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Kamui

domingo, 18 de mayo de 2025

Nuestras nuevas vidas.



Esta mañana comenzó como cualquier otra desde hace tres años. Me desperté temprano, como siempre, en la cama matrimonial que alguna vez fue de mi madre. Sentí el peso de mis senos al girar, la tela suave del camisón subiéndome por los muslos, la necesidad de orinar apenas abrí los ojos. Ya ni lo pienso. Me senté en la taza, bajé las bragas y oriné sentada, como cada mañana, como lo haría cualquier mujer.



Me lavé el rostro, me miré en el espejo. A estas alturas ya no me sorprende ver ese rostro maduro, esos labios gruesos pintados, ese cabello teñido perfectamente peinado. Me puse crema hidratante, me maquillé con delicadeza, coloqué los aretes, me abroché el sostén—el de encaje negro que levanta los pechos y resalta el escote—y bajé las escaleras en bata de seda para preparar el desayuno.


Mientras el café burbujeaba y los huevos se cocinaban en la sartén, el noticiero de la mañana decía algo que me dejó helada: “Las autoridades anuncian un programa experimental para revertir los efectos del Gran Cambio ocurrido hace tres años.”


Tuve que sentarme. La cuchara me temblaba en la mano. ¿Volver? ¿A mi cuerpo? ¿A ser aquel chico de 18 años?


El Gran Cambio… ese evento inexplicable que hizo que miles de personas cambiaran de cuerpo. En mi caso, fue con mi madre. Ella, una mujer madura, independiente, que trabajaba en una oficina de gobierno. Y yo, apenas un chico con toda la vida por delante.


Despertamos uno en el cuerpo del otro. Recuerdo cómo lloré. Cómo gritamos, cómo peleamos. Durante semanas. Pero no hubo solución. Así que nos vimos obligados a vivir la vida del otro. Ella fue a la universidad fingiendo ser yo. Yo... bueno, me convertí en ella. Su vida. Su rutina. Su cuerpo.


Al principio fue humillante. Tener que usar sostenes, pantimedias, depilarme las piernas, ponerme tampones. Sentir el flujo mensual, los calambres, el cambio de humor. Aprender a caminar en tacones, usar faldas ajustadas, tolerar las miradas de los hombres. Cada noche lloraba en silencio, sintiéndome atrapado en este cuerpo... con estas caderas anchas, este trasero prominente, estos senos que no podía ignorar al moverme.


Pero el tiempo pasó. Y me adapté.


Aprendí a moverme con gracia. A sonreír con seguridad. A maquillarme como una profesional. Empecé a salir con otras mujeres de la edad de mi madre. Al principio era para mantener las apariencias, pero después... me gustó. Me gustaba charlar, ir de compras, hablar de hombres, de moda, de sexo.


Sí, incluso eso.


Una noche, me dejé llevar. Salí con un hombre. Un conocido del trabajo. Alto, atractivo, atento. Me invitó a cenar. Me halagó. Me hizo sentir deseada. Y al final de la noche, terminamos en su departamento.


Lo dejé desnudarme. Dejé que acariciara mis pechos, mis caderas. Dejé que me besara el cuello mientras mis piernas se abrían. Y cuando me penetró… no fue dolor. Fue algo que me recorrió el cuerpo entero. Sentí cómo mis pechos se movían al ritmo de sus embestidas. Sentí su calor dentro de mí, su fuerza. Y cuando llegué al orgasmo... grité. Fue una explosión tan intensa, tan femenina, que no hubo vuelta atrás. Lloré después, pero no de arrepentimiento. Lloré porque algo dentro de mí había despertado. Porque ya no era "él". Era ella. Era yo.


Después de eso, mi vida siguió. Me enamoré. Sí, de verdad. De un hombre maravilloso. Era el jefe de mi madre, alguien con quien antes solo había cruzado palabras frías. Pero ahora... nos reímos, cocinamos juntos, hacemos el amor todas las noches, dormimos abrazados. Hace unos meses, me pidió que me casara con él... y le dije que sí.


Y justo hace unos días, empecé a sentir náuseas matutinas. Me dolían los pechos más de lo normal. Me hice una prueba de embarazo... y sí. Estoy embarazada.


Estoy llevando en el vientre un hijo que fue concebido en este cuerpo. Un bebé que crece en el útero que alguna vez fue de mi madre, pero que ahora es mío. Y yo lo amo. Amo esta nueva vida. Amo a mi prometido. Amo este cuerpo que he hecho mío. No quiero volver.


Mi madre, en mi antiguo cuerpo, parece estar encantada con su juventud recuperada. Apenas hablamos ya. No parece interesada en cambiar de nuevo.


Pero yo... yo tengo algo que perder. Tengo un hogar, una pareja, un hijo en camino.


Así que cuando vi esa noticia en el televisor, solo lo apagué. No dudé. Volví a la cocina, revolví los huevos y acaricié mi vientre redondeado, aún apenas notorio pero ya presente. Este es mi cuerpo. Esta es mi vida. Esta soy yo.


Y no la cambiaría por nada.


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