Todo empezó de la manera más extraña posible: un día me desperté y ya no era yo. Me miré al espejo y vi el rostro de mi madre. Sentí el peso de sus caderas anchas, sus pechos pesados, el cabello largo rozándome los hombros. Nunca imaginé que algo así pudiera pasar, pero ahí estaba, atrapado en su cuerpo, sin entender qué demonios había ocurrido.
Antes de esto, yo era un chico bastante arrogante. Siempre menospreciaba el trabajo de mi mamá. “Cocinar, limpiar y mantener la casa no es gran cosa”, le decía. Nunca valoré lo que hacía, y en mi cabeza, su vida me parecía aburrida y sin sentido. Pero ahora me tocaba vivirla de primera mano.
Los primeros días fueron un caos total. No tenía ni idea de cómo manejar la casa, hacer las tareas o lidiar con el día a día de ser una mujer adulta. Todo me sobrepasaba. Pero lo peor no fue eso, sino las sensaciones que venían con su cuerpo. Me desconcertaba lo sensible que era, cómo sentía cosas nuevas y extrañas que nunca había experimentado antes como hombre.
Una noche, en medio de toda esa confusión, conocí a un hombre. No sé qué me llevó a hacerlo, pero terminé teniendo una aventura de una noche con él. Nunca pensé que algo así pudiera sucederme. Fue extraño y abrumador, pero en ese momento, me dejé llevar. Al día siguiente, me desperté en su cama, aún sintiendo los efectos de lo que había pasado.
Lo peor vino semanas después. Empecé a sentirme raro… diferente. Algo estaba cambiando, y no era solo mi percepción de la vida. Fui al médico y me lo confirmaron: estaba embarazada. ¡Embarazada! En el cuerpo de mi madre. Ya nada tenía sentido.
La situación se complicó aún más porque mi madre era una mujer casada. Aunque técnicamente yo había sido el que pasó esa noche con otro hombre, fue su cuerpo el que rompió los votos matrimoniales. Traicioné a mi propio padre. Mi madre, la mujer fiel que siempre había estado a su lado, parecía haberlo engañado, aunque en realidad yo era el culpable.
Mi padre comenzó a sospechar cuando notó que algo no cuadraba. Sabía que él y mi madre no habían tenido intimidad en mucho tiempo, y mostrando signos de embarazo solo lo hacía dudar más. El hecho de que ella estuviera embarazada y él no tuviera nada que ver con el embarazo lo llevó a pensar que ella le había sido infiel. La situación era cada vez más tensa.
Para colmo, él pensó que su esposa lo había engañado. Se divorció de mi madre, sin saber la verdadera razón detrás del embarazo o el intercambio. Desde su punto de vista, ella lo había traicionado, aunque la verdad era mucho más complicada. Mi padre nunca supo que yo estaba atrapado en el cuerpo de mi madre, y que el embarazo era el resultado de una aventura de una noche en la que él no tenía ninguna responsabilidad.
Con cada día que pasaba, el embarazo hacía que todo fuera más definitivo. Mi vientre comenzó a crecer, mis caderas se ensancharon aún más. Estaba viviendo la realidad de mi madre, pero con un hijo en camino que no era de mi padre.
Al final, mi padre se fue. Se divorció de mi madre pensando que ella lo había traicionado, mientras yo, atrapado en este cuerpo, me quedé solo esperando un hijo que no era mío, pero que de alguna forma sentía que sí lo era. Cada día me sumergía más en esta nueva vida, enfrentando las consecuencias de decisiones que, en otro tiempo, jamás habría tomado.
Lo más irónico de todo es que, con el tiempo, comencé a aceptar mi destino. Ya no podía luchar contra lo que había sucedido. Este cuerpo, este embarazo, esta vida… eran ahora parte de mí. Y aunque nunca lo habría imaginado, ahora me encontraba en la piel de una mujer embarazada, enfrentando las consecuencias de decisiones que, en otro tiempo, jamás habría tomado.
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