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domingo, 12 de octubre de 2025


Cuando encontré el hechizo, supe al instante cómo lo iba a usar. No era un descubrimiento cualquiera; era la llave a un deseo que había llevado escondido toda mi vida, un anhelo que ni siquiera me había permitido admitir. Siempre había amado a mi madre, y no de manera superficial. Me fascinaba todo de ella: cómo se movía, cómo vestía, cómo sonreía, cómo su sola presencia podía llenar una habitación. Cada gesto suyo era perfecto a mis ojos, y siempre había querido ser como ella, vivir la vida que ella vivía, sentir el mundo desde su perspectiva.




Todavía guardo recuerdos vívidos de mi infancia. De cuando me llevaba a nadar y yo, pequeña e inocente, la observaba cambiarse detrás de la toalla. Sentía una mezcla de fascinación y envidia: deseaba tener ese cuerpo algún día, deseaba sentir en mi propia piel la suavidad de sus brazos, el contorno de sus caderas, la firmeza y calidez de sus pechos. Pensaba en lo hermosa que era y en cuánto quería ser como ella cuando creciera. Aquella fascinación se quedó conmigo, creciendo en secreto, alimentando un deseo que parecía imposible de realizar.




Hoy, después de años de fantasías y secretos, ese sueño finalmente se hace realidad. Siento cómo el hechizo ha moldeado mi cuerpo, transformándome completamente en ella. No soy solo parecida: soy ella. Mis manos recorren los mismos pechos que recuerdo de niño, los mismos que amamantaron a mi yo bebé. La piel es suave, cálida, y al tocarlos un estremecimiento recorre todo mi cuerpo. Es extraño, porque son parte de mi pasado y de mi presente al mismo tiempo. Siento una mezcla de asombro, reverencia y deseo al explorar cada curva y cada línea que antes solo podía observar desde lejos.




Debajo de estas prendas, descubro la misma vagina de la que nací, la misma que mi padre follo para darme existencia. Es extraño y fascinante sentir la esencia de mi origen entre mis propias manos; cada contacto me llena de reverencia, asombro y una extraña excitación. Está bien cuidada, con su suavidad natural, y parece virgen; cada detalle me hace comprender la historia y la vida que ha llevado.



Cada movimiento de mis dedos sobre mi piel provoca sensaciones desconocidas, intensas, que nunca había experimentado como niño. Es un descubrimiento constante: este cuerpo es familiar y nuevo a la vez, y cada centímetro me hace comprender la profundidad de mi deseo y la magnitud de esta transformación.


Me detengo frente al espejo y me miro detenidamente. Cada rasgo, cada curva, cada línea, cada detalle está ahora en mí. La mandíbula, los labios, los ojos, los senos, las caderas, todo es perfecto. Es un reflejo de la mujer que siempre he amado, idolatrado y deseado ser, pero ahora es mío para explorar. Mis manos recorren mi rostro, bajan por mis hombros, brazos, torso y finalmente descansan en mis caderas, sintiendo la suavidad de la piel, la firmeza y el peso de mi nuevo trasero. Todo es exactamente como lo recordaba, pero más intenso, más real.



Decido vestirme. Abro el armario y mis ojos se posan sobre un vestido que siempre me había fascinado de niña. Es el que mi madre usó en una reunión familiar importante, uno que abrazaba sus curvas de manera perfecta. Lo sostengo entre mis manos y siento un estremecimiento. Al colocármelo, la tela se ajusta como si hubiera sido hecha para mí, abrazando cada curva, cada línea, resaltando mis pechos y envolviendo mis caderas con una sensualidad natural. Siento cómo el vestido acaricia mi piel, y un placer inesperado me hace cerrar los ojos por un momento. Nunca imaginé que algo tan simple pudiera sentirse tan intenso.


Decido caminar por la casa, explorando mi nuevo cuerpo en movimiento. Cada paso me hace consciente de mis caderas, de la manera en que mis muslos se rozan, del balance de mi trasero. Cada gesto, cada movimiento de mis brazos y hombros, me recuerda que este cuerpo no es solo una fantasía: es real, tangible, y completamente mío. La sensación de control, de poder sobre este cuerpo, es embriagadora. Me siento viva de una manera que nunca experimenté como niño.


Recuerdo mis días de infancia mientras me miro en otros espejos de la casa: las tardes jugando en el jardín, las veces que me llevaba a nadar, las risas compartidas. Todo parece converger en este momento, y la nostalgia se mezcla con la excitación de mi transformación. Paso mis dedos por mi abdomen, mis caderas, mis muslos, deteniéndome en mis partes más íntimas. La sensación de tener en mis manos la esencia de mi origen es casi abrumadora. Es como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndome vivir cada recuerdo y cada deseo de manera plena y simultánea.


Me siento en el borde de la cama, dejando que mis manos exploren mi cuerpo con más detalle. Siento cómo mis pechos se llenan bajo mis dedos, cómo cada movimiento provoca un cosquilleo profundo y eléctrico. Mis muslos tiemblan levemente, y una sensación de calidez se expande desde mi centro hacia todo mi cuerpo. Cada roce es un recordatorio de que finalmente estoy viviendo la experiencia que había soñado toda mi vida: ser mi madre, sentir su cuerpo y, al mismo tiempo, conocer mi propio deseo desde una perspectiva completamente nueva.


Me acuesto sobre la cama, dejando que la luz de la tarde entre por la ventana y acaricie mi piel. Mis dedos siguen explorando, descubriendo cada rincón de mi cuerpo con una mezcla de reverencia y excitación. Cada centímetro es una revelación, una conexión profunda con la mujer que siempre admiré y con la que ahora soy. Mi respiración se acelera, y un calor interno recorre mi abdomen mientras me pierdo en la contemplación de mi reflejo en el espejo frente a mí.



Horas pasan sin que me dé cuenta. Cada instante es un descubrimiento: la suavidad de mis muslos, la forma de mis caderas, la plenitud de mis pechos, la textura de mi vagina que alguna vez me dio la vida. Es un día entero de exploración, de descubrimiento y de placer silencioso. Me siento completa, poderosa, y a la vez frágil en la maravilla de esta transformación. Todo lo que siempre había deseado ser y sentir se concentra en este cuerpo, en este día, en esta experiencia que jamás olvidaré.


Al caer la noche, me acuesto agotada pero satisfecha. El hechizo ha cumplido su propósito, y yo he cumplido el mío: finalmente, soy mi madre y a la vez soy yo misma, viviendo cada deseo que guardé durante toda mi vida. Mientras cierro los ojos, siento una mezcla de gratitud, asombro y plenitud que nunca creí posible. Todo ha sucedido en un solo día, pero cada momento se siente eterno, como si el tiempo hubiera conspirado para darme exactamente lo que siempre quise: ser ella, ser yo, y sentir cada fibra de su cuerpo como nunca antes.


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