La segunda pubertad me golpeó como un huracán. Al principio, resistí con furia cada cambio que mi cuerpo experimentaba. No quería ser una mujer. No estaba preparada para el tsunami de transformaciones que se avecinaba. La metamorfosis comenzó de manera sutil, pero pronto se convirtió en un nuevo amanecer calido que calentaba todo a su paso, pense que todo acabaría ai, y quenpodia seguri con mi vida "normal" aun eso solo fue la clama antes de la tormenta.
De ser una chica de 19 años, pasé a tener el aspecto de una diosa seductora en la plenitud de su feminidad, rozando los 30 años, en cuestión de semanas. Mi cuerpo se moldeaba con una voluptuosidad exquisita, cada curva más pronunciada, cada centímetro de piel más suave y tentador. Mis muslos y mi trasero crecieron con una ferocidad voraz, reclamando su lugar de honor en el escenario de la tentación. Y mi busto... cada semana parecía crecer más, desafiando los límites de la y el deseo. Fue una transformación directa, sin concesiones ni marcha atrás.
Al principio, me rebelé contra esta nueva realidad con todas mis fuerzas, pero poco a poco, la resistencia se desvaneció, dejando paso a una rendición apasionada y embriagadora. Aprendí los secretos del maquillaje, Mi madre, con su sabiduría maternal, me enseñó los rituales del cuidado femenino, obligándome a abrazar las tareas domésticas con una mezcla de resignación y aceptación.
Los sostenes se convirtieron en una provocación constante, elevando mi senos. Y las miradas ardientes en la calle se convirtieron en la banda sonora de mi vida cotidiana, alimentando mi ego y mi libido con cada mirada furtiva y cada susurro lascivo.
Pero lo más sorprendente fue descubrir la creciente atracción que sentía por los hombres. Antes, mi sexualidad yacía latente, pero ahora, con mi cuerpo transformado en un templo del deseo, me sentía libre para explorar y disfrutar de mi pasión sin límites ni restricciones. Anhelaba la presencia masculina, deseando la atención y el contacto físico que antes me habían asustado.
Y así, poco a poco, fui abrazando mi nueva identidad con todas sus contradicciones y placeres. Me convertí en una versión intensificada de mí misma, más segura, más sensual, más... liberada. Tuve varias citas y en un 85% de los casos acabe teniéndo sexo con mis citas, perdi mi virgidad con un hombre casado que conoci en bar , justo depues de beber un par copas.
Admito que me convertí en lo que algunos podrían llamar una "puta", pero para mí, era simplemente una expresión más auténtica de mi feminidad en su forma más poderosa.
Ahora, mi vida estaba llena de encuentros apasionados y fugaces, con hombres mayores que buscaban mi compañía y saben como consentirme y jóvenes guapos y fornidos que anhelaban mi cuerpo. No importaba el escenario, siempre estaba lista para disfrutar del placer que la vida tenía para ofrecer. Adoraba a los hombres con los que desidia compartía mi cama, saboreando cada momento de pasión desenfrenada y cada gemido de éxtasis compartido.
Me sumergí en experiencias nuevas y atrevidas, explorando los límites del placer con cada encuentro. Mi primer anal fue de la mano de un joven de 20 años, rebosante de energía, fue de noche en el estacionamiento de un Walmart. Fue una experiencia intensa y emocionante alguen nos pudo haver visto y eso le agregaba mas emoción, lo que me llevó a descubrir nuevas dimensiones del placer que desconocía.
Y la primera vez que probé el semen de mis amantes, lo hice bajo la promesa tentadora de un sugar daddy que me ofrecía un nuevo iPhone y un Tesla a cambio. El sabor no era precisamente un néctar divino, solo cerre los ojos y lo trague.
Las primeras veces no fueron precisamente agradables, pero con el tiempo, aprendí a apreciar el poder del placer compartido.
No importaba el lugar ni la situación, siempre estaba ansiosa por sumergirme en el éxtasis que la vida ofrecía. Los hombres que elegía para compartir mi cama no eran solo objetos de deseo, eran mis cómplices,donde saboreaba cada momento de pasión desenfrenada y cada orgasmo lo veia como una victoria personal.
Adoraba a esos hombres, pero no por amor, sino por la intensidad de la lujuria que compartíamos. En medio de la lujuria y el deseo, nos perdíamos en un mundo donde el placer reinaba y nos consumía por completo.
Sí, mi vida había cambiado de manera irrevocable, pero no cambiaría nada. Porque en este nuevo mundo de sensaciones y deseos cumplidos, finalmente me sentía completa. Y eso, para mí, era suficiente.
Sin embargo, mi principal preocupación era no quedar embarazada. Con la libertad sexual que disfrutaba, era crucial tomar precauciones para evitar cualquier consecuencia no deseada. Me aseguraba de protegerme en cada encuentro íntimo.
En mi bolso, siempre llevaba un par de condones y otros preservativos, además de la píldora del día siguiente como una precaución adicional.
Aunque a veces amaba la sensación de intimidad sin barreras y permitía que mis amantes se corrieran dentro de mí, se que es riesgoso pero soy precavida.
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Creo que me confundí, pero de ser una chica de 19 pasó a ser una de 30 y tantos vdd?
ResponderEliminarQue tal una historia de tía o madre que quiere ser joven de nuevo y libertad sexual cambia de cuerpo con amigo de su hijo que no deja de mirarle las tetas.
ResponderEliminarOtra idea seria algo parecido a la película policía del más allá donde te dan una identificación y todos te ven así como en la foto, o sea una especie de lugar donde vendan cosas encantadas como una camioneta de cosas como el mundo de Gumball o lo que se te ocurra