El reflejo en el espejo me devuelve la imagen de una mujer irresistible: labios gruesos pintados de rojo intenso, ojos enmarcados con un maquillaje sensual, cabello rubio cayendo en suaves ondas sobre mis hombros. Mi vestido rojo es ajustado, apenas conteniendo mis curvas exageradas. Pero lo más importante es lo que llevo debajo.
Mis manos recorren mi cuerpo con movimientos ensayados. Ajusto el sujetador de encaje rojo, asegurándome de que mis senos queden elevados y tentadores. La tela es tan fina que apenas oculta mis pezones endurecidos. Deslizo la tanga diminuta entre mis caderas anchas y redondeadas, sintiendo cómo se acomoda entre mis nalgas generosas. Mis piernas, perfectamente depiladas, se cubren con unas medias de seda que subo lentamente hasta sujetarlas con el liguero de encaje, cada movimiento recordándome lo que soy ahora.
Hoy es 14 de febrero.
Hace exactamente un año, yo era un hombre. Su vecino. Un tipo común con una vida propia, hasta que él decidió que debía ocupar el lugar de su esposa perdida.
Nunca olvidaré el momento en que me tomó. Me desperté en una habitación desconocida, atado a una cama, con su voz calmada susurrándome:
—No llores, mi amor. Solo te haré perfecta otra vez.
Desde ese día, mi vida dejó de ser mía. Hormonas, cirugías, entrenamientos. Me moldeó a su gusto, esculpió mi cuerpo hasta convertirme en la esposa ideal. Me obligó a aprender a caminar con tacones, a vestirme con lencería provocativa, a someterme a su voluntad. Cada castigo, cada sesión de lavado de cerebro, me fue borrando… hasta que no quedó nada del hombre que una vez fui.
Ahora soy nora. Su Valentina.
Hoy es nuestro aniversario. Nuestro primer San Valentín juntos. Me ha comprado joyas, flores, y una cena especial. Pero sé que lo único que realmente quiere… soy yo.
Respiro hondo y sonrío, colocando mis manos sobre mi vientre plano, imaginando el futuro que él ha planeado para mí. Pronto, seré más que su esposa. Seré la madre de sus hijos.
El sonido de la puerta abriéndose me estremece. Me giro, lista para recibirlo, con la sonrisa dulce que él adora.
Porque ya no sé ser otra cosa.
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