🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

martes, 9 de septiembre de 2025

 

No puedo creer que esto me esté sucediendo. Aún me resulta imposible procesar cómo llegué hasta aquí, tumbada boca abajo en una cama que ni siquiera es mía, con un hombre enorme detrás de mí, sujetándome de las caderas como si ya fuera suyo. Siento la presión cálida de su glande en la entrada de mi ano, y lo más aterrador… o quizá lo más excitante, es que mi cuerpo no opone resistencia.



Apenas ha pasado un año desde que era un chico común, corriendo por las calles con mis amigos, soñando con tener una novia y una vida normal. Un año atrás, mi reflejo todavía era el de un joven delgado, nervioso, sin demasiada experiencia. Y ahora… ahora soy una mujer completa. Con curvas, con caderas anchas que tiemblan cuando me sostienen fuerte, con un pecho blando y pesado que se aplasta contra las sábanas. Soy, en carne y hueso, la clase de mujer que antes solo podía mirar con deseo en internet.


El cambio no fue inmediato, pero sí devastador. Todo comenzó con pequeños síntomas: mi voz debilitándose, perdiendo fuerza; mi piel, antes áspera, volviéndose más suave; mis rasgos afilados derritiéndose poco a poco hasta formar una cara que ningún espejo me devolvía como familiar. Al principio pensé que era una enfermedad, algo que el médico podría revertir. Pero cada día que pasaba, mi cuerpo se hundía más en un destino que no había elegido. Senos hinchándose en mi pecho, mis caderas ensanchándose, mi cintura estrechándose. Y lo peor… mi pene desapareciendo, encogiéndose hasta convertirse en un simple adorno, algo inútil colgando, mientras mi trasero adquiría una redondez obscena, casi diseñada para esto: para ser follada.


Recuerdo la primera vez que me vi desnuda tras el cambio completo. Me quedé horas frente al espejo, tocándome como si necesitara comprobar que era real. Mis manos recorrieron mis pechos, blandos y pesados, los pezones tan sensibles que con apenas rozarlos un escalofrío me atravesó entera. Bajé más, hasta mis caderas, que ahora se curvaban como las de mi madre, amplias, capaces de atraer miradas de cualquier hombre. Y finalmente mi trasero… dios, qué enorme, qué redondo, qué suave. Lo toqué y apreté con mis propias manos, y entendí, con horror, que era perfecto para ser usado.



Durante meses me resistí. Usaba ropa holgada, evitaba salir, me negaba a aceptar lo que me había convertido. Pero la sociedad no tuvo piedad. Los hombres me miraban en la calle, me lanzaban piropos, algunos incluso me seguían con descaro. Yo caminaba rápido, con vergüenza, pero también con algo nuevo latiendo dentro de mí: un calor, un cosquilleo, una necesidad que no conocía antes. Y pronto comprendí que no era solo mi cuerpo el que había cambiado… mi mente también.


Me descubrí soñando cosas que jamás hubiera admitido. Fantasías en las que me tomaban por detrás, en las que mis gemidos eran ahogados contra la almohada mientras un hombre me llenaba. Fantasías donde yo no era más un chico inseguro, sino una mujer sumisa, complaciente, que encontraba placer en rendirse.


Y esa noche, aquí estoy, viviendo aquello que juré que nunca dejaría pasar. El hombre detrás de mí es un conocido de hace semanas, alguien que me vio en un bar y no dudó en acercarse. Yo intenté resistirme, decir que no, pero mis labios no fueron convincentes. Mis movimientos, mi voz temblorosa, todo en mí delataba que lo deseaba.



Ahora siento su miembro abrirse paso en mi interior. No entra de golpe, sino poco a poco, presionando, buscando acomodo en un cuerpo que, para mi desgracia, parece hecho para recibirlo. Gimo bajo, mordiendo las sábanas, tratando de disimular, pero mis caderas solas se mueven hacia atrás, suplicando más.



—Eso es… —susurra él, inclinándose sobre mí—. Eres toda una putita, ¿verdad?


Quiero negarlo. Quiero decir que no, que soy un chico atrapado en un cuerpo ajeno. Pero lo único que sale de mi boca es un gemido ronco, desesperado. Y entonces lo siento deslizarse más adentro, centímetro a centímetro, llenándome como nunca creí posible.



Cada embestida me hace vibrar, mis pechos rebotan contra el colchón, mis pezones se endurecen, y mi trasero arde. El roce, la fricción, el calor… todo me consume.



Hace apenas un año, jamás habría imaginado esto. Y sin embargo, aquí estoy. Soy una mujer. Soy su mujer. Una que gime con cada movimiento, que aprieta las sábanas mientras su ano se acostumbra a ser abierto, estirado, usado. Una que ya no puede volver atrás, porque su cuerpo y su mente la han traicionado.



Lo peor es que no siento odio. No siento asco. Siento placer. Un placer que me derrite, que me enciende, que me hace olvidar que alguna vez fui otra persona. Mientras él acelera, mientras sus caderas chocan contra las mías y mi trasero se agita obscenamente, solo puedo pensar en una cosa: que quiero más. Que necesito más.


—Dios… estás hecha para esto —gruñe él, apretando mis nalgas con fuerza—. Tu culo es perfecto…


Sus palabras me perforan tanto como su miembro. Y lo sé, tiene razón. Estoy hecha para esto. Mi cuerpo, mi nueva naturaleza, todo en mí grita que soy una hembra dispuesta, una puta que ya no pertenece al mundo masculino.


Cuando finalmente lo siento correrse dentro de mí, cuando su calor me llena, no puedo contener el gemido ahogado que sale de mi garganta. Es un gemido de rendición. De aceptación. De placer absoluto.


Y mientras caigo exhausta sobre la cama, jadeando, sudada, con sus manos aún sobre mis caderas, una verdad me atraviesa como un rayo:


Ya no soy un chico. Nunca más lo seré.


Soy una mujer. Una puta. Y lo peor de todo… es que me gusta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión es inportante para el equipo del blog, puesdes cometar si gustas ⬆️⬇️