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sábado, 23 de noviembre de 2024

Esto es lo que soy ahora

 


7:30 PM


Melissa se miró en el espejo una última vez, asegurándose de que su maquillaje estuviera perfecto. Llevaba un vestido rosa ajustado con un pronunciado escote. Su madre le había ayudado a arreglarse, insistiendo en que no usara sostén para destacar su figura recién adquirida. Sus tranzas enmarcaban su rostro impecablemente maquillado, y aún podía sentir el olor floral del salón de belleza donde había pasado gran parte de la tarde.


Mientras esperaba que su cita llegara, no pudo evitar perderse en sus pensamientos, recordando los extraños eventos que la habían llevado a este momento.

Todo comenzó meses atrás, cuando los médicos le diagnosticaron un extraño caso de "segunda pubertad". Al principio, el proceso de transformarse en mujer fue suficiente para ponerlo al borde del colapso. Sus pechos comenzaron a crecer de manera acelerada, sus caderas se ensancharon, y su voz se volvió más dulce y melódica. Todo era desconcertante, casi irreal, pero los cambios no se detuvieron ahí.


Con el paso del tiempo, su cuerpo evolucionó hacia algo que no esperaba: el de una mujer madura y voluptuosa. Sus curvas se acentuaron aún más, su piel adquirió un resplandor suave y radiante, y una extraña energía maternal parecía emanar de cada uno de sus gestos. Los médicos lo llamaron "MILF de inicio temprano", una condición rarísima en la que los afectados desarrollaban las características físicas y hormonales de una mujer madura.

Lo más inquietante era cómo su nueva apariencia recordaba cada vez más a las mujeres de su familia materna. Sus caderas anchas, los pechos plenos y la manera en que su cuerpo se movía con naturalidad femenina eran innegables vestigios de su herencia genética. Poco a poco, dejó de reconocerse frente al espejo, mientras se daba cuenta de que estaba convirtiéndose en una versión más joven y sensual... de su propia madre.


Al principio, el espejo era su peor enemigo. Cada vez que veía su reflejo, sentía que estaba mirando a una de las amigas de su madre o a alguna de sus tías, y no a sí mismo. Su rostro, aunque familiar, parecía pertenecer a otra persona, alguien ajeno. La confusión no se limitaba a él; incluso su hermana menor comenzó a llamarlo "tía", incapaz de reconocer al hermano que alguna vez tuvo.


Fue su madre quien se convirtió en su mayor apoyo durante este proceso. Paciente y comprensiva, lo guió en cada paso, enseñándole cómo vestirse con elegancia, maquillarse con sutileza y comportarse como una verdadera dama. Compartían la misma talla, así que no solo heredó su ropa, sino también sus curvas generosas, lo que hacía imposible no compararse con ella.



Con el tiempo, comenzó a aceptar su nueva realidad. Bajo el nombre de Melissa, se presentó al mundo como la hermana recién llegada de fuera de la ciudad, una historia que su madre había ideado para protegerlo de las preguntas incómodas. Y aunque todavía había momentos de duda, Melissa empezó a encontrar una extraña comodidad en su nueva vida, abrazando la feminidad que ahora definía cada aspecto de su ser.


Su madre, siempre preocupada por su bienestar, le consiguió un trabajo en la florería de una amiga local. Allí, rodeada de ramos de flores y fragancias dulces, Melissa empezó a sentirse más cómoda con su nueva vida. Cada día se sentía más como una mujer más del vecindario, ayudando a organizar eventos, charlando con las clientas habituales y adaptándose a su papel.


Pero entonces, algo inesperado comenzó a suceder. Melissa empezó a sentirse atraída por los hombres, especialmente por aquellos mayores. Era una sensación nueva y desconcertante. Su cuerpo reaccionaba de maneras que jamás había experimentado: una calidez que la invadía, un leve temblor en sus piernas, y un deseo que no podía ignorar. Esa atracción la confundía y, a veces, la asustaba, pero su madre, ahora su hermana mayor y confidente, era la única persona con quien se atrevía a hablar.


Una tarde, mientras doblaban ropa en casa, Melissa rompió el silencio.

—Mamá… digo, hermana… no sé cómo decirte esto, pero creo que estoy sintiendo cosas por los hombres. —Sus mejillas se sonrojaron, y evitó mirarla directamente.

Su madre la miró con una sonrisa comprensiva, dejando las camisas a un lado.

—Es normal, Melissa. Tu cuerpo ha cambiado, y con eso vienen nuevos sentimientos. No tienes que avergonzarte de eso.

—¿Pero por qué ahora? Nunca me pasó antes. —Melissa bajó la mirada, jugando nerviosa con el dobladillo de su falda.

—Porque ahora eres una mujer, y las mujeres sienten atracción. Es algo hermoso, no algo de lo que debas huir. —Le tomó las manos, mirándola con ternura.


Unos dias más tarde, todo cambió el día que su antiguo entrenador apareció nuevamente hanian pasado meses sin verlo, pero ahí estaba,la florería. Él no la reconoció, pero Melissa lo identificó de inmediato. Alto, atractivo y caballeroso, su mera presencia hacía que su corazón se acelerara, melissa ya no veía con los mismos ojos, le perecia atractivo, mas que cualquiera otro hombre, lo que comenzó como una visita casual pronto se convirtió en una rutina; cada semana, encontraba una excusa para pasar por la tienda.


Una noche, mientras cenaban juntas, Melissa decidió contarle a su madre lo que estaba pasando.

—Creo que le gusto a alguien. —Dijo con timidez, revolviendo la sopa en su plato.

—¿De verdad? ¿Quién? —preguntó su madre, arqueando una ceja con curiosidad.

—Mi antiguo entrenador… ha estado viniendo mucho a la tienda. Siempre me dice cosas bonitas, pero no sé qué hacer. —Melissa jugueteaba con su cuchara, claramente nerviosa.

Su madre sonrió, apoyando la barbilla en una mano.

—¿Y qué sientes cuando lo ves?

—Me siento… rara. Como si me faltara el aire, pero al mismo tiempo no quisiera que se fuera. —Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y confusión.

—Eso, mi niña, se llama atracción. Y por lo que me cuentas, él también siente algo por ti.


Cuando finalmente el entrenador la invitó a salir, Melissa no supo qué hacer. Esa noche, sentada en el sofá, buscó el consejo de su madre.

—¿Y si no estoy lista? —preguntó Melissa, abrazando un cojín contra su pecho.

—Melissa, eres una mujer increíble, fuerte y hermosa. Claro que estás lista. Solo escucha a tu corazón. —Su madre le acarició el cabello con cariño.


Tras esas palabras, Melissa se armó de valor y aceptó la invitación. Aunque estaba nerviosa, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y anticipación mientras pensaba en su cita. Sabía que era un momento importante, el comienzo de un capítulo completamente nuevo en su vida.


Su madre, ahora su "hermana mayor", insistió en ayudarla a prepararse. Esa mañana, la llevó al salón de belleza.

—Hoy es un día especial, Melissa. No podemos dejar nada al azar. —dijo su madre con una sonrisa mientras ambas entraban al lugar.

Melissa se dejó guiar. La estilista le lavó el cabello, le dio un corte elegante y lo moldeó en suaves ondas que enmarcaban su rostro. Luego, una manicurista le pintó las uñas en un delicado tono rosa pálido.

—¿Qué opinas? —preguntó la estilista cuando terminaron.

—Me veo… ¿hermosa rde verdad? —Melissa se miró al espejo, aún asombrada por su reflejo.

—Te ves hermosa. —respondió su madre con una sonrisa orgullosa.


De regreso a casa, Melissa decidió tomar un baño relajante. Se sumergió en el agua caliente, rodeada de espuma perfumada, dejando que la calidez calmara sus nervios. Mientras tanto, su madre seleccionaba opciones de maquillaje en el tocador.

—Tienes que de×stacar tus labios, Melissa. Los hombres siempre notan eso primero. —dijo mientras revisaba los labiales.

—¿De verdad? —preguntó Melissa, levantando una ceja desde la puerta del baño.

—Créeme, cariño. Algunas cosas nunca cambian.


Ya más relajada, Melissa se sentó frente al espejo mientras su madre la ayudaba con el maquillaje. Aplicaron una base ligera, sombras suaves que resaltaban sus ojos, y un labial rojo que hacía que sus labios lucieran irresistibles.

—Es como si estuvieras en una película. —dijo Melissa mientras su madre terminaba con los últimos toques.

—Claro que sí, pero tú eres la estrella.

Finalmente, llegó el momento de elegir el vestido. Abrieron el armario y revisaron las opciones.

—¿Este rojo? —sugirió su madre, sosteniéndolo contra su cuerpo.

—Demasiado atrevido. —respondió Melissa, mordiéndose el labio.

—¿Y este negro con encaje? Es elegante pero no exagerado. —ofreció su madre.

Melissa asintió, tomando el vestido y sosteniéndolo frente al espejo. Era perfecto. Se lo puso con cuidado, ajustándolo en las caderas, y luego eligieron unos tacones negros que completaban el look.

Cuando estuvo lista, su madre la miró de arriba a abajo con orgullo.

—Melissa, te ves espectacular. Ese hombre no sabrá qué hacer cuando te vea. —dijo con una sonrisa.

—Gracias… por todo. No sé qué haría sin ti. —respondió Melissa, abrazándola con fuerza antes de salir, lista para enfrentar lo que esa noche le deparara.

Y ahora, aquí estaba, ajustándose el vestido mientras esperaba que él llegara. Cuando sonó el timbre, su madre la detuvo antes de que saliera. Con una sonrisa pícara, sacó un par de preservativos de su bolso y se los entregó.

—Los vas a necesitar, cariño —dijo su madre con una mirada traviesa.

Melissa se sonrojó, murmurando un apenado:

—¡Mamá!

La cena fue perfecta. Sentados en un restaurante acogedor, hablaron como si fueran una pareja que se conocía de toda la vida. Su antiguo entrenador era amable y encantador, y Melissa no podía evitar sentirse cada vez más atraída por él. Cuando la cita terminó, él sugirió llevarla a su apartamento, y Melissa, mordiéndose el labio, aceptó.

Esa noche fue todo lo que había imaginado. En el calor de la pasión, Melissa finalmente experimentó lo que significaba ser mujer en cuerpo y almalm.

A la mañana siguiente

Melissa despertó con los primeros rayos del sol que entraban por la ventana del apartamento. Se estiró perezosamente, sintiendo el aroma del café que él ya había empezado a preparar en la cocina. Sus ojos recorrieron la habitación: su vestido estaba en el suelo, y sus bragas descansaban junto a los preservativos usados que hablaban de la intensidad de la noche anterior.

Se puso las bragas lentamente y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se quedó observando su reflejo. Ya no veía rastros del chico que alguna vez fue. Ahora solo quedaba Melissa, una mujer en toda la extensión de la palabra. Con una sonrisa leve y un suspiro, se dijo:

—Esto es lo que soy ahora.

Decidida a comenzar el día, se dirigió a la cocina. Encontró a su entrenador preparándole una taza de café. Sin pensarlo mucho, Melissa tomó los ingredientes y comenzó a preparar el desayuno. Era su forma de decirle que, después de todo, esto no era solo un encuentro casual. Era el comienzo de algo mucho más profundo.

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