🗯RECUERDEN QUE SUBIMOS DE 3 A 4 CAP, CADA FIN DE SEMANA 🗯

martes, 4 de marzo de 2025

Imposible de Ocultar


Todo comenzó con un pequeño cosquilleo en el pecho. Algo insignificante, pensé. Luego, vinieron los cambios hormonales, los altibajos emocionales, la sensibilidad en la piel. Al principio, lo atribuí al estrés o a una simple reacción pasajera a aquella inyección experimental que me administraron en el estudio médico. No le di importancia... hasta que noté que mis pezones estaban más grandes, más oscuros, y mi pecho parecía hinchado.


Intenté ignorarlo. "Es temporal", me repetía una y otra vez. Pero no lo era. Los cambios no solo continuaron, sino que se aceleraron. Mi torso se estrechó, mis caderas comenzaron a expandirse en una curva pronunciada, mi cintura se afiló con una suavidad femenina que jamás había tenido. La piel de mis muslos se tornó más tersa, mis piernas más torneadas, y lo peor… mi pecho seguía creciendo.


Lo escondí como pude. Camisas holgadas, sudaderas enormes, capas y capas de tela para disimular lo evidente. Pero no había prenda que pudiera ocultar el peso en mi pecho, la forma en que mis senos rebotaban con cada movimiento. Se habían convertido en una presencia constante, pesada, imposible de ignorar. Pronto, incluso los pequeños gestos cotidianos se sintieron diferentes: la forma en que mis brazos rozaban mis costados, la manera en que mi postura debía adaptarse para equilibrar mi nuevo centro de gravedad.



El punto de quiebre llegó cuando mi madre encontró mi escondite de ropa masculina y lo reemplazó con un armario lleno de vestidos, blusas ajustadas y sujetadores de encaje en diferentes tallas. Me paralicé al verlos, como si cada prenda fuera una sentencia. "No puedes seguir viviendo en negación, cariño", dijo con dulzura mientras pasaba los dedos por mi cabello, ahora más largo y sedoso de lo que jamás había sido.


Ya no solo era mi cuerpo; mi voz se había suavizado, mis facciones se habían refinado hasta volverse delicadas. Mis manos, antes toscas, ahora parecían haber sido diseñadas para sostener algo con ternura. Incluso caminar se sentía distinto, como si mi cuerpo quisiera moverse con una gracia femenina que aún no sabía manejar.


Y esta noche, cuando regrese a casa y vi el vestido que mi madre había dejado cuidadosamente doblado sobre la cama, supe que no había marcha atrás. Con el corazón latiendo con fuerza, lo deslicé sobre mi cuerpo. La tela acarició mi piel.... 



Me miré en el espejo y la imagen que me devolvió el reflejo me dejó sin aliento. No era un hombre con rasgos femeninos. No era una burla de lo que solía ser. Era una mujer. Curvilínea, madura, sensual.


Tomé el sujetador que mi madre había colocado sobre la cómoda. Lo sostuve entre mis manos temblorosas, analizando su forma, el encaje fino que adornaba los bordes. Con torpeza, lo ajusté sobre mis senos y sentí cómo los sostenía en su lugar. Era la confirmación de lo irreversible.

A la mañana  siguiente...

Finalmente, escogí una falda  que se ceñía a mis caderas y una blusa que acentuaba la plenitud de mi busto. Me miré en el espejo una vez más, con la respiración contenida. No era el hombre que alguna vez fui… pero tampoco era solo una sombra de mí mismo. Era alguien nuevo.


Este había sido un camino largo, lleno de resistencia y miedo. Pero ahora, entendía que aceptar lo que soy no es una rendición. Es el primer paso para descubrir quién puedo llegar a ser.




Su nueva vida?


 Jacob siempre había sentido una conexión secreta con su madre, algo que nunca podría admitir en voz alta. Desde pequeño, la admiraba por su elegancia, su belleza y esa seguridad que irradiaba incluso en los momentos más difíciles. Ahora, con la casa completamente vacía y un fin de semana entero para él, sentía que esta era su única oportunidad para explorar un deseo que lo consumía desde hacía años.


La despedida de su madre fue breve pero suficiente para despertar su imaginación:

"Hijo, me voy mi viaje de trabajo. Nos vemos en unos días. Cuídate. Te quiero."


Contestó con un simple "Sí, mamá. Te quiero también." Pero por dentro, estaba emocionado. Apenas miro que auto alejándose perdiendose en horizonte, Jacob entro de inmediato y se dirigió directamente al cuarto de su madre.


Abrir su armario fue como entrar a un santuario. Todo estaba perfectamente organizado: vestidos elegantes, blusas de seda, pantalones ajustados, y lo más tentador, la lencería. Escogió cuidadosamente un conjunto de encaje rosa, acompañado de un sostén con relleno que siempre había imaginado usar, unas pantis de satén que sabían a lujo, y unos tacones negros que le daban vértigo....


Esa noche, pasó horas frente al espejo. Usó sus cremas, maquillajes, y aplicó su perfume favorito, dejando que el aroma floral lo envolviera. Todo era perfecto. Quería ser ella. Se tomó selfies en poses que creía femeninas y coquetas, imitando las miradas seductoras que había visto en las revistas de moda que su madre leía. Se acostó tarde, usando la pijama  de sumadre que apenas podia llenar con su delgado cuerpo.


Pero algo cambió esa noche. Mientras dormía, un calor extraño lo invadió. Soñaba que su cuerpo se moldeaba, que sus manos se suavizaban, que su cintura se estrechaba y sus caderas se ensanchaban. Soñó con ser ella, pero el sueño era demasiado real.


Al despertar, lo primero que sintió fue el peso en su pecho. La pijama estaba ajustada algo raro ya que antes de dormir la sentia olgado,Se levantó aturdido, tambaleándose. Dedabotono la pijama y Bajó la mirada y vio cómo el sostén que había elegido anoche ahora contenía unos senos grandes y redondos que parecían naturales. Tocó su pecho con incredulidad, sintiendo la suavidad de su piel.


Corrió al espejo, y lo que vio lo dejó sin aliento. No era él. El reflejo mostraba a su madre, en toda su esplendorosa figura. Su cabello castaño caía en suaves ondas, su rostro era perfecto, sus labios pintados de rojo carmesí. Su tracero gordo, hacían que las pantis y la pijama se ajustaran con precisión, destacando su trasero redondeado.



"¿Cómo…? ¿Qué está pasando?" dijo, pero la voz que salió de su garganta no era la suya. Era la voz de su madre, cálida, madura, femenina.


Jacob comenzó a explorar su nuevo cuerpo, sus manos temblaban mientras recorrían cada curva. Era su madre, pero también era él. En su mente, los pensamientos de lo que esto significaba lo abrumaban. ¿Podría vivir como ella? ¿Cómo explicaría esto cuando ella regresara?


Al bajar a la cocina para tratar de calmarse, algo llamó su atención: una carta sobre la mesa, escrita con la inconfundible letra de su madre.


"Jacob, si estás leyendo esto, es porque finalmente te dejaste llevar por tus deseos. Ahora entiendes lo que significa ser yo. No temas, aprenderás a disfrutarlo. Esta es tu oportunidad de ser quien siempre quisiste ser. Pero recuerda, esto no es un juego. Abraza tu nueva vida, porque quizás no haya marcha atrás..."


El corazón de Jacob latía con fuerza. ¿Había sido todo planeado? ¿Su madre sabía de su fetiche? ¿Y si ella no planeaba volver, tendria que tomar su lugar? Una mezcla de miedo, excitación y confusión lo invadía mientras se miraba al espejo una vez más, tocando sus labios rojos y murmurando: "Soy ella..."



sábado, 1 de marzo de 2025

La Asistente de mi Papá



Desperté con una extraña pesadez en el pecho y una incomodidad en todo el cuerpo. Algo estaba mal. La sensación era sutil al principio, como cuando duermes en una posición incómoda y despiertas con el cuerpo extraño. Pero al moverme, todo se sintió… diferente.



Me incorporé y noté de inmediato que algo balanceaba con mi movimiento. Mi centro de gravedad estaba alterado, mis extremidades parecían más delgadas y suaves. Mi respiración se agitó. Llevé una mano a mi pecho, sintiendo el peso de unos senos grandes, firmes. Mi piel estaba tersa, sin rastro del vello al que estaba acostumbrado.


Corrí al espejo.


El reflejo que me devolvió me dejó sin aire.


No era yo.


Era Sofía.


La asistente personal de mi padre.


Mis labios pintados se separaron en un jadeo mudo. Me toqué el rostro con manos temblorosas. Todo en mí era distinto: las facciones femeninas, la melena oscura cayendo en ondas sobre mis hombros, las curvas acentuadas por la ropa ligera con la que aparentemente había dormido. Y los senos… estos senos, grandes y perfectos, tan exagerados que era obvio que no eran naturales.


Mi padre le había pagado estos implantes. Lo sabía porque más de una vez lo había escuchado bromear sobre ello con sus amigos. “Un pequeño incentivo para que Sofía siga contenta,” decía, con una sonrisa de autosuficiencia. En ese momento me pareció repugnante, pero ahora, atrapado en su cuerpo, sentí una oleada de asco aún mayor.


Me tambaleé hacia la puerta y fui directo a la cocina, donde encontré mi cuerpo—mi verdadero cuerpo—sentado a la mesa, desayunando con total normalidad.


—Buenos días —dijo con mi voz, sonriendo como si todo estuviera bien.


El horror me recorrió el cuerpo.


—¿Qué… qué hiciste?


Pero antes de que pudiera seguir, mi padre entró a la cocina y me dirigió una mirada despreocupada.


—Sofía, qué bueno que despertaste. Hoy tenemos un día ocupado.


Mi garganta se cerró.


—Papá, soy yo…


Pero él solo rió.


—Dios, estás adorable cuando intentas evadir el trabajo. Vamos, ponte algo lindo y vámonos.


Me quedé helado. No entendía cómo no lo veía. ¿Cómo podía no darse cuenta? Pero entonces lo entendí. Sofía jugaba su papel con perfección. Se movía como yo, hablaba como yo. Para mi padre, ella era su hijo. Y yo… yo solo era su asistente personal.


Las siguientes semanas fueron una pesadilla. Obligado a desempeñar el papel de Sofía, me vi atrapado en una rutina que no era mía. Me vestía con ropa ajustada y tacones, maquillaba mi rostro cada mañana, atendía llamadas y organizaba la agenda de mi padre. Todo mientras soportaba sus miradas.



Siempre supe que mi padre coqueteaba con Sofía, pero jamás imaginé lo invasivo que podía ser. Al principio, eran solo cumplidos. “Ese vestido resalta tu figura.” “Siempre hueles delicioso.” “Me encanta cuando sonríes así.”


Luego, pequeños toques. Su mano en mi espalda al guiarme por la oficina. Un roce en mi brazo. Dedos jugueteando con un mechón de mi cabello.


Intenté mantener la distancia, pero él lo notó.


Y le gustó.


Era como si mi incomodidad lo animara a seguir. Como si el hecho de que intentara evadirlo lo excitara aún más.


Quise enfrentar a Sofía. Rogarle que me devolviera mi vida. Pero cuando la vi, cuando me miró con mi propio rostro y sonrió con esa expresión maliciosa, supe que no tenía intenciones de ceder.


—Te acostumbrarás, cariño —dijo con una dulzura cruel.


No sé cuánto más podré soportarlo. Cada día mi padre se acerca más, cada día me siento más atrapada.


Y temo que llegue el momento en que deje de resistirme.