🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

domingo, 6 de abril de 2025

 

me miro en el espejo y veo a una hermosa mujer madura. Mis labios rojos, perfectamente delineados, combinan con el sexi antuendo que abraza mis curvas en los lugares correctos. Mi cabello, peinado con cuidado, cae sobre mis hombros con elegancia. Todo parece perfecto, pero algo dentro de mí me susurra que esta no soy yo.



A veces, tengo sueños. Son fragmentos extraños de una vida que no debería recordar. En ellos, soy un chico joven en un laboratorio lleno de luces cegadoras y máquinas que zumban. Veo tubos burbujeando con líquidos extraños y escucho voces discutiendo cosas que no entiendo. Me despierto sudando, con un nudo en el estómago. Mi marido siempre está ahí, preocupado, preguntándome qué pasa.


Le conté sobre esos sueños, sobre cómo algo en mi interior me dice que hay otra vida que no recuerdo. Pero él siempre me calma. Me asegura que son solo residuos de estrés, imaginaciones sin sentido. "Eres mi esposa, la mujer que amo," me dice mientras acaricia mi rostro.


Cuando las visiones se vuelven insoportables, mi marido me guía suavemente a nuestra habitación. Me tumba en el sofá, enciende una pequeña lámpara que emite una luz cálida y empieza su terapia de hipnosis. Su voz es profunda y tranquilizadora, como el murmullo de las olas. Me pide que cierre los ojos, que respire profundamente, que deje ir todo pensamiento que no pertenezca a esta vida.


Al principio, lucho. Siento que estoy perdiendo algo, como si un eco en mi mente intentara aferrarse a mí. Pero su voz siempre vence. Suave, insistente, me sumerge en un lugar donde no hay dudas, donde solo existe el amor que siento por él, el hogar que hemos construido juntos.


Cuando despierto, todo es claro. Las visiones han desaparecido. Miro mi reflejo y no siento conflicto alguno. Soy su esposa, la mujer que adora. Mi mente ya no lucha, no busca respuestas, no cuestiona. Solo vivo mi rol.


Paso los días cuidando de la casa, preparando las comidas que sé que a mi marido le encantan. Él trabaja duro para mantenernos, y yo me aseguro de que todo esté perfecto para cuando regrese. Me esfuerzo por ser la esposa ideal, porque es lo que soy. La hipnosis lo ha dejado claro: no hay otra verdad más que esta.


Por las noches, cuando estoy en sus brazos, siento un placer profundo, como si no existiera nada fuera de este momento. No recuerdo los sueños, ni el laboratorio, ni esas extrañas imágenes de una vida pasada. Solo estoy aquí, en este cuerpo, en esta vida, siendo la mujer que él necesita.



Y aunque a veces, en los momentos más silenciosos, un débil susurro en mi mente intenta gritar que algo está mal, nunca dura mucho. Su amor, su voz, y su cuidado siempre logran silenciar cualquier duda. Porque al final, ¿qué más podría importar? Soy feliz. Soy suya. Soy perfecta.



Hechas para nuestros futuros maridos



¿Renunciarías a tu masculinidad para convertirte en la esposa perfecta de un hombre rico que solucionará todos tus problemas?


Cuando me inscribí en el programa "Hechas para nuestros futuros maridos," nunca imaginé que lo que comenzaría como una solución temporal a mi vida de problemas financieros, terminaría transformándome completamente. En ese momento, la idea de vivir rodeado de lujos y de una vida fácil parecía demasiado tentadora, pero no entendía el costo real de esa promesa.


Desde el principio, me dijeron que no sería solo un cambio físico superficial. Para llegar a ser la esposa que un hombre rico desea, tendría que pasar por un proceso profundo: hormonas, cirugía, e incluso una reprogramación mental. Las primeras semanas fueron las más duras. Inyecciones de estrógenos y testosterona bloqueada comenzaron a transformar mi cuerpo. Mis hombros se estrecharon, mi voz se hizo más suave, y el vello facial comenzó a desaparecer. Cada día me sentía más débil, como si mi antiguo ser estuviera desvaneciéndose, reemplazado por algo nuevo.


Cuando pasé por mi primera cirugía estética, fue como una reinvención total. Me hicieron una rinoplastia para afinar mi nariz, liposucción en la cintura para lograr una figura más curvilínea, y aumentaron mis senos para que fueran firmes y grandes. El proceso fue doloroso, pero al ver los resultados en el espejo, me sentí más hermosa que nunca. Mi cuerpo estaba finalmente alineado con lo que se esperaba de mí.


Pronto me presentaron a Alejandro, mi futuro esposo. Él no era solo rico, sino también extremadamente atractivo. Su vida era un sueño de lujo y viajes. Me mostró su mansión, sus coches deportivos y su vida de fiesta. Pero también esperaba que cumpliera con su visión de esposa perfecta: hermosa, sumisa y siempre deseosa de su compañía. Aunque me trataba como una reina, sentía que mi identidad como hombre había sido borrada por completo.



Ahora soy su esposa, la mujer que siempre quiso. Vivo rodeada de lujo y confort, pero en las noches, cuando me despierto en su cama, miro mi reflejo y me pregunto si realmente soy feliz con lo que he dejado atrás.


Más Testimonios:


Mariana (antes Manuel):

"Lo que más me costó fueron las hormonas. Mi cuerpo cambió de maneras que no imaginaba, y la cirugía fue un proceso largo y doloroso. Pero al final, lo que importó fue que logré la vida que siempre quise: lujos, viajes, y un esposo que me adora. A veces siento que no soy yo misma, pero cuando me miro en el espejo y veo lo hermosa que soy, me siento orgullosa. Aún me pregunto si valió la pena, pero me niego a regresar a mi antigua vida."



Valeria (antes Víctor):

"Al principio, fue el miedo a perder mi masculinidad lo que me frenó, pero luego comprendí que no era solo una transformación física. Las hormonas me hicieron sentir más femenina, y las cirugías fueron casi como una liberación. Mi cuerpo se convirtió en lo que siempre había deseado: curvilíneo, suave, y deseable. Ahora, estoy casada con un hombre rico que me trata como una diosa. Aunque a veces la nostalgia me golpea, mi vida como Valeria es mucho mejor."



Sofía (antes Samuel):

"Recuerdo el dolor de las cirugías, pero ahora, con mi nuevo cuerpo, me siento más completa que nunca. El proceso de cambio fue largo, pero el resultado final valió cada segundo. Mi esposo, un empresario adinerado, está completamente enamorado de mí, y yo de él. No puedo negar que la vida es mucho más fácil y placentera ahora, pero cuando me quedo sola en la noche, me pregunto si mi antiguo yo, Samuel, estaría orgulloso de la mujer en la que me he convertido."



¿Tú lo harías? ¿Te inscribirías en el programa?


Porque una vez que entras... no hay vuelta atrás.


Explorando el cuerpo de la señora Uzumaki



Inojin Yamanaka no podía evitarlo. Había algo en la señora Hinata Uzumaki que lo fascinaba. Desde pequeño la había admirado por su amabilidad, su elegancia y esa belleza que parecía eterna. Pero en los últimos años, esa admiración había evolucionado en algo más oscuro, algo que no se atrevía a compartir con nadie, ni siquiera con sus propios pensamientos.


Esa tarde, escondido en las escaleras de su casa, observaba cómo la señora Uzumaki conversaba con su madre, Ino. Su suave risa resonaba como una melodía, y los movimientos sutiles de sus manos al hablar parecían hipnotizarlo. Su figura, perfectamente delineada incluso bajo aquella blusa holgada y esos mini shorts que realzaban sus caderas, lo mantenía absorto.


Cuando Hinata se despidió, inclinándose ligeramente para abrazar a Ino, Inojin tuvo un destello de deseo. "Tengo que verla más de cerca", pensó. Siguiendo con la mirada desde la ventana de su habitación, vio cómo la señora Uzumaki caminaba de regreso a su casa. Sus caderas se balanceaban con cada paso, y esa imagen encendió algo en su interior.


Sin pensarlo dos veces, realizó el jutsu de posesión de su clan. Era un riesgo, pero la tentación era demasiado fuerte. En un instante, sintió cómo su conciencia abandonaba su cuerpo y se trasladaba al de Hinata Uzumaki. Abrió los ojos y jadeó suavemente al sentir el peso de sus grandes senos apretados contra la blusa. Sus manos, ahora más pequeñas y delicadas, se deslizaron instintivamente hacia sus caderas, notando cómo los shorts marcaban cada curva. La sensación de la ropa interior ajustada entre sus piernas lo hizo estremecerse.


"Esto es… increíble", pensó mientras miraba sus manos femeninas. Dio un par de pasos, tambaleándose al principio, pero pronto se acostumbró al balanceo natural de las caderas de Hinata. Sentía cómo la suavidad de sus muslos rozaba con cada movimiento, una experiencia completamente nueva y excitante.

Caminó con confianza hacia la residencia Uzumaki, sintiendo cómo las miradas curiosas de los vecinos seguían su paso. Cada mirada alimentaba su ego. Al llegar a la casa, cerró la puerta detrás de él y se dirigió directamente al dormitorio principal. No podía soportarlo más; necesitaba ver todo.


De pie frente al espejo, comenzó a desvestirse lentamente, casi como si quisiera saborear cada momento. Primero deslizó los tirantes de la blusa, dejando al descubierto los grandes senos que habían capturado su imaginación durante tanto tiempo. Luego, bajó los shorts ajustados, quedándose solo con la ropa interior. Se tomó un momento para observar su reflejo: los senos redondos y firmes, el vientre no tan plano con poco de grasa abdominal, las caderas anchas y bien definidas, y el pequeño triángulo caro, coronado un arbusto de bellos pubicos perfectamente arreglado entre sus piernas, la definición anatómica de una mujer madura.


"Es perfecto… ella es perfecta", murmuró con una voz suave, casi un susurro.


Tomó el teléfono de Hinata del tocador y comenzó a posar frente al espejo. Levantó un poco los senos, sintiendo su peso real en las manos, y tomó algunas fotos desde diferentes ángulos. Cada clic del teléfono lo hacía sonreír con picardía. Envió las fotos a su propio número, asegurándose de borrar los mensajes después. Era un recuerdo que no podía dejar pasar.


Sin embargo, mientras miraba el cuerpo desnudo de Hinata una vez más, algo lo detuvo. la combinación entre culpa y emoción invadió su pecho. ¿Qué pasaría si lo descubrieran? ¿Qué diría su amigo Boruto si supiera que había usado a su madre de esta manera? Pero no podía arrepentirse, no después de lo que había sentido.


Respirando profundamente, volvió a vestirse, ajustando cada prenda con cuidado. Sabía que tenía que regresar a su cuerpo antes de que alguien notara algo extraño. Dejó la casa de los Uzumaki tal como la encontró, y con un último vistazo al espejo, deshizo el jutsu y volvió a su cuerpo original.


De regreso en su habitación, aún sentía la piel suave de Hinata y el aroma floral que parecía impregnarla. Las imágenes que había tomado eran un testimonio de lo que había vivido, un recuerdo prohibido que sabía que nunca podría compartir, pero que lo acompañaría para siempre.




.

 


Nunca imaginé que mi vida daría este giro tan inesperado. Durante años, Tom y Jack hicieron de mi existencia un verdadero infierno. Eran despiadados, los típicos bravucones de secundaria que no podían ver a alguien como yo sin encontrar una forma de humillarlo. Pero el destino —y un poco de ciencia experimental— les devolvió con creces todo lo que me hicieron.


Hoy, Amanda y Miranda, las versiones femeninas de mis antiguos tormentos, están de rodillas frente a mí. Con sus cuerpos irresistibles, curvas sensuales y miradas llenas de deseo, parecen dos modelos creadas para complacerme. Sus caderas amplias, pechos generosos y suaves labios carmesí esconden el hecho de que, no hace tanto tiempo, eran dos chicos crueles y engreídos.


Amanda, la más atrevida, no pierde tiempo. Su lengua recorre con maestría toda la longitud de mi pene, disfrutando cada movimiento como si fuera su razón de existir. Mientras tanto, Miranda se encarga de mis testículos, alternando suaves besos y lamidas, susurrando pequeñas súplicas para que la elija a ella como mi favorita.



—Maestro... —murmura Amanda mientras me mira con ojos brillantes—, ¿cuál de nosotras será la primera en darte un hijo?


La pregunta me toma por sorpresa, pero al mismo tiempo, enciende algo dentro de mí. Nunca antes había considerado esa posibilidad, pero ahora que lo pienso, sus cuerpos parecen diseñados para eso. Las caderas redondeadas y firmes de ambas, junto con su sumisión absoluta, las convierten en candidatas perfectas.


—¡No, maestro! —interviene Miranda, apretando sus pechos contra mi muslo en un gesto provocador—. Yo puedo darte un bebé más rápido. Mira mis caderas, están hechas para llevar a tu hijo.


El brillo competitivo en sus ojos me divierte. Ambas están dispuestas a todo por ganarse mi favor, incluso enfrentarse entre sí, pero siempre con una devoción absoluta hacia mí.


—Tranquilas, chicas —digo mientras acaricio el cabello de ambas, disfrutando de cómo se estremecen al contacto—. Aún no he decidido quién será la primera, pero no se preocupen... las dos tendrán su turno.


Amanda se relame los labios mientras Miranda sonríe, ambas imaginando el momento en que puedan llevar a mi hijo dentro de ellas. Pero esto no es solo una cuestión física. La poderosa hormona que desarrollé no solo transformó sus cuerpos, sino que también reinició sus mentes. Ahora, en lugar de ser los bravucones que solían ser, son dos mujeres totalmente sumisas, con un deseo incontrolable de complacerme.


—Por favor, maestro —insiste Amanda, apretando sus pechos juntos para llamar mi atención—. Déjame demostrarte que yo soy la mejor opción.


—No seas egoísta, Amanda —responde Miranda, deslizando una mano por su abdomen mientras me mira con ojos lascivos—. Yo puedo darte hijos hermosos, y sabes que soy más obediente.


Las palabras de ambas están cargadas de deseo, pero también de una dulzura que nunca habría imaginado en los chicos crueles que solían ser. Me inclino hacia atrás, disfrutando de la escena frente a mí, mientras considero mis opciones.


La idea de ver a una de ellas embarazada, sus cuerpos perfectos cambiando para llevar a mi hijo, me llena de satisfacción. Sus vientres redondeados, sus pechos hinchados... y, aun así, completamente dedicadas a complacerme incluso en ese estado.


—Tal vez deba ponerlas a prueba —digo finalmente, disfrutando del brillo de anticipación en sus ojos—. Quiero ver quién de las dos merece el honor de llevar a mi hijo primero.


Ellas asienten emocionadas, listas para demostrar su devoción de cualquier forma que les pida. Lo que empezó como venganza ahora es algo mucho más dulce. Amanda y Miranda son mías, en cuerpo y alma, y no hay nada que no harían para complacerme.





La Nueva Normalidad

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viernes, 4 de abril de 2025

La última vez...



Prometí que sería la última vez que usaba el bodysuit. Me lo repetí una y otra vez, tratando de convencerme mientras deslizaba la prenda sobre mi piel. Pero en cuanto sentí cómo se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, supe que estaba mintiendo. El cambio siempre era tan placentero… esa sensación de la tela fusionándose con mi carne, moldeándome, esculpiéndome en la mujer perfecta.


Me habían advertido sobre los efectos secundarios, sobre cómo el uso prolongado podía hacer que el cambio se volviera irreversible. Lo investigué, leí testimonios de personas que aseguraban que después de cierto punto, ya no había vuelta atrás. Al principio, me asusté… pero con cada transformación, ese miedo se hacía más pequeño.


Me acerqué al espejo, y la visión me dejó sin aliento. Era demasiado hermosa. Mi cintura ahora era una curva sensual, mis caderas redondeadas y mis pechos firmes se alzaban con orgullo. Deslicé mis manos por mi nuevo cuerpo, sintiendo la suavidad de mi piel, el calor entre mis piernas… esa ausencia de lo que solía ser, sustituida por algo mucho más tentador.


Las últimas veces había salido solo a pasear, a sentir las miradas clavadas en mí, a deleitarme con la atención de los hombres. Los veía fijarse en mis piernas largas, en la manera en que mis tacones resonaban en la acera con cada paso. Disfrutaba de los piropos susurrados, de los valientes que se acercaban a coquetear, de los ojos que me devoraban sin disimulo.


Pero esta vez… esta vez no quería quedarme solo con las miradas.



Mi curiosidad me estaba matando. ¿Cómo se sentiría el calor de un hombre contra mi nuevo cuerpo? ¿Cómo se sentiría su piel rozando la mía, sus labios recorriéndome, sus manos explorándome? Mis dedos temblaban mientras acariciaba mi propio cuello, deslizándose lentamente hacia abajo, imaginando lo que estaba por venir.


Solo una vez más, me dije. Solo esta noche.


Pero en el fondo… ya sabía que nunca sería la última vez.


Ahora yo soy la chica…



Bro… No sé ni por dónde empezar. Esto no es algo que pueda soltar así como así, pero necesito decírselo a alguien, y tú eres la única persona en la que todavía confío.


Nunca en mi vida pensé que me pasaría algo así. Si alguien me lo hubiera dicho hace un año, le habría llamado loco. Pero aquí estoy… sentada en mi cama, con un cuerpo completamente diferente al que tenía antes, usando un maldito sujetador y unas bragas de encaje rosa. ¿Puedes imaginarlo? Yo tampoco lo habría creído.

...

Todo empezó cuando hace 2 meses después de micumpleaños. Al principio, pensé que era solo un cambio hormonal tardío, pero con el tiempo me di cuenta de que algo estaba muy mal… o muy bien, depende de cómo lo veas. Día tras día, mi cuerpo comenzó a cambiar de formas que no podía controlar. Primero fue mi estatura. Me encogí, literalmente. Pasé de medir 1.79 m y pesar 75 kg a apenas 1.52 m y 48 kg. Perdí toda mi musculatura, mi torso se volvió más corto, mis piernas más redondeadas… y luego, lo inevitable: crecieron mis caderas, mis muslos se volvieron más gruesos y suaves, y mi trasero se hizo más pronunciado. No es exagerado, pero cuando uso leggings o esos malditos mini shorts, es imposible no notarlo.

Y luego… los senos. Dios, fue lo más extraño. Empezaron como un ligero abultamiento en mi pecho, pero luego crecieron hasta una copa A. No son enormes, pero son firmes, redondos y están ahí, recordándome constantemente lo que soy ahora.

Pero lo que realmente me dejó en shock fue cuando miré entre mis piernas y vi… nada. No más pene, no más testículos. En su lugar, una suave hendidura que no podía negar lo obvio. Ya no era un chico.

...

Bro, no tienes idea de lo que significa vivir así. No es solo el cuerpo… es la forma en que el mundo me trata. Antes, cuando salía a la calle, nadie me prestaba atención. Ahora, los chicos me miran, me sonríen, me coquetean. Es incómodo… y al mismo tiempo, es halagador. Nunca pensé que recibir cumplidos pudiera hacerme sentir bien, pero a veces lo hace. Aunque, claro, también está el lado pesado. Ahora tengo que preocuparme por mi apariencia: maquillarme cada mañana, depilarme, usar sujetador ¡lo odio!, y ni hablar de la ropa. Las faldas y los vestidos me dan pavor. ¿Qué pasa si hay viento? ¿Si me siento mal y se me sube demasiado? Siempre tengo que estar atenta.

Y la menstruación… Dios, la menstruación es un infierno. El primer mes pensé que estaba muriendo. El dolor, el malestar, los cambios de humor… ¡¡¡nadie me preparó para eso!!!. Ahora entiendo por qué las chicas se quejan tanto. Es como si cada mes mi cuerpo me recordara que ahora soy completamente femenina.


Pero si todo esto fuera solo físico, tal vez lo llevaría mejor. El problema es que también ha afectado mi mente. ¡bro!... Me he vuelto más sensible… lloro con películas, con canciones, incluso con palabras amables de otras personas. Antes nada de eso me afectaba. Ahora siento todo con una intensidad que a veces me asusta.

Y lo peor… lo peor es que ya no me atraen las chicas. Al principio pensé que era solo un efecto pasajero, pero no… Hermano, me gustan los chicos. No sé cómo ni cuándo empezó, pero un día simplemente me di cuenta. Me atrapan las sonrisas, las voces graves, la forma en que algunos me miran.


Y aquí es donde todo se vuelve aún más confuso… porque acepté salir con Jacob. Es alto, guapo, con una sonrisa que me hace sentir extraña. Cuando me invitó, quise decir que no… pero mi boca dijo que sí antes de que mi cerebro pudiera reaccionar.


Dime, ¡¡¡bro!!!… ¿qué me está pasando? ¿Cómo diablos llegué aquí?


domingo, 30 de marzo de 2025

Prisiónero


Nunca pensé que mi vida acabaría tan rápido. Solo tenía 20 años cuando me metieron a la prisión estatal por un estúpido robo con mis amigos. 10 años de condena. Mi madre lloró en el juicio, mi padre ni siquiera apareció. "Era cuestión de tiempo", dijeron algunos.


No era el peor lugar del mundo, pero aquí adentro la ley era otra. En mi primer mes aprendí rápido: no hacer contacto visual, no hablar de más y, sobre todo, no mostrar miedo. Pero ser joven, delgado y con cara de niño bonito me convertía en un blanco fácil. Me sentía como una presa rodeada de depredadores, esperando el momento en que alguien decidiera reclamarme como suyo.


Fue entonces cuando conocí al Viejo Ramón.


Era un anciano de barba canosa, con la piel curtida y ojos que habían visto demasiado. Se decía que llevaba más de 30 años en prisión. Nadie sabía por qué aún estaba ahi, si su condena ya habia terminado, pero todos lo respetaban. Se pasaba las tardes mirando por la ventana, como si esperara algo.

Un día, cuando me vio con la mirada desesperada, me llamó con un gesto.


—Escucha, muchacho… Hay una forma de salir de aquí.

Lo miré con escepticismo.

—¿Un túnel? ¿Un guardia corrupto?

Él soltó una carcajada seca.

—No, nada de eso. Algo mucho más… antiguo.

Se inclinó hacia mí y susurró:

—El viento.

Fruncí el ceño.

—¿El viento?

Ramón asintió.


—Hace muchos años, existía un hechizo. Un billete que, si lo dejabas volar con la brisa, encontraba a alguien con quien cambiarías cuerpos. No podías elegir con quién… solo la suerte decidía.

Lo miré con incredulidad.

—Eso es una locura.

—¿Ah, sí? —dijo con una sonrisa torcida—. Entonces dime, ¿qué harás cuando los demás te quieran como su "novia"?

Mi estómago se revolvió. Sabía que tenía razón.

Esa misma noche, cuando mi compañero de celda roncaba, tomé un viejo billete arrugado y lo sostuve con manos temblorosas.

Si esto funcionaba, sería mi única oportunidad.

Lo dejé ir.


La brisa nocturna lo atrapó y lo llevó lejos, desapareciendo en la oscuridad.

Horas después, desperté en un cuerpo completamente nuevo.

Lo primero que noté fue que ya no estaba en la celda. El colchón bajo mi cuerpo era suave, la brisa cálida entraba por una ventana abierta, y el aroma a perfume femenino flotaba en el aire.

Pero lo peor vino cuando intenté moverme.

Un peso extraño tiraba de mi pecho y mi centro de gravedad estaba cambiado. Miré hacia abajo y vi dos enormes senos, pesados y redondos, cubiertos solo por un camisón de seda. Mi piel era más suave, mis manos más delicadas… y al deslizar las sábanas, descubrí un par de piernas largas y torneadas.


Corrí al espejo más cercano y casi me desmayo.


Ya no era un chico de 20 años. Ahora era una mujer… y no cualquier mujer.


Mi reflejo mostraba a alguien en su treintena, con un rostro maduro y seductor, labios carnosos y una melena oscura que caía en ondas sobre mis hombros. Mis caderas eran anchas, mi trasero grande y redondeado, y mi cintura estrecha. Todo en mí gritaba feminidad absoluta.


Me giré, jadeando, sintiendo la falta de algo entre mis piernas y la nueva suavidad de mi piel. Había funcionado… pero, ¿quién era esta mujer?


Antes de que pudiera procesarlo, una voz masculina me sacó de mis pensamientos.


—Cariño, ¿te sientes bien?


Me congelé.


Un hombre estaba en la puerta del dormitorio, mirándome con ternura. Era alto, fuerte y vestía solo un bóxer. Su expresión era de preocupación… y afecto.


Mi corazón latía descontroladamente. Quienquiera que hubiera sido antes… ahora tenía una vida, un hogar, y un marido.


Años después…


El sonido de la batidora y el dulce aroma del pan horneado llenaban mi pequeña pastelería. "Dulce Tentación", así llamé al negocio que abrí en un pueblo costero. Nadie sospechaba nada. Para ellos, yo era simplemente "Mariana", la atractiva esposa del panadero local, la que preparaba los mejores postres de la zona.



Porque sí, la persona con la que cambie fue una mujer,  recién casada. Había despertado en su luna de miel, en un hotel de lujo, con un esposo que la amaba profundamente. No supe qué había pasado con la otra alma que había tomado mi lugar en la prisión … y preferí no pensarlo.


Los primeros días fueron un infierno. Intentar actuar como una esposa cuando no sabía nada de su vida, sus costumbres o incluso cómo manejar mi nuevo cuerpo. Pero aprendí.


Con el tiempo, me acostumbré a la rutina, a la manera en que mi nueva figura se movía, a la suavidad de la ropa de mujer, a la forma en que los hombres me miraban… a la libertad que, irónicamente, nunca había conocido como hombre.

Aprendí a maquillarme, a vestir ropa que resaltara mis curvas, a caminar con tacones altos. Me convertí en la mujer que todos deseaban. Abrí una pastelería y me establecí en este pequeño pueblo, donde nadie hacía preguntas.


Aún conservo ese vijo billete arrugado


A veces, en las mañanas cuando mi marido no esta en casa, cuando estoy libre... en mi casa me pregunto …



¿Realmente escapé?


O tal vez solo encontré una prisión diferente… envuelta en encaje, tacones y susurros al oído.


🌿Epílogo🌿


El cuarto estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Mis piernas temblaban, mi respiración era entrecortada y mis uñas se aferraban a las sábanas mientras mi marido empujaba más profundo dentro de mí.


—Dios, Mariana… —su voz era un gruñido ronco en mi oído mientras sus manos fuertes se aferraban a mis anchas caderas, jalándome hacia él con cada embestida.


Yo solo podía gemir, sintiendo mi cuerpo rendirse completamente al placer. Era imposible describir lo que sentía… cómo el calor me invadía, cómo cada movimiento hacía que mi piel se erizara. El sudor se deslizaba por mi espalda mientras mis senos rebotaban con cada impacto.


¿Cuándo me volví así?



No era la primera vez que lo hacíamos, pero cada vez que sentía su gruesa virilidad dentro de mí, algo en mi interior se encendía. No podía negarlo… me gustaba. Lo necesitaba.



Me mordí el labio cuando él tomó mis muñecas y me presionó contra el colchón, inmovilizándome mientras tomaba el control. Mi trasero se levantó instintivamente, dándole más acceso, y mi respiración se entrecortó cuando su mano bajó por mi espalda hasta mi redondeado trasero.


—Esta noche quiero probar algo más… —susurró contra mi cuello, su aliento caliente haciéndome estremecer.


Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí la presión en mi otro agujero.


—Espera… —intenté protestar, pero mi propio cuerpo traicionó mis palabras, relajándose de manera instintiva.

No… esto no podía ser real.

Él empujó con cuidado al principio, haciendo que un escalofrío me recorriera. Pero cuando la punta finalmente entró, un gemido gutural escapó de mis labios.

Era tan invasivo… tan intenso… pero al mismo tiempo, tan increíblemente placentero.


Mi marido gimió mientras se hundía más, sus manos sosteniendo mi cadera con fuerza.

—Mierda, Mariana… eres tan apretada…

Mi mente se nubló mientras mi cuerpo se adaptaba a la nueva sensación. Era una mezcla de dolor y placer, pero lo peor… o lo mejor, era que me encantaba.




Recordé la prisión.


Las noches de insomnio, el miedo de ser tomado a la fuerza, el horror de pensar en convertirme en la perra de alguien. Y ahora… ahora lo deseaba.


Había cambiado la celda fría y sucia por un dormitorio cálido y cómodo. Los grilletes por encaje y perfume. La violencia por placer.


Cuando mi marido aumentó el ritmo, sentí cómo todo mi cuerpo vibraba. Mi enorme trasero chocaba contra él con cada embestida, el sonido húmedo llenando la habitación junto con mis gemidos descontrolados.


—Dime que te gusta… —gruñó contra mi oído.


Mi orgullo intentó resistirse, pero mi cuerpo ya había tomado la decisión por mí.


—Sí… —jadeé—. Me encanta… por favor, sigue…


Y cuando finalmente alcanzamos el clímax juntos, grité su nombre con una voz que ya no me pertenecía.

Me incline para limpiar la polla,  ahce apenas  unos momento esta dentro mi culo...



Chupado, exhausta, sintiendo cómo su semilla caliente goteaba entre mis piernas. Me giré lentamente y lo miré a los ojos.

Él me abrazó, besando mi frente con ternura.

—Te amo, Mariana.


Yo solo asentí, dejando que su calor me envolviera.

Porque en ese momento, me di cuenta de algo aterrador.

Nunca había sido tan libre… y nunca había estado tan atrapado.