Mi segunda pubertad fue una transformación que no esperaba, pero que me absorbió por completo. Pasé de ser un chico común a convertirme en el gemelo exacto de mi madre. No solo en apariencia, sino en cada detalle de su ser. Mis rasgos faciales, mi cuerpo, mi postura... todo se ajustó hasta que fui indistinguible de ella. Me miraba en el espejo y veía su rostro, su cuerpo… como si siempre hubiera sido yo quien estaba destinado a ser ella.
Al principio, la transformación fue gradual, casi imperceptible. Cada día, mis facciones se ajustaban más y más a las suyas.
Mi piel se suavizó, mis caderas se ensancharon y mi pecho comenzó a adoptar esa forma voluptuosa que siempre había admirado en ella. Mis piernas se alargaron, mis labios se hincharon, y mi cabello, antes corto y desordenado, creció brillante y sedoso, igual al suyo.
Mirarme en el espejo se volvió desconcertante; mi antiguo rostro era solo un recuerdo borroso. La transformación había sido tan sutil, tan poderosa, que mi mente ya no podía separarse de este nuevo cuerpo.
Dejé la escuela y me centré en dividir las tareas del hogar con mamá. A veces recibía cumplidos, palmaditas en el trasero o besos en la mejilla que originalmente estaban destinados a ella. Era incómodo… pero, en el fondo, despertaba sentimientos en mí que no podía ignorar.
Meses después...
Una tarde, decidí que tomaría el control por completo. Le pedí a mamá que descansara, que se tomara un tiempo para ella. Convencí a su grupo de amigas para que la llevaran de compras, al spa, a divertirse esa tarde hasta la noche. Le aseguré que todo en casa estaría bien, que yo me haría cargo. Incluso le pedí su teléfono, para que disfrutara sin interrupciones.
Mientras ella estaba fuera, yo tomé su lugar. Me vestí con su ropa, usé su perfume, me pinté las uñas como ella lo hacía… Todo lo que quedaba era esperar.
Lo que me sorprendió más fue que, cuando mi padre llegó a casa, no notó la diferencia. Aunque al principio pensé que algo tan drástico no pasaría desapercibido, pronto me di cuenta de que mis movimientos, mis gestos, mi tono de voz… todo era idéntico a los de mamá. Cada vez que hablaba, mi tono de voz se asemejaba más al suyo. Mis pasos, la manera en que me tocaba el cabello, la forma en que inclinaba la cabeza al escuchar… todo se sentía natural.
Incluso las pequeñas costumbres que antes me parecían ajenas ahora fluían sin esfuerzo. Como cuando mi padre acariciaba mi cabello o me daba una palmadita en el trasero. Al principio me resultaba extraño… pero con el tiempo, empecé a disfrutar de esos gestos, de esa cercanía.
Ya no me sentía incómodo. Mi cuerpo había cambiado, y con ello, mi percepción sobre esos detalles. Me sentía cómoda, incluso agradecida por su atención, porque me hacía sentir… como una mujer.
Lo peor de todo fue darme cuenta de que la transformación no era solo física. dias antes mi forma de pensar, mi manera de actuar, todo comenzó a reflejar la de mamá. Empecé a sentirme cada vez más cómoda en su papel, y algo en mi interior comenzó a despertarse. Ya no solo tenía su cuerpo… mi mente también comenzaba a ser la suya.
El amor que ella sentía por mi padre, el cuidado hacia mis hermanas, la manera en que organizaba el hogar… todo comenzó a fluir a través de mí. Y cuando mi hermana menor, sin pensarlo, me llamó “mamá”, supe que algo dentro de mí había cambiado por completo.
Al principio lo tomé como una simple confusión. Pero al escuchar esa palabra, un sentimiento maternal desconocido se encendió en mí. De repente, la veía de una manera distinta. La protegía, la cuidaba… la amaba como lo haría una madre.
Por eso idee esta plan, queria saber si podía remplazarlad... centia celos... de ella...
Esa misma noche, después de un día fingiendo ser mamá, sentí algo nuevo despertando en mí. No era solo la emoción de ser tratada como ella, sino una necesidad que habia suprimido. Una urgencia femenina, una curiosidad insaciable. Quería más. Quería experimentar todo lo que significaba ser mujer.
Esperé a que la casa estuviera en calma y luego me deslicé en la cama matrimonial, ocupando su lugar. Fingí ser ella por completo, dejando que el hombre de la casa me tomara como si fuera su esposa. Sentí cada caricia, cada embestida, cada susurro dirigido a "ella", y en ese momento, me entregué por completo a mi nuevo papel.
Cuando todo terminó, me quedé con las piernas temblando, sintiendo el calor y la satisfacción de haber vivido la experiencia hasta el final. Él cayó dormido a mi lado, exhausto, mientras yo me levantaba con cuidado.
Me dirigí al baño, limpiando los rastros de lo que acababa de ocurrir. Pero justo cuando terminaba, escuché el sonido de un coche estacionándose en la entrada. Mi corazón se detuvo.
Era ella. La verdadera madre estaba de vuelta.
Sin perder un segundo, corrí de vuelta a mi habitación, acomodando todo para que nada pareciera fuera de lugar. Me tumbé en la cama, fingiendo que había estado ahí toda la noche.
Cerré los ojos y respiré hondo.
Había probado lo que se sentía ser ella.
Y ahora… ya no tenía miedo.
Quería ser ella.
Si sigues haciendo esas publicaciones de incesto me veré obligado a reportar el blog
ResponderEliminarAguafiestas
EliminarY tu eres un enfermo supongo
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EliminarY las imágenes de la otra?
ResponderEliminarDeberías hacer una cap para comentar fantasías cochinas que tengamos sobre el body swap
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