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viernes, 12 de septiembre de 2025



Jamás hubiera imaginado el mayor secreto de la novia de mi hijo.

Pero ahí estaba, de rodillas frente a mí, con las mejillas encendidas y las manos temblorosas, mirándome con esa mezcla de súplica y desafío… como si supiera que mi silencio dependía de lo que estaba dispuesta a hacer en ese instante.






Todo comenzó en nuestras vacaciones familiares. El hotel estaba repleto de turistas y el sonido del mar servía de telón de fondo. Pero había algo extraño en ella: cada dia justo a las 3 pm desaparecía justo después del almuerzo, siempre con la excusa de estar cansada. Caminaba rápido, mirando por encima del hombro, como si temiera que alguien la siguiera.


Una dia decidí hacerlo. Me escabullí tras ella, cuidando que mis pasos no resonaran en el pasillo. Salió por una puerta lateral hacia la playa, donde el viento levantaba la arena y apenas había luz. La observé esconderse tras una roca, abrir su bolso y sacar una pequeña caja plateada. Al principio pensé que eran drogas, pero cuando la luz de la luna reflejó el logotipo, mi sangre se heló: pastillas X-Change.


Me quedé inmóvil, procesando lo que significaba. No era lo que aparentaba. No era la chica perfecta que todos creíamos… sino alguien en medio de una transformación.

Mi corazón golpeaba en mi pecho cuando me acerqué y la enfrenté.


—¿Qué demonios es esto? —le susurré con rabia contenida.


Ella dio un salto, casi se le caen las pastillas rosas de las manos. Sus ojos se llenaron de pánico al verme. Intentó tartamudear una excusa, pero no la dejé. Le dije que sabía perfectamente qué eran esas pastillas y que no tardaría en contárselo a mi hijo.


El silencio entre nosotros se volvió pesado. El viento soplaba fuerte, su cabello se agitaba y podía ver cómo le temblaba la barbilla. Entonces, como si una idea le cruzara de golpe, sus ojos cambiaron de expresión: miedo, sí… pero también decisión.

Se acercó despacio, con la respiración entrecortada.


—Por favor… —murmuró— no digas nada. Puedo… compensarte.

Hablamos  un momento, llegamos a un acuerdo...

Y antes de que pudiera reaccionar, se arrodilló frente a mí, levantando apenas la vista para medir mi respuesta. El contraste entre su fragilidad y su osadía me dejó paralizado. Yo debería haberla detenido, alejarme, ir directo a contarle todo a mi hijo… pero no lo hice.




En ese instante entendí que su secreto ya no era solo suyo. Ahora estaba entrelazado conmigo. Y si las cosas siguen así, podré mantenerlo oculto un poco más.

Al menos… por hoy, su secreto está a salvo.


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