Un miltiverso tg donde todo es posible: realidades alternas,viajes en el timepo, magia, ciencia etc. 📢 recuerden que Subimos de 3 a 4 caps los fines de semana 📢
🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯
sábado, 13 de septiembre de 2025
viernes, 12 de septiembre de 2025
Jamás hubiera imaginado el mayor secreto de la novia de mi hijo.
Pero ahí estaba, de rodillas frente a mí, con las mejillas encendidas y las manos temblorosas, mirándome con esa mezcla de súplica y desafío… como si supiera que mi silencio dependía de lo que estaba dispuesta a hacer en ese instante.
Todo comenzó en nuestras vacaciones familiares. El hotel estaba repleto de turistas y el sonido del mar servía de telón de fondo. Pero había algo extraño en ella: cada dia justo a las 3 pm desaparecía justo después del almuerzo, siempre con la excusa de estar cansada. Caminaba rápido, mirando por encima del hombro, como si temiera que alguien la siguiera.
Una dia decidí hacerlo. Me escabullí tras ella, cuidando que mis pasos no resonaran en el pasillo. Salió por una puerta lateral hacia la playa, donde el viento levantaba la arena y apenas había luz. La observé esconderse tras una roca, abrir su bolso y sacar una pequeña caja plateada. Al principio pensé que eran drogas, pero cuando la luz de la luna reflejó el logotipo, mi sangre se heló: pastillas X-Change.
Me quedé inmóvil, procesando lo que significaba. No era lo que aparentaba. No era la chica perfecta que todos creíamos… sino alguien en medio de una transformación.
Mi corazón golpeaba en mi pecho cuando me acerqué y la enfrenté.
—¿Qué demonios es esto? —le susurré con rabia contenida.
Ella dio un salto, casi se le caen las pastillas rosas de las manos. Sus ojos se llenaron de pánico al verme. Intentó tartamudear una excusa, pero no la dejé. Le dije que sabía perfectamente qué eran esas pastillas y que no tardaría en contárselo a mi hijo.
El silencio entre nosotros se volvió pesado. El viento soplaba fuerte, su cabello se agitaba y podía ver cómo le temblaba la barbilla. Entonces, como si una idea le cruzara de golpe, sus ojos cambiaron de expresión: miedo, sí… pero también decisión.
Se acercó despacio, con la respiración entrecortada.
—Por favor… —murmuró— no digas nada. Puedo… compensarte.
Hablamos un momento, llegamos a un acuerdo...
Y antes de que pudiera reaccionar, se arrodilló frente a mí, levantando apenas la vista para medir mi respuesta. El contraste entre su fragilidad y su osadía me dejó paralizado. Yo debería haberla detenido, alejarme, ir directo a contarle todo a mi hijo… pero no lo hice.
En ese instante entendí que su secreto ya no era solo suyo. Ahora estaba entrelazado conmigo. Y si las cosas siguen así, podré mantenerlo oculto un poco más.
Al menos… por hoy, su secreto está a salvo.
martes, 9 de septiembre de 2025
Yo solo podía contra ustedes…
Esa era mi frase favorita cuando era un chico. Era fuerte, rápido, resistente. Me enorgullecía de no cansarme nunca en los entrenamientos, de poder enfrentar a tres o cuatro rivales en la cancha o en una pelea y seguir de pie, riendo, fanfarroneando. Me encantaba que me vieran como invencible, como alguien que podía con todo.
Pero el destino es cruel. Y ahora, un año después, esa misma frase vuelve a mi cabeza… solo que ya no soy ese chico. Me miro en el espejo y no queda nada de él: ahora soy una mujer madura, una milf voluptuosa. Mis caderas son anchas, mis pechos pesados, mi cintura se curva hacia un trasero tan grande y redondo que parece diseñado para ser tomado. Mi rostro tiene la belleza de una mujer que ha vivido, con labios carnosos y ojos que invitan. Y mi voz… grave, sensual, con un toque ronco que excita.
El cambio fue un tormento. Al principio me resistí, aterrado. Me escondí del mundo, sin aceptar que mi cuerpo había decidido traicionarme. Pero el deseo se infiltró poco a poco. Primero, en miradas furtivas a mi propio reflejo; después, en noches en las que mis dedos recorrían mi piel suave, descubriendo sensaciones que nunca había imaginado. Y, finalmente, en la aceptación: yo ya no era un chico. Era una mujer. Una milf con un cuerpo hecho para el sexo.
Y ahora estoy aquí, en una habitación donde tres hombres me rodean, deseosos de probar lo que soy capaz de aguantar. Tres hombres que me retan… igual que antes. Solo que ahora, la prueba es distinta.
El primero me toma de la barbilla, y sin pensarlo me mete su miembro grueso en la boca. Mi lengua lo acaricia, mis labios se cierran alrededor de él, y siento ese sabor salado y excitante que me hace gemir. El segundo me abre las piernas desde atrás, sus manos fuertes se clavan en mis caderas y siento su glande presionar la entrada de mi culo, caliente, ansioso. El tercero acaricia mis pechos, los aprieta, los chupa con avidez mientras su mano baja a frotar entre mis muslos.
Mi cuerpo tiembla, pero no retrocede. Mi ano se abre con un ardor delicioso, mi garganta se llena, y mis gemidos se ahogan en la carne que saboreo. Antes, como hombre, decía que podía con todos. Ahora, como mujer, lo demuestro de otra manera: puedo aguantar más que ellos.
El que me penetra por detrás aumenta el ritmo. Sus embestidas hacen que mis caderas se sacudan, que mi trasero tiemble y rebote obscenamente contra él. El que está en mi boca gime cuando paso la lengua por su glande, cuando dejo que me penetre profundo hasta hacerme toser, y aun así sonrío con los labios rodeando su dureza. El tercero juega con mis pezones, los pellizca, y su lengua me recorre el cuello.
Estoy siendo usada por los tres al mismo tiempo, y lejos de sentirme débil, siento poder. Mi cuerpo milf resiste, mi culo aprieta, mi garganta traga, mis tetas rebotan. Y en medio de todo, pienso: “sí… sigo pudiendo contra todos ustedes.”
El primero no tarda mucho en rendirse. Siento cómo tiembla en mi boca y de pronto se derrama en mi lengua, caliente, espeso. Lo trago sin detenerme, sin sacar su miembro de entre mis labios. Me mira sorprendido, sin fuerzas, mientras yo lo devuelvo con una sonrisa sucia.
El segundo gime más fuerte. Sus embestidas son salvajes, su cuerpo brilla de sudor, pero noto cómo pierde el ritmo, cómo se le doblan las rodillas. Y cuando finalmente se corre dentro de mi culo, yo aprieto aún más, exprimiéndolo, haciéndolo gemir como nunca. Se deja caer sobre la cama, jadeante, rendido.
Solo queda el tercero, aún frotándose contra mí, lamiendo mis senos. Y yo, empapada de sudor y saliva, me río entre gemidos.
—¿Ven? —digo con voz ronca, acariciando mi propio trasero que aún palpita lleno—. Puedo más que ustedes. Yo aguanto más…
El tercero no quiere quedarse atrás. Me empuja contra la cama y se coloca sobre mí. Su miembro entra en mi coño empapado, resbalando con facilidad, y el placer me arranca un grito ahogado. Cada embestida hace que mis pechos se sacudan, que mis uñas arañen las sábanas. Me folla con rabia, como si quisiera demostrar que él sí puede vencerme.
Pero no lo consigue. Mi cuerpo, ahora el de una milf hecha y derecha, resiste todo lo que me da. Mis gemidos no son de dolor, sino de placer. Mi sexo lo aprieta, lo ordeña, y mi sonrisa nunca desaparece. Y al final, él también cae, derramándose dentro de mí con un gemido desesperado.
Los tres están exhaustos, tumbados, jadeando. Yo, en cambio, sigo de rodillas sobre la cama, el pelo revuelto, el maquillaje corrido, el cuerpo sudado y tembloroso… pero aún con energía.
Me limpio la boca con el dorso de la mano, me acaricio un pecho, y sonrío satisfecha.
—Les dije… yo puedo con todos ustedes. Antes lo decía como hombre… ahora lo demuestro como mujer. Como la milf que soy.
Y mientras ellos duermen rendidos, yo me miro en el espejo de la habitación. Veo a una mujer madura, sudada, con semen chorreando de su boca y su trasero, con marcas en la piel, con la respiración aún acelerada. Y me gusta lo que veo. Me excita lo que me he convertido.
Ya no hay vuelta atrás. Nunca más seré el chico fuerte que se jactaba en las peleas. Ahora soy algo mejor: una mujer que aguanta más que tres hombres juntos. Una milf que puede con todos.
Y lo disfruto.
No puedo creer que esto me esté sucediendo. Aún me resulta imposible procesar cómo llegué hasta aquí, tumbada boca abajo en una cama que ni siquiera es mía, con un hombre enorme detrás de mí, sujetándome de las caderas como si ya fuera suyo. Siento la presión cálida de su glande en la entrada de mi ano, y lo más aterrador… o quizá lo más excitante, es que mi cuerpo no opone resistencia.
Apenas ha pasado un año desde que era un chico común, corriendo por las calles con mis amigos, soñando con tener una novia y una vida normal. Un año atrás, mi reflejo todavía era el de un joven delgado, nervioso, sin demasiada experiencia. Y ahora… ahora soy una mujer completa. Con curvas, con caderas anchas que tiemblan cuando me sostienen fuerte, con un pecho blando y pesado que se aplasta contra las sábanas. Soy, en carne y hueso, la clase de mujer que antes solo podía mirar con deseo en internet.
El cambio no fue inmediato, pero sí devastador. Todo comenzó con pequeños síntomas: mi voz debilitándose, perdiendo fuerza; mi piel, antes áspera, volviéndose más suave; mis rasgos afilados derritiéndose poco a poco hasta formar una cara que ningún espejo me devolvía como familiar. Al principio pensé que era una enfermedad, algo que el médico podría revertir. Pero cada día que pasaba, mi cuerpo se hundía más en un destino que no había elegido. Senos hinchándose en mi pecho, mis caderas ensanchándose, mi cintura estrechándose. Y lo peor… mi pene desapareciendo, encogiéndose hasta convertirse en un simple adorno, algo inútil colgando, mientras mi trasero adquiría una redondez obscena, casi diseñada para esto: para ser follada.
Recuerdo la primera vez que me vi desnuda tras el cambio completo. Me quedé horas frente al espejo, tocándome como si necesitara comprobar que era real. Mis manos recorrieron mis pechos, blandos y pesados, los pezones tan sensibles que con apenas rozarlos un escalofrío me atravesó entera. Bajé más, hasta mis caderas, que ahora se curvaban como las de mi madre, amplias, capaces de atraer miradas de cualquier hombre. Y finalmente mi trasero… dios, qué enorme, qué redondo, qué suave. Lo toqué y apreté con mis propias manos, y entendí, con horror, que era perfecto para ser usado.
Durante meses me resistí. Usaba ropa holgada, evitaba salir, me negaba a aceptar lo que me había convertido. Pero la sociedad no tuvo piedad. Los hombres me miraban en la calle, me lanzaban piropos, algunos incluso me seguían con descaro. Yo caminaba rápido, con vergüenza, pero también con algo nuevo latiendo dentro de mí: un calor, un cosquilleo, una necesidad que no conocía antes. Y pronto comprendí que no era solo mi cuerpo el que había cambiado… mi mente también.
Me descubrí soñando cosas que jamás hubiera admitido. Fantasías en las que me tomaban por detrás, en las que mis gemidos eran ahogados contra la almohada mientras un hombre me llenaba. Fantasías donde yo no era más un chico inseguro, sino una mujer sumisa, complaciente, que encontraba placer en rendirse.
Y esa noche, aquí estoy, viviendo aquello que juré que nunca dejaría pasar. El hombre detrás de mí es un conocido de hace semanas, alguien que me vio en un bar y no dudó en acercarse. Yo intenté resistirme, decir que no, pero mis labios no fueron convincentes. Mis movimientos, mi voz temblorosa, todo en mí delataba que lo deseaba.
Ahora siento su miembro abrirse paso en mi interior. No entra de golpe, sino poco a poco, presionando, buscando acomodo en un cuerpo que, para mi desgracia, parece hecho para recibirlo. Gimo bajo, mordiendo las sábanas, tratando de disimular, pero mis caderas solas se mueven hacia atrás, suplicando más.
—Eso es… —susurra él, inclinándose sobre mí—. Eres toda una putita, ¿verdad?
Quiero negarlo. Quiero decir que no, que soy un chico atrapado en un cuerpo ajeno. Pero lo único que sale de mi boca es un gemido ronco, desesperado. Y entonces lo siento deslizarse más adentro, centímetro a centímetro, llenándome como nunca creí posible.
Cada embestida me hace vibrar, mis pechos rebotan contra el colchón, mis pezones se endurecen, y mi trasero arde. El roce, la fricción, el calor… todo me consume.
Hace apenas un año, jamás habría imaginado esto. Y sin embargo, aquí estoy. Soy una mujer. Soy su mujer. Una que gime con cada movimiento, que aprieta las sábanas mientras su ano se acostumbra a ser abierto, estirado, usado. Una que ya no puede volver atrás, porque su cuerpo y su mente la han traicionado.
Lo peor es que no siento odio. No siento asco. Siento placer. Un placer que me derrite, que me enciende, que me hace olvidar que alguna vez fui otra persona. Mientras él acelera, mientras sus caderas chocan contra las mías y mi trasero se agita obscenamente, solo puedo pensar en una cosa: que quiero más. Que necesito más.
—Dios… estás hecha para esto —gruñe él, apretando mis nalgas con fuerza—. Tu culo es perfecto…
Sus palabras me perforan tanto como su miembro. Y lo sé, tiene razón. Estoy hecha para esto. Mi cuerpo, mi nueva naturaleza, todo en mí grita que soy una hembra dispuesta, una puta que ya no pertenece al mundo masculino.
Cuando finalmente lo siento correrse dentro de mí, cuando su calor me llena, no puedo contener el gemido ahogado que sale de mi garganta. Es un gemido de rendición. De aceptación. De placer absoluto.
Y mientras caigo exhausta sobre la cama, jadeando, sudada, con sus manos aún sobre mis caderas, una verdad me atraviesa como un rayo:
Ya no soy un chico. Nunca más lo seré.
Soy una mujer. Una puta. Y lo peor de todo… es que me gusta.