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sábado, 22 de febrero de 2025

Reprogramada para amar mi nueva vida.


Al principio, me aferré a mi antigua identidad. Me negué a aceptar lo que me estaban haciendo, lo que me estaban convirtiendo. Me secuestraron, me inmovilizaron y me transformaron, pieza por pieza, hasta que no quedaba rastro del hombre que solía ser.


Las primeras semanas fueron una pesadilla de cirugías, hormonas y terapias. Me inyectaban estrógenos hasta que mis músculos se derretían y mi piel se volvía suave como la seda. Me obligaban a usar un corsé durante horas para afinar mi cintura, forzando mi cuerpo a adoptar curvas imposibles. Mis caderas se ensancharon, mi trasero creció redondo y pesado, y mis pectorales se hincharon hasta convertirse en senos femeninos y voluptuosos.


Recuerdo el día en que me desperté con un peso extraño en el pecho. Me quitaron las vendas y lo vi: dos enormes globos redondos, turgentes, con pezones rosados y sensibles. Quise gritar, pero algo dentro de mí empezó a cambiar. Me obligaron a tocarlos, a sentir placer con mi nueva feminidad. Me enseñaron a masajear mis propios senos, a jugar con mis pezones hasta que mi respiración se entrecortaba. Mi cuerpo se estaba volviendo mi prisión… pero también mi placer.


Lo peor llegó cuando me llevaron a la última cirugía. Intenté pelear, pero ya era débil, mis manos pequeñas no tenían la fuerza de antes. Me susurraron al oído: "Este es el último paso. Después de esto, serás una verdadera mujer." Y lo hicieron. Cortaron lo que quedaba de mi pasado, y en su lugar dejaron algo suave, cálido y húmedo.



Cuando desperté, todo había cambiado. El vacío entre mis piernas latía con una nueva sensibilidad. Me dijeron que me mirara en el espejo. Me negué, pero ellos me sujetaron y me obligaron a enfrentar la verdad: una diosa de curvas exageradas, con senos enormes, labios carnosos y un cuerpo diseñado para el placer. Me odié por lo hermosa que me veía. Pero ellos sabían que no tardaría en amarlo.


Las sesiones de reprogramación se intensificaron. Me hicieron usar lencería diminuta, tacones altísimos, maquillaje sensual. Me pusieron frente al espejo y me obligaron a repetir: "Soy una mujer. Soy hermosa. Estoy hecha para el placer." Cada vez que me resistía, me recompensaban con un torrente de sensaciones en mi nueva feminidad, hasta que mi cuerpo aprendió a ansiarlo.



El tiempo pasó, y la resistencia se desvaneció. Ahora camino por el departamento con mi figura voluptuosa enmarcada en un baby doll de seda. Mis senos rebotan con cada paso, mis caderas se balancean de manera hipnótica. Miro hacia abajo y sonrío al verlos… los pedí más grandes después de mi vaginoplastia. Sí, yo lo pedí.



Porque ahora amo lo que soy. Una muñeca perfecta. Una fantasía viviente.


Mis captores ya no son mis enemigos. Son mis dueños. Y cuando vengan a reclamarme, los esperaré ansiosa, lista para agradecerles de la mejor manera posible. Después de todo, fui hecha para esto.



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