Me observaba en el espejo, tratando de asimilar el cuerpo que ahora veía reflejado. Ya no era el joven inseguro de antes, sino una mujer madura de cuarenta años, con curvas que jamás había imaginado tener. Mi cintura era pequeña, mis caderas anchas y mis senos... enormes, como si mi cuerpo hubiera sido diseñado específicamente para atraer miradas. La piel suave y tensa me resultaba extraña; cada línea y curva me hablaban de una feminidad que apenas comenzaba a comprender. Sentí un torbellino de emociones al darme cuenta de que lo que antes había sido mío ahora se sentía completamente ajeno.
Fue entonces cuando escuché la puerta abrirse.
—¿Qué vas a hacer con ese cuerpo? —La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Estaba de pie en el umbral, observándome con una mezcla de curiosidad y expectativa, como si ya supiera cuál debía ser mi próximo paso.
—Cariño, tienes que buscar un marido. ¡Es lo más sensato! —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su insistencia—. Con esos pechos grandes, podrías alimentar a gemelos sin problema. Y con esas caderas… —añadió, dándome una palmada suave en la cintura—, ¡parirías sin dificultades! Este cuerpo está hecho para ser madre.
La miré, todavía en shock por lo rápido que había decidido mi futuro.
—Mamá... no sé si eso es lo que quiero —dije en voz baja, sin mucha convicción. Mis manos delicadas, ahora femeninas, parecían pertenecer a otra persona.
—¿Qué no sabes? —dijo mi madre, casi riendo—. Es el curso natural de la vida, mi amor. Acepta lo que eres y saca provecho. No tienes tiempo que perder.
Antes de que pudiera responder, la risa familiar de mi tía Sonia resonó en el pasillo. Apareció en la puerta con una copa de vino en la mano, caminando hacia mí con la misma confianza despreocupada que siempre había tenido.
—Oh, por favor, ¿ya estamos hablando de bebés? —dijo, con una ceja levantada y una sonrisa traviesa—. Déjala respirar un poco. Mira nada más, ¿qué mujerón! ¿Te has visto bien, querida?
Sonia me miraba de arriba abajo, con un brillo de admiración en sus ojos.
—Con ese cuerpo, podrías hacer lo que quisieras. ¿Por qué apresurarse a tener hijos cuando podrías disfrutar de ser soltera y libre? Vamos, hay hombres que harían fila para estar contigo. ¿Y sabes qué? Podrías sacarle provecho a cada uno de ellos.
—¿De verdad quieres que viva como tú, saltando de hombre en hombre? —interrumpió mi madre, frunciendo el ceño, su voz firme y protectora—. No es eso lo que quiero para mi hija. Ella merece estabilidad, alguien que la cuide.
—¡Oh, por favor! —exclamó mi tía, rodando los ojos y tomando un sorbo de su vino—. Lo que ella merece es divertirse y descubrir quién es ahora. ¿Por qué amarrarse a un solo hombre cuando podría disfrutar de lo que tiene? La vida es corta. Aprovecha tus curvas, querida —dijo, tocando mis caderas con un dedo—. Los hombres harían lo que fuera por pasar una noche contigo.
—No le des esos consejos, Sonia —replicó mi madre, elevando la voz, su preocupación palpable—. Ella necesita un futuro estable, no una vida llena de aventuras vacías.
—No todas las aventuras son vacías, querida —replicó mi tía, sonriendo de forma desafiante—. La vida es para vivirla, no para seguir un guion que no te pertenece.
Mi madre se cruzó de brazos, su expresión de desaprobación endureciéndose.
—¿Así que quieres que mi hija se convierta en un trotamundos? —dijo, claramente molesta. No puedes ofrecerle una vida así. Ella necesita apoyo, no superficialidades.
—Sonia tiene razón en una cosa, ¿sabes? —dije, sintiéndome entre la espada y la pared—. Este cuerpo... no sé cómo usarlo.
Ambas se volvieron hacia mí, sorprendidas.
—Eso es precisamente lo que quiero que entiendas, cariño —dijo mi madre, suavizando su tono—. A veces, la estabilidad viene con compromisos. Quiero que tengas una vida plena.
—Pero también puedes vivir plenamente disfrutando de ti misma —intervino Sonia, más tranquila ahora—. Quiero que te des la oportunidad de conocerte y experimentar lo que realmente deseas.
Antes de que la conversación pudiera escalar, mi abuela entró en la habitación. Su presencia siempre lograba silenciar cualquier conflicto. Caminó lentamente hacia mí, sus ojos reflejando la calma de alguien que ya había visto demasiado en la vida. Se sentó en la cama frente a mí y, tras mirar a mi madre y a mi tía, se detuvo en mí.
—Escúchame, mi niña —comenzó con su voz suave—. No escuches a nadie más. Lo que decidas hacer con tu vida es solo tuyo.
Sentí un nudo en la garganta.
—Pero no sé qué hacer, abuela. Mamá quiere que me case, tenga hijos y forme una familia. La tía Sonia quiere que aproveche mi cuerpo y disfrute de la vida. ¿Y si no quiero hacer ninguna de esas cosas? ¿Y si no sé qué quiero todavía?
Mi abuela tomó mi mano, apretándola suavemente.
—Eso está bien, mi amor. No tienes que decidirlo todo ahora. Lo importante es que encuentres tu propio camino.
Con eso, se levantó y se despidió con un abrazo cálido.
Cuando me quedé sola en la habitación, volví a mirarme en el espejo. Recorri con las manos las curvas de mi cuerpo, sintiendo cómo mis caderas se ensanchaban bajo mis dedos y el peso de mis senos sobre mi pecho. Este cuerpo era una herramienta poderosa, un arma, pero también una jaula si no sabía cómo manejarlo.
¿Qué haría ahora? ¿Me conformaría con el futuro que otros querían para mí, o crearía mi propio camino? Lo único que tenía claro era que, pase lo que pase, este cuerpo cambiaría mi vida para siempre. Y no estaba segura de si estaba preparada para todo lo que eso implicaba.
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