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viernes, 2 de mayo de 2025

Soy una puta, mamá. Y no me arrepiento.



 

Jamás pensé que esas palabras saldrían de mi boca… y menos frente a ella. Pero después de todo lo que ha pasado, después de todo lo que me hiciste vivir, ¿qué otra cosa querías que fuera?


Todo comenzó cuando tenía diecisiete. Mi cuerpo empezó a cambiar de formas que ni los doctores podían explicar al principio. Perdí masa muscular, mi piel se suavizó, mis caderas se ensancharon, mis pezones se inflamaron y dolían con el roce de cualquier camiseta. Me diagnosticaron algo raro: síndrome de reprogramación hormonal espontánea… básicamente, mi cuerpo estaba atravesando una segunda pubertad. Pero esta vez, femenina.


En menos de un año, dejé de ser un chico de 1.80 para convertirme en una chica delgada, de 1.60, con curvas femeninas, una voz suave y redondeada, y un trasero tan grande que hacía que los jeans me quedaran apretados solo por detrás. Mis pezones crecieron y se oscurecieron, mis labios se engrosaron, y mi cintura se afiló. Las hormonas hicieron su trabajo.



Mi madre intentó ser “comprensiva”. Dijo que quería ayudarme a adaptarme. Pero en vez de buscarme una psicóloga o dejarme explorar a mi ritmo, me obligó a convivir con las hijas de sus amigas: Kimberly, Valeria, Sofía… chicas que, en apariencia, eran "decentes", recatadas, perfectas. Pero eso era pura fachada.


—“Vas a aprender a ser mujer con ellas”, me dijo.

—“Para que no te sientas sola…”


Qué ironía.


Empecé a salir con ellas por compromiso, pero poco a poco me arrastraron a su mundo. Maquillaje, minifaldas, selfies provocativas… Fiestas donde todas se besaban entre sí para atraer la atención de chicos mayores. Me enseñaron a usar tangas, a mover el culo al ritmo de la música, a reconocer qué chicos tenían buen sexo con solo verles los pantalones.


Recuerdo la primera vez que usé un vestido ajustado sin ropa interior. Kimberly me miró de arriba a abajo y sonrió.


—“Ahora sí pareces una de nosotras, putita.”


Y eso me gustó. Me sentí deseada. Aceptada. Por primera vez, me sentí viva.


Poco a poco fui dejando atrás la vergüenza. Me masturbaba en la ducha pensando en los videos que compartían. Empecé a coquetear con chicos. Me sentaba con las piernas abiertas para ver si alguien me miraba. Y eventualmente, me metí en la cama con uno.


Fue en el baño de una fiesta. Me empujó contra la pared, me levantó una pierna, y me la metió. Me dolió… pero gemí. Sentí cómo su verga entraba y salía de mi coño , mojado con saliva y deseo. Me corrí sin siquiera tocarme.



A partir de ahí, no paré. Probé más. Anal, oral, tríos… aprendí a tensar mis nalgas para que lo disfrutaran más. A veces me llamaban puta, zorra, y yo solo sonreía con la cara cubierta de semen.


Pero todo se fue al carajo cuando me acosté con el novio de Kimberly.


No fue planeado. Estábamos solos, él me deseaba desde hacía meses, y yo ya no sabía decir que no. Me lo cogí en su cama, con su camiseta aún puesta, gimiendo con la cara hundida en la almohada. Lo grabó sin avisarme. Y luego, como era de esperarse, Kimberly lo descubrió. Se vengó mandándole el video a mi madre.


2 dias despues Cuando llegué a casa esa dia, mamá estaba esperándome en el comedor. Su cara lo decía todo. En su celular tenía el video.


Lo puso frente a mí. Aparecía yo, completamente desnuda, recostada con las pienas abiertas, con el miembro de ese chico deslizándose entre mis nalgas, mientras lo animaba con voz suave:



—“Dale más fuerte… métemela toda…”


Mi madre no hablaba. Solo me miraba. Finalmente, dijo:


—“¿Cómo es posible, Jessica? Pensé que eras una mujer decente…”



Pense..."Esa perra de Kimberly,  en vez de confrotareme directamente, le envío el video a mi madre..."


Me reí. Me crucé de brazos y la miré sin vergüenza.


—“¿Decente? Mamá… cuando empezó mi segunda pubertad, fuiste tú quien me obligó a convivir con las hijas de tus amigas. Tú me lanzaste a ese mundo. Ellas me enseñaron todo lo que sé. Me transformaron.”


Ella me gritó:


—“¡Pero por el culo, hija!....


—“¡Se nos acabaron los condones! ¿Querías que terminara embarazada, mamá?”


Silencio.


—“¿Y con el novio de tu amiga? ¿Eso no te parece bajo?”


Me acerqué y le hablé al oído:


—“Mamá… ellas son peores que yo. Especialmente Kimberly. Yo solo me adelanté. Y ¿sabes qué? No me arrepiento. Me gusta cómo me tratan los hombres. Me gusta su olor, su fuerza, su polla caliente dentro de mí. Me gusta sentirme una puta. Y no vas a cambiar eso.”


Me fui directo a mi habitación. Me quité la ropa, dejé el sostén colgando en la puerta, y me senté en la cama, con mis piernas abiertas, aún húmeda de la última cogida.


Sí, soy una puta. Pero ahora soy libre. Y tú no puedes hacer nada para evitarlo.


1 comentario:

  1. Esta muy buena la historia, hasta podria tener una continuacion con consecuencias o algo similar

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