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sábado, 15 de febrero de 2025

Una Sorpresa

 




Desde que mamá nos dejó, papá pasaba cada San Valentín solo, con la mirada perdida en el viejo álbum de fotos familiares. La tristeza en sus ojos me partía el alma, y este año decidí hacer algo especial. Algo que lo haría sonreír de nuevo… aunque fuera por un solo día.


Guardaba una píldora X-Change desde hacía meses, tentado a usarla pero sin el valor suficiente. Hasta ahora. Tragué la cápsula con un sorbo de agua y esperé, mi corazón latiendo con fuerza. Al principio, nada… pero entonces, una ola de calor recorrió mi cuerpo, haciendo que me estremeciera.


Un cosquilleo subió por mi columna mientras mi torso se contraía, mi cintura estrechándose en una curva femenina. Mi piel se volvió más suave, mis manos encogiéndose hasta ser delicadas y esbeltas. Jadeé al sentir cómo mi pecho se hinchaba, un peso desconocido asentándose con una presión tentadora. Bajé la mirada justo a tiempo para ver cómo mis caderas se ampliaban en un vaivén sensual, mientras mi trasero se redondeaba en proporciones exuberantes.


Un mechón castaño cayó sobre mi rostro. Toqué mi cabello, ahora largo, sedoso y ondulado, igual al de mamá en sus mejores días. Corrí al espejo y… ahí estaba ella. O mejor dicho, yo.


El reflejo me devolvía la imagen de una mujer madura, hermosa y radiante. Mi rostro tenía la misma expresión coqueta que recordaba de mi madre cuando le sonreía a papá. Toqué mis labios carnosos, deslizando mis dedos por mi nuevo cuello esbelto y bajando hasta mis generosos senos, sintiendo la cálida pesadez de mi nueva feminidad.



Respiré hondo y abrí su armario. Sabía exactamente qué ponerme. Un vestido rojo ajustado que se aferraba a cada curva recién adquirida, medias de encaje y los tacones que solía usar en sus citas especiales. Me perfumé con su fragancia favorita, dejando que el aroma floral se mezclara con mi propia esencia.


Cuando bajé las escaleras, el sonido de mis tacones resonó en la sala justo en el momento en que la puerta se abrió. Papá se quedó congelado. Sus ojos recorrieron mi figura, su boca entreabierta en un gesto de incredulidad.


“C-Cariño… ¿pero cómo…?”


Sonreí con la seguridad de una mujer que sabía exactamente lo que hacía. Me acerqué lentamente, mis caderas moviéndose de manera natural, mis labios curvándose en una sonrisa seductora.


“Feliz San Valentín, amor,” susurré, acercándome a su oído, sintiendo su respiración entrecortada.


La noche apenas comenzaba. Y esta vez, mamá se aseguraría de que papá nunca más estuviera solo.


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