Era un día como cualquier otro en el vecindario. A mis 22 años, yo era el único joven en medio de vecinos mayores y familias asentadas. Muchas veces, mis vecinos me llamaban para ayudarles con cosas modernas como instalar aplicaciones o configurar sus dispositivos. Pero una mañana, mi tranquila rutina cambió cuando Margaret, mi vecina de 50 años, llegó a mi puerta con una expresión que mezclaba nerviosismo y una extraña emoción.
—¿Podrías venir a mi casa? —me pidió en voz baja, casi como si lo que iba a decir fuese un secreto—. Necesito que veas algo... bueno, a alguien.
No entendía qué podía ser tan urgente, pero decidí acompañarla. Al cruzar el umbral de su puerta, vi a una joven de unos veinte años, con cabello rubio y ojos brillantes, sentada en el sofá, moviendo las piernas de un lado a otro. Llevaba un vestido ligero y un par de sandalias, y parecía esperar con ansias a que yo llegara. Al verme, se levantó y me dedicó una sonrisa radiante.
—Te presento a… Emma —dijo Margaret, con una mezcla de resignación y tristeza en su mirada—. Ella… es mi esposo Otto.
Me quedé boquiabierto, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Margaret explicó que Otto había experimentado una extraña regresión de edad, acompañada de una transformación completa de género. Había pasado de ser un hombre de 50 años a una joven de 20 años, y no sólo eso: había perdido casi todos sus recuerdos de su vida anterior como Otto. Ahora era Emma, una chica alegre y despreocupada. Margaret había intentado explicar a Emma quién era en realidad, pero Emma no parecía recordar nada ni a nadie de su antigua vida. Para ella, todo lo que conocía era el presente, su juventud y la nueva vida que comenzaba.
—No sé cómo manejar esto —me confesó Margaret—. Yo… he empezado a verla como mi hija. Pero necesito que alguien más joven la oriente en esta nueva vida. ¿Podrías ayudarme?
Así comenzó una relación muy inusual entre Emma y yo. Los primeros días fueron complicados. Emma, que no recordaba haber sido Otto, se comportaba como cualquier chica de su edad, con intereses en la moda, la música, y una curiosidad infinita por el mundo moderno. Me sorprendía ver cómo, sin recuerdos de su vida anterior, Emma florecía en esta nueva etapa. Cada día, aprendía algo nuevo y su personalidad, cada vez más coqueta y extrovertida, iluminaba cualquier lugar al que fuéramos juntos.
Emma me pedía ayuda para hacer de todo: configurar su teléfono, elegir ropa para salir, y hasta aprender a maquillarse. Pero lo que más me sorprendió fue cuando, un día, me pidió que la acompañara a una fiesta. Me di cuenta de que Emma no sólo estaba adaptándose a su nueva vida; la estaba viviendo plenamente, casi como si esta segunda juventud le diera una nueva libertad.
Los meses pasaron, y mientras la ayudaba a navegar su vida como una joven adulta, me di cuenta de que nuestra relación estaba cambiando. Al principio, intenté no pensar en ello, pero la verdad es que me atraía. Emma era divertida, curiosa y, sobre todo, dulce conmigo. Empezamos a salir juntos, y un día, después de un paseo, me tomó de la mano y me besó. Y, en ese momento, me olvidé por completo de su pasado como Otto. Ella era Emma, y yo estaba enamorado.
Desde el momento en que Emma comenzó a mostrarse coqueta, fue claro que no había vuelta atrás. La Emma que había conocido como un hombre maduro ahora era una joven seductora, llena de un deseo que parecía imposible de saciar. Sus gestos, sus miradas, y la manera en que movía sus caderas al caminar me hipnotizaban. Era difícil recordar que esta mujer radiante y juguetona había sido alguien completamente diferente.
Una noche, aprovechando que Margaret estaba fuera, Emma se acercó a mí en el salón con una sonrisa traviesa. Llevaba un vestido ligero que apenas cubría sus curvas, y al acercarse, pude ver el rubor en sus mejillas. Sin decir nada, tomó mi mano y me guió a su cuarto. Sus labios, cálidos y ansiosos, se encontraron con los míos, y su cuerpo se acopló al mío con una naturalida . Su piel era suave, y cada vez que la tocaba, sentía la mezcla de deseo y sorpresa por la persona en la que se había convertido.
Desde aquella primera noche, Emma y yo nos volvimos inseparables en secreto. Cada vez que nos quedábamos a solas, ella me buscaba con una necesidad que parecía crecer cada día. No pasaba una noche sin que Emma terminara en mi cama, susurrándome al oído y explorando cada parte de mi cuerpo con una curiosidad y sensualidad que solo una joven enamorada podía tener. Su rostro mostraba esa mezcla de inocencia y pasión, como si estuviera descubriendo su propio cuerpo a través del mío. Emma, que una vez fue Otto, se entregaba con total entrega, y yo, atrapado en su embrujo, me encontraba perdido en esta relación prohibida.
Emma solía reírse mientras nos encontrábamos rodeados de prendas desordenadas y preservativos en el suelo, recordándonos nuestra pasión de la noche anterior. Pero lo más sorprendente era verla a ella, a esta nueva Emma, aceptando plenamente su nueva identidad y disfrutando cada momento con una libertad que solo una mujer joven y libre podía experimentar.
Con el tiempo, Emma comenzó a mostrarse aún más atrevida, a pedirme que exploráramos juntos su feminidad, a aprender sobre maquillaje, ropa, y todas esas cosas que antes no parecían tener sentido para ella. Cada día, Emma se volvía más la mujer que deseaba ser, segura de sí misma, divertida y profundamente enamorada.
Entonces, un día, Emma me sorprendió con una noticia que alteraría todo: estaba embarazada. Me invadió el pánico. Nunca había imaginado que mi vida tomaría este rumbo, pero también sentí un impulso de protegerla y apoyarla. Con una mezcla de miedo y emoción, le propuse matrimonio. Margaret, aunque al principio impactada, nos dio su bendición, aceptando finalmente que Emma ahora era su hija, y que yo estaba dispuesto a formar una familia con ella.
Nuestra vida juntos no fue fácil al principio. Emma, aunque había perdido sus recuerdos, todavía tenía destellos de su antigua vida que surgían de vez en cuando. A veces, se despertaba confundida, preguntándome sobre su pasado, y otras veces, me miraba con una intensidad que casi parecía como si recordara quién había sido. Pero cada vez que eso pasaba, yo la abrazaba y le aseguraba que ahora ella era Emma, mi esposa y la futura madre de nuestro hijo.
En aquel tranquilo vecindario, mi vida había dado un giro inesperado. Lo que había comenzado como una simple ayuda a mi vecina se convirtió en una historia de amor y segundas oportunidades. Emma y yo ahora formábamos nuestra propia familia, y en cada rincón de nuestra casa, sentía la paz de saber que, a pesar de los cambios y los secretos del pasado, habíamos encontrado nuestro lugar en el mundo.
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