Desde mi segunda pubertad, mi vida dio un giro que nunca imaginé. Ver mi cuerpo de chico transformarse lentamente en el de una mujer fue una experiencia extraña, pero emocionante. Las mañanas frente al espejo se convirtieron en una mezcla de fascinación y desconcierto, viendo cómo mis hombros se estrechaban, mi cintura se definía y mis caderas se ensanchaban. Mis pechos crecieron poco a poco hasta volverse redondos y llenos, y mi piel adquirió una suavidad que parecía imposible. Incluso mi voz se volvió más dulce, más femenina.
Al principio, odié los cambios. Sentía que estaba perdiendo mi identidad, pero con el tiempo aprendí a disfrutar de mi nueva apariencia. Los vestidos ajustados realzaban mis curvas, y la ropa interior de encaje se sentía deliciosa contra mi piel. La atención que recibía ahora era nueva para mí, intensa y constante.
La atención que recibía ahora era abrumadora, pero había alguien que no perdía oportunidad de demostrarme cuánto me quería: Alex, mi mejor amigo. Siempre estaba invitándome a salir. Aceptaba, claro, ¿por qué no? Él pagaba, y sus intentos de ser romántico a menudo me hacían reír. Pero cuando intentaba algo más serio, lo bajaba de su nube con una sonrisa y una excusa.
Sin embargo, todo cambió hace unos meses. En un arranque de curiosidad —y para jugarle una broma— decidí enviarle un mensaje al celular de su padre. No sé qué esperaba, tal vez solo reírme un rato, pero lo que sucedió fue mucho más intenso de lo que imaginé. Su padre respondió, y lo que empezó como una broma de mensajes se convirtió en algo más.
Hoy, Alex viene a mi casa. Lo cité porque ya no puedo seguir ocultándolo. Tiene que saber que llevo meses saliendo con su padre. Pero no es solo eso. También debo confesarle que lo nuestro ha sido todo menos "casto". Hemos estado teniendo sexo, y esas noches en ese motel barato han sido las más intensas y ardientes de mi vida.
Lo que comenzó como pequeñas dalidas y charlas discretas pronto se escalo en noches de pasión desbordada. Las paredes del motel, impregnadas del olor de nuestra lujuria, son testigos de cada gemido, cada caricia y cada momento en el que me rendí completamente a él. Su padre… su padre es un semental en toda la extensión de la palabra. Me hace sentir cosas que jamás pensé posibles, llenándome de una manera imposible de describir.
Siempre termina dentro de mí o sobre mi rostro, marcándome como suya. Algunas veces, incluso mi aliento lleva ese aroma inconfundible de su masculinidad, y yo, como una niña traviesa, voy al baño a lavarme la cara antes de regresar a casa. Siempre uso la excusa de que fui al gimnasio, justificando mis piernas temblorosas y mi agotamiento con un "entrenamiento intenso". Pero la verdad es que el único "ejercicio" que había hecho era aguantar el peso de su cuerpo mientras me llevaba al límite.
De solo recordarlo, siento cómo mi cuerpo reacciona. Mis pezones se ponen duros, y mi entrepierna se humedece al recordar esos momentos.
Escucho su auto estacionarse afuera. Lo veo bien vestido con un traje y un ramo de grande de rosas...Mi corazón late con fuerza. Abro la puerta y lo veo sonreír, confiado, sin saber lo que está a punto de escuchar. Me siento frente a él, respiro hondo y digo:
—Alex, hay algo que necesito decirte. Espero que me entiendas...
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