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Kamui

domingo, 30 de marzo de 2025

Prisiónero


Nunca pensé que mi vida acabaría tan rápido. Solo tenía 20 años cuando me metieron a la prisión estatal por un estúpido robo con mis amigos. 10 años de condena. Mi madre lloró en el juicio, mi padre ni siquiera apareció. "Era cuestión de tiempo", dijeron algunos.


No era el peor lugar del mundo, pero aquí adentro la ley era otra. En mi primer mes aprendí rápido: no hacer contacto visual, no hablar de más y, sobre todo, no mostrar miedo. Pero ser joven, delgado y con cara de niño bonito me convertía en un blanco fácil. Me sentía como una presa rodeada de depredadores, esperando el momento en que alguien decidiera reclamarme como suyo.


Fue entonces cuando conocí al Viejo Ramón.


Era un anciano de barba canosa, con la piel curtida y ojos que habían visto demasiado. Se decía que llevaba más de 30 años en prisión. Nadie sabía por qué aún estaba ahi, si su condena ya habia terminado, pero todos lo respetaban. Se pasaba las tardes mirando por la ventana, como si esperara algo.

Un día, cuando me vio con la mirada desesperada, me llamó con un gesto.


—Escucha, muchacho… Hay una forma de salir de aquí.

Lo miré con escepticismo.

—¿Un túnel? ¿Un guardia corrupto?

Él soltó una carcajada seca.

—No, nada de eso. Algo mucho más… antiguo.

Se inclinó hacia mí y susurró:

—El viento.

Fruncí el ceño.

—¿El viento?

Ramón asintió.


—Hace muchos años, existía un hechizo. Un billete que, si lo dejabas volar con la brisa, encontraba a alguien con quien cambiarías cuerpos. No podías elegir con quién… solo la suerte decidía.

Lo miré con incredulidad.

—Eso es una locura.

—¿Ah, sí? —dijo con una sonrisa torcida—. Entonces dime, ¿qué harás cuando los demás te quieran como su "novia"?

Mi estómago se revolvió. Sabía que tenía razón.

Esa misma noche, cuando mi compañero de celda roncaba, tomé un viejo billete arrugado y lo sostuve con manos temblorosas.

Si esto funcionaba, sería mi única oportunidad.

Lo dejé ir.


La brisa nocturna lo atrapó y lo llevó lejos, desapareciendo en la oscuridad.

Horas después, desperté en un cuerpo completamente nuevo.

Lo primero que noté fue que ya no estaba en la celda. El colchón bajo mi cuerpo era suave, la brisa cálida entraba por una ventana abierta, y el aroma a perfume femenino flotaba en el aire.

Pero lo peor vino cuando intenté moverme.

Un peso extraño tiraba de mi pecho y mi centro de gravedad estaba cambiado. Miré hacia abajo y vi dos enormes senos, pesados y redondos, cubiertos solo por un camisón de seda. Mi piel era más suave, mis manos más delicadas… y al deslizar las sábanas, descubrí un par de piernas largas y torneadas.


Corrí al espejo más cercano y casi me desmayo.


Ya no era un chico de 20 años. Ahora era una mujer… y no cualquier mujer.


Mi reflejo mostraba a alguien en su treintena, con un rostro maduro y seductor, labios carnosos y una melena oscura que caía en ondas sobre mis hombros. Mis caderas eran anchas, mi trasero grande y redondeado, y mi cintura estrecha. Todo en mí gritaba feminidad absoluta.


Me giré, jadeando, sintiendo la falta de algo entre mis piernas y la nueva suavidad de mi piel. Había funcionado… pero, ¿quién era esta mujer?


Antes de que pudiera procesarlo, una voz masculina me sacó de mis pensamientos.


—Cariño, ¿te sientes bien?


Me congelé.


Un hombre estaba en la puerta del dormitorio, mirándome con ternura. Era alto, fuerte y vestía solo un bóxer. Su expresión era de preocupación… y afecto.


Mi corazón latía descontroladamente. Quienquiera que hubiera sido antes… ahora tenía una vida, un hogar, y un marido.


Años después…


El sonido de la batidora y el dulce aroma del pan horneado llenaban mi pequeña pastelería. "Dulce Tentación", así llamé al negocio que abrí en un pueblo costero. Nadie sospechaba nada. Para ellos, yo era simplemente "Mariana", la atractiva esposa del panadero local, la que preparaba los mejores postres de la zona.



Porque sí, la persona con la que cambie fue una mujer,  recién casada. Había despertado en su luna de miel, en un hotel de lujo, con un esposo que la amaba profundamente. No supe qué había pasado con la otra alma que había tomado mi lugar en la prisión … y preferí no pensarlo.


Los primeros días fueron un infierno. Intentar actuar como una esposa cuando no sabía nada de su vida, sus costumbres o incluso cómo manejar mi nuevo cuerpo. Pero aprendí.


Con el tiempo, me acostumbré a la rutina, a la manera en que mi nueva figura se movía, a la suavidad de la ropa de mujer, a la forma en que los hombres me miraban… a la libertad que, irónicamente, nunca había conocido como hombre.

Aprendí a maquillarme, a vestir ropa que resaltara mis curvas, a caminar con tacones altos. Me convertí en la mujer que todos deseaban. Abrí una pastelería y me establecí en este pequeño pueblo, donde nadie hacía preguntas.


Aún conservo ese vijo billete arrugado


A veces, en las mañanas cuando mi marido no esta en casa, cuando estoy libre... en mi casa me pregunto …



¿Realmente escapé?


O tal vez solo encontré una prisión diferente… envuelta en encaje, tacones y susurros al oído.


🌿Epílogo🌿


El cuarto estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Mis piernas temblaban, mi respiración era entrecortada y mis uñas se aferraban a las sábanas mientras mi marido empujaba más profundo dentro de mí.


—Dios, Mariana… —su voz era un gruñido ronco en mi oído mientras sus manos fuertes se aferraban a mis anchas caderas, jalándome hacia él con cada embestida.


Yo solo podía gemir, sintiendo mi cuerpo rendirse completamente al placer. Era imposible describir lo que sentía… cómo el calor me invadía, cómo cada movimiento hacía que mi piel se erizara. El sudor se deslizaba por mi espalda mientras mis senos rebotaban con cada impacto.


¿Cuándo me volví así?



No era la primera vez que lo hacíamos, pero cada vez que sentía su gruesa virilidad dentro de mí, algo en mi interior se encendía. No podía negarlo… me gustaba. Lo necesitaba.



Me mordí el labio cuando él tomó mis muñecas y me presionó contra el colchón, inmovilizándome mientras tomaba el control. Mi trasero se levantó instintivamente, dándole más acceso, y mi respiración se entrecortó cuando su mano bajó por mi espalda hasta mi redondeado trasero.


—Esta noche quiero probar algo más… —susurró contra mi cuello, su aliento caliente haciéndome estremecer.


Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí la presión en mi otro agujero.


—Espera… —intenté protestar, pero mi propio cuerpo traicionó mis palabras, relajándose de manera instintiva.

No… esto no podía ser real.

Él empujó con cuidado al principio, haciendo que un escalofrío me recorriera. Pero cuando la punta finalmente entró, un gemido gutural escapó de mis labios.

Era tan invasivo… tan intenso… pero al mismo tiempo, tan increíblemente placentero.


Mi marido gimió mientras se hundía más, sus manos sosteniendo mi cadera con fuerza.

—Mierda, Mariana… eres tan apretada…

Mi mente se nubló mientras mi cuerpo se adaptaba a la nueva sensación. Era una mezcla de dolor y placer, pero lo peor… o lo mejor, era que me encantaba.




Recordé la prisión.


Las noches de insomnio, el miedo de ser tomado a la fuerza, el horror de pensar en convertirme en la perra de alguien. Y ahora… ahora lo deseaba.


Había cambiado la celda fría y sucia por un dormitorio cálido y cómodo. Los grilletes por encaje y perfume. La violencia por placer.


Cuando mi marido aumentó el ritmo, sentí cómo todo mi cuerpo vibraba. Mi enorme trasero chocaba contra él con cada embestida, el sonido húmedo llenando la habitación junto con mis gemidos descontrolados.


—Dime que te gusta… —gruñó contra mi oído.


Mi orgullo intentó resistirse, pero mi cuerpo ya había tomado la decisión por mí.


—Sí… —jadeé—. Me encanta… por favor, sigue…


Y cuando finalmente alcanzamos el clímax juntos, grité su nombre con una voz que ya no me pertenecía.

Me incline para limpiar la polla,  ahce apenas  unos momento esta dentro mi culo...



Chupado, exhausta, sintiendo cómo su semilla caliente goteaba entre mis piernas. Me giré lentamente y lo miré a los ojos.

Él me abrazó, besando mi frente con ternura.

—Te amo, Mariana.


Yo solo asentí, dejando que su calor me envolviera.

Porque en ese momento, me di cuenta de algo aterrador.

Nunca había sido tan libre… y nunca había estado tan atrapado.

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