Yo solo podía contra ustedes…
Esa era mi frase favorita cuando era un chico. Era fuerte, rápido, resistente. Me enorgullecía de no cansarme nunca en los entrenamientos, de poder enfrentar a tres o cuatro rivales en la cancha o en una pelea y seguir de pie, riendo, fanfarroneando. Me encantaba que me vieran como invencible, como alguien que podía con todo.
Pero el destino es cruel. Y ahora, un año después, esa misma frase vuelve a mi cabeza… solo que ya no soy ese chico. Me miro en el espejo y no queda nada de él: ahora soy una mujer madura, una milf voluptuosa. Mis caderas son anchas, mis pechos pesados, mi cintura se curva hacia un trasero tan grande y redondo que parece diseñado para ser tomado. Mi rostro tiene la belleza de una mujer que ha vivido, con labios carnosos y ojos que invitan. Y mi voz… grave, sensual, con un toque ronco que excita.
El cambio fue un tormento. Al principio me resistí, aterrado. Me escondí del mundo, sin aceptar que mi cuerpo había decidido traicionarme. Pero el deseo se infiltró poco a poco. Primero, en miradas furtivas a mi propio reflejo; después, en noches en las que mis dedos recorrían mi piel suave, descubriendo sensaciones que nunca había imaginado. Y, finalmente, en la aceptación: yo ya no era un chico. Era una mujer. Una milf con un cuerpo hecho para el sexo.
Y ahora estoy aquí, en una habitación donde tres hombres me rodean, deseosos de probar lo que soy capaz de aguantar. Tres hombres que me retan… igual que antes. Solo que ahora, la prueba es distinta.
El primero me toma de la barbilla, y sin pensarlo me mete su miembro grueso en la boca. Mi lengua lo acaricia, mis labios se cierran alrededor de él, y siento ese sabor salado y excitante que me hace gemir. El segundo me abre las piernas desde atrás, sus manos fuertes se clavan en mis caderas y siento su glande presionar la entrada de mi culo, caliente, ansioso. El tercero acaricia mis pechos, los aprieta, los chupa con avidez mientras su mano baja a frotar entre mis muslos.
Mi cuerpo tiembla, pero no retrocede. Mi ano se abre con un ardor delicioso, mi garganta se llena, y mis gemidos se ahogan en la carne que saboreo. Antes, como hombre, decía que podía con todos. Ahora, como mujer, lo demuestro de otra manera: puedo aguantar más que ellos.
El que me penetra por detrás aumenta el ritmo. Sus embestidas hacen que mis caderas se sacudan, que mi trasero tiemble y rebote obscenamente contra él. El que está en mi boca gime cuando paso la lengua por su glande, cuando dejo que me penetre profundo hasta hacerme toser, y aun así sonrío con los labios rodeando su dureza. El tercero juega con mis pezones, los pellizca, y su lengua me recorre el cuello.
Estoy siendo usada por los tres al mismo tiempo, y lejos de sentirme débil, siento poder. Mi cuerpo milf resiste, mi culo aprieta, mi garganta traga, mis tetas rebotan. Y en medio de todo, pienso: “sí… sigo pudiendo contra todos ustedes.”
El primero no tarda mucho en rendirse. Siento cómo tiembla en mi boca y de pronto se derrama en mi lengua, caliente, espeso. Lo trago sin detenerme, sin sacar su miembro de entre mis labios. Me mira sorprendido, sin fuerzas, mientras yo lo devuelvo con una sonrisa sucia.
El segundo gime más fuerte. Sus embestidas son salvajes, su cuerpo brilla de sudor, pero noto cómo pierde el ritmo, cómo se le doblan las rodillas. Y cuando finalmente se corre dentro de mi culo, yo aprieto aún más, exprimiéndolo, haciéndolo gemir como nunca. Se deja caer sobre la cama, jadeante, rendido.
Solo queda el tercero, aún frotándose contra mí, lamiendo mis senos. Y yo, empapada de sudor y saliva, me río entre gemidos.
—¿Ven? —digo con voz ronca, acariciando mi propio trasero que aún palpita lleno—. Puedo más que ustedes. Yo aguanto más…
El tercero no quiere quedarse atrás. Me empuja contra la cama y se coloca sobre mí. Su miembro entra en mi coño empapado, resbalando con facilidad, y el placer me arranca un grito ahogado. Cada embestida hace que mis pechos se sacudan, que mis uñas arañen las sábanas. Me folla con rabia, como si quisiera demostrar que él sí puede vencerme.
Pero no lo consigue. Mi cuerpo, ahora el de una milf hecha y derecha, resiste todo lo que me da. Mis gemidos no son de dolor, sino de placer. Mi sexo lo aprieta, lo ordeña, y mi sonrisa nunca desaparece. Y al final, él también cae, derramándose dentro de mí con un gemido desesperado.
Los tres están exhaustos, tumbados, jadeando. Yo, en cambio, sigo de rodillas sobre la cama, el pelo revuelto, el maquillaje corrido, el cuerpo sudado y tembloroso… pero aún con energía.
Me limpio la boca con el dorso de la mano, me acaricio un pecho, y sonrío satisfecha.
—Les dije… yo puedo con todos ustedes. Antes lo decía como hombre… ahora lo demuestro como mujer. Como la milf que soy.
Y mientras ellos duermen rendidos, yo me miro en el espejo de la habitación. Veo a una mujer madura, sudada, con semen chorreando de su boca y su trasero, con marcas en la piel, con la respiración aún acelerada. Y me gusta lo que veo. Me excita lo que me he convertido.
Ya no hay vuelta atrás. Nunca más seré el chico fuerte que se jactaba en las peleas. Ahora soy algo mejor: una mujer que aguanta más que tres hombres juntos. Una milf que puede con todos.
Y lo disfruto.
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