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lunes, 29 de diciembre de 2025



Mientras estaba allí, comiendo un helado, podía sentir las miradas de mi mejor amigo, Joel, clavadas en mí. No era difícil entender por qué. Llevaba puesta la ropa que su exnovia había dejado olvidada en su casa después de terminar con él. Ajustaba demasiado bien… inquietantemente bien.


El hecho de que ahora era una copia exacta de su ex, se debía al hechizo que Joel había usado conmigo. Todo había comenzado cuando encontró un viejo libro polvoriento en el ático de su abuela. Entre páginas amarillentas y símbolos extraños, descubrió un hechizo de transformación que prometía algo imposible: cambiar el cuerpo de una persona para que coincidiera perfectamente con la ropa que estuviera usando.

Después de perder una apuesta estúpida, acepté ponérmela. Reímos, bromeamos… hasta que Joel pronunció el hechizo.

Entonces todo cambió.

Primero sentí mi piel volverse más suave, casi sensible al aire. Luego una presión extraña en el pecho, seguida de un peso nuevo cuando mis senos comenzaron a formarse, llenando la ropa que llevaba puesta como si siempre hubiera sido mía. Mi cuerpo siguió ajustándose, estrechándose en lugares nuevos, hasta que mi pene desapareció por completo. Al mismo tiempo, mi cabello comenzó a crecer, cayendo en mechones largos sobre mis hombros.

Cuando finalmente me miré al espejo, el aire se me quedó atrapado en la garganta.

El hechizo había funcionado.

Frente a mí no estaba yo… sino una copia exacta de su exnovia. Joel me observó en silencio durante unos segundos, con una mezcla de asombro y algo más difícil de leer en su mirada, antes de sonreír y decir suavemente:

—Ahora… eres Diana.


El siguiente paso de Joel fue sacarme con él.

Dijo que solo quería “recordar viejos tiempos”, revivir lo que hacía con su exnovia… conmigo. Caminamos juntos por la calle como si fuera lo más natural del mundo, y aunque intenté convencerme de que solo era parte del juego, notaba cómo su atención no se apartaba de mí. Sus ojos seguían cada movimiento de mis caderas, cada pequeño gesto que la ropa resaltaba sin que yo lo intentara.

Fue entonces cuando terminamos sentados, comiendo un helado. Justo ahí, como al principio de todo. Yo fingía normalidad, pero podía sentir su mirada constante, evaluándome, comparándome. No era incómodo… era extraño y, para mi sorpresa, no del todo desagradable.

A medida que avanzaba el día, algo dentro de mí comenzó a cambiar. La ropa ya no se sentía ajena. Mis movimientos se volvieron más naturales, más suaves. Dejé de pensar en cómo debía caminar o cómo debía sentarme; simplemente lo hacía. Ser una mujer ya no era solo el efecto de un hechizo… empezaba a sentirse real.

Y mientras Joel sonreía, satisfecho, yo me di cuenta de algo que me estremeció más que cualquier transformación física


La siguiente vez me di un vestido de ella. Me quedaba mejor de lo que esperaba, como si siempre hubiera sido mío. Joel preparó la cena tal como solía hacerlo para ella, con la misma atención y ese cuidado silencioso que ahora iba dirigido a mí. Me senté a la mesa sintiéndome extrañamente en casa, desempeñando un papel que ya no se sentía como una actuación.

Después de cenar, Joel y yo disfrutamos de unas cervezas mientras veíamos una película en el sofá. No hablábamos mucho; no hacía falta. La cercanía, el calor compartido, las miradas que se prolongaban un segundo más de lo normal… todo decía lo que las palabras no podían.

Cuando terminó la película, algo nació en mí. No fue una decisión consciente, fue un impulso profundo. Me acerqué, y nuestros labios se encontraron en un beso lento, cargado de una ternura inesperada. En ese instante entendí que la mujer en mí ya no estaba despertando: se había apoderado de mí por completo.

No sentí miedo. Solo una calma intensa, como si finalmente estuviera donde debía estar.

Sin dejar de besarnos, me arodille con una seguridad que me sorprendió incluso a mí. Joel respondió de inmediato, atrayéndome más cerca, como si también hubiera estado esperando ese momento desde hacía tiempo. le abrí los pantalones. 



Luego comencé a hacerle una mamada   Todo se volvió más lento, más intenso, como si el mundo se hubiera reducido a ese espacio compartido 

Me dejé guiar por lo que sentía, por esa conexión profunda que ya no podía negar.

y me tragué su semen.




 Cuando finalmente lo hice correr, me recoste en el sofa... pense en lo que habia hecho...era irreversible había ocurrido entre nosotros, y yo senti vergüenza me queria tapar la cara con una manta...

De repente 

Sentí sus manos entre mis piernas, un contacto que me hizo contener la respiración. Semti sus dedos en mi vagina...No fue brusco ni apresurado; fue lento, casi reverente, como si Joel aún estuviera comprobando que yo era real, Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, y en ese instante comprendí algo que me estremeció: ya no solo me veía como mujer, me sentía mujer.


Me aferré a él, buscando apoyo, buscando seguridad. Joel me susurró mi nombre o el que estaba empezando a aceptar como mío y ese simple gesto terminó de derribar las últimas barreras que quedaban en mí. No había vergüenza, ni duda, solo una entrega silenciosa

En poco tiempo ya estaba montando su polla

Me entregué a él sin pensarlo demasiado, no como alguien que duda, sino como quien elige su lugar. Sobre el, en esa intimidad compartida, entendí que ya no estaba interpretando un papel. Era su mujer, y por primera vez, esa verdad se sentía completa.



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