Hector había intercambiado cuerpos con su madre. Ambos vivían el rol del otro, conscientes de que el cambio solo duraría hasta la próxima luna nueva. Sin embargo, el chico en el cuerpo de su madre no lo pasaba nada bien. Cada noche, tenía que soportar los besos de su padre, las palmadas en el trasero y las insinuaciones sexuales que surgían de su boca, algo que le resultaba desconcertante. Era una intimidad a la que no estaba acostumbrado; el cuerpo de su madre, ahora el suyo, parecía vibrar con una sensualidad desconocida.
Sin embargo el proceso hormonal que su madre experimentaba hacía que su cuerpo se sintiera extraño y anhelante. Sus senos estaban más llenos, y una calidez emanaba de su vientre, como si su piel misma clamara por atención. Mirándose al espejo, podía ver cómo sus caderas se ensanchaban y su figura se tornaba más voluptuosa, despertando un deseo que apenas podía comprender.
La atracción hacia su padre lo perturbaba. Cada vez que él se acercaba, el chico sentía un tira y afloja entre su antiguo yo y la nueva identidad que debía asumir. La ansiedad lo consumía mientras faltaban solo unos días para que el intercambio volviera a revertirse, y se encontraba atrapado en una tormenta de emociones.
Con la frustración acumulándose, se dedicaba a masturbarse en secreto, tratando de calmar las llamas de un deseo incontrolable. Pero su cuerpo exigía algo más. La idea de rendirse ante su padre lo llenaba de repulsión, así que decidió que había llegado el momento de actuar. Cruzar la calle hacia la casa del vecino se convirtió en su única opción, una decisión que lo llenaba de excitación y miedo.
El deseo lo empujaba, y la adrenalina lo envolvía. Al llegar, se encontró con el vecino, un hombre atractivo y seguro de sí mismo, que no dudó en invitarlo a entrar. La atmósfera estaba cargada de tensión sexual, y el chico, atrapado en el cuerpo de su madre, se dejó llevar por el impulso.
En cuestión de minutos, se encontraba de rodillas, disfrutando del sabor del pene de otro hombre. La mezcla de sentimientos de culpa y placer lo abrumaba. Sabía que estaba cruzando una línea, pero el cuerpo de su madre le pedía más. Cuando se tumbó en el suelo y abrió las piernas, se sintió liberada, dispuesta a entregarse. Pero en el último momento, cuando el hombre iba a penetrarla, se detuvo, cubriendo su vagina con las manos.
"¿Qué estoy haciendo? Lo lamento, mi vagina es solo para mi marido, cumpliendo los votos matrimoniales de mi madre. No quiero que otro hombre esté aquí más que él", expresó con la voz temblorosa, sintiendo un torrente de emociones.
Sin embargo, en un arrebato de deseo, se dio la vuelta, abriendo sus glúteos con las manos, susurrando: "Pero mi culo está disponible..." El deseo lo superó, y se entregó a la pasión que había estado reprimiendo.
Minutos después, salió de la casa del vecino con un ligero dolor en el trasero, pero completamente satisfecha. La satisfacción ardía dentro de ella, un alivio a las tensiones que había acumulado. Ahora podía soportar los días que faltaban para el próximo intercambio, deseando que el dolor se desvaneciera antes de regresar a su propia vida, pero con la experiencia de haber cruzado una nueva frontera de placer y deseo.
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