cuerpo, disfrutando de esa vida, me dejó un nudo en el estómago.


No podía evitar recordar las veces que Alex y yo habíamos hablado de nuestras "opciones". Para él sinpre fue Olivia era el ideal: una mujer madura, elegante y sensual. Para mí, siempre fue la señora debbie. Su cabello oscuro caía en cascadas perfectas, y su risa era un sonido que hacía que el mundo se detuviera. Cada vez pensaba eso, sentía una mezcla de respeto y deseo, algo que no podía explicar completamente.


Al principio, sentí rechazo. Era absurdo pensar en abandonar todo por una fantasía. Pero mientras los días pasaban, las palabras de Alex se repetían en mi cabeza. ¿Qué se sentiría tener el control absoluto de un cuerpo así? ¿Qué se sentiría ser admirado, deseado, y llevar una vida donde cada movimiento estuviera cargado de poder femenino?


Sin darme cuenta, la idea de la señora Marías comenzó a invadir mis pensamientos. La imaginaba frente al espejo, pintándose los labios con precisión, ajustándose el escote de su vestido, o simplemente caminando por la casa, con ese aire de confianza que parecía inquebrantable.


Esa noche, revisé el hechizo una vez más, solo para asegurarme de que seguía ahí. Aunque no estaba listo para tomar una decisión, no podía negar que las palabras de Alex habían plantado una semilla en mí. Una semilla que, poco a poco, comenzaba a florecer.



Un nuevo comienzo *petición adsd*



Siempre supe que algo en mí era diferente. A mis 16 años, mientras mis amigos hablaban de chicas y fiestas, yo guardaba un secreto que no me atrevía a confesar: me atraían los hombres mayores. Había algo en su seguridad, su experiencia, que me parecía irresistible. Pero en mi mundo, con mi cuerpo adolescente y tímido, nunca tendría una oportunidad de vivir esas fantasías.

Hasta que pensé en ella.

Dinora, la mejor amiga de mi madre, era una mujer deslumbrante. Tenía el cuerpo de una modelo, con curvas que desafiaban la gravedad, una piel impecable y un cabello que parecía brillar bajo cualquier luz. Su forma de caminar, de moverse, hacía que todos los hombres la desearan y que las mujeres la envidiaran. Pero detrás de toda esa perfección, su personalidad dejaba mucho que desear. Era amarga, arrogante y constantemente se quejaba de su vida, como si ser deseada por todos fuera una maldición.




Yo, en cambio, lo veía como una oportunidad.

Una noche, mientras navegaba por internet, encontré un hechizo que prometía lo imposible: la capacidad de intercambiar cuerpos con alguien más. Sabía que estaba jugando con fuego, pero la tentación era demasiado fuerte. No podía seguir viviendo mi vida soñando con algo que nunca tendría.

Esa misma noche, me colé en la casa de Dinora mientras dormía. Con las instrucciones del hechizo memorizadas, me coloqué a su lado y recité las palabras. Sentí un tirón, como si mi alma se desgarrara, y luego todo se oscureció.

Cuando desperté, lo supe al instante. Mi visión estaba más alta, mis manos eran delicadas y femeninas, y mi cuerpo… era perfecto. Caminé tambaleándome hasta el espejo y allí estaba ella. O mejor dicho, allí estaba yo, en el cuerpo de Dinora.

—Esto es real… —susurré, tocando mi reflejo. Mis manos exploraron mi nueva figura, desde mis pechos hasta mis caderas. Era un sueño hecho realidad.

Dinora, ahora atrapada en mi antiguo cuerpo, seguía durmiendo. Sabía que debía actuar rápido para evitar que descubriera la verdad. Busqué entre su armario y encontré un vestido ajustado, rojo con un escote pronunciado, que resaltaba cada curva. Me maquillé lo mejor que pude, inspirándome en lo que había aprendido viendo a mi madre y sus amigas, y salí a disfrutar mi nueva vida.

Cuando regresé, Dinora ya estaba despierta, mirando alrededor confundida. Sus ojos, ahora los míos, se llenaron de pánico cuando me vio entrar.

—¿Qué demonios está pasando? —gritó con mi voz.

Fingí confusión. —No lo sé. Me desperté así. Es… extraño.

—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, mirando sus manos, su cuerpo, el reflejo en el espejo.

Sabía que debía mantener la mentira. —Tal vez sea algo temporal. Hasta que descubramos cómo solucionarlo, deberíamos pretender ser el otro. Nadie puede saber lo que está pasando.

Ella me miró con furia, pero no tenía otra opción. Finalmente, suspiró y asintió. —Más te vale no arruinar mi vida.

Yo sonreí para mis adentros. Arruinar su vida no estaba en mis planes. Disfrutarla, sí.

Esa primera noche en su cuerpo fue una experiencia inolvidable. Me desvestí lentamente frente al espejo, dejando caer el vestido al suelo. Mi reflejo era Dinora, desnuda, perfecta. Mis manos acariciaron mi nueva piel, mis pechos, mis caderas. Era como si estuviera soñando. Me puse un camisón de seda que apenas cubría mi figura y me metí en su cama, disfrutando del lujo de ser ella.

A la mañana siguiente, me desperté con una sonrisa. Revisé su armario y elegí un conjunto que resaltara mi nueva energía: unos leggings ajustados, una blusa colorida y unos tacones que me hacían sentir poderosa. Cuando mi madre me vio, quedó sorprendida.



—Dinora, te ves diferente. ¿Te hiciste algo? —me preguntó, inclinando la cabeza.

—Nada en especial. Solo decidí probar algo nuevo: ser feliz —respondí con una sonrisa.

Mi madre parecía encantada con esta nueva versión de su amiga. Durante los días siguientes, trabajé en cambiar completamente la vida de Dinora. Empecé a hacer ejercicio, a comer saludable, y a rodearme de personas positivas. Su grupo de amigas estaba asombrado por "su" transformación.

Dias mas tarde ya todas se habia acostumbrado a esta nueva  versión  de dinora, lugo una invitación que no queria dejar escapar, ir a la playa, la dinora original  ni de chiste  hubiera aceptado.

el dia en la playa, llevé mi nueva confianza al extremo. Elegí un bikini rosa brillante que abrazaba cada curva de mi cuerpo y caminé por la arena con. Las amigas de Dinora me miraban con asombro.

—Dinora, nunca te habíamos visto así de… extrovertida —dijo una de ellas, riendo.

—Siempre hay una primera vez para todo —respondí, disfrutando de las miradas que atraía.




Fue entonces cuando lo vi. Un hombre alto, con cabello entrecano y una sonrisa que hacía que mi corazón se acelerara, se acercó a mí.

—Disculpa, pero no pude evitar fijarme en ti. ¿Siempre eres así de encantadora?

Sentí un cosquilleo recorrer todo mi cuerpo. —Solo cuando alguien interesante aparece —respondí, sonriendo.

Conversamos durante un rato, y al final me invitó a salir. Por primera vez en mi vida, sentí que estaba viviendo mis fantasías.

Mientras tanto, Dinora, atrapada en mi antiguo cuerpo, luchaba por adaptarse. Los hombres que antes la adoraban ahora la ignoraban, y las mujeres que antes la admiraban apenas le dirigían la palabra.

Pero para mí, la vida era perfecta. Había robado su cuerpo, su vida, y la había convertido en algo mucho mejor. Cada día en el cuerpo de Dinora era como explorar un nuevo mundo, lleno de emociones y sensaciones que nunca había imaginado. La suavidad de su piel, la manera en que sus caderas se movían con cada paso, cómo los tacones realzaban sus piernas... todo me hacía sentir poderoso y vulnerable al mismo tiempo. Ya no era un chico inseguro que ocultaba su verdadera orientación; ahora era una mujer que deslumbraba y atraía miradas.

La segunda cita: una noche inolvidable

Después de aquel primer encuentro en la playa, Arturo no perdió tiempo en invitarme a salir de nuevo. Esta vez, elegí un vestido negro ajustado que abrazaba mis curvas y tacones altos que me hacían sentir como una reina. Mientras me arreglaba, experimenté con un maquillaje más audaz: labios rojos, sombra ahumada, y un toque de iluminador que realzaba mis pómulos.

Cuando llegué al restaurante, Arturo me esperaba con una sonrisa.

—Estás más hermosa que nunca, Dinora —dijo, ofreciéndome su brazo.

Durante la cena, noté cómo mi voz suave y mis gestos femeninos lo mantenían fascinado. Había algo increíblemente satisfactorio en saber que podía manipular su atención solo con mi presencia.

Al final de la velada, me acompañó hasta su auto.

—No quiero que esta noche termine —murmuró mientras se acercaba.

—Entonces no tiene que terminar —respondí con una sonrisa coqueta.

En ese estacionamiento, las cosas se intensificaron. Era la primera vez que sentia esta femenidad en un contexto íntimo, y descubrí que cada caricia, cada beso, me hacía sentir viva de una manera completamente nueva. Cuando me arrodillé frente a él y le di sexo oral, me sentí en control, poderosa. Podía sentir cómo se rendía a mí, y eso me hacía querer más.

La tercera cita:

La química entre Arturo y yo creció rápidamente. Para nuestra tercera cita, no hubo preámbulos; me llevó directamente a su casa. Mientras me desvestía frente a él, sentí una mezcla de nervios y emoción. Mis enormes senos, mis caderas anchas, todo en mi cuerpo parecía hecho para el placer.

—Eres perfecta, Dinora —susurró Arturo mientras sus manos recorrían mi figura.

Esa noche, tuve mi primera experiencia sexual completa como mujer. Fue algo abrumador al principio, pero pronto descubrí que podía disfrutarlo tanto como él. Cuando terminamos, me quedé mirándolo, sintiéndome completamente realizada. Ahora sí sabía lo que significaba ser mujer, y no quería que nadie me quitara esto.




Una salida con las amigas

Habíamos organizado una noche de chicas en un bar elegante. Las luces suaves, la música envolvente y los cócteles en la mesa creaban el ambiente perfecto para dejar atrás las preocupaciones. Todas parecían sorprendidas con mi nueva actitud, como si no esperaran verme tan segura y radiante.

—Dinora, estás más espectacular que nunca —comentó Mariana, su tono mezclando curiosidad y admiración.

Sonreí, disfrutando de la atención. —Gracias, chicas. Creo que necesitaba un cambio de perspectiva —respondí con un toque juguetón, mientras brindaba con ellas.

Entre risas y copas, la conversación pronto se tornó más personal.

—A ver, cuéntanos... ¿y los hombres? —preguntó Verónica con una ceja alzada y una sonrisa cómplice.

Miré hacia la barra, donde un moreno fornido, vestido impecablemente, se destacaba entre la multitud. —Bueno, si tengo que ser honesta, ese de allá ha captado toda mi atención —dije señalándolo sutilmente con la mirada.

Mariana se echó a reír. —¡Pero si estás saliendo con Arturo! —me recriminó en tono de broma, como si hubiera descubierto un gran secreto.

Levanté los hombros con indiferencia y una sonrisa traviesa. —Arturo es un hombre ocupado, siempre viajando por negocios. Hemos tenido sexo un par de veces, sí, pero no hemos formalizado nada. Digamos que soy una mujer libre... explorando nuevas experiencias.

Mis palabras parecieron encender la imaginación de mis amigas. Sus risas y comentarios pícaros llenaron la mesa, mientras yo me permitía disfrutar del momento, saboreando la libertad de ser quien realmente quería ser. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía el centro de atención, segura, atrevida, y lista para lo que viniera.


Después de Arturo, decidí no ponerme más límites. Me cansé de los compromisos a medias y de esperar que alguien encajara en lo que yo quería. La vida es demasiado corta para no explorar todas las posibilidades que me ofrece.

Fue en el gimnasio donde conocí a Héctor, un entrenador atractivo con una sonrisa que me derretía. No pasó mucho tiempo antes de que me invitara a salir, y nuestra primera cita fue una caminata al aire libre. Héctor quedó cautivado por mi energía y mi entusiasmo por mantenerme activa. Me hacía sentir deseada, pero también a gusto, como si no tuviera que esconderme para ser yo misma.

Con él, descubrí un mundo más elegante y privado con Héctor que, en una noche especialmente íntima, me animé a explorar algo más atrevido, algo que nunca había imaginado que disfrutaría: mi primera experiencia anal.

Ahora, no me pongo barreras. No sé qué me deparará el próximo hombre con el que salga, ni lo que sucederá, pero estoy abierta a descubrir nuevas formas de disfrutar, de sentir, sin límites ni expectativas fijas. Solo quiero disfrutar el momento, sin pensar demasiado en lo que vendrá.


pos su parte Dinora no estaba conforme con su nueva vida en su cuepo, se sentía fuera de lugar. Los impulsos hormonales la confundían y le resultaba difícil lidiar con el deseo constante, lo que la hacía sentir incómoda y atrapada. Aunque al principio pensó que podrias y al no busvar una soluciónde como volver a ser ella, callo en cierto grado de locura pronto se dio cuenta de que no era tan fácil. Su mente y emociones no lograban adaptarse, y se sentía perdida, atrapada entre lo que fue y lo que ahora era. La sensación de no encajar la mantenía en un constante desconcierto.










No es exactamente lo que me pidio pero bueno ese fue el resultado 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Ser una esposa (dawn)





Después de casi un año viviendo en el cuerpo de mi madre, ya casi me había acostumbrado a mi vida como una mujer adulta. Sin embargo, todavía había momentos en los que extrañaba profundamente mi vida anterior. Recordaba mi cuerpo, más joven, con la piel suave y el cuerpo firme de un hombre de 20 años. No tenía las caderas anchas, ni los pechos voluminosos que ahora parecían tan naturales en mí, pero al mismo tiempo tan incómodos. Ya no era el joven libre de responsabilidades. Esa libertad que solía disfrutar había desaparecido, y lo peor de todo es que no parecía haber forma de regresar.


El proceso de adaptación a mi nueva identidad femenina fue largo y doloroso. Había días en los que despertaba con la sensación de estar atrapado en un sueño, como si mi cuerpo ya no fuera mío. Mis grandes senos, siempre pesados y difíciles de acomodar, me recordaban constantemente lo que ya no podía cambiar. Mis caderas, más anchas y sensuales, se movían de una manera tan diferente a la que estaba acostumbrado. Sentir la suave tela de las prendas femeninas en mi piel, especialmente los sostenes y las fajas, era una incomodidad constante. Pero era la vida que ahora tenía que aceptar.


"Bueno, ¿cómo te va con la vida doméstica?", me preguntó mi madre la cual ahora estaba en mi cuepo

 mientras me sentaba con ella en la cocina. Las primeras semanas habían sido un caos, pero al menos ya dominaba algunas tareas. Sin embargo, no podía evitar sentirme atrapado en esta nueva rutina.



—"No es lo que yo habría elegido, eso es seguro," respondí, dejando escapar una risa forzada.


Ella sonrió. "Te lo advertí. Ser mujer no es solo lo que ves desde afuera. Es mucho más complicado de lo que creías, ¿verdad?"


Cada día me daba cuenta de lo acertada que estaba. No solo se trataba de la apariencia. Vivir como mujer también significaba lidiar con los cambios hormonales, los ciclos menstruales, y una identidad completamente diferente. Mi rol había cambiado radicalmente: ahora era esposa de mi propio padre y madre de mi propia madre, cuidando de la casa, organizando todo para que la familia pudiera seguir su curso.


Las primeras semanas fueron los más difíciles. Mi madre insistió en que tomara su lugar en el hogar. Me enseñó a cocinar, a limpiar, y a hacer todo lo que ella solía hacer mientras mi padre estaba fuera. 

Al principio, pensaba que todo eso era solo una fase, que algún día encontraríamos una forma de revertir lo que había ocurrido, pero los días se convirtieron en meses, y mi esperanza comenzó a desvanecerse.


Pronto, mi padre inconsiente del cambio me trataba como si fuera su esposa. Dormíamos en la misma cama, y aunque yo mantenía una distancia incómoda, las cosas fueron volviéndose más íntimas. Cada noche, sentía sus brazos rodeándome, su respiración cálida en mi cuello, su cuerpo pegado al mío. Aunque intentaba bloquear esos momentos, mi cuerpo femenino comenzaba a responder  asus estímulos

Una noche, mientras me alejaba de él, notó mi distancia y me preguntó:

—"¿Qué te pasa? Estás distante últimamente… ¿He hecho algo mal?"

Sentí un nudo en la garganta, pero respondí, intentando sonar tranquila: "No, no es eso… es solo que estoy… agotada."

Me miró, con una expresión de preocupación. "Sabes que siempre estoy aquí para ti. Si necesitas algo, solo dímelo."

Algo en su voz, esa vulnerabilidad, me desarmó. Hubo una parte de mí que quería rechazarlo, pero otra parte —más profunda— sentía un deseo de acercarme, de dejarme llevar por su cariño, y de aceptar que, en esta nueva vida, él era realmente mi esposo.

A medida que pasaron los meses, esa relación se fue haciendo más cercana, más real. Mis pensamientos y mis sentimientos hacia él cambiaban a diario, y por primera vez, comencé a aceptar este papel, a disfrutar de la atención que me brindaba. Mi madre no dejaba de insistir en que debía aceptar mi nueva identidad, y aprender a disfrutar de mi cuerpo y de mi papel como esposa.

"Tu cuerpo ahora es el de una mujer, y tienes que vivir como una," me decía con firmeza. "Eso significa que también debes aprender a disfrutarlo. No tiene sentido que sigas resistiéndote."

"¿Cómo esperas que disfrute algo así? ¡Es mi padre!" le respondí, incrédulo.

Mi madre suspiró, como si pensara que estaba siendo tonto. "No pienses en él como tu padre. Ahora es tu esposo. Además, sabemos que él te ama más que nunca."

Pasarown varios días después de esa conversación, y las palabras de mi madre no dejaban de resonar en mi mente: "Tu cuerpo ahora es el de una mujer, y tienes que vivir como una. Eso significa que también debes aprender a disfrutarlo."


Al principio, esa idea me parecía extraña, como si me estuviera forzando a aceptar algo que no quería. Pero mientras pasaban los días, decidí escucharla. Comencé a abrirme realmente a mi vida como mujer, aunque de alguna forma ya lo había estado haciendo. Pero algo en esas palabras me hizo sentir más decidida a abrazar mi rol.



Me convertí completamente en una ama de casa. Ya no solo limpiaba y cocinaba, sino que sentía que este cuerpo femenino era mío, que mi lugar era ese hogar. Aceptaba los detalles que antes me parecían triviales, y me preocupaba por cada aspecto de la casa. Mis días giraban en torno a esas tareas, mientras que la relación con mi esposo se volvía más intensa. Los momentos íntimos eran cada vez más frecuentes, y mi cuerpo respondía de manera automática, como si finalmente estuviera aceptando lo inevitable.


Retome la amistad con las vecinas, quienes me trataban como una de las suyas. Nos reuníamos a tomar café, hablábamos sobre la vida marital y la maternidad. Aunque al principio solo escuchaba, pronto me sentí más conectada con ellas, entendiendo sus conversaciones y, para mi sorpresa, empezando a disfrutar de esas charlas sobre "cosas de mujeres".

Recuerdo una conversación en particular en casa de mi vecina Patricia. Estábamos sentadas en su acogedora sala, con una taza de café caliente entre las manos. Patricia siempre tenía una forma de hablar que te hacía sentir cómoda, aunque a veces sus comentarios podían ser directos.

De repente, me lanzó una pregunta que me tomó desprevenida:

—"¿Y tú, querida? ¿Cómo te va con tu esposo?"

Mi rostro se encendió al instante. Hablar de mi vida marital aún me resultaba extraño, pero traté de responder con naturalidad:

—"Nos va bien. Me cuida mucho, y cada día siento que estamos más cerca."

Patricia me miró fijamente con una mezcla de complicidad y curiosidad.

—"¿Más cerca, dices? ¿Y qué tal en la intimidad? Porque, cariño, eso es crucial en un matrimonio."

Mi rubor aumentó, y desvié la mirada hacia la ventana.

—"Ah... bueno, diría que nos llevamos bien en ese aspecto," respondí, aunque mi voz no sonó del todo convincente.

Patricia soltó una risa suave y me tomó de la mano, como si quisiera tranquilizarme.

—"No te pongas tímida conmigo, querida. Mira, déjame darte un consejo que nunca falla: nunca tengas miedo de explorar. El sexo es mucho más que rutina; es el lugar donde puedes redescubrir a tu pareja y también a ti misma."

La miré con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Patricia continuó con su tono suave pero firme:

—"¿Has probado cosas nuevas? A veces los pequeños cambios pueden reavivar la chispa. Por ejemplo, algunos hombres encuentran muy excitante cuando sus esposas toman la iniciativa o incluso cuando les sorprenden con algo inesperado."

—"¿Algo inesperado?" pregunté con nerviosismo, aunque sabía que no me dejaría escapar fácilmente.

—"Claro. Algo tan simple como cambiar el ritmo... o probar cosas como el sexo anal. Y no me mires así, querida, a muchos les encanta cuando su esposa muestra esa confianza. También está el pequeño detalle de no desperdiciar nada. Créeme, algunos hombres lo encuentran increíblemente íntimo."

Mi corazón latía con fuerza. Nunca había considerado algo así, y aunque sus palabras eran sutiles, me dejaban claro a qué se refería.

—"Esas cosas," continuó Patricia con una sonrisa cómplice, "no son solo para él, también son para ti. Descubrirás que abrirte a esas experiencias te hace sentir más conectada y deseada."

Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Había algo en lo que decía que resonaba profundamente conmigo. 

-"Dime algo, ¿te sientes deseada por él?"

El calor en mi rostro fue reemplazado por un nudo en mi garganta. La verdad era que sí, lo hacía. Sus caricias, sus besos, incluso la forma en que me miraba por las mañanas, todo ello hablaba de un deseo genuino que nunca me había permitido aceptar completamente..

-"Si," murmuré al fin.

Patricia asintió con aprobación y añadió con un tono más serio:

-"Entonces no lo dudes. Déjate llevar. No hay nada más hermoso que una mujer que acepta su lugar en los brazos de su esposo. Créeme, te hará sentir viva de una manera que ni te imaginas."

Me quedé pensativa mientras sus palabras resonaban en mi mente. Patricia tenía razón. Había algo profundamente intimo en esa conexión que había estado tratando de evitar. Quizás tenía razón; tal vez era momento de dejar atrás mis inhibiciones y explorar esa parte de mi nueva vida marital con total libertad.

Esa noche, cuando volví a casa, encontré a mi esposo esperándome en la sala. Me recibió con una sonrisa que me hizo sentir segura, como si nada en el mundo pudiera salir mal mientras él estuviera conmigo. Nos sentamos juntos en el sofá, y él colocó una mano en la mía, un gesto simple pero cargado de significado.

—¿Todo bien con Patricia? —me preguntó, rompiendo el silencio.

Asentí, pero antes de que pudiera responder, sentí sus dedos acariciando suavemente mi mejilla, trazando el contorno de mi rostro. Mi corazón comenzó a latir más rápido. Había algo en su mirada esa noche, algo más intenso, más profundo. Sin pensarlo, me incliné hacia él, dejando que nuestros labios se encontraran en un beso lento y apasionado.


Fue como si todo lo que había estado reprimiendo se desbordara en ese momento. Sus manos, cálidas y firmes, recorrieron mi espalda, acercándome más a él. Sentí su cuerpo contra el mío, y por primera vez no me resistí. Mi mente dejó de luchar contra la idea de ser su esposa, y mi cuerpo reaccionó de manera instintiva, abrazando mi feminidad en cada caricia, en cada susurro.


Sin darnos cuenta, llegamos a la habitación. La luz tenue que se filtraba por las cortinas hacía que el ambiente se sintiera aún más íntimo. Sus labios descendieron lentamente por mi cuello, enviando un escalofrío por mi espalda. Cuando sus manos comenzaron a explorar mi cuerpo, un repentino sonido interrumpió el momento: su teléfono móvil vibraba sobre la mesita de noche.

—Espera... —susurró, su respiración aún agitada mientras se alejaba para mirar la pantalla.

Frunció el ceño al leer el mensaje y, con un suspiro, se incorporó.

—Es del trabajo, parece urgente. Lo siento, amor.

Lo observé mientras se vestía apresuradamente, luchando contra la frustración de haber sido interrumpidos en un momento tan crucial. Sin embargo, no dije nada. En cambio, me levanté y lo ayudé a acomodar su corbata antes de que se marchara.

—Te espero despierta —le dije, intentando ocultar la decepción en mi voz.

—Volveré lo antes posible, lo prometo —respondió, besándome con ternura antes de salir por la puerta.

Cuando me quedé sola, regresé a la cama, sintiendo aún el calor de su cuerpo en las sábanas. Cerré los ojos, dejando que el recuerdo de sus caricias me envolviera. Esa noche no terminamos lo que habíamos comenzado, pero en mi interior algo había cambiado. Había aceptado que, aunque mi nueva vida era diferente, no era menos real ni menos intensa.


A la mañana siguiente, mientras preparaba el desayuno, me encontré pensando en la noche anterior. Recordé las palabras de Patricia: "Tienes esa mirada especial." Miré mi reflejo en la ventana de la cocina y vi algo que no había visto antes: una mujer que, aunque enfrentaba desafíos, había comenzado a aceptar su lugar, su vida, y el amor de su esposo como parte fundamental de su realidad.

Ese día, particularmente memorable, decidí tomar la iniciativa. Sabía que él llegaría del trabajo en unas horas, así que me preparé con cuidado. Me di una ducha rápida y, envuelta en una toalla que apenas cubría lo esencial, me acomodé en nuestra habitación, esperándolo con ansias.


Cuando entró, nuestros ojos se encontraron inmediatamente, y pude ver el deseo reflejado en su mirada. Caminé hacia él con seguridad, sintiendo la conexión entre nosotros más fuerte que nunca. Lentamente dejé que la toalla cayera, revelando mi cuerpo transformado, mis senos y mi figura completamente expuesta, lista para este momento que había estado anticipando.


—¿Qué estás tramando, cariño? —preguntó, cerrando la puerta detrás de él.

—Quiero devolverte todo lo que me has dado...

No hizo falta decir nada más; nuestros cuerpos se buscaron de inmediato. Nos besamos apasionadamente, y esta vez dejé que todo sucediera sin reservas. Cada caricia y cada beso fueron cargados de una conexión que nunca antes había sentido. Cuando llegó el momento, él se detuvo un instante para susurrarme:

—Cariño, voy a ponerme un condón...

Tomé su mano y lo miré a los ojos, con una mezcla de nervios y determinación.

—No, amor... quiero que sea al natural.

Su rostro mostró sorpresa, pero también un destello de preocupación.

—Pero, mi amor, podrías quedar embarazada...

—Lo sé, y lo quiero. Este es mi regalo para ti, para nosotros. Deseo sentirte completamente, sin barreras, y sí, también quiero llevar en mi vientre a nuestro hijo.

—¿De verdad? —preguntó, incrédulo pero emocionado.

—Nada me haría más feliz que dar vida al fruto de nuestro amor.

Su mirada se suavizó, llena de amor y devoción.

—Te amo tanto... Este fin de semana será el inicio de algo hermoso, mi amor.

Nos besamos profundamente, y lo que siguió fue una mezcla de pasión y ternura. Mientras me entregaba a él, sentí cómo mi cuerpo respondía con una intensidad desconocida. Cada movimiento era una afirmación de mi decisión, de mi nueva identidad, de nuestro amor.


En un momento, mientras me abrazaba con fuerza, susurró con urgencia:

—Mi amor, me voy a venir... ¿estás segura que lo quieres dentro?

Sin dudarlo, respondí:

—Sí, por favor. Lléname, quiero que tu semilla quede en mí.

Fue un momento indescriptible. Sentí cómo me llenaba, cómo su amor se derramaba dentro de mí mientras nuestros cuerpos permanecían unidos. Sus labios buscaron los míos, sellando el momento con un beso cargado de emoción.


Después de esa noche mi vida se transformó por completo. Me sentía más conectada a él, más segura de mi lugar a su lado. Los días pasaron, y poco a poco me fui integrando aún más en mi nueva vida. Las vecinas me acogieron como una de ellas, y nuestras reuniones para tomar té o café se convirtieron en mi momento favorito del día. Hablábamos de la familia, de los hijos, de la vida de casadas, y aunque al principio esas conversaciones me resultaban extrañas, ahora eran una parte esencial de mi día a día.


Cada día que pasaba me sentía más cómoda, más completa, y más enamorada de mi esposo. Había encontrado mi lugar, y no podía imaginar una vida diferente.

El sexo se volvió algo habitual, una parte esencial de nuestra relación que ahora genuinamente disfrutaba. No era solo un acto físico; era una forma de conexión profunda entre mi esposo y yo, un lenguaje que habíamos aprendido a hablar sin palabras. Cada noche, cuando me abrazaba o me besaba, sentía cómo nuestro vínculo se fortalecía.

Pero no solo eran esos momentos de pasión lo que definían nuestra vida juntos. Las cenas románticas que organizaba se convirtieron en algo que esperaba con ansias. A veces, preparaba sus platillos favoritos, decoraba la mesa con velas y flores, y me ponía el vestido más bonito que tenía. Él siempre notaba los detalles, el esfuerzo, y me recompensaba con una sonrisa que derretía cualquier inseguridad que pudiera tener.


Durante esas cenas, sus besos eran intensos, apasionados. Podía sentir cómo sus labios recorrían mi cuello o sus manos encontraban mi cintura mientras me susurraba lo hermosa que estaba. Cada gesto suyo me hacía sentir especial, deseada, y profundamente amada.




Los días pasaron y, como si fuera una evolución natural, me sentía más conectada a este cuerpo, a este rol de esposa y futura madre. Había aprendido a disfrutar de los pequeños momentos de la vida doméstica, pero aún había algo más profundo que comenzaba a tomar forma. Los cambios en mi cuerpo, los antojos extraños, y una creciente sensación de cansancio, me hicieron pensar que algo más estaba ocurriendo.


Un día, mi madre, con su mirada astuta, me dijo entre risas: "Creo que podrías estar embarazada."


Mi corazón se detuvo por un momento. ¿Embarazada? La idea me parecía un sueño, pero al mismo tiempo sentí una chispa de emoción. Hice una prueba y, para mi sorpresa, el resultado fue positivo. En lugar de miedo, sentí una alegría inmensa al saber que tendría un hijo, una nueva vida crecía dentro de mí.


Mi esposo, siempre tan atento, me cuidaba aún más, especialmente ahora que mi cuerpo ya no era el mismo. Su apoyo y cariño me hacían sentir que finalmente había encontrado mi lugar en este nuevo cuerpo, en esta nueva vida. Cada vez que acariciaba mi vientre, me sentía más conectada con él y con el futuro que me esperaba como madre. La transformación me había cambiado por completo, y aunque había momentos de inseguridad, él estaba ahí, reafirmando todo lo que habíamos logrado juntos.


"Estoy tan orgulloso de ti," me dijo una noche, mientras acariciaba mi barriga.


—"¿De verdad lo crees?" le respondí, con lágrimas en los ojos.


Él sonrió, y sus palabras me llenaron de felicidad. No solo me había transformado física y emocionalmente, sino que también había aprendido a abrazar esta nueva identidad que, de alguna forma, se sentía como la verdadera.


Con mucha ilusión, sabíamos que nuestro amor nos había regalado un hijo. Mi cuerpo, que antes era tan ajeno a mí, ahora se sentía completamente diferente. Mis pechos, mis caderas, incluso la forma en que mi cuerpo reaccionaba a sus caricias; todo era nuevo. Mi deseo de ser madre creció a medida que mi embarazo avanzaba. Cada vez que teníamos sexo, se volvía más excitante pensar que estábamos trayendo al mundo a un niño fruto de nuestro amor. La sensación de estar completando nuestra unión con la vida me envolvía.


Sin embargo, el deseo no disminuyó. Al contrario, se intensificó. Ver cómo mi barriga crecía junto a mis senos y pezones me hacía sentir más mujer que nunca. Sentía un deseo insaciable, como si mi transformación hubiera despertado una necesidad más profunda dentro de mí. A medida que avanzaba mi estado de gestación, mis ganas de sexo aumentaban. Era una mezcla de emociones, de querer estar más cerca de él, de querer disfrutar de lo que mi cuerpo se estaba convirtiendo. Y aunque, por precaución, dejamos de practicar penetración vaginal cerca de los 8 meses y medio, nuestra vida sexual no disminuyó en lo más mínimo. Nos entregamos al sexo oral, y en momentos más íntimos, al sexo anal.


Pronto, sería madre. Y por primera vez, sentí que la transformación había sido una bendición, una oportunidad para redescubrirme como mujer, esposa y madre. Todo lo que había experimentado desde el principio, desde la confusión y la incomodidad de mi cambio hasta la aceptación total de mi nueva identidad, me había llevado a este momento. Finalmente, me sentía completa.



viernes, 15 de noviembre de 2024

Monica

 Tomar la decisión de someterme a esa operación fue súper difícil, de verdad. Todavía hay días en los que me siento rara, como si fuera una persona diferente, pero al final siento que fue lo mejor que pude hacer por mí. No sé si lo pensaba antes, pero hoy, mirando al espejo, estoy feliz con lo que veo.


Cuando pienso que hace solo unos meses era un chico de 19 años, me parece raro, como si hablara de otra vida. Mi cara, antes más joven, ahora tiene arrugas que me hacen ver más madura. Y esas arrugas me gustan, porque me recuerdan todo lo que he vivido, todo lo que he superado. Mi cuerpo también cambió, mucho más de lo que pensaba. Cuando era hombre, siempre estaba obsesionado con el gimnasio, pero ahora, cuando me miro, me siento más feliz con mis curvas. Mis piernas, mis nalgas, mis caderas… todo es más grande y redondeado, pero de una forma que me hace sentir bien. Antes me preocupaba demasiado por tener un cuerpo delgado, con los músculos marcados, pero ahora, de alguna manera, me gusta más lo que tengo.



Mis pechos, por ejemplo, al principio me parecían extraños, pero ahora los siento tan naturales, como si siempre hubieran sido parte de mí. Me encanta cómo se sienten, cómo me veo con ellos. Y la vagina… al principio fue raro, la verdad. Pero ahora, cada vez que pienso en lo que tengo entre las piernas, me siento como una mujer de verdad. No solo por el cambio físico, sino por todo lo que eso representa.



Nunca pensé que diría esto, pero estoy contenta de no haber optado por tener el cuerpo de una mujer joven, con la piel tersa y el cuerpo delgado. A veces sí miro a esas chicas y siento envidia, pero luego miro mi reflejo y pienso, "Esto es lo que soy, esto es lo que siempre quise ser". Mi cuerpo está lleno de historia, de vivencias, y eso me encanta. Ya no me importa si soy joven o vieja, delgada o curvy. Lo que me importa es que ahora soy yo, de verdad.


Y todo eso lo puedo compartir con él. Mi jefe, bueno, ahora mi esposo, me ha mostrado una forma de ser mujer que nunca imaginé. Él me apoya de una manera que ni en mis mejores sueños creí que sería posible. No solo me ha ayudado a adaptarme a este cambio físico, sino que también me ha mostrado lo que significa el amor verdadero. Me ama tal como soy, sin pedirme nada más. Y por eso, yo le doy todo lo que soy.


Soy la esposa que él quería, la que siempre soñé ser: cariñosa, atenta, disponible para él. Me esfuerzo por ser la mejor mujer que puedo ser, no solo para mí, sino para él. Él me hace sentir valiosa, y me da una seguridad que antes nunca pensé que podría tener. No solo por lo que soy físicamente, sino por lo que somos juntos.



Así que sí, hoy soy feliz. Mi vida no es perfecta, ni como la imaginaba cuando era joven, pero es la vida que siempre quise. Tengo todo lo que necesito: amor, paz, y la certeza de que tomé la decisión correcta. Y no cambiaría ni un solo segundo de todo este proceso, porque me hizo ser quien soy hoy.