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Kamui

sábado, 10 de mayo de 2025

Tres nuevas vidas como MILFs…

 


Historia 1 – La esposa perfecta

Diego siempre había observado a doña Isabel, su vecina del 4B. Una mujer madura, voluptuosa, que siempre usaba vestidos ajustados y hablaba con una voz dulce que hacía estremecer a cualquiera. Nunca imaginó que un día despertaría en su cuerpo.



El primer indicio fue el peso en su pecho. Abrió los ojos lentamente, sintiendo un cosquilleo en los pezones mientras el aire fresco de la habitación acariciaba la piel desnuda. Cuando miró hacia abajo, sus manos temblorosas encontraron dos montañas suaves y pesadas que se movían al ritmo de su respiración. Al tocarse, un gemido bajo y femenino escapó de sus labios pintados de rosa. "¿Qué...?" se llevó una mano a la boca, sintiendo el esmalte de uñas rozar sus mejillas. Era Isabel.


Diego se levantó tambaleante, sintiendo cómo sus caderas oscilaban con cada paso, como si sus piernas hubieran sido reemplazadas por las de una diosa curvilínea. El camisón de seda se deslizaba sobre su trasero redondeado, marcando cada pliegue, cada curva. Se acercó al espejo del dormitorio y ahí estaba: Isabel, la mujer de 43 años con un rostro ligeramente maquillado, pestañas largas y unos labios carnosos que imploraban ser besados.


—Esto no puede estar pasando —murmuró, llevando las manos a sus nuevos senos, apretándolos suavemente, sintiendo el peso, la sensibilidad, el calor que emanaba de ellos. Una descarga eléctrica le recorrió la columna al rozar los pezones, ahora más grandes, oscuros y duros.


No tuvo mucho tiempo para procesarlo. La puerta del dormitorio se abrió y ahí estaba Raúl, el esposo de Isabel. Un hombre robusto, de manos grandes y mirada oscura que recorría el cuerpo de Diego sin sospechar lo que realmente estaba ocurriendo. Raúl se acercó con una sonrisa torcida, sus ojos clavados en las caderas anchas de su "esposa".


—¿Lista para empezar el día, cariño? —preguntó mientras sus manos fuertes se posaban en las caderas de Diego, acercándolo a su cuerpo musculoso. Diego quiso apartarse, pero el roce de aquellos dedos grandes contra su piel le arrancó un jadeo suave y femenino.


La primera vez que Raúl lo tomó fue en la cama matrimonial. Diego intentó resistirse, pero sus pezones se endurecieron ante el toque de aquellas manos ásperas. Sus labios, ahora suaves y carnosos, se abrieron para recibir los besos de Raúl, mientras sus piernas se enredaban alrededor de su cintura sin poder evitarlo. El olor a colonia masculina, el peso del cuerpo de Raúl sobre él, la forma en que sus caderas se movían contra su trasero redondeado, todo lo hacía sentir atrapado en un torbellino de placer y confusión.


Ahora, semanas después, Diego se ha convertido en Isabel en todos los sentidos. Cocina el desayuno cada mañana con un delantal ajustado que se ciñe a sus caderas, sintiendo las marcas de dedos que Raúl dejó en su carne la noche anterior. Sus pezones duelen contra la tela fina, aún sensibles por lo que sucedió en la cama.


Mientras remueve los huevos, siente una humedad entre sus piernas. "¿Esto es lo que Isabel sentía cada vez que Raúl la tocaba?" piensa, llevando una mano disimuladamente bajo el delantal, rozando sus muslos internos. Cierra los ojos, recordando los gemidos que escaparon de su boca mientras Raúl lo hacía suyo una vez más.


—Antes era Diego… —susurra, pasando la lengua por sus labios pintados, saboreando el leve rastro de pintalabios—. Pero ahora soy la señora del 4B. Y me encanta ser su esposa.


Historia 2 – La impostora que cayó



Luis siempre había caido mal a doña Gloria, la vecina solitaria del 2A. Era una mujer amargada, siempre espiando a los demás, criticando a todos y la cual lo habia delatado taveces por las travesuras que hacie en edificio. Y ahora… él es ella.



Lo primero que sintió al despertar fue el peso abrumador de sus senos. Grandes, flácidos, con pezones oscuros que rozaban contra la tela fina del camisón de Gloria. Cuando intentó levantarse, sus caderas amplias se balancearon pesadamente, y el trasero rebotó con cada paso. Sentía la piel más suelta, el vientre blando, y un dolor sordo en la parte baja de la espalda, como si el cuerpo de Gloria estuviera acostumbrado a cargar con ese peso a diario.


Se acercó al espejo del dormitorio y ahí estaba ella: el rostro de una mujer de 52 años, con ojeras pronunciadas, labios finos y un gesto perpetuo de amargura. Luis se llevó las manos al rostro, pero no pudo evitar mirarse fijamente. "¿Cómo puede alguien vivir así?" pensó mientras sus dedos recorrían el cuello delgado, la papada ligeramente colgante, los hombros redondeados por el paso del tiempo.


El día transcurrió en silencio. Nadie llamó a la puerta. Nadie se preocupó por ella. Luis se quedó sentado en el sofá, viendo la televisión sin prestar atención. Cada movimiento hacía que sus pechos se balancearan incómodamente, y cada vez que cruzaba las piernas, la carne de sus muslos se apretaba dolorosamente. La soledad era palpable. Era un silencio que le recordaba lo insignificante que era Gloria para los demás.


Hasta que apareció José.


Era un hombre robusto, con barba descuidada y una mirada hambrienta que se clavó en el cuerpo de Gloria desde el momento en que abrió la puerta. Traía una botella de vino barato y una sonrisa cargada de intenciones. Luis intentó rechazarlo, pero la forma en que José le acarició el brazo, deslizando sus dedos ásperos por la piel flácida, le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda.


—¿Quien eres? —preguntó Luis, pero su voz salió temblorosa, débil, femenina.


—Vamos, Gloria… reconciliemonos —José dio un paso hacia él, acorralándolo contra la pared. Sus manos firmes se posaron en las caderas anchas, apretándolas con fuerza. Luis jadeó, sintiendo cómo los pechos grandes se aplastaban contra el pecho masculino de José. Era un contacto abrumador, y a pesar de sus intentos por resistirse, su cuerpo traicionaba sus pensamientos. Los pezones se endurecieron contra la tela fina del camisón, y un calor húmedo comenzó a formarse entre sus piernas.


—Por favor, no… —murmuró, pero cuando José acercó sus labios al cuello de Gloria y comenzó a besarlo, un gemido involuntario escapó de su boca.


José lo tomó esa noche contra la pared, en la cama, sobre el sofá. Cada vez que Luis intentaba decir "no", su cuerpo reaccionaba con más deseo. Sus piernas se abrían solas, sus manos se aferraban a la espalda de José, sus labios temblaban al sentir cada embestida. Las palabras se ahogaban en gemidos femeninos, y cuando José  terminó, Luis quedó tumbado, sudoroso, con el camisón arrugado y las piernas aún temblando.


Ahora, cada noche, José vuelve a visitarlo. Luis espera esos golpes en la puerta con un nudo en el estómago y un calor entre las piernas que no puede controlar. Se arrodilla ante él, abre las piernas sin pensar, sintiendo cómo su cuerpo flácido y maduro se adapta cada vez más al papel de Gloria.


—No soy Gloria… —susurra para sí mismo mientras José lo penetra una vez más—. Pero cada vez que él me toma, me siento menos hombre y más mujer.




Historia 3 – La ironía de Matías


Matías nunca entendió por qué Virginia, la vecina del 3C, siempre parecía tan sumisa con su esposo. Ella era una mujer hermosa, con un cuerpo de infarto y un trasero perfecto, pero siempre la veía limpiando, cocinando, atendiendo al marido como una sirvienta.



Ahora, él es Virginia. Y lo primero que siente al despertar es el peso abrumador en su enorme pecho. Dos senos exageradamente grandes, algo caidos, que se mueven suavemente con cada respiración. Cuando intenta sentarse. Sus manos tiemblan al recorrer su piel, descubriendo cada curva, cada centímetro de feminidad que ahora posee.


—¿Virginia? —la voz grave de su esposo retumba desde la cocina, y Matías salta del susto. Al mirarse en el espejo, ve a una mujer con ojos grandes, labios carnosos y un cuerpo diseñado para el pecado. El camisón de seda apenas cubre sus senos, dejando sus pezones duros y visibles a través de la tela fina. Su trasero se ve enorme, redondeado, y cada paso hace que rebote contra la tela del camisón.


Entra a la cocina con las piernas temblorosas, sintiendo el roce de los muslos gruesos entre sí. Su esposo está sentado a la mesa, con los ojos clavados en sus caderas.


— Amor  las ñinas se fueron a  la escuela, ya sabes lo que significaba — él, sin levantar la vista del periódico.


Matías asiente, pero su voz suena temblorosa. Mientras toma asiento y se propone a desayunar, al momento de terminara entrdo en su papel de esposa, recoje los platos y los lleva al lababo

En eso siente las manos grandes y ásperas de su "esposo" rodearle la cintura, atrayéndolo hacia su regazo. El aliento caliente de él le acaricia la nuca, y Matías cierra los ojos, tratando de no estremecerse. Pero su cuerpo lo traiciona: los pezones se endurecen y un calor húmedo se forma entre sus piernas.


—Ven aquí, nena —le susurra él, tirando suavemente de su cadera.


Matías intenta resistirse, pero sus nuevas caderas se mueven con una suavidad y sensualidad que no puede controlar. El hombre lo gira bruscamente, haciéndolo inclinarse sobre la mesa. Los senos se aplastan contra la madera fría, y Matías gime involuntariamente al sentir la dureza del hombre rozándole las nalgas grandes y redondeadas.


—¿Ves? Sabía que te gustaba —dice él, deslizando una mano por debajo del vestido ajustado, acariciando la carne suave del trasero de Virginia. Matías se estremece, mordiéndose el labio para no gemir. Pero cuando la mano grande y áspera le aprieta la cadera y lo penetra sin piedad, todo pensamiento desaparece.


Ahora, Virginia prepara la cena cada noche, sintiendo cómo su trasero grande y redondeado rebota con cada movimiento, los senos pesados balanceándose bajo los vestidos ajustados que su "esposo" le hace usar. Limpia la casa con la espalda arqueada, sabiendo que los ojos de él la siguen de cerca, esperando el momento de tomarla de nuevo.


Y cada vez que él llega del trabajo, Matías siente el nudo en el estómago, sabiendo lo que vendrá. Se arrodilla frente a él, abre los labios carnosos y lo toma en la boca, sintiendo el sabor salado y masculino llenar su boca.


—Antes era Matías… —susurra mientras lame sus labios manchados de semen, mirando a su "esposo" con ojos vidriosos—. Pero ahora soy Virginia, su mujercita obediente. Y cada vez que me penetra, sé que nunca volveré a ser el mismo.


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