🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

viernes, 28 de febrero de 2025

 


Mi segunda pubertad fue una transformación que no esperaba, pero que me absorbió por completo. Pasé de ser un chico común a convertirme en el gemelo exacto de mi madre. No solo en apariencia, sino en cada detalle de su ser. Mis rasgos faciales, mi cuerpo, mi postura... todo se ajustó hasta que fui indistinguible de ella. Me miraba en el espejo y veía su rostro, su cuerpo… como si siempre hubiera sido yo quien estaba destinado a ser ella.


Al principio, la transformación fue gradual, casi imperceptible. Cada día, mis facciones se ajustaban más y más a las suyas. 

Mi piel se suavizó, mis caderas se ensancharon y mi pecho comenzó a adoptar esa forma voluptuosa que siempre había admirado en ella. Mis piernas se alargaron, mis labios se hincharon, y mi cabello, antes corto y desordenado, creció brillante y sedoso, igual al suyo. 

Mirarme en el espejo se volvió desconcertante; mi antiguo rostro era solo un recuerdo borroso. La transformación había sido tan sutil, tan poderosa, que mi mente ya no podía separarse de este nuevo cuerpo.



Dejé la escuela y me centré en dividir las tareas del hogar con mamá. A veces recibía cumplidos, palmaditas en el trasero o besos en la mejilla que originalmente estaban destinados a ella. Era incómodo… pero, en el fondo, despertaba sentimientos en mí que no podía ignorar.


Meses después...


Una tarde, decidí que tomaría el control por completo. Le pedí a mamá que descansara, que se tomara un tiempo para ella. Convencí a su grupo de amigas para que la llevaran de compras, al spa, a divertirse esa tarde hasta la noche. Le aseguré que todo en casa estaría bien, que yo me haría cargo. Incluso le pedí su teléfono, para que disfrutara sin interrupciones.


Mientras ella estaba fuera, yo tomé su lugar. Me vestí con su ropa, usé su perfume, me pinté las uñas como ella lo hacía… Todo lo que quedaba era esperar.



Lo que me sorprendió más fue que, cuando mi padre llegó a casa, no notó la diferencia. Aunque al principio pensé que algo tan drástico no pasaría desapercibido, pronto me di cuenta de que mis movimientos, mis gestos, mi tono de voz… todo era idéntico a los de mamá. Cada vez que hablaba, mi tono de voz se asemejaba más al suyo. Mis pasos, la manera en que me tocaba el cabello, la forma en que inclinaba la cabeza al escuchar… todo se sentía natural.


Incluso las pequeñas costumbres que antes me parecían ajenas ahora fluían sin esfuerzo. Como cuando mi padre acariciaba mi cabello o me daba una palmadita en el trasero. Al principio me resultaba extraño… pero con el tiempo, empecé a disfrutar de esos gestos, de esa cercanía.

 Ya no me sentía incómodo. Mi cuerpo había cambiado, y con ello, mi percepción sobre esos detalles. Me sentía cómoda, incluso agradecida por su atención, porque me hacía sentir… como una mujer.


Lo peor de todo fue darme cuenta de que la transformación no era solo física. dias antes mi forma de pensar, mi manera de actuar, todo comenzó a reflejar la de mamá. Empecé a sentirme cada vez más cómoda en su papel, y algo en mi interior comenzó a despertarse. Ya no solo tenía su cuerpo… mi mente también comenzaba a ser la suya.


El amor que ella sentía por mi padre, el cuidado hacia mis hermanas, la manera en que organizaba el hogar… todo comenzó a fluir a través de mí. Y cuando mi hermana menor, sin pensarlo, me llamó “mamá”, supe que algo dentro de mí había cambiado por completo.


Al principio lo tomé como una simple confusión. Pero al escuchar esa palabra, un sentimiento maternal desconocido se encendió en mí. De repente, la veía de una manera distinta. La protegía, la cuidaba… la amaba como lo haría una madre.

Por eso idee esta plan, queria saber si podía remplazarlad... centia celos... de ella...


Esa misma noche, después de un día fingiendo ser mamá, sentí algo nuevo despertando en mí. No era solo la emoción de ser tratada como ella, sino una necesidad que habia suprimido. Una urgencia femenina, una curiosidad insaciable. Quería más. Quería experimentar todo lo que significaba ser mujer.


Esperé a que la casa estuviera en calma y luego me deslicé en la cama matrimonial, ocupando su lugar. Fingí ser ella por completo, dejando que el hombre de la casa me tomara como si fuera su esposa. Sentí cada caricia, cada embestida, cada susurro dirigido a "ella", y en ese momento, me entregué por completo a mi nuevo papel.



Cuando todo terminó, me quedé con las piernas temblando, sintiendo el calor y la satisfacción de haber vivido la experiencia hasta el final. Él cayó dormido a mi lado, exhausto, mientras yo me levantaba con cuidado.


Me dirigí al baño, limpiando los rastros de lo que acababa de ocurrir. Pero justo cuando terminaba, escuché el sonido de un coche estacionándose en la entrada. Mi corazón se detuvo.


Era ella. La verdadera madre estaba de vuelta.


Sin perder un segundo, corrí de vuelta a mi habitación, acomodando todo para que nada pareciera fuera de lugar. Me tumbé en la cama, fingiendo que había estado ahí toda la noche.


Cerré los ojos y respiré hondo.


Había probado lo que se sentía ser ella.


Y ahora… ya no tenía miedo.


Quería ser ella.


domingo, 23 de febrero de 2025



El precio del paraíso nunca fue barato. Valentina lo sabía bien mientras admiraba su reflejo en el espejo dorado de su tocador. Su piel, impecablemente tersa y perfumada con un aroma floral costoso, era un recordatorio constante de lo lejos que había llegado. Sus labios carnosos, pintados de un rojo intenso, formaron una pequeña sonrisa mientras tomaba uno de los aretes de diamantes que su esposo le había regalado la semana pasada. Cada centímetro de su cuerpo, desde sus voluptuosas caderas hasta su cintura de avispa, era una obra maestra esculpida a base de sacrificio y sometimiento.


No siempre había sido Valentina. Había sido alguien más, alguien con manos callosas por la jardinería y un andar pesado que ahora le parecía grotesco. Pero esa persona ya no existía. Había sido borrada con cada inyección de estrógeno, con cada sesión de depilación láser y con cada delicada palabra susurrada en el oído de su esposo para mantenerlo complacido.


Su cuerpo era una obra maestra de la feminidad, moldeado a la perfección por cirugías, hormonas y disciplina. Sus senos eran grandes, pesados, con una caída natural que le daba un aire de madurez sensual. La lencería de encaje que llevaba apenas lograba contenerlos, acentuando su forma voluptuosa. Sus caderas eran amplias, diseñadas para balancear con gracia cada paso en sus tacones de aguja. Y entre sus piernas, donde antes había un recuerdo de su antigua vida, ahora solo quedaba una hendidura suave y húmeda que confirmaba su feminidad.


Deslizó sus pies en unos tacones de aguja de diseñador y avanzó con una elegancia milimétricamente ensayada. Su cuerpo respondía con la gracia de una muñeca fina, porque así lo había moldeado su esposo. Era su joya, su posesión más preciada, y ella aceptaba su papel con una sonrisa que escondía cualquier atisbo de duda.



Al bajar las escaleras de mármol, escuchó la campana anunciando su llegada. Su estómago se apretó por reflejo, como siempre ocurría antes de verlo. Sabía lo que esperaba de ella: perfección. Ajustó el tirante de su vestido de satén y se detuvo justo en la entrada, esperando.


Él entró con su porte dominante, con la seguridad de un hombre que sabe que todo en su hogar le pertenece, incluida ella. Valentina se adelantó con pasos suaves y estudiados, inclinando su cabeza con sumisión calculada.


—Bienvenido a casa, mi amor —susurró, con una dulzura que solo ella podía manejar.


Su esposo sonrió y deslizó sus manos por su cintura diminuta, apreciando el fruto de su inversión.


—Estás hermosa, como siempre.


Y en ese momento, mientras se entregaba a su abrazo, Valentina comprendió que su destino estaba sellado. No importaba cuánto sacrificara, cuánto perdiera de sí misma en el proceso. Lo único que importaba era seguir siendo la perfección encarnada.




sábado, 22 de febrero de 2025

Reprogramada para amar mi nueva vida.


Al principio, me aferré a mi antigua identidad. Me negué a aceptar lo que me estaban haciendo, lo que me estaban convirtiendo. Me secuestraron, me inmovilizaron y me transformaron, pieza por pieza, hasta que no quedaba rastro del hombre que solía ser.


Las primeras semanas fueron una pesadilla de cirugías, hormonas y terapias. Me inyectaban estrógenos hasta que mis músculos se derretían y mi piel se volvía suave como la seda. Me obligaban a usar un corsé durante horas para afinar mi cintura, forzando mi cuerpo a adoptar curvas imposibles. Mis caderas se ensancharon, mi trasero creció redondo y pesado, y mis pectorales se hincharon hasta convertirse en senos femeninos y voluptuosos.


Recuerdo el día en que me desperté con un peso extraño en el pecho. Me quitaron las vendas y lo vi: dos enormes globos redondos, turgentes, con pezones rosados y sensibles. Quise gritar, pero algo dentro de mí empezó a cambiar. Me obligaron a tocarlos, a sentir placer con mi nueva feminidad. Me enseñaron a masajear mis propios senos, a jugar con mis pezones hasta que mi respiración se entrecortaba. Mi cuerpo se estaba volviendo mi prisión… pero también mi placer.


Lo peor llegó cuando me llevaron a la última cirugía. Intenté pelear, pero ya era débil, mis manos pequeñas no tenían la fuerza de antes. Me susurraron al oído: "Este es el último paso. Después de esto, serás una verdadera mujer." Y lo hicieron. Cortaron lo que quedaba de mi pasado, y en su lugar dejaron algo suave, cálido y húmedo.



Cuando desperté, todo había cambiado. El vacío entre mis piernas latía con una nueva sensibilidad. Me dijeron que me mirara en el espejo. Me negué, pero ellos me sujetaron y me obligaron a enfrentar la verdad: una diosa de curvas exageradas, con senos enormes, labios carnosos y un cuerpo diseñado para el placer. Me odié por lo hermosa que me veía. Pero ellos sabían que no tardaría en amarlo.


Las sesiones de reprogramación se intensificaron. Me hicieron usar lencería diminuta, tacones altísimos, maquillaje sensual. Me pusieron frente al espejo y me obligaron a repetir: "Soy una mujer. Soy hermosa. Estoy hecha para el placer." Cada vez que me resistía, me recompensaban con un torrente de sensaciones en mi nueva feminidad, hasta que mi cuerpo aprendió a ansiarlo.



El tiempo pasó, y la resistencia se desvaneció. Ahora camino por el departamento con mi figura voluptuosa enmarcada en un baby doll de seda. Mis senos rebotan con cada paso, mis caderas se balancean de manera hipnótica. Miro hacia abajo y sonrío al verlos… los pedí más grandes después de mi vaginoplastia. Sí, yo lo pedí.



Porque ahora amo lo que soy. Una muñeca perfecta. Una fantasía viviente.


Mis captores ya no son mis enemigos. Son mis dueños. Y cuando vengan a reclamarme, los esperaré ansiosa, lista para agradecerles de la mejor manera posible. Después de todo, fui hecha para esto.



viernes, 21 de febrero de 2025

Si mi padre supiera…

 


Si mi padre supiera que su único hijo, su orgullo, su heredero… ahora es Marisol.


Desde que tengo memoria, mi padre me moldeó para ser un hombre fuerte, alguien que perpetuaría su apellido y su legado. Él siempre decía que un hombre debe ser dominante, que las mujeres están hechas para servir, que su único propósito es complacer a los hombres.


Crecí escuchando esas palabras, absorbiéndolas mientras intentaba desesperadamente encajar en la imagen de masculinidad que él esperaba de mí. Me llevaba a pescar, a cazar, al gimnasio, me enseñaba a arreglar autos y a hablar con autoridad. Invirtió fortunas en mi educación, en convertirme en el hijo perfecto. Pero todo su esfuerzo fue en vano…


Porque en mi interior, yo nunca fui un hombre.


Desde niño, me fascinaban los vestidos de mi madre, su maquillaje, sus tacones. Adoraba verla arreglarse frente al espejo, aplicarse perfume, ponerse lencería de seda. Y cuando nadie miraba, me probaba su ropa, imaginándome a mí misma con su misma belleza, su misma feminidad.


La única que entendió mi deseo fue mi madre. Al principio, le costó aceptarlo, pero con el tiempo, se convirtió en mi cómplice. A escondidas, me dejaba usar su ropa, me enseñaba a caminar con gracia, a maquillarme, a cuidar mi piel. Me susurraba que algún día podría ser la mujer que siempre quise ser.


Y juntas, planeamos mi escape.


Cuando cumplí 18, usé la excusa de estudiar en el extranjero para marcharme de casa. Pero en realidad, mi madre y yo teníamos otro destino en mente. Con su ayuda, me sometí a años de tratamientos hormonales, cirugías, implantes… Todo lo que mi padre me había dado para ser un hombre fuerte y viril se desvaneció poco a poco.


Mis hombros anchos se estrecharon, mi cintura se afinó, mis caderas se redondearon, mi trasero se volvió grande y atractivo. Mis pectorales esculpidos por años de entrenamiento se transformaron en senos voluminosos y naturales. Mi piel se volvió suave y tersa, mi rostro angelical, mis labios carnosos y femeninos.


Y entre mis piernas… ya no quedaba rastro de mi antigua identidad.


Mi pene, que alguna vez fue símbolo de la virilidad que mi padre tanto veneraba, se redujo hasta desaparecer, reemplazado por una feminidad húmeda y ansiosa de ser usada.


Cuando me vi en el espejo por primera vez después de mi transformación final, supe que por fin era quien siempre quise ser. Ahora era Marisol, una mujer en cuerpo y alma.


Pero lo más irónico de todo… es que terminé exactamente como mi padre decía que una mujer debía ser.


Sumisa. Obediente. Dependiente de un hombre fuerte y dominante.


Si él supiera… que su "hijo" ahora se despierta cada mañana en un lujoso departamento, vistiéndose con lencería delicada y vestidos ajustados para su prometido. Que pasa horas arreglándose, maquillándose, peinándose, asegurándose de ser la mujer perfecta para él. Que cuando él llega a casa, lo primero que hago es arrodillarme frente a él y tomar su verga caliente entre mis labios, chupándosela con devoción como toda buena mujer debe hacer.

No queda ni el más mínimo rastro del hombre que alguna vez fui. Mi piel es suave, mi cintura estrecha, mis caderas amplias y redondeadas, mi trasero generoso y perfecto, diseñado para ser admirado… y usado.



Ya no hay resistencia en mi cuerpo, todo en mí ha aprendido a recibir. Mi trasero se abre con facilidad, siempre listo, tan acostumbrado al placer que ya no necesito preparación. Cada vez que mi hombre me toma, me llena por completo, siento una satisfacción profunda, un éxtasis que me hace temblar de placer.


Mis labios también han aprendido su propósito. Sé exactamente cómo envolverlo, cómo devorar cada centímetro con hambre, sin dejar que una sola gota se desperdicie. Me deleito en su sabor, en la sensación de su esencia caliente deslizándose por mi lengua.


Y lo que más amo… es cuando él me llena. Ya sea en mi interior o sobre mi piel, sentir su calor marcándome como suya me hace sentir completa. No hay mayor satisfacción para mí que entregarme por completo, ser su mujer en cuerpo y alma.

Si supiera que su hijo ahora cocina, limpia y espera con ansias la llegada de su hombre. Que gime con cada embestida, que se muerde los labios cuando su amante le llena por dentro, que disfruta ser follada como una esposa sumisa y obediente.


Si mi padre supiera… que su hijo ahora es la mujer que él siempre dijo que todas debían ser… Seguramente le daría un infarto.


domingo, 16 de febrero de 2025


El Gran Cambio me puso en el cuerpo de Abby, la crush de mi mejor amigo. Apenas pasaron unas horas antes de que él me enviara un mensaje.


—Abby, ¿quieres salir este fin de semana?

Bufé, recostándome en mi cama. Miré mi reflejo en el espejo: el cabello largo y rubio caía en suaves ondas sobre mis hombros, mis labios eran más gruesos y rosados, y mi cuerpo… bueno, mi cuerpo ya no tenía nada de hombre. Las curvas eran demasiado obvias: caderas anchas, una cintura estrecha y unos pechos grandes y firmes que apenas podía ocultar bajo la ropa.

No importaba cuántas veces lo repitiera, mi mejor amigo simplemente se negaba a aceptar la verdad.


—No soy Abby. Deja de intentarlo. No importa lo que hagas, nunca va a funcionar conmigo.

Pero él no se rendía. Cada salida con él era igual que antes: videojuegos, comida chatarra y bromas tontas. Pero notaba la diferencia en cómo me miraba ahora, cómo su atención se desviaba de mi cara a mi escote o cómo su mano "accidentalmente" rozaba mi muslo cuando nos sentábamos juntos.

Y luego, cambió de estrategia.


—Vale, vale… si no quieres que te conquiste, ¿al menos me dejarías tener sexo contigo?

Lo miré horrorizada.

—¡De ninguna manera! ¡Ni en un millón de años!

—Vamos, Abby… o carl, como prefieres te digo ahora. Eres mujer, tienes todo lo que ella tenía. ¿Por qué no aprovecharlo?

Me crucé de brazos, incómoda en la ropa ajustada que ahora debía usar. Sentía el peso de mis senos contra el sujetador, la presión del jean sobre mis caderas más anchas. Incluso sentada, mis muslos se sentían grandes y suaves.

—No antes del matrimonio, bro.

Se rió, pero siguió insistiendo. Pasaron tres semanas de regalos, cumplidos y súplicas.

—Bueno… si no quieres sexo normal, al menos podríamos probar sexo anal, ¿no? Técnicamente seguirás siendo virgen.

Lo fulminé con la mirada.

—¡¿Me estás jodiendo?! ¡Eso es incluso peor!

—Vamos, sería lo más justo… al menos dame algo.

Suspiré, harta. Tal vez por lástima, tal vez por cansancio, pero accedí.


—Está bien. Pero solo te haré una follada de tetas, nada más.

Sus ojos se iluminaron como si hubiera ganado la lotería.

Cuando llegó el día, me quité la blusa y el sujetador con cierta vergüenza. Ver mis propios senos desnudos aún me parecía extraño. Me arrodillé frente a él, juntando mis suaves y grandes pechos alrededor de su erección.

—Más suave…—gimió él, totalmente embelesado.

Comencé a moverme, sintiendo su calor entre mis pechos. La piel suave y cálida de mis nuevos atributos lo estaba volviendo loco. Apenas habían pasado unos segundos cuando su respiración se volvió errática.



—Mierda… voy a…

Y entonces, en un par de sacudidas más, explotó.

Su erección desapareció tan rápido como llegó, dejándolo jadeando y avergonzado.


Me limpié el pecho con una mueca burlona.

—Vaya, ¿tanto tiempo rogaste para esto? Qué decepción.


sábado, 15 de febrero de 2025

Una Sorpresa

 




Desde que mamá nos dejó, papá pasaba cada San Valentín solo, con la mirada perdida en el viejo álbum de fotos familiares. La tristeza en sus ojos me partía el alma, y este año decidí hacer algo especial. Algo que lo haría sonreír de nuevo… aunque fuera por un solo día.


Guardaba una píldora X-Change desde hacía meses, tentado a usarla pero sin el valor suficiente. Hasta ahora. Tragué la cápsula con un sorbo de agua y esperé, mi corazón latiendo con fuerza. Al principio, nada… pero entonces, una ola de calor recorrió mi cuerpo, haciendo que me estremeciera.


Un cosquilleo subió por mi columna mientras mi torso se contraía, mi cintura estrechándose en una curva femenina. Mi piel se volvió más suave, mis manos encogiéndose hasta ser delicadas y esbeltas. Jadeé al sentir cómo mi pecho se hinchaba, un peso desconocido asentándose con una presión tentadora. Bajé la mirada justo a tiempo para ver cómo mis caderas se ampliaban en un vaivén sensual, mientras mi trasero se redondeaba en proporciones exuberantes.


Un mechón castaño cayó sobre mi rostro. Toqué mi cabello, ahora largo, sedoso y ondulado, igual al de mamá en sus mejores días. Corrí al espejo y… ahí estaba ella. O mejor dicho, yo.


El reflejo me devolvía la imagen de una mujer madura, hermosa y radiante. Mi rostro tenía la misma expresión coqueta que recordaba de mi madre cuando le sonreía a papá. Toqué mis labios carnosos, deslizando mis dedos por mi nuevo cuello esbelto y bajando hasta mis generosos senos, sintiendo la cálida pesadez de mi nueva feminidad.



Respiré hondo y abrí su armario. Sabía exactamente qué ponerme. Un vestido rojo ajustado que se aferraba a cada curva recién adquirida, medias de encaje y los tacones que solía usar en sus citas especiales. Me perfumé con su fragancia favorita, dejando que el aroma floral se mezclara con mi propia esencia.


Cuando bajé las escaleras, el sonido de mis tacones resonó en la sala justo en el momento en que la puerta se abrió. Papá se quedó congelado. Sus ojos recorrieron mi figura, su boca entreabierta en un gesto de incredulidad.


“C-Cariño… ¿pero cómo…?”


Sonreí con la seguridad de una mujer que sabía exactamente lo que hacía. Me acerqué lentamente, mis caderas moviéndose de manera natural, mis labios curvándose en una sonrisa seductora.


“Feliz San Valentín, amor,” susurré, acercándome a su oído, sintiendo su respiración entrecortada.


La noche apenas comenzaba. Y esta vez, mamá se aseguraría de que papá nunca más estuviera solo.


viernes, 14 de febrero de 2025








El reflejo en el espejo me devuelve la imagen de una mujer irresistible: labios gruesos pintados de rojo intenso, ojos enmarcados con un maquillaje sensual, cabello rubio cayendo en suaves ondas sobre mis hombros. Mi vestido rojo es ajustado, apenas conteniendo mis curvas exageradas. Pero lo más importante es lo que llevo debajo.

Mis manos recorren mi cuerpo con movimientos ensayados. Ajusto el sujetador de encaje rojo, asegurándome de que mis senos queden elevados y tentadores. La tela es tan fina que apenas oculta mis pezones endurecidos. Deslizo la tanga diminuta entre mis caderas anchas y redondeadas, sintiendo cómo se acomoda entre mis nalgas generosas. Mis piernas, perfectamente depiladas, se cubren con unas medias de seda que subo lentamente hasta sujetarlas con el liguero de encaje, cada movimiento recordándome lo que soy ahora.

Hoy es 14 de febrero.


Hace exactamente un año, yo era un hombre. Su vecino. Un tipo común con una vida propia, hasta que él decidió que debía ocupar el lugar de su esposa perdida.

Nunca olvidaré el momento en que me tomó. Me desperté en una habitación desconocida, atado a una cama, con su voz calmada susurrándome:

—No llores, mi amor. Solo te haré perfecta otra vez.

Desde ese día, mi vida dejó de ser mía. Hormonas, cirugías, entrenamientos. Me moldeó a su gusto, esculpió mi cuerpo hasta convertirme en la esposa ideal. Me obligó a aprender a caminar con tacones, a vestirme con lencería provocativa, a someterme a su voluntad. Cada castigo, cada sesión de lavado de cerebro, me fue borrando… hasta que no quedó nada del hombre que una vez fui.

Ahora soy nora. Su Valentina.

Hoy es nuestro aniversario. Nuestro primer San Valentín juntos. Me ha comprado joyas, flores, y una cena especial. Pero sé que lo único que realmente quiere… soy yo.

Respiro hondo y sonrío, colocando mis manos sobre mi vientre plano, imaginando el futuro que él ha planeado para mí. Pronto, seré más que su esposa. Seré la madre de sus hijos.

El sonido de la puerta abriéndose me estremece. Me giro, lista para recibirlo, con la sonrisa dulce que él adora.

Porque ya no sé ser otra cosa.

domingo, 9 de febrero de 2025

"Wow… no puedo creer lo femenina que me veo."


Me quedé quieto frente al espejo, con la respiración entrecortada. Mi reflejo era el de una mujer hermosa, con labios carnosos pintados de rojo, pestañas largas y una piel suave y perfecta. Pero lo que realmente me tenía hipnotizado era mi cuerpo.



"Mierda… este trasero… es demasiado…"


Me giré lentamente, sintiendo cómo mis caderas se movían de forma exagerada con cada pequeño paso. Me llevé las manos a mi trasero, apretándolo con curiosidad. Era grande, redondo y suave, una diferencia abismal con mi antigua figura. Cada vez que me movía, podía sentirlo temblar ligeramente, como si mi propio cuerpo estuviera burlándose de mi antigua identidad.


Luego, noté otro detalle.


"Ah, qué bueno… No soy lo suficientemente alta ahora…"


Antes, me gustaba estar por encima de los demás, pero ahora, sin los tacones, era mucho más bajita. Mi centro de gravedad había cambiado, mis piernas se sentían más cortas, mi postura más delicada. Todo en mí era diferente, desde la forma en que mis muslos se rozaban hasta la manera en que mis caderas se arqueaban naturalmente.


Respiré hondo y sonreí. Lo aterrador no era mi transformación. Lo aterrador era lo natural que se sentía. Como si siempre hubiera sido así… como si este fuera mi verdadero yo.


sábado, 8 de febrero de 2025

La vida que siempre quise



El sol baña mi departamento con una luz dorada y cálida. Camino descalza sobre el suelo frío, sintiendo cada paso con una extraña mezcla de emoción y placer. Ser una mujer es maravilloso. El roce de mi camisón de seda sobre mis caderas anchas, el balanceo natural de mis senos al moverme… todo es exactamente como siempre lo deseé.


Miro el reloj. 5:30 pm. Mi esposo llegará pronto. Una sonrisa coqueta se dibuja en mis labios pintados de rosa. Debo preparar la cena… pero primero, una ducha.


Camino hacia el baño con una sensualidad natural, esa que al principio me costaba imitar pero que ahora fluye sin esfuerzo. Me planto frente al espejo y observo la mujer que me devuelve la mirada. Dios… soy hermosa.


Deslizo los tirantes de mi vestido y dejo que caiga suavemente a mis pies. Mi reflejo me deja sin aliento. Mis caderas son redondas y llenas, mis pechos firmes y generosos, mi cintura delgada y mi piel suave como la seda. No puedo evitar tocarme, recorrer con las yemas de mis dedos mi vientre plano, mi cintura estrecha, el volumen tentador de mis senos. Este cuerpo es mío. Lo compré. Me pertenece.


Entro en la ducha y dejo que el agua caliente resbale sobre mi piel. Con las manos enjabonadas, acaricio mis pechos, disfrutando la sensibilidad de mis pezones al endurecerse bajo mis propios toques. Bajo mis manos por mi abdomen hasta mi vagina, sintiendo su calor, su suavidad, su feminidad absoluta. Nada queda del hombre que fui. Ahora soy una mujer completa, por dentro y por fuera.


Me tomo mi tiempo, disfrutando el placer de ser yo misma. Cuando termino, salgo del agua envuelta en vapor, mi piel brillante y perfumada. Me seco con cuidado, deleitándome con cada roce de la toalla contra mi cuerpo.


Camino a la habitación y escojo un camisón blanco de encaje, delicado y casi transparente. La tela acaricia mis pezones y se desliza sobre mi trasero redondo mientras me muevo. Me miro en el espejo y sonrío. Soy la esposa perfecta. Sensual, femenina, completamente sumisa para mi marido.


En la cocina, enciendo la estufa y comienzo a cocinar. Mientras revuelvo la sartén, miro mi reflejo en el vidrio de la ventana. Por un instante, la nostalgia me invade…


Hace tres años…


Cuando recibí la herencia de mi abuela, supe que era mi oportunidad. Siempre había sentido que mi cuerpo no me correspondía. Ser un hombre nunca me hizo feliz. Pero con ese dinero, todo cambió.


Busqué la mejor clínica de intercambio y compré el cuerpo perfecto. Joven, fértil, de curvas exquisitas y una belleza natural que haría suspirar a cualquier hombre. Adaptarme fue un placer absoluto: aprender a caminar con tacones, a maquillarme, a vestir ropa ajustada… sentirme deseada por los hombres fue la experiencia más erótica de mi vida.


Hasta que lo conocí a él. Mi esposo. No le conté nada de mi pasado. Para él, siempre fui esta mujer. La mujer de la que se enamoró.


El sonido de la puerta interrumpe mis pensamientos. Mi marido ha llegado.


Me giro y lo veo enmarcado en la puerta, su mirada devorándome. Camina hacia mí con paso firme, su presencia masculina llenando el espacio. Me toma de la cintura, me aprieta contra su cuerpo y me besa profundamente.


—Hueles delicioso… —susurra contra mis labios.


—Gracias, cariño. La cena está lista…


—Después —dice con una sonrisa traviesa.


Sus manos descienden por mi espalda, acariciando mis curvas, recordándome lo pequeña y femenina que soy en comparación con él. Mi corazón late con fuerza. Dios, cómo amo sentirme así.


Me toma en brazos y me lleva a nuestra alcoba, depositándome en la cama con delicadeza. Me quita el camisón lentamente, disfrutando de cada centímetro de mi piel desnuda. Sus labios encuentran mis pezones, su lengua los acaricia, enviando ondas de placer por todo mi cuerpo. Soy suya. Soy una mujer para él.


Me abre las piernas y su lengua baja, provocándome gemidos de placer. Este cuerpo fue diseñado para ser una mujer, para disfrutar como una mujer. Y cuando finalmente me penetra, no hay nada más en el mundo. No hay pasado, no hay recuerdos. Solo yo, su esposa, recibiéndolo, disfrutándolo, entregándome a él.


Grito su nombre cuando llega al clímax, llenándome con su semilla. Últimamente hemos hablado de tener un bebé, y la idea me excita tanto como el sexo mismo. Dormirme con su esencia dentro de mí me hace sentir más mujer que nunca.


5:30 am. El despertador suena. Nos despertamos juntos, entre besos y caricias. Antes de levantarnos, hacemos el amor de nuevo, más lento, más tierno. No hay prisa.


Nos duchamos juntos, riendo bajo el agua caliente. Después, bajo a la cocina con solo un camisón puesto, sintiendo la mirada de mi esposo sobre mi cuerpo mientras preparo el desayuno.


Él se despide con un beso antes de irse al trabajo, y yo me quedo en casa, haciendo las tareas del hogar. Soy su esposa. Su mujer. Y pronto, la madre de sus hijos.


Sonrío con satisfacción. Soy todo lo que siempre quise ser.


La vida que siempre soñé.


viernes, 7 de febrero de 2025


¿Gorda? No sé por qué mi hermana siempre se quejaba de su cuerpo… Ahora que estoy atrapado en su piel, he aprendido a disfrutar cada centímetro de sus voluptuosas curvas.



Sus senos son enormes y pesados, llenando cualquier sujetador hasta el límite, y aunque tienen una ligera caída natural, su forma sigue siendo deliciosa y provocativa. Cada movimiento los hace rebotar con un peso que antes jamás habría imaginado llevar. Sus caderas anchas y su trasero redondeado hacen que cualquier pantalón se ajuste de forma exageradamente sensual, resaltando cada centímetro de carne blanda y femenina. Cuando camino, siento la fricción de sus gruesos muslos, frotándose con cada paso, recordándome lo diferente que es moverse con un cuerpo como este.


Y esa grasa extra en su abdomen… una suave capa que cubre su cintura, no como un defecto, sino como un toque aún más femenino. Una piel que cede bajo mis propias manos, cálida y delicada. Me hace ver más madura, más deseable, como una mujer en la plenitud de su sensualidad. Cada vez que me miro en el espejo, me descubro admirando la forma en que sus curvas se amoldan a la ropa, cómo los escotes profundos resaltan la amplitud de sus senos y cómo sus jeans se estiran hasta el límite sobre su trasero.


Al principio, la sensación de este cuerpo era abrumadora: el peso en el pecho, el balanceo de mis caderas al caminar, la forma en que mi trasero se siente al sentarme, redondeado y prominente. Pero ahora… ahora no solo lo acepto, lo disfruto. Me encanta cómo mi nueva silueta atrae miradas, cómo cada prenda de ropa resalta mi feminidad. Me fascina la manera en que mis labios carnosos se curvan en una sonrisa cuando noto a alguien fijarse en mí.


Mi hermana nunca supo apreciar lo que tenía. Siempre lo vio como un problema, como un estorbo. Pero yo… yo he aprendido a amarlo. Y pienso sacarle todo el provecho posible.

sábado, 1 de febrero de 2025

Atención...


Cuando me transformé en una chica gracias a un hechizo mágico, decidí aprovechar la oportunidad y vivir mi nueva vida femenina con todas las implicaciones que eso traía. Desde que salí del seguro refugio de mi departamento, me di cuenta de lo que realmente significa ser una mujer en este mundo.



Mi primer día explorando mi nueva identidad fue... toda un experiencia. Mientras caminaba por la calle, notaba cómo las miradas se cruzaban conmigo. Al principio, las ignoraba, pero pronto me di cuenta de que no solo eran curiosas, sino llenas de un tipo de interés que nunca había experimentado antes. Fue una sensación extraña, pero fascinante, cuando la gente te mira es por algo y supongo que soy una belleza. 


Sin embargo, fue en el gimnasio donde todo se volvió realmente intenso. Al entrar, sentí como si todos los ojos de la sala se posaran sobre mí. No era solo un par de miradas furtivas, sino observaciones descaradas, evaluaciones. Los chicos no se molestaban en disimularlo, y aunque al principio me sentí algo incómoda, pronto comprendí que era el precio por tener este nuevo cuerpo.


Varios se me acercaron. Algunos con sonrisas nerviosas, otros con un aire de confianza, como si ya supieran exactamente cómo lograr lo que querían. Un par de ellos intentaron hablar de manera casual, preguntándome si necesitaba ayuda con los ejercicios y maquinas. Otros, sin rodeos, comenzaron a ofrecerme consejos sobre cómo mejorar mi rutina, aunque sentía que en realidad solo estaban buscando una excusa para seguir conversando. Y luego estaban los que no perdían tiempo: directamente me pedían una cita, como si mis ojos estuvieran solo allí para verlos a ellos....


Lo sabía perfectamente, sus intenciones no eran sutiles. Mi larga y sedosa cabellera rubia, el cuerpo curvilíneo que comenzaba a descubrir, no los engañaba. Sabía lo que querían. No eran tontos, y tampoco lo era yo. Aunque sus palabras parecían inocentes, todo era una fachada. Sus gesto, sus mirada, estaba cargado de deseo, y no me costaba adivinar que lo que buscaban, en última instancia, era llevarme a la cama...


No obstante, no me dejé llevar. Rechacé educadamente, pero con firmeza, a todos los que se me acercaron. No iba a ser parte de esa dinámica de objetos deseables. No, no era tan ingenua como para caer en esa trampa.


Pero, para ser completamente honesta conmigo misma, había algo dentro de mí que disfrutaba de toda esa atención. No lo diría en voz alta, ni lo compartiría con nadie, pero era una realidad innegable. Esa era la clase de atención que jamás habría recibido como hombre. Ser deseada, ser mirada, no solo por mi aspecto, sino por lo que era ahora… me resultaba extraño, pero de alguna manera también me complacía. La sensación de poder que venía con ser el centro de atención me hacía sentir viva de una forma que nunca imaginé.