Ahora mismo, una verga gruesa se hunde en mi coño ardiente, palpitante, mientras otra juguetea con la entrada de mi culo, estirando con paciencia y presión cada anillo apretado. Estoy jadeando, temblando, con el cuerpo sostenido por dos hombres calientes, fuertes, masculinos… y no podría estar más viva.
¿Te sorprende? A mí también.
Era uno más: común, reprimido, atrapado en una rutina gris. Nunca supe lo que era ser deseado… hasta que encontré ese body.
Negro. Brillante. Ajustado como una segunda piel. Las transparencias justas para despertar cualquier instinto. Lo compré una madrugada, solo, desde la cama, con el corazón latiendo entre el morbo y la vergüenza.
Pensé que sería solo una prenda más, una fantasía privada. Pero en cuanto lo deslicé por mis piernas y lo subí por mi cuerpo, todo cambió.
Mi piel se encendió, como si miles de dedos invisibles acariciaran cada rincón. Una presión creciente en el pecho fue seguida por una expansión súbita: mis senos comenzaron a hincharse, redondos, firmes, pesados. Mis pezones se marcaron bajo la tela, sensibles a cada roce.
Un cosquilleo bajó por mi vientre. Mis genitales comenzaron a contraerse, a comprimirse, como si una boca húmeda los succionara lenta y deliciosamente. No dolía. Al contrario. Era como si estuviera siendo reescrito desde dentro, con cada fibra de placer. Grité. Me corrí. Y cuando todo se asentó, sentí algo nuevo… una apertura, un vacío húmedo y latente.
Un coño. Mi coño.
Me miré al espejo y ya no estaba él.
Estaba yo.
Una mujer , de curvas rotundas, cintura estrecha, labios carnosos y mirada hambrienta. Una perra. Una puta.
Y para mi sorpresa… me encantó.
Mis dedos se deslizaron entre mis piernas. Me toqué con ansias. Me descubrí como si fuera la primera vez. Me vine de nuevo, gritando un nombre que no conocía pero que ahora era mío: Sofía.
Desde entonces no he podido dejar de usar el body.
Lo necesito. Me llama cada noche. Me convierte en lo que realmente soy… o en lo que siempre quise ser. No estoy segura ya.
Esta noche no fue la excepción.
Salí con un vestido corto, apenas un trozo de tela que dejaba ver más de lo que cubría. Tacones altos que me hacían caminar como una puta. Y, por supuesto, sin bragas.
En el bar bastó una sonrisa y una mirada para atraerlos. Dos hombres, diferentes pero iguales: deseosos. No hicieron preguntas. Me invitaron a su departamento. Yo asentí, lamiéndome los labios como una perra en celo.
Ahora uno de ellos me tiene sujeta por las muñecas, empujando con fuerza en mi coño mientras jadeo sin vergüenza. El otro escupe sobre mi trasero y comienza a empujar, poco a poco, haciéndome arquear la espalda.
—Estás jodidamente apretada —gime uno.
—Tu culito es perfecto —gruñe el otro, entrando cada vez más hondo.
Me pregunto qué dirían estos tipos si descubrieran que hace unas horas era un tipo como ellos.
Pero no lo harán. No importa. Porque ahora soy suya.
Siento sus vergas llenándome, estirándome, frotando lugares que no sabía que podían dar placer. Me vengo una vez, después otra. Ellos siguen. Y yo no quiero que se detengan.
Soy su juguete. Su puta doblemente penetrada. Y lo amo.
En algún rincón de mi cabeza me pregunto:
¿En qué clase de mujer me estoy convirtiendo?
Pero esa duda se ahoga entre los gemidos, la piel contra la piel, la humedad, el sonido de cuerpos chocando. Porque la parte de mí que más manda —la más caliente, la más entregada— solo quiere más.
Y mientras mi coño se contrae apretando esa verga, y mi culo late acomodándose a la otra, solo puedo pensar en una cosa:
Mañana volveré a ponerme el body.
Mañana volveré a ser ella.
Y quizás esta vez…
no me lo quite nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es inportante para el equipo del blog, puesdes cometar si gustas ⬆️⬇️