me miro en el espejo y veo a una hermosa mujer madura. Mis labios rojos, perfectamente delineados, combinan con el sexi antuendo que abraza mis curvas en los lugares correctos. Mi cabello, peinado con cuidado, cae sobre mis hombros con elegancia. Todo parece perfecto, pero algo dentro de mí me susurra que esta no soy yo.
A veces, tengo sueños. Son fragmentos extraños de una vida que no debería recordar. En ellos, soy un chico joven en un laboratorio lleno de luces cegadoras y máquinas que zumban. Veo tubos burbujeando con líquidos extraños y escucho voces discutiendo cosas que no entiendo. Me despierto sudando, con un nudo en el estómago. Mi marido siempre está ahí, preocupado, preguntándome qué pasa.
Le conté sobre esos sueños, sobre cómo algo en mi interior me dice que hay otra vida que no recuerdo. Pero él siempre me calma. Me asegura que son solo residuos de estrés, imaginaciones sin sentido. "Eres mi esposa, la mujer que amo," me dice mientras acaricia mi rostro.
Cuando las visiones se vuelven insoportables, mi marido me guía suavemente a nuestra habitación. Me tumba en el sofá, enciende una pequeña lámpara que emite una luz cálida y empieza su terapia de hipnosis. Su voz es profunda y tranquilizadora, como el murmullo de las olas. Me pide que cierre los ojos, que respire profundamente, que deje ir todo pensamiento que no pertenezca a esta vida.
Al principio, lucho. Siento que estoy perdiendo algo, como si un eco en mi mente intentara aferrarse a mí. Pero su voz siempre vence. Suave, insistente, me sumerge en un lugar donde no hay dudas, donde solo existe el amor que siento por él, el hogar que hemos construido juntos.
Cuando despierto, todo es claro. Las visiones han desaparecido. Miro mi reflejo y no siento conflicto alguno. Soy su esposa, la mujer que adora. Mi mente ya no lucha, no busca respuestas, no cuestiona. Solo vivo mi rol.
Paso los días cuidando de la casa, preparando las comidas que sé que a mi marido le encantan. Él trabaja duro para mantenernos, y yo me aseguro de que todo esté perfecto para cuando regrese. Me esfuerzo por ser la esposa ideal, porque es lo que soy. La hipnosis lo ha dejado claro: no hay otra verdad más que esta.
Por las noches, cuando estoy en sus brazos, siento un placer profundo, como si no existiera nada fuera de este momento. No recuerdo los sueños, ni el laboratorio, ni esas extrañas imágenes de una vida pasada. Solo estoy aquí, en este cuerpo, en esta vida, siendo la mujer que él necesita.
Y aunque a veces, en los momentos más silenciosos, un débil susurro en mi mente intenta gritar que algo está mal, nunca dura mucho. Su amor, su voz, y su cuidado siempre logran silenciar cualquier duda. Porque al final, ¿qué más podría importar? Soy feliz. Soy suya. Soy perfecta.