Mi hermano era la persona más ruda que conocía. Mateo era fuerte, seguro, un poco gruñón pero protector. Siempre estaba ahí para mí, como un muro que me resguardaba de todo.
Y ahora… ahora se llama Melony.
Y es una MILF.
Lo sé. Suena absurdo, como una mala película de ciencia ficción o una fantasía de internet. Pero pasó. Una mañana desperté y en lugar de encontrarme con mi hermano en la cocina, me encontré con ella.
Melony estaba de espaldas, cocinando panqueques con una facilidad pasmosa, moviendo sus caderas anchas al ritmo de la música que salía del celular. Llevaba unos leggings grises ajustados que le marcaban cada curva, y una blusa rosa claro que se aferraba a su espalda y a ese par de senos enormes que apenas disimulaban el sostén que los contenía.
Parecía sacada de un catálogo para mamás fitness.
—Buenos días, Sofi —me dijo al voltear, con una sonrisa suave y esa voz baja y femenina que aún me descoloca—. ¿Dormiste bien, mi amor?
La forma en que lo dijo… como si siempre hubiera sido así.
Se acercó con un plato de panqueques, me sirvió jugo de naranja, y me acarició el cabello con ternura.
—Tienes cara de haber tenido un mal sueño. Ya verás que hoy va a estar todo bien, ¿sí?
Y entonces me besó la frente. Como lo haría mamá. Como lo hacía ella ahora, cada mañana.
Al principio era como tener dos mamás en casa. Mamá y Melony cocinaban juntas, hablaban de cremas, de cosas “de mujeres”. Mi madre incluso le enseñó a planchar blusas delicadas, a usar delineador sin que se corriera, y a caminar con tacones como si hubiera nacido sobre ellos.
Lo más inquietante es que le gustaba. Disfrutaba ser mujer.
Yo veía cómo se tocaba el cabello, cómo cruzaba las piernas con elegancia, cómo se preocupaba por mí, por la casa… por todo.
Mateo ya no estaba.
Ahora tenía una hermana mayor. Una MILF. Y, aunque me cueste admitirlo, una parte de mí la admiraba.
Todo se volvió aún más raro la noche que me desperté con sed. Salí de mi habitación sin hacer ruido, y al pasar junto a la de Melony, escuché murmullos. La puerta estaba entreabierta.
Me asomé… solo un poco.
Allí estaba el profesor Santamaría, sentado en la cama, con su camisa medio desabrochada. Y Melony frente a él, usando una bata corta de satén que apenas le cubría los muslos.
Ella reía bajito, jugueteando con el cuello del profesor como si fuera su pareja de toda la vida. Sus piernas, largas y bronceadas, estaban cruzadas con elegancia, y el escote de la bata dejaba entrever más piel de la que yo quería ver… y, sin embargo, no podía apartar la mirada.
—Nunca imaginé terminar saliendo con una de mis estudiantes… bueno, con tu cuerpo actual, supongo ya no cuenta —dijo él, con esa voz profunda que tantas chicas de mi clase encontraban sexy.
—Y yo nunca imaginé que me sentiría tan viva como mujer —susurró ella, con una sonrisa provocadora—. ¿Crees que está mal?
Él solo respondió acariciando su muslo, subiendo lentamente la mano por debajo de la bata.
No escuché más. Me alejé en silencio, con el corazón latiéndome en los oídos.
Esa noche no pude dormir.
Mi hermano, el chico más masculino que conocí, se había convertido en una mujer hermosa, maternal y sensual. Una mujer que cuidaba de mí, que cocinaba, que se maquillaba cada mañana, que suspiraba enamorada por un hombre.
Una mujer que, en vez de querer volver atrás, abrazaba su nueva vida con los brazos abiertos… y el escote también.
Ahora entiendo que Melony no es un error. No es una fase.
Es quien Mateo realmente quería ser, quizás sin saberlo.
Y yo… bueno, aún me cuesta decirlo en voz alta, pero creo que tener una MILF como hermana mayor no es tan malo después de todo.
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