Cuando Virgil llegó a su segunda pubertad en su vigésimo cumpleaños, nunca imaginó que llegaría a acostumbrarse.
Su cuerpo comenzó a cambiar de forma gradual. Su masculinidad se desvanecía cada día un poco más mientras su figura se volvía más femenina. Su cabello crecía largo y sedoso, sus músculos desaparecían, sus senos se desarrollaban, y sus caderas se ensanchaban. Su piel se volvía más suave y su cintura más estrecha. Básicamente, cada día perdía sus rasgos masculinos y los femeninos se intensificaban.
Finalmente, alcanzó su transformación final, convirtiéndose en una bella. Su cuerpo antes anodino era ahora el sueño húmedo de un hombre, la grasa se derretía y daba paso a curvas suaves y piernas largas y esculpidas. El peso desconocido de sus nuevos pechos, ahora lo suficientemente grandes como para necesitar un sostén, le recordaba a cada paso que nunca volvería a ser un hombre. También podía sentir cómo su rostro cambiaba de forma, con labios suaves y carnosos que ahora soñaba con envolver la polla de algún hombre afortunado. Lo último que desapareció fue su pene, introducido en su cuerpo y reemplazado por una hendidura limpia y con u n arbusto de bello quenlo cornaba.
Durante meses intentó resistirse, actuando como si los cambios no le afectaran. Pero en el fondo, sentía una presión creciente dentro de ella. La lucha interna entre aceptar su nueva identidad o aferrarse a su pasado masculino era intensa y constante.
Virgil se miraba al espejo, observando la figura femenina que había reemplazado a su antiguo yo. Al principio, la imagen reflejada le resultaba extraña, casi alienígena. Pero con el tiempo, empezó a notar detalles que le resultaban familiares: la forma de sus ojos, la curvatura de sus labios, la expresión en su mirada. Poco a poco, empezó a reconciliarse con la persona en la que se había convertido.
Avergonzado por los cambios y temeroso de la reacción de los demás, Virgil se sometió a una auto-cuarentena. Apenas salía de su habitación y solo contaba con el apoyo de su hermana, quien era la única que entendía su condición y estaba siempre pendiente de él.Sin embargo, los cambios en Virgil no fueron solo físicos. Comenzó a ver el mundo desde una perspectiva femenina, lo cual lo sorprendió y confundió al principio. Todo cambió una tarde mientras miraba la televisión. Se dio cuenta de que estaba observando a un presentador de un programa y lo encontraba sumamente atractivo. El hombre era alto, musculoso, y tenía un tono de piel oscura. Esta atracción repentina y fuerte hacia el presentador marcó un punto de inflexión
No quería admitirlo, pero en el fondo sabía que estaba fantaseando sobre lo que esos hombres podrían hacerle, y lo que ella les haría si tuviera la oportunidad. Anhelaba un hombre al que someterse, alguien que hiciera de su placer su única prioridad. Por más degradante que se sintiera, era lo único que se le ocurría. Este nuevo deseo la desconcertaba y, a la vez, la intrigaba.Virgil se sorprendía a sí misma imaginando cómo sería ser acariciada por esas manos fuertes, sentir el peso y el calor de un cuerpo masculino contra el suyo. Soñaba con la sensación de labios firmes recorriendo su piel suave, explorando cada rincón de su nuevo cuerpo con una devoción que nunca antes había experimentado. Sus fantasías se volvían más intensas cada día, llenas de susurros apasionados y gemidos ahogados.Empezó a darse cuenta de que su deseo no solo era físico, sino también emocional. Anhelaba ser dominada, entregarse completamente a alguien que la hiciera sentir viva y deseada. Estos pensamientos la consumían, haciendo que sus noches fueran un torbellino de sensaciones y anhelos que no podía ignorar.
Sobre su nuevo estado emocional, trató de pedir consejos a su hermana. Con cierta vergüenza y vacilación, Virgil compartió sus sentimientos y deseos. Su hermana, comprensiva y amorosa, le dijo que era normal y le sugirió que se autosatisfaciera para explorar y entender mejor sus nuevos impulsos."Eres una muner, Virgil. Es normal sentir todo esto. No te reprimas, conócete a ti misma," le dijo su hermana con una sonrisa cálida.Esa noche, Virgil siguió el consejo de su hermana. Se recostó en su cama, permitiéndose explorar su cuerpo con nuevas sensaciones y placeres. Sus manos recorrieron lentamente su piel suave, acariciando sus pechos y deslizando sus dedos por sus curvas.
Cerró los ojos y dejó que sus fantasías tomaran el control, imaginando las manos de aquel hombre deseado tocándola, susurrándole promesas de placer en la oscuridad.Cada toque y caricia despertaba en Virgil una ola de sensaciones que nunca había experimentado. Sus gemidos llenaban la habitación mientras se dejaba llevar por el placer, descubriendo un nuevo aspecto de sí misma que la hacía sentir más viva y conectada con su cuerpo que nunca.
A estas alturas, Virgil acogió con agrado los cambios y se volvió insaciable ante la idea de ser penetrada. Se sumergió en su nueva identidad como Viginia, una mujer sensual y deseosa de explorar sus límites sexuales. Esta transformación la llevó a salir en público con confianza renovada, pero aún sentía un vacío que solo podía llenar con una experiencia más profunda y ardiente.La masturbación dejó de ayudarla a satisfacer su necesidad de liberación después de los primeros semanas, y se dio cuenta de que ahora necesitaba algo más... físico. En el aniversario de su intercambio, virginia decidió que finalmente tenía que hacer algo al respecto.
Virginia anhelaba la sensación de ser completamente poseída por un hombre, de entregarse a sus deseos más oscuros y apasionados. La idea de ser tomada con fuerza y placer la excitaba más allá de la razón, despertando un fuego ardiente en lo más profundo de su ser.
Decidió que era hora de buscar lo que tanto deseaba. Se aventuró en la noche, envuelta en una mezcla embriagadora de anticipación y deseo. Sabía que estaba lista para cualquier cosa que el destino tuviera reservado para ella, ansiosa por explorar los rincones más íntimos y prohibidos del deseo humano.
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