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viernes, 21 de febrero de 2025

Si mi padre supiera…

 


Si mi padre supiera que su único hijo, su orgullo, su heredero… ahora es Marisol.


Desde que tengo memoria, mi padre me moldeó para ser un hombre fuerte, alguien que perpetuaría su apellido y su legado. Él siempre decía que un hombre debe ser dominante, que las mujeres están hechas para servir, que su único propósito es complacer a los hombres.


Crecí escuchando esas palabras, absorbiéndolas mientras intentaba desesperadamente encajar en la imagen de masculinidad que él esperaba de mí. Me llevaba a pescar, a cazar, al gimnasio, me enseñaba a arreglar autos y a hablar con autoridad. Invirtió fortunas en mi educación, en convertirme en el hijo perfecto. Pero todo su esfuerzo fue en vano…


Porque en mi interior, yo nunca fui un hombre.


Desde niño, me fascinaban los vestidos de mi madre, su maquillaje, sus tacones. Adoraba verla arreglarse frente al espejo, aplicarse perfume, ponerse lencería de seda. Y cuando nadie miraba, me probaba su ropa, imaginándome a mí misma con su misma belleza, su misma feminidad.


La única que entendió mi deseo fue mi madre. Al principio, le costó aceptarlo, pero con el tiempo, se convirtió en mi cómplice. A escondidas, me dejaba usar su ropa, me enseñaba a caminar con gracia, a maquillarme, a cuidar mi piel. Me susurraba que algún día podría ser la mujer que siempre quise ser.


Y juntas, planeamos mi escape.


Cuando cumplí 18, usé la excusa de estudiar en el extranjero para marcharme de casa. Pero en realidad, mi madre y yo teníamos otro destino en mente. Con su ayuda, me sometí a años de tratamientos hormonales, cirugías, implantes… Todo lo que mi padre me había dado para ser un hombre fuerte y viril se desvaneció poco a poco.


Mis hombros anchos se estrecharon, mi cintura se afinó, mis caderas se redondearon, mi trasero se volvió grande y atractivo. Mis pectorales esculpidos por años de entrenamiento se transformaron en senos voluminosos y naturales. Mi piel se volvió suave y tersa, mi rostro angelical, mis labios carnosos y femeninos.


Y entre mis piernas… ya no quedaba rastro de mi antigua identidad.


Mi pene, que alguna vez fue símbolo de la virilidad que mi padre tanto veneraba, se redujo hasta desaparecer, reemplazado por una feminidad húmeda y ansiosa de ser usada.


Cuando me vi en el espejo por primera vez después de mi transformación final, supe que por fin era quien siempre quise ser. Ahora era Marisol, una mujer en cuerpo y alma.


Pero lo más irónico de todo… es que terminé exactamente como mi padre decía que una mujer debía ser.


Sumisa. Obediente. Dependiente de un hombre fuerte y dominante.


Si él supiera… que su "hijo" ahora se despierta cada mañana en un lujoso departamento, vistiéndose con lencería delicada y vestidos ajustados para su prometido. Que pasa horas arreglándose, maquillándose, peinándose, asegurándose de ser la mujer perfecta para él. Que cuando él llega a casa, lo primero que hago es arrodillarme frente a él y tomar su verga caliente entre mis labios, chupándosela con devoción como toda buena mujer debe hacer.

No queda ni el más mínimo rastro del hombre que alguna vez fui. Mi piel es suave, mi cintura estrecha, mis caderas amplias y redondeadas, mi trasero generoso y perfecto, diseñado para ser admirado… y usado.



Ya no hay resistencia en mi cuerpo, todo en mí ha aprendido a recibir. Mi trasero se abre con facilidad, siempre listo, tan acostumbrado al placer que ya no necesito preparación. Cada vez que mi hombre me toma, me llena por completo, siento una satisfacción profunda, un éxtasis que me hace temblar de placer.


Mis labios también han aprendido su propósito. Sé exactamente cómo envolverlo, cómo devorar cada centímetro con hambre, sin dejar que una sola gota se desperdicie. Me deleito en su sabor, en la sensación de su esencia caliente deslizándose por mi lengua.


Y lo que más amo… es cuando él me llena. Ya sea en mi interior o sobre mi piel, sentir su calor marcándome como suya me hace sentir completa. No hay mayor satisfacción para mí que entregarme por completo, ser su mujer en cuerpo y alma.

Si supiera que su hijo ahora cocina, limpia y espera con ansias la llegada de su hombre. Que gime con cada embestida, que se muerde los labios cuando su amante le llena por dentro, que disfruta ser follada como una esposa sumisa y obediente.


Si mi padre supiera… que su hijo ahora es la mujer que él siempre dijo que todas debían ser… Seguramente le daría un infarto.


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