Desde pequeño, siempre había estado enamorado de Claudia, mi mejor amiga. Compartíamos el mismo vecindario y crecimos prácticamente como hermanos; íbamos a la misma escuela, jugábamos juntos después de clases, y pasábamos los fines de semana explorando el barrio. Mi sueño, o quizás era una fantasía ingenua, siempre fue que un día mis sentimientos hacia ella fueran recíprocos. A medida que crecimos, esa esperanza se hizo más intensa.
Cuando cumplimos 18 años, la relación tomó un giro inesperado. Claudia me confesó que era lesbiana. Mi mundo se derrumbó en silencio, pero no podía rechazarla, ni siquiera dejar que ella notara lo dolido que estaba. Seguimos siendo mejores amigos, pero algo en su actitud empezó a cambiar. Comenzó a hacer comentarios sobre mi madre, comentarios que al principio parecían inocentes: "Tu mamá es muy guapa", o "Tiene un gran cuerpo". Solo podía reírme y encogerme de hombros, pero cada vez que lo mencionaba, había un brillo en sus ojos que me inquietaba.
Con el tiempo, esos comentarios se volvieron mucho más explícitos, incluso perturbadores. "Eres muy afortunado. De bebé te amamantó con esos enormes senos", llegó a decirme con una mirada provocadora. Otro día, casi susurrando, confesó: "Daría lo que fuera por tener el trasero de tu madre en mi cara" o "Tu padre es muy afortunado. Si fuera él, no la dejaría ni un segundo." Aquel tono de voz, mezclado con una sonrisa traviesa, me hizo comprender la magnitud de su obsesión. Claudia deseaba a mi madre.
Después de muchas noches sin dormir, ideé un plan. Si Claudia no podía verme a mí de esa forma, quizás mi única oportunidad sería a través del cuerpo de mi madre. Por semanas, me sumergí en textos antiguos, investigué sobre rituales y hechizos hasta que finalmente encontré lo que buscaba: un antiguo hechizo de posesión.
El día de su cumpleaños, esperé pacientemente a que mi padre se fuera al trabajo. Con manos temblorosas, encendí unas velas e hice el hechizo. Sentí cómo una extraña fuerza me absorbía, tirando de mi espíritu, llevándome a un lugar de oscuridad y, finalmente, abriendo los ojos… pero ya no eran mis ojos. Al mirarme en el espejo, allí estaba: la imagen de mi madre reflejada. Había funcionado.
El peso de sus senos, la suavidad de su piel, y la notable ausencia de mi pene eran sobrecogedores. Moví los brazos lentamente, dejando que mis manos recorrieran cada curva desconocida. Los labios rojos que veía en el espejo ahora eran míos, y con una mezcla de asombro y curiosidad, comencé a explorar cada rincón de este nuevo cuerpo.
Me dirigí al baño y abrí el agua caliente. Al sentir el agua recorrerme, noté la diferencia en cada pliegue, cada curva.
Mis manos recorrieron mis pechos, firmes y redondos, y bajaron lentamente hacia mis caderas, sintiendo lo sedoso de mi piel bajo el chorro de agua. La zona entre mis piernas era extraña, nueva, y la acaricié con delicadeza, fascinándome con cada sensación. Tras la ducha, me sequé con calma, disfrutando de la suavidad de las toallas sobre mi piel.
Fui al armario y seleccioné lencería de encaje lila que realzaba mis nuevas curvas, acompañada de una bata de seda morada que caía suavemente sobre mis caderas. El tacto de la tela, la forma en que se ajustaba a mi cuerpo, era embriagador. Tomé el teléfono y, con una sonrisa cómplice, le envié un mensaje a Claudia: "Ven por tu regalo de cumpleaños." Ella respondió casi al instante, "¡Espero que sea tu mamá!" Respondí con un "jajaja" para darle el toque de naturalidad.
Cuando escuché el timbre, sentí una descarga de emoción. Abrí la puerta y la saludé con una sonrisa, tratando de emular la voz de mi madre, suave y seductora. "Pasa, cariño", le dije, y vi cómo su mirada recorría cada centímetro de mi cuerpo mientras entraba.
Esperé en la parte superior de las escaleras, y cuando ella cerró la puerta, comencé a bajar lentamente, permitiendo que la bata se deslizara ligeramente para revelar el escote. Claudia me observaba con ojos llenos de deseo, y una sonrisa se dibujó en mis labios. "Felicidades, chica… yo soy tu regalo", susurré con voz sensual. La invitación quedó flotando en el aire, mientras dejaba caer la bata de mis hombros para exponer mis senos. El brillo en los ojos de Claudia lo decía todo: yo era justo lo que ella deseaba.
Se quedó sin palabras, entusiasmada por meter su cara entre estos grandes y jugos senos de milf.
Fui al armario y seleccioné lencería de encaje lila que realzaba mis nuevas curvas, acompañada de una bata de seda morada que caía suavemente sobre mis caderas. El tacto de la tela, la forma en que se ajustaba a mi cuerpo, era embriagador. Tomé el teléfono y, con una sonrisa cómplice, le envié un mensaje a Claudia: "Ven por tu regalo de cumpleaños." Ella respondió casi al instante, "¡Espero que sea tu mamá!" Respondí con un "jajaja" para darle el toque de naturalidad.
Cuando escuché el timbre, sentí una descarga de emoción. Abrí la puerta y la saludé con una sonrisa, tratando de emular la voz de mi madre, suave y seductora. "Pasa, cariño", le dije, y vi cómo su mirada recorría cada centímetro de mi cuerpo mientras entraba.
Esperé en la parte superior de las escaleras, y cuando ella cerró la puerta, comencé a bajar lentamente, permitiendo que la bata se deslizara ligeramente para revelar el escote. Claudia me observaba con ojos llenos de deseo, y una sonrisa se dibujó en mis labios. "Felicidades, chica… yo soy tu regalo", susurré con voz sensual. La invitación quedó flotando en el aire, mientras dejaba caer la bata de mis hombros para exponer mis senos. El brillo en los ojos de Claudia lo decía todo: yo era justo lo que ella deseaba.
Se quedó sin palabras, entusiasmada por meter su cara entre estos grandes y jugos senos de milf.
Me encantó, ojalá y puedas continuar con lo que va a suceder después y ver si se pone más pícara su amiga
ResponderEliminarMuy probablemente
EliminarSiiiii que genial eso espero, me encanta esta idea
EliminarXDDDDDD
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