🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

martes, 21 de octubre de 2025

 Todavía no lo asimilo.

Estoy frente a ella… y no puedo dejar de pensar que, hace unos meses, era Arturo, mi mejor amigo de toda la vida.



Todo comenzó hace unos meses. Esa nueva etapa biológica estaba ocurriendo en algunas personas, como una especie de reinicio del cuerpo. Algunos solo cambiaban pequeños rasgos; otros, como Arturo, se transformaban por completo.

Recuerdo el mensaje que me mandó: “Hermano, no te asustes cuando me veas”. Pensé que era una broma.


Pero el día que lo vi… o mejor dicho, la vi… me quedé sin palabras.

Su rostro era suave, delicado. Sus labios parecían recién pintados, aunque no llevaba maquillaje. Su cuerpo… era imposible de describir sin sentir cómo se me aceleraba el corazón.

—¿Qué tal? —me dijo riendo, nerviosa—. Supongo que ya no puedo seguir usando mi viejo nombre.

No supe qué contestar. Solo asentí, mirándola sin poder creerlo.


Al principio intenté tratarla como siempre. Seguíamos hablando, salíamos, veíamos películas. Pero ya no podía ignorar lo evidente. Cada vez que se reía, su voz sonaba diferente; cada vez que me abrazaba, su perfume me dejaba sin aire.

Era mi amiga ahora. Y también, la chica más linda que había conocido.


—No me mires así —me dijo un día, notando cómo la observaba.

—No puedo evitarlo —le respondí—. Es raro.

—¿Raro? —preguntó, acercándose un poco más.

—Sí… tú. Esto. Todo.


Ella bajó la mirada, pero luego sonrió.

—Yo también lo siento raro —susurró—. Pero no feo. Solo… nuevo.



Recuerdo cómo se giró y me miró con una sonrisa tímida. Llevaba un vestido sencillo, su cabello le caía hasta los hombros y sus ojos —los mismos ojos de mi amigo— brillaban con una mezcla de vergüenza y orgullo.

—¿Qué opinas? —me preguntó.

Yo apenas pude hablar. Todo lo que veía era belleza, frescura… y algo que me confundía profundamente.


Pasaron los días y seguimos viéndonos. Intenté tratarla igual, bromear como antes, pero ya nada era igual. Su voz sonaba más suave, su forma de caminar tenía una ligereza nueva, y cuando reía, sentía algo extraño en el pecho. Una mezcla de nervios, sorpresa y deseo.


Ella parecía notarlo. Cada vez se acercaba más, me tocaba el brazo, me miraba con esa sonrisa traviesa que conocía tan bien, pero que ahora se sentía distinta.

—Nunca pensé que me mirarías así —dijo un día, muy cerca de mí.

No supe qué responder.

—No sé qué me pasa —confesé—. Eres tú… pero al mismo tiempo no lo eres.


Nuestra confianza creció poco a poco, como si nos estuviéramos redescubriendo. Ya no éramos solo amigos, pero tampoco sabíamos qué éramos exactamente. A veces hablábamos hasta tarde, y sus mensajes siempre tenían ese toque dulce, como si cada palabra viniera cargada de un nuevo significado.


Una noche, mientras repasaba viejas fotos nuestras, recibí una notificación. Era de ella. Al abrirla, me quedé sin aire: una selfie, tomada frente al espejo, con una sonrisa coqueta únicamente su  pecho cubierto por un delicado sostén.



No era vulgar. Era… hermosa. Pura, y a la vez tan distinta a todo lo que recordaba de Arturo.

Me sonrojé sin poder evitarlo.

En ese instante entendí que ya no había vuelta atrás.

Mi mejor amigo se había ido para siempre.

Y en su lugar, había nacido alguien que no podía dejar de mirar.

Pasaban los días y yo frecuentaba verla, como en los viejos tiempos. Sus padres me conocían desde siempre y sabían que yo era un apoyo para ella. A veces me quedaba a cenar, otras solo la acompañaba a caminar por el vecindario mientras hablábamos de todo y de nada. Era extraño… parecía que el tiempo se había detenido, pero a la vez todo era distinto.


Ella había cambiado, sí, pero su risa seguía siendo la misma. Esa mezcla de dulzura y picardía que siempre me hacía sonreír. Y aunque ya no era mi amigo de antes, cada vez que la miraba, sentía que en el fondo seguíamos siendo los mismos.


Una tarde, al despedirnos, me abrazó y me susurró:

—Gracias por no irte.

No respondí. Solo la abracé más fuerte, sabiendo que, de algún modo, siempre iba a quedarme.

Esa noche me quedé con ella más tiempo.

Sus padres habían salido y la casa estaba en silencio. Solo se escuchaba el zumbido lejano de la calle y el suave sonido del ventilador girando. Hablamos durante horas, riendo por cosas viejas, recordando los días en que todavía éramos dos chicos que creían que nada cambiaría. Pero ahora, cada palabra, cada mirada, parecía tener otro peso.


Ella salió de la habitación por un momento y cuando volvió, me quedé sin aire. 



No era solo su apariencia (aunque era imposible no notarla), sino la seguridad con la que se movía. Su cuerpo había cambiado, pero también su forma de mirarme. Traía en la mano un preservativo y sonreía con un dejo de timidez.

—Lo encontré entre las cosas de mamá —dijo riendo bajito—. Supongo que sirve como símbolo de precaución.


No supe qué responder. Era como si el aire se hubiera vuelto más denso, más cálido. Ella se sentó junto a mí, tan cerca que podía sentir el perfume de su piel. No era el aroma de alguien nuevo, sino una mezcla familiar que reconocí al instante. Era ella… pero al mismo tiempo, no.


—¿Estás bien con esto? —preguntó, bajando la mirada.

—No lo sé —admití—. Es raro.

—Lo sé. Para mí también lo es. Pero… no quiero seguir sintiendo que me escondo, quiero intentarlo.


Su sinceridad me desarmó. Vi en sus ojos una mezcla de miedo y esperanza, la misma que alguna vez vi en mi propio reflejo cuando la vida cambió sin avisar. Y entonces entendí: no se trataba de lo que había perdido, sino de lo que había encontrado.


Nos miramos largo rato. En silencio. Hasta que su mano buscó la mía. No hizo falta decir nada. Ese contacto bastó para que todo lo que habíamos sido, y todo lo que éramos ahora, se entrelazara en una sola historia.


Nuestra primera vez, si podía llamarse así, no fue perfecta. Ninguno sabía exactamente qué hacer con tanto nervio, con tanto cambio. Hubo risas, torpeza, inseguridad… y también una ternura que nunca había sentido antes. Fue un desastre hermoso.


Y sin embargo, ella fue maravillosa.

No solo por su cuerpo, o su voz, o la forma en que me miraba, sino porque, por primera vez, la vi completa. Sin máscaras. Sin miedo.



Aquella noche comprendí algo que me acompañaría siempre: Arturo ya no existía, pero lo que sentía por él —por ella— no había desaparecido. Solo había tomado una forma distinta.

Y quizás eso era lo más humano de todo: aceptar que el cariño, el amor y el deseo pueden sobrevivir incluso al cambio más profundo.


Desde entonces, cuando pienso en esa noche, no recuerdo el desconcierto ni la culpa. Solo recuerdo su sonrisa, la misma de siempre, en un rostro nuevo.

Y entiendo que, tal vez, no perdí a mi mejor amigo…

Solo lo reencontré en la piel de la persona que estaba destinada a ser.




cada vez que la veo, me cuesta creerlo.

La linda chica que tengo frente a mí, sonriendo con inocencia, es la misma persona que compartió conmigo risas, secretos y aventuras desde la infancia.

Mi mejor amigo… convertido en la mujer que no puedo dejar de desear.


Epílogo 

Y una  noche nos miramos con complicidad.

Ambos sabíamos lo que queríamos, aunque no era algo que necesitáramos decir en voz alta. Habíamos planeado esto todo este tiempo, lo que la vida y las circunstancias habían hecho más intenso y especial. El simple hecho de mirarnos era suficiente para comprendernos: había una conexión que iba más allá de la amistad, más allá de cualquier cambio físico.


Llegué antes de que sus padres se fueran, y el platique con ellos como de costumbre 


No nos apresuramos , prendimos la consola y no jugamos . Nos tomamos nuestro tiempo. Nos acomodamos en la sala, sentados uno frente al otro, con las manos rozándose apenas de vez en cuando, simplemente disfrutando la cercanía. Podía ver la confianza en sus ojos, las sabamos una broma. O un cometario para disimular  nuetras intenciones. 


Cuando escuchamos que sus padres se aproximaban, nos levantamos con cuidado, pero ninguno de los dos quería romper el momento. Nos dirigimos a la habitación que usualmente compartían sus padres, un lugar donde podíamos estar solos,  El espacio estaba tranquilo, iluminado por la luz cálida de la lámpara de noche, y de repente todo parecía detenerse.


domingo, 12 de octubre de 2025


Cuando encontré el hechizo, supe al instante cómo lo iba a usar. No era un descubrimiento cualquiera; era la llave a un deseo que había llevado escondido toda mi vida, un anhelo que ni siquiera me había permitido admitir. Siempre había amado a mi madre, y no de manera superficial. Me fascinaba todo de ella: cómo se movía, cómo vestía, cómo sonreía, cómo su sola presencia podía llenar una habitación. Cada gesto suyo era perfecto a mis ojos, y siempre había querido ser como ella, vivir la vida que ella vivía, sentir el mundo desde su perspectiva.




Todavía guardo recuerdos vívidos de mi infancia. De cuando me llevaba a nadar y yo, pequeña e inocente, la observaba cambiarse detrás de la toalla. Sentía una mezcla de fascinación y envidia: deseaba tener ese cuerpo algún día, deseaba sentir en mi propia piel la suavidad de sus brazos, el contorno de sus caderas, la firmeza y calidez de sus pechos. Pensaba en lo hermosa que era y en cuánto quería ser como ella cuando creciera. Aquella fascinación se quedó conmigo, creciendo en secreto, alimentando un deseo que parecía imposible de realizar.




Hoy, después de años de fantasías y secretos, ese sueño finalmente se hace realidad. Siento cómo el hechizo ha moldeado mi cuerpo, transformándome completamente en ella. No soy solo parecida: soy ella. Mis manos recorren los mismos pechos que recuerdo de niño, los mismos que amamantaron a mi yo bebé. La piel es suave, cálida, y al tocarlos un estremecimiento recorre todo mi cuerpo. Es extraño, porque son parte de mi pasado y de mi presente al mismo tiempo. Siento una mezcla de asombro, reverencia y deseo al explorar cada curva y cada línea que antes solo podía observar desde lejos.




Debajo de estas prendas, descubro la misma vagina de la que nací, la misma que mi padre follo para darme existencia. Es extraño y fascinante sentir la esencia de mi origen entre mis propias manos; cada contacto me llena de reverencia, asombro y una extraña excitación. Está bien cuidada, con su suavidad natural, y parece virgen; cada detalle me hace comprender la historia y la vida que ha llevado.



Cada movimiento de mis dedos sobre mi piel provoca sensaciones desconocidas, intensas, que nunca había experimentado como niño. Es un descubrimiento constante: este cuerpo es familiar y nuevo a la vez, y cada centímetro me hace comprender la profundidad de mi deseo y la magnitud de esta transformación.


Me detengo frente al espejo y me miro detenidamente. Cada rasgo, cada curva, cada línea, cada detalle está ahora en mí. La mandíbula, los labios, los ojos, los senos, las caderas, todo es perfecto. Es un reflejo de la mujer que siempre he amado, idolatrado y deseado ser, pero ahora es mío para explorar. Mis manos recorren mi rostro, bajan por mis hombros, brazos, torso y finalmente descansan en mis caderas, sintiendo la suavidad de la piel, la firmeza y el peso de mi nuevo trasero. Todo es exactamente como lo recordaba, pero más intenso, más real.



Decido vestirme. Abro el armario y mis ojos se posan sobre un vestido que siempre me había fascinado de niña. Es el que mi madre usó en una reunión familiar importante, uno que abrazaba sus curvas de manera perfecta. Lo sostengo entre mis manos y siento un estremecimiento. Al colocármelo, la tela se ajusta como si hubiera sido hecha para mí, abrazando cada curva, cada línea, resaltando mis pechos y envolviendo mis caderas con una sensualidad natural. Siento cómo el vestido acaricia mi piel, y un placer inesperado me hace cerrar los ojos por un momento. Nunca imaginé que algo tan simple pudiera sentirse tan intenso.


Decido caminar por la casa, explorando mi nuevo cuerpo en movimiento. Cada paso me hace consciente de mis caderas, de la manera en que mis muslos se rozan, del balance de mi trasero. Cada gesto, cada movimiento de mis brazos y hombros, me recuerda que este cuerpo no es solo una fantasía: es real, tangible, y completamente mío. La sensación de control, de poder sobre este cuerpo, es embriagadora. Me siento viva de una manera que nunca experimenté como niño.


Recuerdo mis días de infancia mientras me miro en otros espejos de la casa: las tardes jugando en el jardín, las veces que me llevaba a nadar, las risas compartidas. Todo parece converger en este momento, y la nostalgia se mezcla con la excitación de mi transformación. Paso mis dedos por mi abdomen, mis caderas, mis muslos, deteniéndome en mis partes más íntimas. La sensación de tener en mis manos la esencia de mi origen es casi abrumadora. Es como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndome vivir cada recuerdo y cada deseo de manera plena y simultánea.


Me siento en el borde de la cama, dejando que mis manos exploren mi cuerpo con más detalle. Siento cómo mis pechos se llenan bajo mis dedos, cómo cada movimiento provoca un cosquilleo profundo y eléctrico. Mis muslos tiemblan levemente, y una sensación de calidez se expande desde mi centro hacia todo mi cuerpo. Cada roce es un recordatorio de que finalmente estoy viviendo la experiencia que había soñado toda mi vida: ser mi madre, sentir su cuerpo y, al mismo tiempo, conocer mi propio deseo desde una perspectiva completamente nueva.


Me acuesto sobre la cama, dejando que la luz de la tarde entre por la ventana y acaricie mi piel. Mis dedos siguen explorando, descubriendo cada rincón de mi cuerpo con una mezcla de reverencia y excitación. Cada centímetro es una revelación, una conexión profunda con la mujer que siempre admiré y con la que ahora soy. Mi respiración se acelera, y un calor interno recorre mi abdomen mientras me pierdo en la contemplación de mi reflejo en el espejo frente a mí.



Horas pasan sin que me dé cuenta. Cada instante es un descubrimiento: la suavidad de mis muslos, la forma de mis caderas, la plenitud de mis pechos, la textura de mi vagina que alguna vez me dio la vida. Es un día entero de exploración, de descubrimiento y de placer silencioso. Me siento completa, poderosa, y a la vez frágil en la maravilla de esta transformación. Todo lo que siempre había deseado ser y sentir se concentra en este cuerpo, en este día, en esta experiencia que jamás olvidaré.


Al caer la noche, me acuesto agotada pero satisfecha. El hechizo ha cumplido su propósito, y yo he cumplido el mío: finalmente, soy mi madre y a la vez soy yo misma, viviendo cada deseo que guardé durante toda mi vida. Mientras cierro los ojos, siento una mezcla de gratitud, asombro y plenitud que nunca creí posible. Todo ha sucedido en un solo día, pero cada momento se siente eterno, como si el tiempo hubiera conspirado para darme exactamente lo que siempre quise: ser ella, ser yo, y sentir cada fibra de su cuerpo como nunca antes.