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Kamui

domingo, 3 de noviembre de 2024

Sra welsh

Cuando regresé al vecindario, todo parecía igual, pero yo era irreconocible. Con el cuerpo de una mujer madura, curvas exuberantes y una piel suave como la seda, era Brittany, la nueva esposa del señor Welsh. Nadie, ni siquiera mi propia familia, sospechaba que alguna vez fui alguien distinto. Asumí mi papel de ama de casa y esposa, una transformación tan radical que apenas recordaba mi vida pasada.


Todo comenzó cuando el señor Welsh, un hombre mayor y misterioso, me hizo una propuesta que me dejó atónito. Al principio, pensé que era un juego o una broma extraña, pero sus intenciones se volvieron claras rápidamente. Welsh deseaba una esposa que se ajustara a sus necesidades exactas, alguien que fuera su “muñeca” perfecta. Con hormonas, cirugías y un régimen estricto de feminización, me moldeó a su ideal: una mujer voluptuosa y completamente suya.


Después de rechazar sus avances y propuestas, Welsh me secuestró. Me llevó a un lugar aislado y frío, y allí comenzó un proceso de “reeducación”. No solo me administró hormonas sin descanso, sino que también planeó cada aspecto de mi feminización. Al principio, me resistí con todas mis fuerzas, pero con el tiempo, él hizo imposible cualquier resistencia. Las cirugías, las sesiones de entrenamiento en cómo caminar, hablar y comportarme como una mujer sumisa, todo formaba parte de su plan meticuloso para convertir a un joven sin importancia en la esposa perfecta.




Recuerdo la primera vez que me miré en el espejo después de las cirugías finales. Tenía un rostro delicado, ojos grandes y labios carnosos, pero lo que más llamaba la atención eran mis caderas anchas y pechos redondeados, que no pasaban desapercibidos. Al verme, Welsh sonrió y dijo: “Eres la esposa perfecta”. Y, a partir de ese momento, ya no era más que Brittany, la esposa dedicada del señor Welsh.

Las primeras semanas fueron un choque de emociones. Ser una mujer, y especialmente una “bimbo” madura como él me había moldeado, requería toda una adaptación. Welsh me enseñó a maquillarme de forma exagerada, a usar ropa ajustada que destacara mis curvas, y me daba consejos sobre cómo “comportarme” en público para parecer más dócil y deseable. Me llenaba de una extraña mezcla de sumisión y orgullo ser la mujer que él había creado.


La vida de ama de casa tenía sus peculiaridades, especialmente en el ámbito íntimo. Desde el principio, Welsh no dudaba en mostrar su afecto de manera posesiva. El sexo se volvió una parte central de nuestra relación; al principio, era incómodo y humillante, pero luego se convirtió en algo rutinario y, en algún nivel, hasta adictivo. Su dominio sobre mí, sus caricias bruscas y su forma de besarme mientras me decía que “era toda suya” me hacían sentir deseada, aunque a veces también vulnerable. A menudo me dejaba su marca: su semen en mi interior era como un recordatorio de quién era ahora. Al verme en el espejo después de cada encuentro, el rastro de su amor en mí me hacía sentir extrañamente completa, como si realmente fuera su esposa en cuerpo y alma.

Mi rutina diaria pronto se convirtió en algo tan natural que apenas recordaba mi vida anterior. Me levantaba temprano, preparaba el desayuno, limpiaba la casa y me vestía para ser la esposa ideal. Con tacones altos, vestidos entallados y una lencería delicada que resaltaba mis formas, cada día era una declaración de mi feminidad. Welsh insistía en que siempre estuviera impecable, que fuera su “muñeca de porcelana” lista para él en cualquier momento. Cada vez que le preparaba el café o le servía la comida, él me daba una nalgada cariñosa, recordándome mi lugar en su vida.


Mi transformación también significaba integrarme en la comunidad de nuevamente pero esta vez  como una mujer, la mujer que era ahora. Welsh me llevaba a eventos sociales, donde otras mujeres me miraban con una mezcla de curiosidad y morbo. Me volví amiga de otras amas de casa, mujeres con las que compartía charlas sobre los desafíos de ser esposas y el “trabajo” de mantener el hogar en perfecto orden. Con el tiempo, aprendí a reír, a charlar y a compartir consejos de cocina y belleza como cualquier otra mujer del vecindario.

En una ocasión especial, durante un evento comunitario, Welsh me llevó. Usé un vestido rojo ajustado que resaltaba mis curvas, y me sentí como una verdadera reina mientras danzaba con él. Su mirada de deseo mientras me abrazaba me llenaba de una mezcla de amor y sumisión. Esa noche, mientras él me susurraba al oído que era “todo lo que siempre soñó”, me sentí completamente suya.

Con el paso del tiempo, mi pasado parecía un sueño lejano. Un día, mientras organizaba cosas en casa, encontré un vieja foto, una foto de mi vida anterior, cuando el me secuestró. Al ver las imágenes de mi antiguo yo, sentí un nudo en la garganta, pero al mirar mi hogar, sentí el calor de su amor y el deseo en sus ojos. Había elegido este camino y, aunque era extraño y, en muchos sentidos, extremo, también era profundamente satisfactorio.

Ahora, cuando salgo al vecindario, no hay rastro de quien fui. Soy Brittany, la nueva esposa del señor Welsh, una mujer que, aunque moldeada y “programada” a su deseo, había encontrado en esa vida una nueva identidad y un extraño sentido de pertenencia. Mirando por la ventana, veo a mis antiguos vecinos y sonrío. Esta es mi vida ahora, y aunque algunos días siento una leve nostalgia por mi antiguo yo, sé que he encontrado un nuevo hogar y, en algún retorcido sentido, una nueva felicidad.


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