Nadie me reconoció. Claro que no lo harían. Habían pasado siete años desde que dejé esta pequeña ciudad, desde que Oliver desapareció para siempre.
Yo solía ser el chico afeminado que todos despreciaban, el que recibía burlas y miradas de asco. Recuerdo los empujones en los pasillos de la escuela, los chismes crueles de las chicas y, sobre todo, las risas de los hombres que ahora no pueden quitarme los ojos de encima.
Pero Oliver está muerto.
Cuando cumplí dieciocho, huí de aquí y me mudé a la ciudad. No fue fácil, pero todo cambió cuando recibí la herencia de mi abuela. Era mi oportunidad para renacer, para borrar por completo cualquier rastro de mi antigua vida.
Comencé mi transformación con la terapia hormonal. Poco a poco, mi piel se volvió más suave, mi cintura se afinó y mis caderas se ensancharon, dándome una silueta más femenina. Mi voz se tornó más melosa, mis facciones comenzaron a suavizarse, pero sabía que las hormonas solo podían hacer una parte del trabajo. Lo que la naturaleza no me dio, el bisturí lo perfeccionó.
Pasé por cirugía tras cirugía, moldeando mi cuerpo hasta convertirlo en una obra maestra. Un aumento de senos que me dio un escote irresistible, una feminización facial que afinó mis rasgos y resaltó mis labios carnosos, y una BBL que me otorgó las caderas y el trasero de mis sueños. Cada procedimiento me acercaba más a la imagen que siempre había tenido en mi mente.
El último paso fue el más importante. Me deshice de lo último que quedaba de Oliver y recibí mi regalo final: una vagina hermosa, apretada y perfecta. Ahora, al mirarme en el espejo, ya no veía rastros de mi pasado. En su lugar, me devolvía la mirada una mujer sensual, una diosa de curvas exageradas. Mi cintura pequeña, mis senos enormes, mis caderas anchas, mi piel sedosa… Todo en mí gritaba feminidad desbordante.
Satisfecha con mi nueva apariencia, decidí regresar a mi ciudad natal. Quería que todos me vieran, que se tragaran cada palabra de desprecio que alguna vez me dijeron. Había renacido, y esta vez, sería yo quien dictara las reglas.
Y entonces, decidí que era momento de volver.
Volví a la misma ciudad donde alguna vez me humillaron, pero esta vez como una diosa bimbo, con un cuerpo diseñado para la lujuria y el deseo. Entré al supermercado con un conjunto que dejaba poco a la imaginación: un top negro que resaltaba mis enormes senos y unos leggings rosas ajustadísimos que hacían que mi trasero se viera aún más obsceno.
Las miradas me quemaban, y lo disfruté.
No tardé en recibir invitaciones, miradas furtivas, susurros excitados cuando pasaba junto a ellos.
Soy la mujer que siempre quise ser, y el mundo finalmente me adora.
Ahors solo podia pensar en 3 objetivos...
Los hombres que una vez me despreciaron ahora me devoraban con la mirada. No tenían idea de quién era en realidad, pero yo sí los recordaba. Samuel, Diego, Adrián… antes me llamaban "maricón", "raro", "desviado". Ahora, babeaban por mí, dispuestos a arriesgarlo todo por un poco de mi cuerpo.
Y yo les di exactamente lo que querían… y más.
Mi primer objetivo fue Samuel. Él era el típico esposo aburrido, atrapado en un matrimonio sin pasión. Me lo encontré en el gimnasio, donde su esposa lo obligaba a ir para mantenerse en forma. Fingí que no lo conocía, pero le di exactamente lo que necesitaba: una sonrisa juguetona, un roce "accidental" en la máquina de pesas, una risa coqueta cuando hacía un comentario tonto.
—Me gusta un hombre fuerte como tú… ¿Tal vez podríamos entrenar juntos algún día? —susurré, mordiendo mi labio.
Samuel cayó en mi trampa de inmediato. En pocos días, ya me enviaba mensajes a escondidas, rogándome por una cita. Lo dejé esperarme fuera del gimnasio en su coche, y cuando subí, le permití tocarme… un poco.
—Tranquilo, nene… —le susurré, tomando su mano y guiándola hacia mi trasero enorme—. No tan rápido… quiero que esto sea especial.
Le vendí una ilusión. Le prometí que lo nuestro era real. Hablé de lo sola que me sentía, de cómo buscaba a un hombre que me cuidara, que me tratara como una reina. Samuel mordió el anzuelo y, cuando finalmente lo llevé a la cama, le di el mejor sexo de su vida.
Pero lo que realmente lo enganchó fue cuando, en medio de la pasión, me incliné sobre la cama, separé mis redondas nalgas y susurré:
—Dame lo que ella nunca te deja…
Samuel se volvió loco. Su esposa jamás le había permitido tomarla de esa forma, y ahora yo, la mujer de sus sueños, se lo ofrecía con una sonrisa traviesa. Cuando me penetró, casi lloró del placer.
Y fue su perdición.
Después de eso, no pudo sacarme de su cabeza. Se volvió obsesivo, me enviaba mensajes a todas horas, se escapaba del trabajo para verme. Quería más, me quería a mí.
Y justo cuando estaba dispuesto a dejar a su esposa, lo destruí.
Dejé a propósito mi perfume en su ropa, envié fotos de nosotros juntos a su teléfono cuando sabía que su esposa lo revisaría. En una ocasión, llamé a su casa y, cuando su esposa contestó, le dije con una risa traviesa:
—Dile a Sammy que lo estoy esperando en la cama… mi culo esta hambriento de el y dile que no tarde.
Ella me llamo puta, pero me dio tanta satisfacción...
Boom. Matrimonio arruinado.
El siguiente fue Diego.
Oh, él era un romántico, un soñador. Su esposa lo tenía frustrado, decía que ya no lo deseaba, que nunca lo complacía. Yo le prometí lo contrario.
—Conmigo siempre te sentirás amado, bebé…
Le hice creer que era mi todo. Cuando lo llevé a la cama, lo miré a los ojos y me susurro:
—Demuéstrame cuánto me amas.
Me arrodillé ante él, abrí la boca y lo dejé hacer lo que su esposa nunca quiso. Cada gota.
Diego gimió como nunca en su vida. Nunca una mujer había hecho eso por él.
—Dios… eres perfecta… —susurró, acariciando mi cabello.
Lo convencí de que lo nuestro era especial, de que yo era diferente. Se volvió loco por mí, al punto de que ya no podía estar con su esposa sin pensar en mis labios, en mi lengua, en mi cuerpo.
Y justo cuando estaba listo para dejarlo todo por mí, lo destruí.
Bloqueé su número, ignoré sus llamadas. Su esposa encontró un mensaje en su teléfono que dejé a propósito:
"No puedo creer que estés con ella cuando me prometiste que seríamos felices juntos. Eres un cerdo mentiroso."
Su matrimonio también terminó en llamas.
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Y luego vino Adrián.
El gran galán de la secundaria. Antes me escupía, ahora me rogaba., frutado por quere tener hijos... vi la oportunidad
Lo hice gastar dinero en mí, llevarme a los mejores restaurantes, comprarme joyas. Y cada noche, lo dejaba entrar en mí, siempre sin protección.
—¿No te da miedo quedar embarazada? —preguntó una vez.
Me reí y acaricié su rostro.
—Oh, bebé... quedar embarazada de ti seria un sueño. Así que puedes darme todo lo que quieras…
Eso lo volvió adicto. Saber que podía terminar dentro de mí todas las veces que quisiera lo hacía perder la cabeza. Se convirtió en un esclavo de mi cuerpo, obsesionado con la idea de llenar mi vientre con su esencia.
Pero cuando me rogó que fuera su mujer, cuando me prometió que lo dejaría todo por mí…
—Oh, Adrián… qué dulce eres —le susurré, besando sus labios.
Luego me levanté, me arreglé el vestido y le sonreí.
—Pero… ya me aburrí de ti.
Lo dejé en la cama, desnudo, con el teléfono de su esposa en la mano. Ella escuchó todo.
Yo fui su fantasía.
Yo fui su perdición.
Ahora, camino por las calles de mi antigua ciudad como la mujer más deseada, la que todos los hombres quieren pero nunca podrán tener realmente. La bimbo perfecta, la diosa que ellos mismos crearon con su odio y su desprecio.
Soy su castigo.
Soy su venganza.
Y nadie jamás sabrá que alguna vez fui Oliver.