Jacob siempre había sentido una conexión secreta con su madre, algo que nunca podría admitir en voz alta. Desde pequeño, la admiraba por su elegancia, su belleza y esa seguridad que irradiaba incluso en los momentos más difíciles. Ahora, con la casa completamente vacía y un fin de semana entero para él, sentía que esta era su única oportunidad para explorar un deseo que lo consumía desde hacía años.
La despedida de su madre fue breve pero suficiente para despertar su imaginación:
"Hijo, me voy mi viaje de trabajo. Nos vemos en unos días. Cuídate. Te quiero."
Contestó con un simple "Sí, mamá. Te quiero también." Pero por dentro, estaba emocionado. Apenas miro que auto alejándose perdiendose en horizonte, Jacob entro de inmediato y se dirigió directamente al cuarto de su madre.
Abrir su armario fue como entrar a un santuario. Todo estaba perfectamente organizado: vestidos elegantes, blusas de seda, pantalones ajustados, y lo más tentador, la lencería. Escogió cuidadosamente un conjunto de encaje rosa, acompañado de un sostén con relleno que siempre había imaginado usar, unas pantis de satén que sabían a lujo, y unos tacones negros que le daban vértigo....
Esa noche, pasó horas frente al espejo. Usó sus cremas, maquillajes, y aplicó su perfume favorito, dejando que el aroma floral lo envolviera. Todo era perfecto. Quería ser ella. Se tomó selfies en poses que creía femeninas y coquetas, imitando las miradas seductoras que había visto en las revistas de moda que su madre leía. Se acostó tarde, usando la pijama de sumadre que apenas podia llenar con su delgado cuerpo.
Pero algo cambió esa noche. Mientras dormía, un calor extraño lo invadió. Soñaba que su cuerpo se moldeaba, que sus manos se suavizaban, que su cintura se estrechaba y sus caderas se ensanchaban. Soñó con ser ella, pero el sueño era demasiado real.
Al despertar, lo primero que sintió fue el peso en su pecho. La pijama estaba ajustada algo raro ya que antes de dormir la sentia olgado,Se levantó aturdido, tambaleándose. Dedabotono la pijama y Bajó la mirada y vio cómo el sostén que había elegido anoche ahora contenía unos senos grandes y redondos que parecían naturales. Tocó su pecho con incredulidad, sintiendo la suavidad de su piel.
Corrió al espejo, y lo que vio lo dejó sin aliento. No era él. El reflejo mostraba a su madre, en toda su esplendorosa figura. Su cabello castaño caía en suaves ondas, su rostro era perfecto, sus labios pintados de rojo carmesí. Su tracero gordo, hacían que las pantis y la pijama se ajustaran con precisión, destacando su trasero redondeado.
"¿Cómo…? ¿Qué está pasando?" dijo, pero la voz que salió de su garganta no era la suya. Era la voz de su madre, cálida, madura, femenina.
Jacob comenzó a explorar su nuevo cuerpo, sus manos temblaban mientras recorrían cada curva. Era su madre, pero también era él. En su mente, los pensamientos de lo que esto significaba lo abrumaban. ¿Podría vivir como ella? ¿Cómo explicaría esto cuando ella regresara?
Al bajar a la cocina para tratar de calmarse, algo llamó su atención: una carta sobre la mesa, escrita con la inconfundible letra de su madre.
"Jacob, si estás leyendo esto, es porque finalmente te dejaste llevar por tus deseos. Ahora entiendes lo que significa ser yo. No temas, aprenderás a disfrutarlo. Esta es tu oportunidad de ser quien siempre quisiste ser. Pero recuerda, esto no es un juego. Abraza tu nueva vida, porque quizás no haya marcha atrás..."
El corazón de Jacob latía con fuerza. ¿Había sido todo planeado? ¿Su madre sabía de su fetiche? ¿Y si ella no planeaba volver, tendria que tomar su lugar? Una mezcla de miedo, excitación y confusión lo invadía mientras se miraba al espejo una vez más, tocando sus labios rojos y murmurando: "Soy ella..."
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