Ya no hay vuelta atrás. He dejado de luchar contra lo inevitable. Acepté mi feminidad por completo, dejé que me moldeara, que me transformara. Ahora, soy una mujer en todos los sentidos, desde el peso de mis senos que siento cada mañana hasta la suavidad de mis muslos al cruzar las piernas. Mi polla… bueno, ya no la considero parte de mí. Es solo un triste recuerdo, un vestigio sin uso. No sirve para nada, y ni siquiera puede ponerse dura. Lo único real ahora es el calor entre mis piernas, mi coño palpitante cuando me excito, cuando sé que pronto alguien lo llenará.
Al principio, intenté aferrarme a la idea de que aún tenía control, de que podía ser una mujer sin rendirme del todo, pero mis vecinas me enseñaron la verdad. La feminidad no es solo apariencia, es entrega. Me mostraron cómo vestirme para que los hombres me miraran, cómo mover las caderas con cada paso, cómo inclinarme para que mi escote hablara por sí solo. Me llevaron de compras, me hicieron probar lencería, vestidos ajustados, tacones altos. Me enseñaron a maquillarme, a usar perfume, a sonreír de la manera justa para atraer la atención.
El trabajo también cambió. Pasé de ser un simple empleado de oficina a una recepcionista sonriente, servicial y siempre bien arreglada. Mis jefes disfrutan verme caminar por los pasillos, sus ojos recorriéndome de arriba abajo.
Sé lo que piensan cuando me inclino sobre el escritorio, cuando muestro un poco más de pierna. Algunos ya han cruzado la línea, han deslizado sus manos sobre mi trasero, han susurrado cosas al oído… y yo, en lugar de resistirme, he aprendido a disfrutarlo. No es acoso si lo disfruto, si me hace sentir deseada, si termino en la oficina del jefe después del horario de trabajo con mis rodillas en el suelo y la boca llena.
Pero mi vida sexual no se limita a la oficina. En casa, mis vecinas me han introducido a un mundo del que ya no quiero salir. Me llevaron a bares, me presentaron hombres. Descubrí lo que significa ser tomada, ser poseída, ser tratada como la mujer que soy. Al principio, solo dejaba que me usaran como cualquier otra, sintiendo cómo sus cuerpos me llenaban, cómo me hacían gritar de placer… pero luego descubrí algo aún más vergonzoso: mi trasero. Aunque tengo un coño, aunque puedo sentir cómo me penetran y me llenan de semen cada noche, hay algo en ser tomada por detrás que me vuelve loca.
En la última semana, cuatro hombres diferentes me han usado de esa manera. Me dijeron que un coño como el mío es un privilegio, pero que no podían resistirse a mi trasero. Y yo… yo simplemente me puse en posición, ofreciéndome sin dudar. Ahora, cuando camino por la calle, siento el eco de sus embestidas, el ardor de las marcas en mi piel. Pero camino con la cabeza en alto, porque soy una mujer completa. Una que ya no se niega nada.
Me levanto cada mañana, me visto con ropa ajustada, voy al trabajo, coqueteo con mis compañeros, recibo cumplidos, sonrío con picardía… y cuando llega la noche, dejo que la rutina se repita. Dejo que me llenen, que me usen, que me conviertan en lo que siempre debí ser.
Esta es mi vida ahora, y no quiero que cambie nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es inportante para el equipo del blog, puesdes cometar si gustas ⬆️⬇️