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Kamui

martes, 13 de agosto de 2024

Un Nuevo Hogar, Un Nuevo Yo



El mundo cambió para siempre el día en que el virus de género comenzó a propagarse. Para muchos, fue una catástrofe; para otros, una revelación. Para mí, fue ambas cosas. En cuestión de semanas, mi cuerpo se transformó de manera radical e irreversible, dejándome atrapado en una nueva forma que nunca hubiera imaginado. Pero lo más doloroso no fue el cambio físico, sino la reacción de mis propios padres.



Profundamente religiosos y arraigados en sus creencias, mis padres no vieron mi condición como una enfermedad o un cambio desafortunado. Para ellos, era una abominación, un castigo divino. La noche que me echaron de casa, el frío y la oscuridad no fueron nada comparado con la helada indiferencia en sus ojos. Sin un lugar a dónde ir, me sentí completamente sola.


Fue entonces cuando los Wilson, mis vecinos, intervinieron. Siempre habían sido una pareja amable y generosa, pero nunca había imaginado cuán lejos llegarían para ayudarme. Me ofrecieron un hogar, un refugio seguro en medio de la tormenta que era mi vida. El señor Wilson, con su voz grave y reconfortante, me dijo que siempre había deseado tener una hija. En sus palabras encontré un consuelo que no sabía que necesitaba. Comencé a sentirme aceptada, querida, e incluso protegida.


La señora Wilson también fue increíblemente amable. Me ayudó a crear mi nueva identidad como “Connie”. Me enseñó a maquillarme, a elegir la ropa adecuada, a caminar con gracia. Todo lo que hacía era con una dulzura genuina, aunque a veces no podía evitar notar la sombra de tristeza en sus ojos. Sabía que el señor Wilson y ella habían intentado tener hijos durante años sin éxito. Me preguntaba si, en cierto modo, yo estaba llenando ese vacío en sus vidas.



Con el tiempo, me acomodé en mi nueva vida. Pero algo empezó a cambiar.  Yo comencé a pasar más tiempo con el señor wilson , mucho más de lo que una "hija" normalmente haría. Empecé con pequeños gestos: un roce de la mano, una mirada que duraba un poco más de lo necesario, una sonrisa que parecía tener un significado oculto. Al principio, el troto  de ignorarlo, convencido de que era calidades.


Dentro de mí, algo despertó. Un deseo que nunca antes había sentido. El señor Wilson no era solo un hombre mayor que me había dado un hogar; era atractivo, en una forma madura y poderosa. Su presencia me hacía sentir cosas que no había experimentado antes. Sabía que estaba mal, que era inapropiado, pero no podía evitarlo. La nueva “Connie” era una mujer, y esa mujer estaba empezando a descubrir su propio poder.


La señora Wilson, ocupada con sus actividades, no notó cómo las cosas entre su marido y yo se volvían más intensas. Pero yo lo noté. Y él también. El agradecimiento que sentía hacia él por haberme salvado de la miseria se transformó en algo más oscuro, más peligroso. Empecé a vestirme de manera más provocativa cuando él estaba cerca, a inclinarme un poco más cuando recogía algo, a reírme de sus chistes de una manera que sabía que lo excitaba.



Entonces, una noche, cuando la señora Wilson se fue de viaje a visitar a unos parientes, sucedió lo inevitable. Estábamos solos en la casa, y el ambiente estaba cargado de tensión. Me acerqué a él en la cocina, con un camisón de seda que me había comprado días antes, uno que sabía que él notaría. Nuestras miradas se cruzaron, y en ese momento, supe que había cruzado un punto sin retorno. Con un suspiro tembloroso, me acerqué a él, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.



“No tienes que hacer esto, Connie,” susurró, aunque sus manos ya se movían hacia mi cintura.


“Quiero hacerlo,” respondí, mi voz apenas un murmullo. Era cierto. No solo quería, lo necesitaba. Necesitaba sentirme deseada, amada de una manera que mis padres nunca me habían dado. Y así, detono todo con un beso, luego una caricia, el agradecimiento se transformó en algo mucho más profundo y prohibido.



A la mañana siguiente, me desperté en sus brazos, sintiéndome atrapada entre la culpa y mis deseos. Sabía que había traicionado a la señora Wilson, la mujer que me había acogido como una hija. Pero también sabía que no podía detenerme. La idea de darle al señor Wilson lo que siempre había deseado, los hijos que su esposa nunca pudo tener, comenzó a obsesionarme. ¿Qué pasaría si quedara embarazada? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Cómo cambiaría eso nuestras vidas?



Mientras el tienpo pasaba. Sabía que estaba jugando un juego bastante peligroso, pero no podía evitarlo. Me había convertido en “Connie”, la hija perfecta para los Wilson, pero también en algo más. Algo que podía destruir su matrimonio… o transformarlo en algo nuevo...



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