🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

domingo, 16 de marzo de 2025


"Queridos mamá y papá, sé que esto será una sorpresa, pero necesito que sepan la verdad…"


Escribí y borré esa línea al menos diez veces. Ninguna forma parecía lo suficientemente suave ni lo suficientemente directa. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirles que Mark, su hijo, la estrella del equipo, el orgullo de la familia… ya no existía?


Habían pasado casi dos años desde la última vez que tomé la píldora XChange en ambas direcciones. Al principio era un juego, una doble vida, pero con el tiempo, ella—la mujer en la que me convertía—se sintió más real que el chico que solía ser. Ahora, cuando me miraba al espejo, solo veía a Mía: piel suave, caderas amplias, muslos gruesos, unos pechos firmes y redondos que se mecían suavemente con cada paso… y un trasero tan provocador que parecía hecho para ser agarrado y follado.



El sujetador que ahora usaba todos los días ya no era solo una prenda: era parte de mí, marcaba mi silueta y sostenía esas tetas que tantas veces habían sido besadas, apretadas, mamadas por los labios hambrientos de mis amantes. Me sentía hermosa… y también funcional, útil, deseable. Me encantaba sentir cómo mi coño se humedecía apenas al pensar en ser usada. Era como si mi cuerpo femenino hubiese despertado un instinto profundo en mí: el de ser sumisa, de complacer, de servir.


Mis padres no sabían nada de eso. Para ellos, Mark seguía ahí, en algún lugar, viviendo su vida. Y hoy vendrían a visitarme por primera vez en ya mucho tiempo... ¿Cómo les diría que su hijo ya no existía, que en su lugar estaba su hija… una mujer plena, activa y profundamente sexual?


Y lo más fuerte fue el sexo. Al principio me resistía a admitirlo, pero con cada encuentro me sentía más viva, más femenina… más entregada. Ya no solo me acostaba con hombres… me rendía ante ellos. Me abría, me dejaba usar, me dejaba llenar. Mi cuerpo ya no tenía voluntad propia: se movía solo, con las caderas buscando ser penetradas, el coño deseando sentir una polla dura adentro, la boca dispuesta a lamer, a chupar, a tragar lo que me dieran.



Esta mañana, terminé arrodillada entre las piernas de mi amante. Lo miraba desde abajo, con los labios pintados, los ojos húmedos y el corazón latiéndome entre las piernas. Le saqué la polla con las manos temblorosas, sintiendo ese calor recorrerme el cuerpo. La chupé despacio, con lengua obediente, sintiendo cómo se hinchaba en mi boca. Me miraba con una sonrisa orgullosa… y eso me hacía derretirme más.


Después, me puso sobre el sofa, levantó mi falda y me folló como lo que soy: una puta sumisa, ansiosa por sentirlo dentro. Cada embestida hacía temblar mis pechos, y cada gemido me recordaba cuánto había cambiado. Sentía su polla llenándome por completo, golpeando mi punto más profundo, mientras yo me agarraba a las sábanas, gimiendo y pidiendo más. Me vine con fuerza, temblando, empapada… y él acabó dentro de mí, dejándome llena, satisfecha, marcada como suya. Y me encantó. Lo amo. Lo necesito. Me define.



Soy Mía, la mujer que siempre estuvo escondida bajo la piel de Mark. Y estoy feliz. Feliz de servir, de ser penetrada, de ser abrazada, tocada, adorada… y follada como una verdadera mujer.


Me había sentado tanto tiempo a vivir y disfrutar esta nueva vida femenina que, sin darme cuenta, fui olvidando todo lo que alguna vez fue Mark. Su ropa desapareció del armario, su voz se desvaneció de mi garganta, sus gestos se borraron de mis manos… Hasta sus recuerdos se sentían ajenos, como si los hubiera vivido otra persona, en otro cuerpo.


Ahora solo quedaba Mía, la mujer que reía al maquillarse frente al espejo, que se estremecía al sentir una polla llenarla por dentro, que caminaba con naturalidad en tacones, con las caderas moviéndose con ese ritmo suave y femenino. 

Vivía aún en el mismo departamento que mis padres conocían, el que me ayudaron a conseguir cuando aún creían que su hijo iba camino a convertirse en todo un hombre exitoso. Ellos sabían la dirección… pero ya no sabían quién vivía aquí realmente.

Mire el chat de texto nuevamente...

Tal vez, cuando lleguen, no me reconozcan. Tal vez piensen que se equivocaron de puerta, o que soy la novia de su hijo, o una amiga que los atiende por cortesía.


Podría usar eso a mi favor. Fingir confusión, ver sus reacciones, jugar con esa posibilidad. Pero una parte de mí también quiere enfrentarlo todo de una vez, mirarlos a los ojos y decirles la verdad: que su hijo ya no existe, que en su lugar vive una mujer plena, feliz, deseosa y orgullosa de lo que es.

Todavía no lo había decidido del todo… pero el momento se acercaba.

Y yo… aún tenía el coño húmedo y el aroma de semen fresco entre las piernas.

El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Era el momento. Me alisé la falda, me aseguré de que mi escote luciera bien, me pasé los dedos por el cabello y sentí el roce húmedo entre mis muslos aún sensibles. Respiré hondo y caminé hacia la puerta con las piernas temblando, el corazón acelerado y la sonrisa temblorosa.

No había más vuelta atrás. 


sábado, 15 de marzo de 2025

"Mi mejor amigo se convirtió en una MILF."

 

Carlos y yo siempre fuimos inseparables. Hacíamos todo juntos: videojuegos, fútbol, fiestas. Pero todo cambió cuando comenzó a experimentar esa... "segunda pubertad". No sé cómo explicarlo, pero en cuestión de semanas su cuerpo empezó a cambiar drásticamente. Su voz se suavizó, su piel se volvió más tersa, y luego, un día, se presentó en mi puerta como Carla.


Era irreconocible. No solo se había convertido en una mujer, sino en una mujer increíblemente atractiva. Cabello largo y brillante, curvas que parecían esculpidas, y una forma de caminar que hacía que todos en la calle se giraran a mirarla.


—"¿Qué tal, amigo? Bueno... supongo que ahora deberías decirme señora," dijo, riendo mientras hacía un giro para mostrarme su nuevo cuerpo.


—"Esto... esto es demasiado raro, Carlos... digo, Carla. ¿Cómo pasó esto?"


—"Ni idea, pero no puedo quejarme. ¿Has visto estas caderas? ¡Ni siquiera tengo que hacer ejercicio!"


Al principio, fue incómodo. Salir con ella era extraño. La gente asumía que éramos madre e hijo, y Carla no hacía nada por corregirlos.


—"¿Te das cuenta de que todos piensan que eres mi mamá?" le dije una vez en el centro comercial.

—"Oh, cariño, no te preocupes. Solo disfruto la atención," respondió, dándome una palmadita en la cabeza como si de verdad fuera mi madre.


Con el tiempo, nos adaptamos. Seguíamos siendo amigos, aunque su nueva apariencia complicaba las cosas. Carla parecía disfrutar mostrándome su cuerpo, como si quisiera probarme. Había días en los que simplemente se sentaba en el sofá en ropa interior.

—"¿De verdad vas a quedarte así?" le pregunté una vez, tratando de mirar hacia otro lado.


—"¿Qué? Es solo ropa interior, relájate. Además, ¿no crees que me queda bien?"



Y no era solo eso. Había momentos en los que sus bromas cruzaban una línea. Una noche, mientras veíamos una película, se inclinó hacia mí con una sonrisa.


—"¿Sabes? Es curioso. Nunca te miré de esa manera antes... pero ahora..."


—"¿De qué estás hablando?" pregunté, sintiendo mi cara enrojecer.


—"Nada, nada," dijo, riendo mientras volvía a acomodarse. Pero su mano quedó peligrosamente cerca de la mía.




Lo más complicado era cuando me pedía cosas que parecían inocentes, pero claramente no lo eran. Una tarde, me llamó desde su habitación.


—"¡Oye! ¿Puedes ayudarme con algo?"


—"Claro, ¿qué pasa?" respondí mientras entraba. Ahí estaba ella, de pie frente al espejo, en topless.


—"¿Qué opinas? ¿Estos sostenes me quedan bien? No estoy segura de mi talla todavía."


Me congelé. "¡Carla! ¡Ponte algo!"


—"Oh, por favor. No es nada que no hayas visto antes... bueno, en otro cuerpo," respondió con una sonrisa traviesa.


Había algo en ella, en su nueva personalidad, que me confundía. Seguíamos siendo amigos, pero las líneas entre nuestra relación se volvían cada vez más borrosas. A veces me preguntaba si todavía era la misma persona que conocí... o si Carla había empezado a vernos de una manera diferente.


—"¿Sabes? Podríamos pasar por madre e hijo... o algo más," me dijo una vez, en tono juguetón.


—"Deja de decir esas cosas," le respondí, tratando de ignorar la forma en que me miraba.


—"¿Por qué? ¿Acaso no te gusto ahora? Vamos, admítelo," dijo, acercándose peligrosamente.

A pesar de todo, seguía apoyándola. Era mi mejor amiga ahora, y no iba a abandonarla. Pero cada día que pasaba con ella, más me daba cuenta de que algo había cambiado... en ambos.


viernes, 14 de marzo de 2025

De madre a mejor amiga


Apenas amanecía cuando llegué a casa. Mis tacones resonaban sobre el piso como campanas delatando mi regreso. Cada paso era una mezcla de dolor y placer… mis piernas temblaban, aún adoloridas por la noche que había vivido. La sensación del aire fresco sobre mi piel apenas cubierta por el vestido ajustado me hacía sentir expuesta… pero extrañamente viva.






Mis caderas bamboleaban solas al caminar, ese movimiento que ahora era natural, ese contoneo involuntario… femenino. El roce de las bragas de encaje me irritaba un poco, el sujetador me apretaba el pecho y mis pezones aún estaban sensibles… pero todo eso ya formaba parte de mí.


Él me había dejado en la puerta, dándome un beso en la mejilla y una palmadita en el trasero… como si ya me perteneciera. Como si yo fuera realmente su chica.


Al entrar, traté de caminar de puntillas, pero los tacones no perdonaban. Me dirigía directo a mi habitación cuando pasé por la cocina… y ahí estaba ella.


¡¡¡Debbie!!!...


Mi madre… o al menos, quien solía serlo. Ahora era otra mujer… una igual a mí. Ya no era “mamá”, ahora era mi mejor amiga, mi cómplice… y en cierto modo, mi guía en esta nueva vida femenina.


Me miró de reojo y sonrió con una complicidad que me sonrojó al instante.


—“Al fin llegas, querida… se nota que te divertiste anoche.”


Me quedé helada. Sentí la cara arder. Sabía que lo notaba… mi maquillaje corrido, el pelo revuelto, el olor a sexo impregnado en mi piel, y la manera en que aún caminaba con las piernas abiertas por lo que él me había hecho.

—“Sí…” —murmuré bajando la mirada— “Fue… una noche intensa.”

Ella se acercó y me abrazó, con ese calor maternal que ya no venía desde una figura superior… sino desde una igual. Otra mujer que entendía perfectamente lo que yo sentía.

—“No te avergüences, cielo. Estoy orgullosa de ti… estás abrazando tu feminidad. Ya eres una mujer completa.”

Me estremecí. Sentía ese nudo en la garganta, una mezcla de emoción y vergüenza. ¿Cómo podía sentirme tan plena y tan sucia al mismo tiempo?

—“Anoche hice cosas que… solo había visto en películas para adultos… me dejé llevar, Debbie… me siento como una puta.”

Ella rió con suavidad y me acarició el rostro.

—“No digas eso, cariño. Las mujeres también disfrutan… también se entregan. No hay nada malo en eso. Es parte de lo que eres ahora.”

—“Pero… me follaron el culo… me arrodillé, le chupé la polla… y me tragué su semen…” —susurré, sintiendo el ardor del recuerdo en mi garganta.



—“Lo noté, cielo… aún lo llevas en el aliento. Créeme, yo también lo hice cuando salía con tu padre…” —dijo con una risa cómplice— “A veces hasta me sentía orgullosa cuando me dejaba completamente usada…”

Me quedé boquiabierta. ¿De verdad esa era la mujer que me crió?

—“Anda, ve a darte una ducha… aún hueles a sexo… y te aseguro que tienes más de un fluido masculino pegado al cuerpo.”


Me dirigí al baño y cerré la puerta. Me miré al espejo y ahí estaba… esa otra yo. Labios gruesos, mejillas sonrojadas, el rímel corrido… y mi cuerpo. Mis pechos aún firmes dentro del sujetador, mis caderas anchas, mi cintura fina… el cuerpo de una mujer de verdad.

Me desnudé. Las bragas aún estaban húmedas. Me miré el trasero en el espejo… lo noté un poco hinchado, el agujero apenas recuperado. Me toqué el vientre y luego el monte de Venus. No había rastro de mi vida anterior… solo ese coño que ahora era mío, húmedo, palpitante al recuerdo de la penetración.


El agua caliente bajó por mi piel, y cada roce despertaba memorias. Cuando mis dedos pasaron por mis pezones, gemí. Recordé cómo él los lamía, cómo me los chupó hasta que me rogué por más. Bajé mi mano entre las piernas, sentí el ardor… y recordé cómo me empujaba fuerte, cómo gemía al llenarme… incluso recordé cómo él eyaculó dentro de mí, y luego me obligó a lamerlo limpio.

Mi ano aún dolía. Pensé que no se cerraría nunca… pero mi cuerpo ya se adaptaba. Estaba cambiando.

Al salir, me puse unos pantis, mi cuepo descasanba del ropa,  y me sente un momento. Me sentía cansada, sucia… pero viva.


Toc toc.

—“¿Cariño?” —era Debbie— “Solo quería saber algo más… ¿usaste protección anoche?”

Me quedé helada. Tragué saliva.

—“No… creo que no.”

Ella sonrió con esa calma que ahora me parecía más de hermana mayor que de madre. Sacó una pastilla y me la tendió.


—“Tómala… evitará un embarazo. Aunque… si alguna vez quisieras vivir toda la experiencia de ser mujer… estaré aquí para ayudarte.”


La tomé y me senté en la cama. Me quedé en silencio unos segundos, hasta que susurré:


—“Gracias… Debbie.”


Ella me besó la frente y sonrió.


—“De nada, amor. Ya no parece que alguna vez fuste  mi hijo… pero yo simpre sere tu madre… y créeme, esto recién comienza.”

martes, 4 de marzo de 2025

Imposible de Ocultar


Todo comenzó con un pequeño cosquilleo en el pecho. Algo insignificante, pensé. Luego, vinieron los cambios hormonales, los altibajos emocionales, la sensibilidad en la piel. Al principio, lo atribuí al estrés o a una simple reacción pasajera a aquella inyección experimental que me administraron en el estudio médico. No le di importancia... hasta que noté que mis pezones estaban más grandes, más oscuros, y mi pecho parecía hinchado.


Intenté ignorarlo. "Es temporal", me repetía una y otra vez. Pero no lo era. Los cambios no solo continuaron, sino que se aceleraron. Mi torso se estrechó, mis caderas comenzaron a expandirse en una curva pronunciada, mi cintura se afiló con una suavidad femenina que jamás había tenido. La piel de mis muslos se tornó más tersa, mis piernas más torneadas, y lo peor… mi pecho seguía creciendo.


Lo escondí como pude. Camisas holgadas, sudaderas enormes, capas y capas de tela para disimular lo evidente. Pero no había prenda que pudiera ocultar el peso en mi pecho, la forma en que mis senos rebotaban con cada movimiento. Se habían convertido en una presencia constante, pesada, imposible de ignorar. Pronto, incluso los pequeños gestos cotidianos se sintieron diferentes: la forma en que mis brazos rozaban mis costados, la manera en que mi postura debía adaptarse para equilibrar mi nuevo centro de gravedad.



El punto de quiebre llegó cuando mi madre encontró mi escondite de ropa masculina y lo reemplazó con un armario lleno de vestidos, blusas ajustadas y sujetadores de encaje en diferentes tallas. Me paralicé al verlos, como si cada prenda fuera una sentencia. "No puedes seguir viviendo en negación, cariño", dijo con dulzura mientras pasaba los dedos por mi cabello, ahora más largo y sedoso de lo que jamás había sido.


Ya no solo era mi cuerpo; mi voz se había suavizado, mis facciones se habían refinado hasta volverse delicadas. Mis manos, antes toscas, ahora parecían haber sido diseñadas para sostener algo con ternura. Incluso caminar se sentía distinto, como si mi cuerpo quisiera moverse con una gracia femenina que aún no sabía manejar.


Y esta noche, cuando regrese a casa y vi el vestido que mi madre había dejado cuidadosamente doblado sobre la cama, supe que no había marcha atrás. Con el corazón latiendo con fuerza, lo deslicé sobre mi cuerpo. La tela acarició mi piel.... 



Me miré en el espejo y la imagen que me devolvió el reflejo me dejó sin aliento. No era un hombre con rasgos femeninos. No era una burla de lo que solía ser. Era una mujer. Curvilínea, madura, sensual.


Tomé el sujetador que mi madre había colocado sobre la cómoda. Lo sostuve entre mis manos temblorosas, analizando su forma, el encaje fino que adornaba los bordes. Con torpeza, lo ajusté sobre mis senos y sentí cómo los sostenía en su lugar. Era la confirmación de lo irreversible.

A la mañana  siguiente...

Finalmente, escogí una falda  que se ceñía a mis caderas y una blusa que acentuaba la plenitud de mi busto. Me miré en el espejo una vez más, con la respiración contenida. No era el hombre que alguna vez fui… pero tampoco era solo una sombra de mí mismo. Era alguien nuevo.


Este había sido un camino largo, lleno de resistencia y miedo. Pero ahora, entendía que aceptar lo que soy no es una rendición. Es el primer paso para descubrir quién puedo llegar a ser.




Su nueva vida?


 Jacob siempre había sentido una conexión secreta con su madre, algo que nunca podría admitir en voz alta. Desde pequeño, la admiraba por su elegancia, su belleza y esa seguridad que irradiaba incluso en los momentos más difíciles. Ahora, con la casa completamente vacía y un fin de semana entero para él, sentía que esta era su única oportunidad para explorar un deseo que lo consumía desde hacía años.


La despedida de su madre fue breve pero suficiente para despertar su imaginación:

"Hijo, me voy mi viaje de trabajo. Nos vemos en unos días. Cuídate. Te quiero."


Contestó con un simple "Sí, mamá. Te quiero también." Pero por dentro, estaba emocionado. Apenas miro que auto alejándose perdiendose en horizonte, Jacob entro de inmediato y se dirigió directamente al cuarto de su madre.


Abrir su armario fue como entrar a un santuario. Todo estaba perfectamente organizado: vestidos elegantes, blusas de seda, pantalones ajustados, y lo más tentador, la lencería. Escogió cuidadosamente un conjunto de encaje rosa, acompañado de un sostén con relleno que siempre había imaginado usar, unas pantis de satén que sabían a lujo, y unos tacones negros que le daban vértigo....


Esa noche, pasó horas frente al espejo. Usó sus cremas, maquillajes, y aplicó su perfume favorito, dejando que el aroma floral lo envolviera. Todo era perfecto. Quería ser ella. Se tomó selfies en poses que creía femeninas y coquetas, imitando las miradas seductoras que había visto en las revistas de moda que su madre leía. Se acostó tarde, usando la pijama  de sumadre que apenas podia llenar con su delgado cuerpo.


Pero algo cambió esa noche. Mientras dormía, un calor extraño lo invadió. Soñaba que su cuerpo se moldeaba, que sus manos se suavizaban, que su cintura se estrechaba y sus caderas se ensanchaban. Soñó con ser ella, pero el sueño era demasiado real.


Al despertar, lo primero que sintió fue el peso en su pecho. La pijama estaba ajustada algo raro ya que antes de dormir la sentia olgado,Se levantó aturdido, tambaleándose. Dedabotono la pijama y Bajó la mirada y vio cómo el sostén que había elegido anoche ahora contenía unos senos grandes y redondos que parecían naturales. Tocó su pecho con incredulidad, sintiendo la suavidad de su piel.


Corrió al espejo, y lo que vio lo dejó sin aliento. No era él. El reflejo mostraba a su madre, en toda su esplendorosa figura. Su cabello castaño caía en suaves ondas, su rostro era perfecto, sus labios pintados de rojo carmesí. Su tracero gordo, hacían que las pantis y la pijama se ajustaran con precisión, destacando su trasero redondeado.



"¿Cómo…? ¿Qué está pasando?" dijo, pero la voz que salió de su garganta no era la suya. Era la voz de su madre, cálida, madura, femenina.


Jacob comenzó a explorar su nuevo cuerpo, sus manos temblaban mientras recorrían cada curva. Era su madre, pero también era él. En su mente, los pensamientos de lo que esto significaba lo abrumaban. ¿Podría vivir como ella? ¿Cómo explicaría esto cuando ella regresara?


Al bajar a la cocina para tratar de calmarse, algo llamó su atención: una carta sobre la mesa, escrita con la inconfundible letra de su madre.


"Jacob, si estás leyendo esto, es porque finalmente te dejaste llevar por tus deseos. Ahora entiendes lo que significa ser yo. No temas, aprenderás a disfrutarlo. Esta es tu oportunidad de ser quien siempre quisiste ser. Pero recuerda, esto no es un juego. Abraza tu nueva vida, porque quizás no haya marcha atrás..."


El corazón de Jacob latía con fuerza. ¿Había sido todo planeado? ¿Su madre sabía de su fetiche? ¿Y si ella no planeaba volver, tendria que tomar su lugar? Una mezcla de miedo, excitación y confusión lo invadía mientras se miraba al espejo una vez más, tocando sus labios rojos y murmurando: "Soy ella..."



sábado, 1 de marzo de 2025

La Asistente de mi Papá



Desperté con una extraña pesadez en el pecho y una incomodidad en todo el cuerpo. Algo estaba mal. La sensación era sutil al principio, como cuando duermes en una posición incómoda y despiertas con el cuerpo extraño. Pero al moverme, todo se sintió… diferente.



Me incorporé y noté de inmediato que algo balanceaba con mi movimiento. Mi centro de gravedad estaba alterado, mis extremidades parecían más delgadas y suaves. Mi respiración se agitó. Llevé una mano a mi pecho, sintiendo el peso de unos senos grandes, firmes. Mi piel estaba tersa, sin rastro del vello al que estaba acostumbrado.


Corrí al espejo.


El reflejo que me devolvió me dejó sin aire.


No era yo.


Era Sofía.


La asistente personal de mi padre.


Mis labios pintados se separaron en un jadeo mudo. Me toqué el rostro con manos temblorosas. Todo en mí era distinto: las facciones femeninas, la melena oscura cayendo en ondas sobre mis hombros, las curvas acentuadas por la ropa ligera con la que aparentemente había dormido. Y los senos… estos senos, grandes y perfectos, tan exagerados que era obvio que no eran naturales.


Mi padre le había pagado estos implantes. Lo sabía porque más de una vez lo había escuchado bromear sobre ello con sus amigos. “Un pequeño incentivo para que Sofía siga contenta,” decía, con una sonrisa de autosuficiencia. En ese momento me pareció repugnante, pero ahora, atrapado en su cuerpo, sentí una oleada de asco aún mayor.


Me tambaleé hacia la puerta y fui directo a la cocina, donde encontré mi cuerpo—mi verdadero cuerpo—sentado a la mesa, desayunando con total normalidad.


—Buenos días —dijo con mi voz, sonriendo como si todo estuviera bien.


El horror me recorrió el cuerpo.


—¿Qué… qué hiciste?


Pero antes de que pudiera seguir, mi padre entró a la cocina y me dirigió una mirada despreocupada.


—Sofía, qué bueno que despertaste. Hoy tenemos un día ocupado.


Mi garganta se cerró.


—Papá, soy yo…


Pero él solo rió.


—Dios, estás adorable cuando intentas evadir el trabajo. Vamos, ponte algo lindo y vámonos.


Me quedé helado. No entendía cómo no lo veía. ¿Cómo podía no darse cuenta? Pero entonces lo entendí. Sofía jugaba su papel con perfección. Se movía como yo, hablaba como yo. Para mi padre, ella era su hijo. Y yo… yo solo era su asistente personal.


Las siguientes semanas fueron una pesadilla. Obligado a desempeñar el papel de Sofía, me vi atrapado en una rutina que no era mía. Me vestía con ropa ajustada y tacones, maquillaba mi rostro cada mañana, atendía llamadas y organizaba la agenda de mi padre. Todo mientras soportaba sus miradas.



Siempre supe que mi padre coqueteaba con Sofía, pero jamás imaginé lo invasivo que podía ser. Al principio, eran solo cumplidos. “Ese vestido resalta tu figura.” “Siempre hueles delicioso.” “Me encanta cuando sonríes así.”


Luego, pequeños toques. Su mano en mi espalda al guiarme por la oficina. Un roce en mi brazo. Dedos jugueteando con un mechón de mi cabello.


Intenté mantener la distancia, pero él lo notó.


Y le gustó.


Era como si mi incomodidad lo animara a seguir. Como si el hecho de que intentara evadirlo lo excitara aún más.


Quise enfrentar a Sofía. Rogarle que me devolviera mi vida. Pero cuando la vi, cuando me miró con mi propio rostro y sonrió con esa expresión maliciosa, supe que no tenía intenciones de ceder.


—Te acostumbrarás, cariño —dijo con una dulzura cruel.


No sé cuánto más podré soportarlo. Cada día mi padre se acerca más, cada día me siento más atrapada.


Y temo que llegue el momento en que deje de resistirme.




viernes, 28 de febrero de 2025

 


Mi segunda pubertad fue una transformación que no esperaba, pero que me absorbió por completo. Pasé de ser un chico común a convertirme en el gemelo exacto de mi madre. No solo en apariencia, sino en cada detalle de su ser. Mis rasgos faciales, mi cuerpo, mi postura... todo se ajustó hasta que fui indistinguible de ella. Me miraba en el espejo y veía su rostro, su cuerpo… como si siempre hubiera sido yo quien estaba destinado a ser ella.


Al principio, la transformación fue gradual, casi imperceptible. Cada día, mis facciones se ajustaban más y más a las suyas. 

Mi piel se suavizó, mis caderas se ensancharon y mi pecho comenzó a adoptar esa forma voluptuosa que siempre había admirado en ella. Mis piernas se alargaron, mis labios se hincharon, y mi cabello, antes corto y desordenado, creció brillante y sedoso, igual al suyo. 

Mirarme en el espejo se volvió desconcertante; mi antiguo rostro era solo un recuerdo borroso. La transformación había sido tan sutil, tan poderosa, que mi mente ya no podía separarse de este nuevo cuerpo.



Dejé la escuela y me centré en dividir las tareas del hogar con mamá. A veces recibía cumplidos, palmaditas en el trasero o besos en la mejilla que originalmente estaban destinados a ella. Era incómodo… pero, en el fondo, despertaba sentimientos en mí que no podía ignorar.


Meses después...


Una tarde, decidí que tomaría el control por completo. Le pedí a mamá que descansara, que se tomara un tiempo para ella. Convencí a su grupo de amigas para que la llevaran de compras, al spa, a divertirse esa tarde hasta la noche. Le aseguré que todo en casa estaría bien, que yo me haría cargo. Incluso le pedí su teléfono, para que disfrutara sin interrupciones.


Mientras ella estaba fuera, yo tomé su lugar. Me vestí con su ropa, usé su perfume, me pinté las uñas como ella lo hacía… Todo lo que quedaba era esperar.



Lo que me sorprendió más fue que, cuando mi padre llegó a casa, no notó la diferencia. Aunque al principio pensé que algo tan drástico no pasaría desapercibido, pronto me di cuenta de que mis movimientos, mis gestos, mi tono de voz… todo era idéntico a los de mamá. Cada vez que hablaba, mi tono de voz se asemejaba más al suyo. Mis pasos, la manera en que me tocaba el cabello, la forma en que inclinaba la cabeza al escuchar… todo se sentía natural.


Incluso las pequeñas costumbres que antes me parecían ajenas ahora fluían sin esfuerzo. Como cuando mi padre acariciaba mi cabello o me daba una palmadita en el trasero. Al principio me resultaba extraño… pero con el tiempo, empecé a disfrutar de esos gestos, de esa cercanía.

 Ya no me sentía incómodo. Mi cuerpo había cambiado, y con ello, mi percepción sobre esos detalles. Me sentía cómoda, incluso agradecida por su atención, porque me hacía sentir… como una mujer.


Lo peor de todo fue darme cuenta de que la transformación no era solo física. dias antes mi forma de pensar, mi manera de actuar, todo comenzó a reflejar la de mamá. Empecé a sentirme cada vez más cómoda en su papel, y algo en mi interior comenzó a despertarse. Ya no solo tenía su cuerpo… mi mente también comenzaba a ser la suya.


El amor que ella sentía por mi padre, el cuidado hacia mis hermanas, la manera en que organizaba el hogar… todo comenzó a fluir a través de mí. Y cuando mi hermana menor, sin pensarlo, me llamó “mamá”, supe que algo dentro de mí había cambiado por completo.


Al principio lo tomé como una simple confusión. Pero al escuchar esa palabra, un sentimiento maternal desconocido se encendió en mí. De repente, la veía de una manera distinta. La protegía, la cuidaba… la amaba como lo haría una madre.

Por eso idee esta plan, queria saber si podía remplazarlad... centia celos... de ella...


Esa misma noche, después de un día fingiendo ser mamá, sentí algo nuevo despertando en mí. No era solo la emoción de ser tratada como ella, sino una necesidad que habia suprimido. Una urgencia femenina, una curiosidad insaciable. Quería más. Quería experimentar todo lo que significaba ser mujer.


Esperé a que la casa estuviera en calma y luego me deslicé en la cama matrimonial, ocupando su lugar. Fingí ser ella por completo, dejando que el hombre de la casa me tomara como si fuera su esposa. Sentí cada caricia, cada embestida, cada susurro dirigido a "ella", y en ese momento, me entregué por completo a mi nuevo papel.



Cuando todo terminó, me quedé con las piernas temblando, sintiendo el calor y la satisfacción de haber vivido la experiencia hasta el final. Él cayó dormido a mi lado, exhausto, mientras yo me levantaba con cuidado.


Me dirigí al baño, limpiando los rastros de lo que acababa de ocurrir. Pero justo cuando terminaba, escuché el sonido de un coche estacionándose en la entrada. Mi corazón se detuvo.


Era ella. La verdadera madre estaba de vuelta.


Sin perder un segundo, corrí de vuelta a mi habitación, acomodando todo para que nada pareciera fuera de lugar. Me tumbé en la cama, fingiendo que había estado ahí toda la noche.


Cerré los ojos y respiré hondo.


Había probado lo que se sentía ser ella.


Y ahora… ya no tenía miedo.


Quería ser ella.


domingo, 23 de febrero de 2025



El precio del paraíso nunca fue barato. Valentina lo sabía bien mientras admiraba su reflejo en el espejo dorado de su tocador. Su piel, impecablemente tersa y perfumada con un aroma floral costoso, era un recordatorio constante de lo lejos que había llegado. Sus labios carnosos, pintados de un rojo intenso, formaron una pequeña sonrisa mientras tomaba uno de los aretes de diamantes que su esposo le había regalado la semana pasada. Cada centímetro de su cuerpo, desde sus voluptuosas caderas hasta su cintura de avispa, era una obra maestra esculpida a base de sacrificio y sometimiento.


No siempre había sido Valentina. Había sido alguien más, alguien con manos callosas por la jardinería y un andar pesado que ahora le parecía grotesco. Pero esa persona ya no existía. Había sido borrada con cada inyección de estrógeno, con cada sesión de depilación láser y con cada delicada palabra susurrada en el oído de su esposo para mantenerlo complacido.


Su cuerpo era una obra maestra de la feminidad, moldeado a la perfección por cirugías, hormonas y disciplina. Sus senos eran grandes, pesados, con una caída natural que le daba un aire de madurez sensual. La lencería de encaje que llevaba apenas lograba contenerlos, acentuando su forma voluptuosa. Sus caderas eran amplias, diseñadas para balancear con gracia cada paso en sus tacones de aguja. Y entre sus piernas, donde antes había un recuerdo de su antigua vida, ahora solo quedaba una hendidura suave y húmeda que confirmaba su feminidad.


Deslizó sus pies en unos tacones de aguja de diseñador y avanzó con una elegancia milimétricamente ensayada. Su cuerpo respondía con la gracia de una muñeca fina, porque así lo había moldeado su esposo. Era su joya, su posesión más preciada, y ella aceptaba su papel con una sonrisa que escondía cualquier atisbo de duda.



Al bajar las escaleras de mármol, escuchó la campana anunciando su llegada. Su estómago se apretó por reflejo, como siempre ocurría antes de verlo. Sabía lo que esperaba de ella: perfección. Ajustó el tirante de su vestido de satén y se detuvo justo en la entrada, esperando.


Él entró con su porte dominante, con la seguridad de un hombre que sabe que todo en su hogar le pertenece, incluida ella. Valentina se adelantó con pasos suaves y estudiados, inclinando su cabeza con sumisión calculada.


—Bienvenido a casa, mi amor —susurró, con una dulzura que solo ella podía manejar.


Su esposo sonrió y deslizó sus manos por su cintura diminuta, apreciando el fruto de su inversión.


—Estás hermosa, como siempre.


Y en ese momento, mientras se entregaba a su abrazo, Valentina comprendió que su destino estaba sellado. No importaba cuánto sacrificara, cuánto perdiera de sí misma en el proceso. Lo único que importaba era seguir siendo la perfección encarnada.