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lunes, 29 de diciembre de 2025

 Sin ninguna  preocupación dormia... mi mu do era una neblina de sueño y sábanas calidas hasta que la realidad empezó a pesar. Me encontraba en ese limbo entre dormido y despierto, intentando girarme de lado, pero algo me lo impedía. Sentí una gravedad inusual en mi pecho, un volumen carnoso y pesado que se aplastaba contra mis brazos al menor movimiento. Confundido, bajé la mano y mis dedos se hundieron en una suavidad desconocida: eran senos grandes y firmes, con una sensibilidad eléctrica que me hizo soltar un jadeo involuntario.

Antes de que pudiera procesar el terror de no reconocer mi propio torso, el peso de otro cuerpo se hundió en el colchón frente de mí.

—¿Sigues dormida, mi amor? —susurró una voz grave y masculina cerca de mi oido.

Sentí un escalofrío que recorrer mi espalda, ahora mucho más arqueada y estrecha. Unas manos grandes y posesivas me sujetaron por la cintura y, con una fuerza natural, me obligaron. Intenté protestar, pero mi voz se quedó atrapada cuando mis piernas fueron separadas de par en par. La vulnerabilidad era total.

Entonces, sin previo aviso, él me tomó.


El despertar no fue un proceso lento, fue una colisión. Mis ojos se abrieron de par en par, fijándose en las molduras doradas de un techo que jamás había visto, mientras mi cuerpo se arqueaba violentamente. La sensación de ser llenada era absoluta; una expansión que llegaba hasta el fondo de mi vientre, haciéndome sentir pequeño, contenido y, sobre todo, reclamado.

​—Eso es, amor él cerca de mi oído, su aliento caliente quemándome la piel—. Quédate así, acepta todo lo que tengo para ti.

​Cada embestida del hombre hacía que mis nuevos pechos oscilaran pesadamente, golpeando mi torso con un ritmo que me recordaba, con cada segundo, mi nueva y exuberante anatomía. El calor de su piel contra la mía era como una fragua. Yo, atrapado en esa seda y esas curvas traicioneras, solo podía enterrar las uñas en las sábanas de hilo mientras mi mente colapsaba. No era solo el placer físico, era la autoridad con la que él manejaba mi nuevo cuerpo.

​—Llevamos meses intentándolo, pero hoy... hoy siento que va a funcionar —susurró él, su voz vibrando profundamente contra mi pecho mientras me sujetaba mis piernas con manos de acero—. Te voy a llenar tanto que no habrá duda. Quiero que lleves a mi hijo, quiero verte cambiar mientras creces con mi semilla dentro.

​El final llegó con una urgencia violenta. El hombre soltó un rugido ronco, hundiéndose una última vez con toda su fuerza, anclándome al colchón bajo su peso. Y entonces, sentí la descarga final.


​Fue una oleada de calor líquido, una humedad ardiente que se derramó profundamente en mi interior. Sentí cómo ese flujo inundaba mi centro, marcándome con una sensación de posesión tan física y biológica que me hizo temblar de pies a cabeza.

​—Quédate quieta, no te muevas —ordenó él con voz entrecortada, desplomándose exhausto sobre mí. El peso de su cuerpo aplastó mis senos contra su pecho velludo, atrapándome por completo—. Deja que todo se quede ahí dentro. Este es el mes, amor. Siento que finalmente te he reclamado como mi mujer... vas a ser la madre de mis hijos.

El inconfundible olor del semen,  que brotaba inundaba la habitación ...

​Me quedé mirando al vacío, jadeando, sintiendo el rastro del calor líquido deslizándose lentamente por mis paredes internas. El chico que yo era ayer habría muerto de horror, pero el cuerpo que habitaba ahora, el de esta mujer, parecía pulsar con una extraña y aterradora satisfacción. Ya no era un extraño en un sueño; era un recipiente, una mujer marcada por un hombre que no tenía idea de que acababa de sellar el destino de un intruso.

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