Nunca imaginé que mi vida daría este giro tan inesperado. Durante años, Tom y Jack hicieron de mi existencia un verdadero infierno. Eran despiadados, los típicos bravucones de secundaria que no podían ver a alguien como yo sin encontrar una forma de humillarlo. Pero el destino —y un poco de ciencia experimental— les devolvió con creces todo lo que me hicieron.
Hoy, Amanda y Miranda, las versiones femeninas de mis antiguos tormentos, están de rodillas frente a mí. Con sus cuerpos irresistibles, curvas sensuales y miradas llenas de deseo, parecen dos modelos creadas para complacerme. Sus caderas amplias, pechos generosos y suaves labios carmesí esconden el hecho de que, no hace tanto tiempo, eran dos chicos crueles y engreídos.
Amanda, la más atrevida, no pierde tiempo. Su lengua recorre con maestría toda la longitud de mi pene, disfrutando cada movimiento como si fuera su razón de existir. Mientras tanto, Miranda se encarga de mis testículos, alternando suaves besos y lamidas, susurrando pequeñas súplicas para que la elija a ella como mi favorita.
—Maestro... —murmura Amanda mientras me mira con ojos brillantes—, ¿cuál de nosotras será la primera en darte un hijo?
La pregunta me toma por sorpresa, pero al mismo tiempo, enciende algo dentro de mí. Nunca antes había considerado esa posibilidad, pero ahora que lo pienso, sus cuerpos parecen diseñados para eso. Las caderas redondeadas y firmes de ambas, junto con su sumisión absoluta, las convierten en candidatas perfectas.
—¡No, maestro! —interviene Miranda, apretando sus pechos contra mi muslo en un gesto provocador—. Yo puedo darte un bebé más rápido. Mira mis caderas, están hechas para llevar a tu hijo.
El brillo competitivo en sus ojos me divierte. Ambas están dispuestas a todo por ganarse mi favor, incluso enfrentarse entre sí, pero siempre con una devoción absoluta hacia mí.
—Tranquilas, chicas —digo mientras acaricio el cabello de ambas, disfrutando de cómo se estremecen al contacto—. Aún no he decidido quién será la primera, pero no se preocupen... las dos tendrán su turno.
Amanda se relame los labios mientras Miranda sonríe, ambas imaginando el momento en que puedan llevar a mi hijo dentro de ellas. Pero esto no es solo una cuestión física. La poderosa hormona que desarrollé no solo transformó sus cuerpos, sino que también reinició sus mentes. Ahora, en lugar de ser los bravucones que solían ser, son dos mujeres totalmente sumisas, con un deseo incontrolable de complacerme.
—Por favor, maestro —insiste Amanda, apretando sus pechos juntos para llamar mi atención—. Déjame demostrarte que yo soy la mejor opción.
—No seas egoísta, Amanda —responde Miranda, deslizando una mano por su abdomen mientras me mira con ojos lascivos—. Yo puedo darte hijos hermosos, y sabes que soy más obediente.
Las palabras de ambas están cargadas de deseo, pero también de una dulzura que nunca habría imaginado en los chicos crueles que solían ser. Me inclino hacia atrás, disfrutando de la escena frente a mí, mientras considero mis opciones.
La idea de ver a una de ellas embarazada, sus cuerpos perfectos cambiando para llevar a mi hijo, me llena de satisfacción. Sus vientres redondeados, sus pechos hinchados... y, aun así, completamente dedicadas a complacerme incluso en ese estado.
—Tal vez deba ponerlas a prueba —digo finalmente, disfrutando del brillo de anticipación en sus ojos—. Quiero ver quién de las dos merece el honor de llevar a mi hijo primero.
Ellas asienten emocionadas, listas para demostrar su devoción de cualquier forma que les pida. Lo que empezó como venganza ahora es algo mucho más dulce. Amanda y Miranda son mías, en cuerpo y alma, y no hay nada que no harían para complacerme.
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