🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

domingo, 30 de marzo de 2025

Prisiónero jeysson feliz cumpleaños!!!


Nunca pensé que mi vida acabaría tan rápido. Solo tenía 20 años cuando me metieron a la prisión estatal por un estúpido robo con mis amigos. 10 años de condena. Mi madre lloró en el juicio, mi padre ni siquiera apareció. "Era cuestión de tiempo", dijeron algunos.


No era el peor lugar del mundo, pero aquí adentro la ley era otra. En mi primer mes aprendí rápido: no hacer contacto visual, no hablar de más y, sobre todo, no mostrar miedo. Pero ser joven, delgado y con cara de niño bonito me convertía en un blanco fácil. Me sentía como una presa rodeada de depredadores, esperando el momento en que alguien decidiera reclamarme como suyo.


Fue entonces cuando conocí al Viejo Ramón.


Era un anciano de barba canosa, con la piel curtida y ojos que habían visto demasiado. Se decía que llevaba más de 30 años en prisión. Nadie sabía por qué aún estaba ahi, si su condena ya habia terminado, pero todos lo respetaban. Se pasaba las tardes mirando por la ventana, como si esperara algo.

Un día, cuando me vio con la mirada desesperada, me llamó con un gesto.


—Escucha, muchacho… Hay una forma de salir de aquí.

Lo miré con escepticismo.

—¿Un túnel? ¿Un guardia corrupto?

Él soltó una carcajada seca.

—No, nada de eso. Algo mucho más… antiguo.

Se inclinó hacia mí y susurró:

—El viento.

Fruncí el ceño.

—¿El viento?

Ramón asintió.


—Hace muchos años, existía un hechizo. Un billete que, si lo dejabas volar con la brisa, encontraba a alguien con quien cambiarías cuerpos. No podías elegir con quién… solo la suerte decidía.

Lo miré con incredulidad.

—Eso es una locura.

—¿Ah, sí? —dijo con una sonrisa torcida—. Entonces dime, ¿qué harás cuando los demás te quieran como su "novia"?

Mi estómago se revolvió. Sabía que tenía razón.

Esa misma noche, cuando mi compañero de celda roncaba, tomé un viejo billete arrugado y lo sostuve con manos temblorosas.

Si esto funcionaba, sería mi única oportunidad.

Lo dejé ir.


La brisa nocturna lo atrapó y lo llevó lejos, desapareciendo en la oscuridad.

Horas después, desperté en un cuerpo completamente nuevo.

Lo primero que noté fue que ya no estaba en la celda. El colchón bajo mi cuerpo era suave, la brisa cálida entraba por una ventana abierta, y el aroma a perfume femenino flotaba en el aire.

Pero lo peor vino cuando intenté moverme.

Un peso extraño tiraba de mi pecho y mi centro de gravedad estaba cambiado. Miré hacia abajo y vi dos enormes senos, pesados y redondos, cubiertos solo por un camisón de seda. Mi piel era más suave, mis manos más delicadas… y al deslizar las sábanas, descubrí un par de piernas largas y torneadas.


Corrí al espejo más cercano y casi me desmayo.


Ya no era un chico de 20 años. Ahora era una mujer… y no cualquier mujer.


Mi reflejo mostraba a alguien en su treintena, con un rostro maduro y seductor, labios carnosos y una melena oscura que caía en ondas sobre mis hombros. Mis caderas eran anchas, mi trasero grande y redondeado, y mi cintura estrecha. Todo en mí gritaba feminidad absoluta.


Me giré, jadeando, sintiendo la falta de algo entre mis piernas y la nueva suavidad de mi piel. Había funcionado… pero, ¿quién era esta mujer?


Antes de que pudiera procesarlo, una voz masculina me sacó de mis pensamientos.


—Cariño, ¿te sientes bien?


Me congelé.


Un hombre estaba en la puerta del dormitorio, mirándome con ternura. Era alto, fuerte y vestía solo un bóxer. Su expresión era de preocupación… y afecto.


Mi corazón latía descontroladamente. Quienquiera que hubiera sido antes… ahora tenía una vida, un hogar, y un marido.


Años después…


El sonido de la batidora y el dulce aroma del pan horneado llenaban mi pequeña pastelería. "Dulce Tentación", así llamé al negocio que abrí en un pueblo costero. Nadie sospechaba nada. Para ellos, yo era simplemente "Mariana", la atractiva esposa del panadero local, la que preparaba los mejores postres de la zona.



Porque sí, la persona con la que cambie fue una mujer,  recién casada. Había despertado en su luna de miel, en un hotel de lujo, con un esposo que la amaba profundamente. No supe qué había pasado con la otra alma que había tomado mi lugar en la prisión … y preferí no pensarlo.


Los primeros días fueron un infierno. Intentar actuar como una esposa cuando no sabía nada de su vida, sus costumbres o incluso cómo manejar mi nuevo cuerpo. Pero aprendí.


Con el tiempo, me acostumbré a la rutina, a la manera en que mi nueva figura se movía, a la suavidad de la ropa de mujer, a la forma en que los hombres me miraban… a la libertad que, irónicamente, nunca había conocido como hombre.

Aprendí a maquillarme, a vestir ropa que resaltara mis curvas, a caminar con tacones altos. Me convertí en la mujer que todos deseaban. Abrí una pastelería y me establecí en este pequeño pueblo, donde nadie hacía preguntas.


Aún conservo ese vijo billete arrugado


A veces, en las mañanas cuando mi marido no esta en casa, cuando estoy libre... en mi casa me pregunto …



¿Realmente escapé?


O tal vez solo encontré una prisión diferente… envuelta en encaje, tacones y susurros al oído.


🌿Epílogo🌿


El cuarto estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Mis piernas temblaban, mi respiración era entrecortada y mis uñas se aferraban a las sábanas mientras mi marido empujaba más profundo dentro de mí.


—Dios, Mariana… —su voz era un gruñido ronco en mi oído mientras sus manos fuertes se aferraban a mis anchas caderas, jalándome hacia él con cada embestida.


Yo solo podía gemir, sintiendo mi cuerpo rendirse completamente al placer. Era imposible describir lo que sentía… cómo el calor me invadía, cómo cada movimiento hacía que mi piel se erizara. El sudor se deslizaba por mi espalda mientras mis senos rebotaban con cada impacto.


¿Cuándo me volví así?



No era la primera vez que lo hacíamos, pero cada vez que sentía su gruesa virilidad dentro de mí, algo en mi interior se encendía. No podía negarlo… me gustaba. Lo necesitaba.



Me mordí el labio cuando él tomó mis muñecas y me presionó contra el colchón, inmovilizándome mientras tomaba el control. Mi trasero se levantó instintivamente, dándole más acceso, y mi respiración se entrecortó cuando su mano bajó por mi espalda hasta mi redondeado trasero.


—Esta noche quiero probar algo más… —susurró contra mi cuello, su aliento caliente haciéndome estremecer.


Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí la presión en mi otro agujero.


—Espera… —intenté protestar, pero mi propio cuerpo traicionó mis palabras, relajándose de manera instintiva.

No… esto no podía ser real.

Él empujó con cuidado al principio, haciendo que un escalofrío me recorriera. Pero cuando la punta finalmente entró, un gemido gutural escapó de mis labios.

Era tan invasivo… tan intenso… pero al mismo tiempo, tan increíblemente placentero.


Mi marido gimió mientras se hundía más, sus manos sosteniendo mi cadera con fuerza.

—Mierda, Mariana… eres tan apretada…

Mi mente se nubló mientras mi cuerpo se adaptaba a la nueva sensación. Era una mezcla de dolor y placer, pero lo peor… o lo mejor, era que me encantaba.




Recordé la prisión.


Las noches de insomnio, el miedo de ser tomado a la fuerza, el horror de pensar en convertirme en la perra de alguien. Y ahora… ahora lo deseaba.


Había cambiado la celda fría y sucia por un dormitorio cálido y cómodo. Los grilletes por encaje y perfume. La violencia por placer.


Cuando mi marido aumentó el ritmo, sentí cómo todo mi cuerpo vibraba. Mi enorme trasero chocaba contra él con cada embestida, el sonido húmedo llenando la habitación junto con mis gemidos descontrolados.


—Dime que te gusta… —gruñó contra mi oído.


Mi orgullo intentó resistirse, pero mi cuerpo ya había tomado la decisión por mí.


—Sí… —jadeé—. Me encanta… por favor, sigue…


Y cuando finalmente alcanzamos el clímax juntos, grité su nombre con una voz que ya no me pertenecía.

Me incline para limpiar la polla,  ahce apenas  unos momento esta dentro mi culo...



Chupado, exhausta, sintiendo cómo su semilla caliente goteaba entre mis piernas. Me giré lentamente y lo miré a los ojos.

Él me abrazó, besando mi frente con ternura.

—Te amo, Mariana.


Yo solo asentí, dejando que su calor me envolviera.

Porque en ese momento, me di cuenta de algo aterrador.

Nunca había sido tan libre… y nunca había estado tan atrapado.

sábado, 29 de marzo de 2025

La esposa de alguien…

 


—Wow, señora Jones… Su cuerpo es espectacular para sus 45 años. Piel suave, curvas en el lugar perfecto… y ese anillo de bodas… lo dice todo. Su esposo debe sentirse afortunado de tenerla… qué lástima.



Ayer, en el bar del hotel, vi a un grupo de mujeres. No era difícil adivinar lo que eran: esposas aburridas, escapando por unos días de la rutina con una "escapada de chicas". Entre todas, ella me atrapó. Su postura elegante, su vestido ajustado pero recatado, esa mirada de quien aún recuerda lo que es ser deseada… La oportunidad era perfecta.


No dudé. El hechizo de intercambio de cuerpos es sutil, indetectable. Un simple roce, una copa compartida… y en un instante, su conciencia quedó atrapada en mi viejo cuerpo, mientras yo despertaba dentro del suyo.


Amanda Jones.


Su teléfono me dio más pistas: mensajes llenos de amor de su esposo, fotos familiares con sus dos hijos, recordatorios de reuniones escolares, cenas programadas con otras parejas de su vecindario. Una esposa fiel, una madre responsable, una mujer con una vida perfecta… hasta hoy.


Ahora su cuerpo era mío.


Me incorporé lentamente en su lujosa habitación de hotel, sintiendo el peso de sus pechos al moverse, la suavidad de su piel, la manera en que su larga melena rubia caía sobre mis hombros. Me acerqué al espejo, fascinada por mi reflejo. A pesar de su edad, Amanda se mantenía en una forma envidiable. Sus caderas eran generosas, su cintura aún marcada, y sus labios carnosos parecían hechos para ser besados.


Pero su ropa… demasiado elegante, demasiado reservada. Eso cambiaría.


Abrí su maleta y revisé su ropa. Blusas de seda, pantalones de vestir, vestidos discretos. Nada adecuado para lo que tenía en mente.


Llamé al servicio de habitaciones y pedí champán mientras revisaba sus redes sociales. Fotos con su esposo, viajes familiares, aniversarios celebrados con amor. Todo eso se desmoronaría esta noche.


Salí a las tiendas del hotel y compré lo necesario: un vestido rojo ajustado, tan corto que apenas cubría su trasero, con un escote que realzaba sus pechos. Ropa interior nueva: un diminuto hilo dental de encaje negro y un sujetador que los levantaba con descaro.



De regreso en la habitación, me vestí lentamente, disfrutando la sensación del satén sobre su piel. Me maquillé como nunca antes lo había hecho: labios rojos, pestañas largas, un rubor sutil en mis mejillas. Me calcé unos tacones altos y practiqué un par de pasos, acostumbrándome a la sensación.


Una esposa fiel se había convertido en una zorra.


El club nocturno estaba lleno de hombres hambrientos. Caminé entre ellos, sintiendo las miradas clavadas en mí, el deseo reflejado en sus ojos. En la barra, un hombre alto y musculoso me sonrió.


—¿Sola esta noche? —preguntó, acercándose lo suficiente para que pudiera oler su loción.


Sonreí, jugueteando con el anillo de bodas en mi dedo.


—Digamos que… estoy tomando un descanso de mi vida.


Él deslizó su mano por mi espalda, descendiendo lentamente hasta mi trasero.


—¿Y qué tal si te ayudo a olvidarla por completo?


Reí suavemente. "Olvidar" no era la palabra correcta. Esta noche, la esposa de alguien estaría con un extraño, sometida a deseos que su esposo jamás imaginaría.


Esto todabia comienza, Total aun me quedan almenos 4 dias mas en éste cuerpo 

Si fuera más cruel, tomaría fotos y se las enviaría a su marido. Pero… lo que pasa en Miami, se queda en Miami.


viernes, 28 de marzo de 2025

Parezco un personaje de un hentai...

  


Todo comenzó con el llamado "virus del género". Nadie sabía exactamente cómo se propagaba, pero una vez que te contagiabas, tu cuerpo comenzaba a cambiar de forma drástica. Yo no creí en esas historias hasta que me desperté una mañana y me encontré con un reflejo que no era el mío.

Mi rostro era femenino, mis facciones delicadas, mis labios más carnosos. Mi cuerpo entero había cambiado. Tenía curvas en lugares donde antes no había nada: senos firmes, una cintura diminuta y caderas anchas que hacían que cada movimiento se sintiera extraño. Al principio, pensé que era una broma, algún efecto secundario de la fiebre que tuve la noche anterior. Pero cuando intenté ponerme mi ropa, me di cuenta de que nada me quedaba.

La desesperación me llevó a buscar ayuda. Fue así como terminé en la clínica del Dr. Sánchez, un especialista que había estado investigando el virus. Me hizo varias pruebas y prometió encontrar una solución. "Dame unas semanas", dijo con seguridad.

Cuando por fin me llamó de vuelta, tenía un frasco con un líquido rosado en la mano. "Este suero tiene dos posibilidades", explicó. "O revierte el virus y vuelves a la normalidad... o potencia sus efectos".

No sé si fue mi mala suerte, un error en la fórmula o si él lo hizo a propósito, pero en cuanto bebí el suero, sentí una ola de calor recorrer mi cuerpo. Mi piel hormigueaba, mis músculos temblaban y, de un momento a otro, mi ropa explotó en pedazos.

Me miré en el espejo y casi grité. Mi figura femenina se había llevado al extremo. Mis pechos eran gigantes, como si estuvieran diseñados para un fetiche exagerado. Mi cintura se había reducido tanto que apenas podía creer que mi torso pudiera sostenerme. Y mi trasero… era enorme, redondo, rebotaba con cada movimiento. Cada parte de mi cuerpo estaba diseñada para llamar la atención de los hombres.

Intenté cubrirme con la bata de la clínica, pero apenas me llegaba a los muslos. "¿Q-qué demonios hiciste?" grité, mi nueva voz sonando más melosa de lo que esperaba.

El Dr. Sánchez me observó con una mezcla de sorpresa y fascinación. "No esperaba... esto", murmuró.

Ahora estoy atrapado en este cuerpo ridículamente voluptuoso, como sacado de un hentai. Sánchez dice que sigue trabajando en otro antídoto, pero hasta entonces... tengo que acostumbrarme a ser el objeto de todas las miradas.



domingo, 23 de marzo de 2025

En mi último año como mujer…

 


Ya no hay vuelta atrás. He dejado de luchar contra lo inevitable. Acepté mi feminidad por completo, dejé que me moldeara, que me transformara. Ahora, soy una mujer en todos los sentidos, desde el peso de mis senos que siento cada mañana hasta la suavidad de mis muslos al cruzar las piernas. Mi polla… bueno, ya no la considero parte de mí. Es solo un triste recuerdo, un vestigio sin uso. No sirve para nada, y ni siquiera puede ponerse dura. Lo único real ahora es el calor entre mis piernas, mi coño palpitante cuando me excito, cuando sé que pronto alguien lo llenará.



Al principio, intenté aferrarme a la idea de que aún tenía control, de que podía ser una mujer sin rendirme del todo, pero mis vecinas me enseñaron la verdad. La feminidad no es solo apariencia, es entrega. Me mostraron cómo vestirme para que los hombres me miraran, cómo mover las caderas con cada paso, cómo inclinarme para que mi escote hablara por sí solo. Me llevaron de compras, me hicieron probar lencería, vestidos ajustados, tacones altos. Me enseñaron a maquillarme, a usar perfume, a sonreír de la manera justa para atraer la atención.


El trabajo también cambió. Pasé de ser un simple empleado de oficina a una recepcionista sonriente, servicial y siempre bien arreglada. Mis jefes disfrutan verme caminar por los pasillos, sus ojos recorriéndome de arriba abajo. 


Sé lo que piensan cuando me inclino sobre el escritorio, cuando muestro un poco más de pierna. Algunos ya han cruzado la línea, han deslizado sus manos sobre mi trasero, han susurrado cosas al oído… y yo, en lugar de resistirme, he aprendido a disfrutarlo. No es acoso si lo disfruto, si me hace sentir deseada, si termino en la oficina del jefe después del horario de trabajo con mis rodillas en el suelo y la boca llena.


Pero mi vida sexual no se limita a la oficina. En casa, mis vecinas me han introducido a un mundo del que ya no quiero salir. Me llevaron a bares, me presentaron hombres. Descubrí lo que significa ser tomada, ser poseída, ser tratada como la mujer que soy. Al principio, solo dejaba que me usaran como cualquier otra, sintiendo cómo sus cuerpos me llenaban, cómo me hacían gritar de placer… pero luego descubrí algo aún más vergonzoso: mi trasero. Aunque tengo un coño, aunque puedo sentir cómo me penetran y me llenan de semen cada noche, hay algo en ser tomada por detrás que me vuelve loca.


En la última semana, cuatro hombres diferentes me han usado de esa manera. Me dijeron que un coño como el mío es un privilegio, pero que no podían resistirse a mi trasero. Y yo… yo simplemente me puse en posición, ofreciéndome sin dudar. Ahora, cuando camino por la calle, siento el eco de sus embestidas, el ardor de las marcas en mi piel. Pero camino con la cabeza en alto, porque soy una mujer completa. Una que ya no se niega nada.



Me levanto cada mañana, me visto con ropa ajustada, voy al trabajo, coqueteo con mis compañeros, recibo cumplidos, sonrío con picardía… y cuando llega la noche, dejo que la rutina se repita. Dejo que me llenen, que me usen, que me conviertan en lo que siempre debí ser.


Esta es mi vida ahora, y no quiero que cambie nunca.



sábado, 22 de marzo de 2025

"¿Cómo llegué a esto...?"


Nunca imaginé que una simple burla cambiaría mi vida para siempre. Recuerdo haberme reído con mis amigos de una mujer de talla grande, bromeando sobre su peso y su aspecto sin pensar en el daño que podía causar. 

"Nunca me cogeria a una mujer asi, prefiero que solo me la mame"...dije con tanta soberbia 


Pero lo que no sabía… es que esa mujer no era cualquiera. Era una bruja, y su castigo sería peor que cualquier pesadilla.


Esa misma noche, sentí mi cuerpo arder, como si algo en mi interior se estuviera retorciendo y cambiando. Cuando desperté, todo se sintió diferente. Mi ropa me quedaba ajustada de formas imposibles, mis movimientos eran torpes y pesados. Corrí al espejo y lo que vi me dejó sin aliento.


Ya no era el hombre delgado y atlético que solía ser. No. En su lugar, una mujer de curvas exageradas me miraba con horror. Mis caderas eran anchas, mi trasero enorme y redondo sobresalía en todas direcciones, mis pechos eran pesados y rebotaban con cada movimiento. Mi piel era suave, mi rostro delicado, mis labios carnosos y femeninos… y entre mis piernas… apenas quedaba un pequeño y ridículo vestigio de lo que antes fui.


Corrí a buscar a la bruja, suplicando, llorando, rogando que me devolviera a la normalidad. Pero ella solo sonrió con malicia.


"Oh, querido, deberías haber pensado antes de burlarte de una mujer como yo. Pero tranquila… hay una forma de romper el hechizo."


La esperanza brilló en mis ojos, pero su siguiente frase me heló la sangre.


"Debes chupar y tragar el semen de mil hombres."


Sentí náuseas. ¿Cómo podía pedirme algo tan humillante? Intenté negarme, pero ella solo chasqueó los dedos y un calor desconocido se encendió dentro de mí. Mis piernas se apretaron, mi respiración se aceleró… y supe en ese instante que mi cuerpo ahora tenía necesidades que jamás había sentido antes.



No pasó mucho tiempo antes de que la desesperación y la lujuria me hicieran caer. El primero fue un desconocido, un hombre que apenas se rió ante mi torpe vergüenza. Me obligué a hacerlo, sintiendo la humillación arder en mi pecho cuando su semilla llenó mi boca. Tragué con asco, con lágrimas en los ojos… y una marca brilló en mi piel.

Uno menos.

Ahora, aquí estoy, con el sabor aún en mis labios, mi orgullo destruido, y una verdad imposible de ignorar…

Aún me faltan 999.





domingo, 16 de marzo de 2025


"Queridos mamá y papá, sé que esto será una sorpresa, pero necesito que sepan la verdad…"


Escribí y borré esa línea al menos diez veces. Ninguna forma parecía lo suficientemente suave ni lo suficientemente directa. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirles que Mark, su hijo, la estrella del equipo, el orgullo de la familia… ya no existía?


Habían pasado casi dos años desde la última vez que tomé la píldora XChange en ambas direcciones. Al principio era un juego, una doble vida, pero con el tiempo, ella—la mujer en la que me convertía—se sintió más real que el chico que solía ser. Ahora, cuando me miraba al espejo, solo veía a Mía: piel suave, caderas amplias, muslos gruesos, unos pechos firmes y redondos que se mecían suavemente con cada paso… y un trasero tan provocador que parecía hecho para ser agarrado y follado.



El sujetador que ahora usaba todos los días ya no era solo una prenda: era parte de mí, marcaba mi silueta y sostenía esas tetas que tantas veces habían sido besadas, apretadas, mamadas por los labios hambrientos de mis amantes. Me sentía hermosa… y también funcional, útil, deseable. Me encantaba sentir cómo mi coño se humedecía apenas al pensar en ser usada. Era como si mi cuerpo femenino hubiese despertado un instinto profundo en mí: el de ser sumisa, de complacer, de servir.


Mis padres no sabían nada de eso. Para ellos, Mark seguía ahí, en algún lugar, viviendo su vida. Y hoy vendrían a visitarme por primera vez en ya mucho tiempo... ¿Cómo les diría que su hijo ya no existía, que en su lugar estaba su hija… una mujer plena, activa y profundamente sexual?


Y lo más fuerte fue el sexo. Al principio me resistía a admitirlo, pero con cada encuentro me sentía más viva, más femenina… más entregada. Ya no solo me acostaba con hombres… me rendía ante ellos. Me abría, me dejaba usar, me dejaba llenar. Mi cuerpo ya no tenía voluntad propia: se movía solo, con las caderas buscando ser penetradas, el coño deseando sentir una polla dura adentro, la boca dispuesta a lamer, a chupar, a tragar lo que me dieran.



Esta mañana, terminé arrodillada entre las piernas de mi amante. Lo miraba desde abajo, con los labios pintados, los ojos húmedos y el corazón latiéndome entre las piernas. Le saqué la polla con las manos temblorosas, sintiendo ese calor recorrerme el cuerpo. La chupé despacio, con lengua obediente, sintiendo cómo se hinchaba en mi boca. Me miraba con una sonrisa orgullosa… y eso me hacía derretirme más.


Después, me puso sobre el sofa, levantó mi falda y me folló como lo que soy: una puta sumisa, ansiosa por sentirlo dentro. Cada embestida hacía temblar mis pechos, y cada gemido me recordaba cuánto había cambiado. Sentía su polla llenándome por completo, golpeando mi punto más profundo, mientras yo me agarraba a las sábanas, gimiendo y pidiendo más. Me vine con fuerza, temblando, empapada… y él acabó dentro de mí, dejándome llena, satisfecha, marcada como suya. Y me encantó. Lo amo. Lo necesito. Me define.



Soy Mía, la mujer que siempre estuvo escondida bajo la piel de Mark. Y estoy feliz. Feliz de servir, de ser penetrada, de ser abrazada, tocada, adorada… y follada como una verdadera mujer.


Me había sentado tanto tiempo a vivir y disfrutar esta nueva vida femenina que, sin darme cuenta, fui olvidando todo lo que alguna vez fue Mark. Su ropa desapareció del armario, su voz se desvaneció de mi garganta, sus gestos se borraron de mis manos… Hasta sus recuerdos se sentían ajenos, como si los hubiera vivido otra persona, en otro cuerpo.


Ahora solo quedaba Mía, la mujer que reía al maquillarse frente al espejo, que se estremecía al sentir una polla llenarla por dentro, que caminaba con naturalidad en tacones, con las caderas moviéndose con ese ritmo suave y femenino. 

Vivía aún en el mismo departamento que mis padres conocían, el que me ayudaron a conseguir cuando aún creían que su hijo iba camino a convertirse en todo un hombre exitoso. Ellos sabían la dirección… pero ya no sabían quién vivía aquí realmente.

Mire el chat de texto nuevamente...

Tal vez, cuando lleguen, no me reconozcan. Tal vez piensen que se equivocaron de puerta, o que soy la novia de su hijo, o una amiga que los atiende por cortesía.


Podría usar eso a mi favor. Fingir confusión, ver sus reacciones, jugar con esa posibilidad. Pero una parte de mí también quiere enfrentarlo todo de una vez, mirarlos a los ojos y decirles la verdad: que su hijo ya no existe, que en su lugar vive una mujer plena, feliz, deseosa y orgullosa de lo que es.

Todavía no lo había decidido del todo… pero el momento se acercaba.

Y yo… aún tenía el coño húmedo y el aroma de semen fresco entre las piernas.

El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Era el momento. Me alisé la falda, me aseguré de que mi escote luciera bien, me pasé los dedos por el cabello y sentí el roce húmedo entre mis muslos aún sensibles. Respiré hondo y caminé hacia la puerta con las piernas temblando, el corazón acelerado y la sonrisa temblorosa.

No había más vuelta atrás. 


sábado, 15 de marzo de 2025

"Mi mejor amigo se convirtió en una MILF."

 

Carlos y yo siempre fuimos inseparables. Hacíamos todo juntos: videojuegos, fútbol, fiestas. Pero todo cambió cuando comenzó a experimentar esa... "segunda pubertad". No sé cómo explicarlo, pero en cuestión de semanas su cuerpo empezó a cambiar drásticamente. Su voz se suavizó, su piel se volvió más tersa, y luego, un día, se presentó en mi puerta como Carla.


Era irreconocible. No solo se había convertido en una mujer, sino en una mujer increíblemente atractiva. Cabello largo y brillante, curvas que parecían esculpidas, y una forma de caminar que hacía que todos en la calle se giraran a mirarla.


—"¿Qué tal, amigo? Bueno... supongo que ahora deberías decirme señora," dijo, riendo mientras hacía un giro para mostrarme su nuevo cuerpo.


—"Esto... esto es demasiado raro, Carlos... digo, Carla. ¿Cómo pasó esto?"


—"Ni idea, pero no puedo quejarme. ¿Has visto estas caderas? ¡Ni siquiera tengo que hacer ejercicio!"


Al principio, fue incómodo. Salir con ella era extraño. La gente asumía que éramos madre e hijo, y Carla no hacía nada por corregirlos.


—"¿Te das cuenta de que todos piensan que eres mi mamá?" le dije una vez en el centro comercial.

—"Oh, cariño, no te preocupes. Solo disfruto la atención," respondió, dándome una palmadita en la cabeza como si de verdad fuera mi madre.


Con el tiempo, nos adaptamos. Seguíamos siendo amigos, aunque su nueva apariencia complicaba las cosas. Carla parecía disfrutar mostrándome su cuerpo, como si quisiera probarme. Había días en los que simplemente se sentaba en el sofá en ropa interior.

—"¿De verdad vas a quedarte así?" le pregunté una vez, tratando de mirar hacia otro lado.


—"¿Qué? Es solo ropa interior, relájate. Además, ¿no crees que me queda bien?"



Y no era solo eso. Había momentos en los que sus bromas cruzaban una línea. Una noche, mientras veíamos una película, se inclinó hacia mí con una sonrisa.


—"¿Sabes? Es curioso. Nunca te miré de esa manera antes... pero ahora..."


—"¿De qué estás hablando?" pregunté, sintiendo mi cara enrojecer.


—"Nada, nada," dijo, riendo mientras volvía a acomodarse. Pero su mano quedó peligrosamente cerca de la mía.




Lo más complicado era cuando me pedía cosas que parecían inocentes, pero claramente no lo eran. Una tarde, me llamó desde su habitación.


—"¡Oye! ¿Puedes ayudarme con algo?"


—"Claro, ¿qué pasa?" respondí mientras entraba. Ahí estaba ella, de pie frente al espejo, en topless.


—"¿Qué opinas? ¿Estos sostenes me quedan bien? No estoy segura de mi talla todavía."


Me congelé. "¡Carla! ¡Ponte algo!"


—"Oh, por favor. No es nada que no hayas visto antes... bueno, en otro cuerpo," respondió con una sonrisa traviesa.


Había algo en ella, en su nueva personalidad, que me confundía. Seguíamos siendo amigos, pero las líneas entre nuestra relación se volvían cada vez más borrosas. A veces me preguntaba si todavía era la misma persona que conocí... o si Carla había empezado a vernos de una manera diferente.


—"¿Sabes? Podríamos pasar por madre e hijo... o algo más," me dijo una vez, en tono juguetón.


—"Deja de decir esas cosas," le respondí, tratando de ignorar la forma en que me miraba.


—"¿Por qué? ¿Acaso no te gusto ahora? Vamos, admítelo," dijo, acercándose peligrosamente.

A pesar de todo, seguía apoyándola. Era mi mejor amiga ahora, y no iba a abandonarla. Pero cada día que pasaba con ella, más me daba cuenta de que algo había cambiado... en ambos.


viernes, 14 de marzo de 2025

De madre a mejor amiga


Apenas amanecía cuando llegué a casa. Mis tacones resonaban sobre el piso como campanas delatando mi regreso. Cada paso era una mezcla de dolor y placer… mis piernas temblaban, aún adoloridas por la noche que había vivido. La sensación del aire fresco sobre mi piel apenas cubierta por el vestido ajustado me hacía sentir expuesta… pero extrañamente viva.






Mis caderas bamboleaban solas al caminar, ese movimiento que ahora era natural, ese contoneo involuntario… femenino. El roce de las bragas de encaje me irritaba un poco, el sujetador me apretaba el pecho y mis pezones aún estaban sensibles… pero todo eso ya formaba parte de mí.


Él me había dejado en la puerta, dándome un beso en la mejilla y una palmadita en el trasero… como si ya me perteneciera. Como si yo fuera realmente su chica.


Al entrar, traté de caminar de puntillas, pero los tacones no perdonaban. Me dirigía directo a mi habitación cuando pasé por la cocina… y ahí estaba ella.


¡¡¡Debbie!!!...


Mi madre… o al menos, quien solía serlo. Ahora era otra mujer… una igual a mí. Ya no era “mamá”, ahora era mi mejor amiga, mi cómplice… y en cierto modo, mi guía en esta nueva vida femenina.


Me miró de reojo y sonrió con una complicidad que me sonrojó al instante.


—“Al fin llegas, querida… se nota que te divertiste anoche.”


Me quedé helada. Sentí la cara arder. Sabía que lo notaba… mi maquillaje corrido, el pelo revuelto, el olor a sexo impregnado en mi piel, y la manera en que aún caminaba con las piernas abiertas por lo que él me había hecho.

—“Sí…” —murmuré bajando la mirada— “Fue… una noche intensa.”

Ella se acercó y me abrazó, con ese calor maternal que ya no venía desde una figura superior… sino desde una igual. Otra mujer que entendía perfectamente lo que yo sentía.

—“No te avergüences, cielo. Estoy orgullosa de ti… estás abrazando tu feminidad. Ya eres una mujer completa.”

Me estremecí. Sentía ese nudo en la garganta, una mezcla de emoción y vergüenza. ¿Cómo podía sentirme tan plena y tan sucia al mismo tiempo?

—“Anoche hice cosas que… solo había visto en películas para adultos… me dejé llevar, Debbie… me siento como una puta.”

Ella rió con suavidad y me acarició el rostro.

—“No digas eso, cariño. Las mujeres también disfrutan… también se entregan. No hay nada malo en eso. Es parte de lo que eres ahora.”

—“Pero… me follaron el culo… me arrodillé, le chupé la polla… y me tragué su semen…” —susurré, sintiendo el ardor del recuerdo en mi garganta.



—“Lo noté, cielo… aún lo llevas en el aliento. Créeme, yo también lo hice cuando salía con tu padre…” —dijo con una risa cómplice— “A veces hasta me sentía orgullosa cuando me dejaba completamente usada…”

Me quedé boquiabierta. ¿De verdad esa era la mujer que me crió?

—“Anda, ve a darte una ducha… aún hueles a sexo… y te aseguro que tienes más de un fluido masculino pegado al cuerpo.”


Me dirigí al baño y cerré la puerta. Me miré al espejo y ahí estaba… esa otra yo. Labios gruesos, mejillas sonrojadas, el rímel corrido… y mi cuerpo. Mis pechos aún firmes dentro del sujetador, mis caderas anchas, mi cintura fina… el cuerpo de una mujer de verdad.

Me desnudé. Las bragas aún estaban húmedas. Me miré el trasero en el espejo… lo noté un poco hinchado, el agujero apenas recuperado. Me toqué el vientre y luego el monte de Venus. No había rastro de mi vida anterior… solo ese coño que ahora era mío, húmedo, palpitante al recuerdo de la penetración.


El agua caliente bajó por mi piel, y cada roce despertaba memorias. Cuando mis dedos pasaron por mis pezones, gemí. Recordé cómo él los lamía, cómo me los chupó hasta que me rogué por más. Bajé mi mano entre las piernas, sentí el ardor… y recordé cómo me empujaba fuerte, cómo gemía al llenarme… incluso recordé cómo él eyaculó dentro de mí, y luego me obligó a lamerlo limpio.

Mi ano aún dolía. Pensé que no se cerraría nunca… pero mi cuerpo ya se adaptaba. Estaba cambiando.

Al salir, me puse unos pantis, mi cuepo descasanba del ropa,  y me sente un momento. Me sentía cansada, sucia… pero viva.


Toc toc.

—“¿Cariño?” —era Debbie— “Solo quería saber algo más… ¿usaste protección anoche?”

Me quedé helada. Tragué saliva.

—“No… creo que no.”

Ella sonrió con esa calma que ahora me parecía más de hermana mayor que de madre. Sacó una pastilla y me la tendió.


—“Tómala… evitará un embarazo. Aunque… si alguna vez quisieras vivir toda la experiencia de ser mujer… estaré aquí para ayudarte.”


La tomé y me senté en la cama. Me quedé en silencio unos segundos, hasta que susurré:


—“Gracias… Debbie.”


Ella me besó la frente y sonrió.


—“De nada, amor. Ya no parece que alguna vez fuste  mi hijo… pero yo simpre sere tu madre… y créeme, esto recién comienza.”

martes, 4 de marzo de 2025

Imposible de Ocultar


Todo comenzó con un pequeño cosquilleo en el pecho. Algo insignificante, pensé. Luego, vinieron los cambios hormonales, los altibajos emocionales, la sensibilidad en la piel. Al principio, lo atribuí al estrés o a una simple reacción pasajera a aquella inyección experimental que me administraron en el estudio médico. No le di importancia... hasta que noté que mis pezones estaban más grandes, más oscuros, y mi pecho parecía hinchado.


Intenté ignorarlo. "Es temporal", me repetía una y otra vez. Pero no lo era. Los cambios no solo continuaron, sino que se aceleraron. Mi torso se estrechó, mis caderas comenzaron a expandirse en una curva pronunciada, mi cintura se afiló con una suavidad femenina que jamás había tenido. La piel de mis muslos se tornó más tersa, mis piernas más torneadas, y lo peor… mi pecho seguía creciendo.


Lo escondí como pude. Camisas holgadas, sudaderas enormes, capas y capas de tela para disimular lo evidente. Pero no había prenda que pudiera ocultar el peso en mi pecho, la forma en que mis senos rebotaban con cada movimiento. Se habían convertido en una presencia constante, pesada, imposible de ignorar. Pronto, incluso los pequeños gestos cotidianos se sintieron diferentes: la forma en que mis brazos rozaban mis costados, la manera en que mi postura debía adaptarse para equilibrar mi nuevo centro de gravedad.



El punto de quiebre llegó cuando mi madre encontró mi escondite de ropa masculina y lo reemplazó con un armario lleno de vestidos, blusas ajustadas y sujetadores de encaje en diferentes tallas. Me paralicé al verlos, como si cada prenda fuera una sentencia. "No puedes seguir viviendo en negación, cariño", dijo con dulzura mientras pasaba los dedos por mi cabello, ahora más largo y sedoso de lo que jamás había sido.


Ya no solo era mi cuerpo; mi voz se había suavizado, mis facciones se habían refinado hasta volverse delicadas. Mis manos, antes toscas, ahora parecían haber sido diseñadas para sostener algo con ternura. Incluso caminar se sentía distinto, como si mi cuerpo quisiera moverse con una gracia femenina que aún no sabía manejar.


Y esta noche, cuando regrese a casa y vi el vestido que mi madre había dejado cuidadosamente doblado sobre la cama, supe que no había marcha atrás. Con el corazón latiendo con fuerza, lo deslicé sobre mi cuerpo. La tela acarició mi piel.... 



Me miré en el espejo y la imagen que me devolvió el reflejo me dejó sin aliento. No era un hombre con rasgos femeninos. No era una burla de lo que solía ser. Era una mujer. Curvilínea, madura, sensual.


Tomé el sujetador que mi madre había colocado sobre la cómoda. Lo sostuve entre mis manos temblorosas, analizando su forma, el encaje fino que adornaba los bordes. Con torpeza, lo ajusté sobre mis senos y sentí cómo los sostenía en su lugar. Era la confirmación de lo irreversible.

A la mañana  siguiente...

Finalmente, escogí una falda  que se ceñía a mis caderas y una blusa que acentuaba la plenitud de mi busto. Me miré en el espejo una vez más, con la respiración contenida. No era el hombre que alguna vez fui… pero tampoco era solo una sombra de mí mismo. Era alguien nuevo.


Este había sido un camino largo, lleno de resistencia y miedo. Pero ahora, entendía que aceptar lo que soy no es una rendición. Es el primer paso para descubrir quién puedo llegar a ser.




Su nueva vida?


 Jacob siempre había sentido una conexión secreta con su madre, algo que nunca podría admitir en voz alta. Desde pequeño, la admiraba por su elegancia, su belleza y esa seguridad que irradiaba incluso en los momentos más difíciles. Ahora, con la casa completamente vacía y un fin de semana entero para él, sentía que esta era su única oportunidad para explorar un deseo que lo consumía desde hacía años.


La despedida de su madre fue breve pero suficiente para despertar su imaginación:

"Hijo, me voy mi viaje de trabajo. Nos vemos en unos días. Cuídate. Te quiero."


Contestó con un simple "Sí, mamá. Te quiero también." Pero por dentro, estaba emocionado. Apenas miro que auto alejándose perdiendose en horizonte, Jacob entro de inmediato y se dirigió directamente al cuarto de su madre.


Abrir su armario fue como entrar a un santuario. Todo estaba perfectamente organizado: vestidos elegantes, blusas de seda, pantalones ajustados, y lo más tentador, la lencería. Escogió cuidadosamente un conjunto de encaje rosa, acompañado de un sostén con relleno que siempre había imaginado usar, unas pantis de satén que sabían a lujo, y unos tacones negros que le daban vértigo....


Esa noche, pasó horas frente al espejo. Usó sus cremas, maquillajes, y aplicó su perfume favorito, dejando que el aroma floral lo envolviera. Todo era perfecto. Quería ser ella. Se tomó selfies en poses que creía femeninas y coquetas, imitando las miradas seductoras que había visto en las revistas de moda que su madre leía. Se acostó tarde, usando la pijama  de sumadre que apenas podia llenar con su delgado cuerpo.


Pero algo cambió esa noche. Mientras dormía, un calor extraño lo invadió. Soñaba que su cuerpo se moldeaba, que sus manos se suavizaban, que su cintura se estrechaba y sus caderas se ensanchaban. Soñó con ser ella, pero el sueño era demasiado real.


Al despertar, lo primero que sintió fue el peso en su pecho. La pijama estaba ajustada algo raro ya que antes de dormir la sentia olgado,Se levantó aturdido, tambaleándose. Dedabotono la pijama y Bajó la mirada y vio cómo el sostén que había elegido anoche ahora contenía unos senos grandes y redondos que parecían naturales. Tocó su pecho con incredulidad, sintiendo la suavidad de su piel.


Corrió al espejo, y lo que vio lo dejó sin aliento. No era él. El reflejo mostraba a su madre, en toda su esplendorosa figura. Su cabello castaño caía en suaves ondas, su rostro era perfecto, sus labios pintados de rojo carmesí. Su tracero gordo, hacían que las pantis y la pijama se ajustaran con precisión, destacando su trasero redondeado.



"¿Cómo…? ¿Qué está pasando?" dijo, pero la voz que salió de su garganta no era la suya. Era la voz de su madre, cálida, madura, femenina.


Jacob comenzó a explorar su nuevo cuerpo, sus manos temblaban mientras recorrían cada curva. Era su madre, pero también era él. En su mente, los pensamientos de lo que esto significaba lo abrumaban. ¿Podría vivir como ella? ¿Cómo explicaría esto cuando ella regresara?


Al bajar a la cocina para tratar de calmarse, algo llamó su atención: una carta sobre la mesa, escrita con la inconfundible letra de su madre.


"Jacob, si estás leyendo esto, es porque finalmente te dejaste llevar por tus deseos. Ahora entiendes lo que significa ser yo. No temas, aprenderás a disfrutarlo. Esta es tu oportunidad de ser quien siempre quisiste ser. Pero recuerda, esto no es un juego. Abraza tu nueva vida, porque quizás no haya marcha atrás..."


El corazón de Jacob latía con fuerza. ¿Había sido todo planeado? ¿Su madre sabía de su fetiche? ¿Y si ella no planeaba volver, tendria que tomar su lugar? Una mezcla de miedo, excitación y confusión lo invadía mientras se miraba al espejo una vez más, tocando sus labios rojos y murmurando: "Soy ella..."



sábado, 1 de marzo de 2025

La Asistente de mi Papá



Desperté con una extraña pesadez en el pecho y una incomodidad en todo el cuerpo. Algo estaba mal. La sensación era sutil al principio, como cuando duermes en una posición incómoda y despiertas con el cuerpo extraño. Pero al moverme, todo se sintió… diferente.



Me incorporé y noté de inmediato que algo balanceaba con mi movimiento. Mi centro de gravedad estaba alterado, mis extremidades parecían más delgadas y suaves. Mi respiración se agitó. Llevé una mano a mi pecho, sintiendo el peso de unos senos grandes, firmes. Mi piel estaba tersa, sin rastro del vello al que estaba acostumbrado.


Corrí al espejo.


El reflejo que me devolvió me dejó sin aire.


No era yo.


Era Sofía.


La asistente personal de mi padre.


Mis labios pintados se separaron en un jadeo mudo. Me toqué el rostro con manos temblorosas. Todo en mí era distinto: las facciones femeninas, la melena oscura cayendo en ondas sobre mis hombros, las curvas acentuadas por la ropa ligera con la que aparentemente había dormido. Y los senos… estos senos, grandes y perfectos, tan exagerados que era obvio que no eran naturales.


Mi padre le había pagado estos implantes. Lo sabía porque más de una vez lo había escuchado bromear sobre ello con sus amigos. “Un pequeño incentivo para que Sofía siga contenta,” decía, con una sonrisa de autosuficiencia. En ese momento me pareció repugnante, pero ahora, atrapado en su cuerpo, sentí una oleada de asco aún mayor.


Me tambaleé hacia la puerta y fui directo a la cocina, donde encontré mi cuerpo—mi verdadero cuerpo—sentado a la mesa, desayunando con total normalidad.


—Buenos días —dijo con mi voz, sonriendo como si todo estuviera bien.


El horror me recorrió el cuerpo.


—¿Qué… qué hiciste?


Pero antes de que pudiera seguir, mi padre entró a la cocina y me dirigió una mirada despreocupada.


—Sofía, qué bueno que despertaste. Hoy tenemos un día ocupado.


Mi garganta se cerró.


—Papá, soy yo…


Pero él solo rió.


—Dios, estás adorable cuando intentas evadir el trabajo. Vamos, ponte algo lindo y vámonos.


Me quedé helado. No entendía cómo no lo veía. ¿Cómo podía no darse cuenta? Pero entonces lo entendí. Sofía jugaba su papel con perfección. Se movía como yo, hablaba como yo. Para mi padre, ella era su hijo. Y yo… yo solo era su asistente personal.


Las siguientes semanas fueron una pesadilla. Obligado a desempeñar el papel de Sofía, me vi atrapado en una rutina que no era mía. Me vestía con ropa ajustada y tacones, maquillaba mi rostro cada mañana, atendía llamadas y organizaba la agenda de mi padre. Todo mientras soportaba sus miradas.



Siempre supe que mi padre coqueteaba con Sofía, pero jamás imaginé lo invasivo que podía ser. Al principio, eran solo cumplidos. “Ese vestido resalta tu figura.” “Siempre hueles delicioso.” “Me encanta cuando sonríes así.”


Luego, pequeños toques. Su mano en mi espalda al guiarme por la oficina. Un roce en mi brazo. Dedos jugueteando con un mechón de mi cabello.


Intenté mantener la distancia, pero él lo notó.


Y le gustó.


Era como si mi incomodidad lo animara a seguir. Como si el hecho de que intentara evadirlo lo excitara aún más.


Quise enfrentar a Sofía. Rogarle que me devolviera mi vida. Pero cuando la vi, cuando me miró con mi propio rostro y sonrió con esa expresión maliciosa, supe que no tenía intenciones de ceder.


—Te acostumbrarás, cariño —dijo con una dulzura cruel.


No sé cuánto más podré soportarlo. Cada día mi padre se acerca más, cada día me siento más atrapada.


Y temo que llegue el momento en que deje de resistirme.