Nunca pensĂ© que mi vida acabarĂa tan rápido. Solo tenĂa 20 años cuando me metieron a la prisiĂłn estatal por un estĂşpido robo con mis amigos. 10 años de condena. Mi madre llorĂł en el juicio, mi padre ni siquiera apareciĂł. "Era cuestiĂłn de tiempo", dijeron algunos.
No era el peor lugar del mundo, pero aquĂ adentro la ley era otra. En mi primer mes aprendĂ rápido: no hacer contacto visual, no hablar de más y, sobre todo, no mostrar miedo. Pero ser joven, delgado y con cara de niño bonito me convertĂa en un blanco fácil. Me sentĂa como una presa rodeada de depredadores, esperando el momento en que alguien decidiera reclamarme como suyo.
Fue entonces cuando conocĂ al Viejo RamĂłn.
Era un anciano de barba canosa, con la piel curtida y ojos que habĂan visto demasiado. Se decĂa que llevaba más de 30 años en prisiĂłn. Nadie sabĂa por quĂ© aĂşn estaba ahi, si su condena ya habia terminado, pero todos lo respetaban. Se pasaba las tardes mirando por la ventana, como si esperara algo.
Un dĂa, cuando me vio con la mirada desesperada, me llamĂł con un gesto.
—Escucha, muchacho… Hay una forma de salir de aquĂ.
Lo miré con escepticismo.
—¿Un túnel? ¿Un guardia corrupto?
Él soltó una carcajada seca.
—No, nada de eso. Algo mucho más… antiguo.
Se inclinĂł hacia mĂ y susurrĂł:
—El viento.
Fruncà el ceño.
—¿El viento?
RamĂłn asintiĂł.
—Hace muchos años, existĂa un hechizo. Un billete que, si lo dejabas volar con la brisa, encontraba a alguien con quien cambiarĂas cuerpos. No podĂas elegir con quiĂ©n… solo la suerte decidĂa.
Lo miré con incredulidad.
—Eso es una locura.
—¿Ah, s� —dijo con una sonrisa torcida—. Entonces dime, ¿qué harás cuando los demás te quieran como su "novia"?
Mi estĂłmago se revolviĂł. SabĂa que tenĂa razĂłn.
Esa misma noche, cuando mi compañero de celda roncaba, tomé un viejo billete arrugado y lo sostuve con manos temblorosas.
Si esto funcionaba, serĂa mi Ăşnica oportunidad.
Lo dejé ir.
La brisa nocturna lo atrapĂł y lo llevĂł lejos, desapareciendo en la oscuridad.
Horas después, desperté en un cuerpo completamente nuevo.
Lo primero que noté fue que ya no estaba en la celda. El colchón bajo mi cuerpo era suave, la brisa cálida entraba por una ventana abierta, y el aroma a perfume femenino flotaba en el aire.
Pero lo peor vino cuando intenté moverme.
Un peso extraño tiraba de mi pecho y mi centro de gravedad estaba cambiado. Miré hacia abajo y vi dos enormes senos, pesados y redondos, cubiertos solo por un camisón de seda. Mi piel era más suave, mis manos más delicadas… y al deslizar las sábanas, descubrà un par de piernas largas y torneadas.
Corrà al espejo más cercano y casi me desmayo.
Ya no era un chico de 20 años. Ahora era una mujer… y no cualquier mujer.
Mi reflejo mostraba a alguien en su treintena, con un rostro maduro y seductor, labios carnosos y una melena oscura que caĂa en ondas sobre mis hombros. Mis caderas eran anchas, mi trasero grande y redondeado, y mi cintura estrecha. Todo en mĂ gritaba feminidad absoluta.
Me girĂ©, jadeando, sintiendo la falta de algo entre mis piernas y la nueva suavidad de mi piel. HabĂa funcionado… pero, ÂżquiĂ©n era esta mujer?
Antes de que pudiera procesarlo, una voz masculina me sacĂł de mis pensamientos.
—Cariño, ¿te sientes bien?
Me congelé.
Un hombre estaba en la puerta del dormitorio, mirándome con ternura. Era alto, fuerte y vestĂa solo un bĂłxer. Su expresiĂłn era de preocupaciĂłn… y afecto.
Mi corazĂłn latĂa descontroladamente. Quienquiera que hubiera sido antes… ahora tenĂa una vida, un hogar, y un marido.
Años después…
El sonido de la batidora y el dulce aroma del pan horneado llenaban mi pequeña pastelerĂa. "Dulce TentaciĂłn", asĂ llamĂ© al negocio que abrĂ en un pueblo costero. Nadie sospechaba nada. Para ellos, yo era simplemente "Mariana", la atractiva esposa del panadero local, la que preparaba los mejores postres de la zona.
Porque sĂ, la persona con la que cambie fue una mujer, reciĂ©n casada. HabĂa despertado en su luna de miel, en un hotel de lujo, con un esposo que la amaba profundamente. No supe quĂ© habĂa pasado con la otra alma que habĂa tomado mi lugar en la prisiĂłn … y preferĂ no pensarlo.
Los primeros dĂas fueron un infierno. Intentar actuar como una esposa cuando no sabĂa nada de su vida, sus costumbres o incluso cĂłmo manejar mi nuevo cuerpo. Pero aprendĂ.
Con el tiempo, me acostumbrĂ© a la rutina, a la manera en que mi nueva figura se movĂa, a la suavidad de la ropa de mujer, a la forma en que los hombres me miraban… a la libertad que, irĂłnicamente, nunca habĂa conocido como hombre.
AprendĂ a maquillarme, a vestir ropa que resaltara mis curvas, a caminar con tacones altos. Me convertĂ en la mujer que todos deseaban. AbrĂ una pastelerĂa y me establecĂ en este pequeño pueblo, donde nadie hacĂa preguntas.
AĂşn conservo ese vijo billete arrugado
A veces, en las mañanas cuando mi marido no esta en casa, cuando estoy libre... en mi casa me pregunto …
¿Realmente escapé?
O tal vez solo encontrĂ© una prisiĂłn diferente… envuelta en encaje, tacones y susurros al oĂdo.
🌿EpĂlogo🌿
El cuarto estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Mis piernas temblaban, mi respiraciĂłn era entrecortada y mis uñas se aferraban a las sábanas mientras mi marido empujaba más profundo dentro de mĂ.
—Dios, Mariana… —su voz era un gruñido ronco en mi oĂdo mientras sus manos fuertes se aferraban a mis anchas caderas, jalándome hacia Ă©l con cada embestida.
Yo solo podĂa gemir, sintiendo mi cuerpo rendirse completamente al placer. Era imposible describir lo que sentĂa… cĂłmo el calor me invadĂa, cĂłmo cada movimiento hacĂa que mi piel se erizara. El sudor se deslizaba por mi espalda mientras mis senos rebotaban con cada impacto.
¿Cuándo me volvà as�
No era la primera vez que lo hacĂamos, pero cada vez que sentĂa su gruesa virilidad dentro de mĂ, algo en mi interior se encendĂa. No podĂa negarlo… me gustaba. Lo necesitaba.
Me mordà el labio cuando él tomó mis muñecas y me presionó contra el colchón, inmovilizándome mientras tomaba el control. Mi trasero se levantó instintivamente, dándole más acceso, y mi respiración se entrecortó cuando su mano bajó por mi espalda hasta mi redondeado trasero.
—Esta noche quiero probar algo más… —susurró contra mi cuello, su aliento caliente haciéndome estremecer.
Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentĂ la presiĂłn en mi otro agujero.
—Espera… —intenté protestar, pero mi propio cuerpo traicionó mis palabras, relajándose de manera instintiva.
No… esto no podĂa ser real.
Él empujĂł con cuidado al principio, haciendo que un escalofrĂo me recorriera. Pero cuando la punta finalmente entrĂł, un gemido gutural escapĂł de mis labios.
Era tan invasivo… tan intenso… pero al mismo tiempo, tan increĂblemente placentero.
Mi marido gimiĂł mientras se hundĂa más, sus manos sosteniendo mi cadera con fuerza.
—Mierda, Mariana… eres tan apretada…
Mi mente se nubló mientras mi cuerpo se adaptaba a la nueva sensación. Era una mezcla de dolor y placer, pero lo peor… o lo mejor, era que me encantaba.
Recordé la prisión.
Las noches de insomnio, el miedo de ser tomado a la fuerza, el horror de pensar en convertirme en la perra de alguien. Y ahora… ahora lo deseaba.
HabĂa cambiado la celda frĂa y sucia por un dormitorio cálido y cĂłmodo. Los grilletes por encaje y perfume. La violencia por placer.
Cuando mi marido aumentó el ritmo, sentà cómo todo mi cuerpo vibraba. Mi enorme trasero chocaba contra él con cada embestida, el sonido húmedo llenando la habitación junto con mis gemidos descontrolados.
—Dime que te gusta… —gruñó contra mi oĂdo.
Mi orgullo intentĂł resistirse, pero mi cuerpo ya habĂa tomado la decisiĂłn por mĂ.
—SĂ… —jadeé—. Me encanta… por favor, sigue…
Y cuando finalmente alcanzamos el clĂmax juntos, gritĂ© su nombre con una voz que ya no me pertenecĂa.
Me incline para limpiar la polla, ahce apenas unos momento esta dentro mi culo...
Chupado, exhausta, sintiendo cómo su semilla caliente goteaba entre mis piernas. Me giré lentamente y lo miré a los ojos.
Él me abrazó, besando mi frente con ternura.
—Te amo, Mariana.
Yo solo asentĂ, dejando que su calor me envolviera.
Porque en ese momento, me di cuenta de algo aterrador.
Nunca habĂa sido tan libre… y nunca habĂa estado tan atrapado.