Siempre quise ser una de ellas. Sonaba ridículo cuando lo pensaba en secreto, tumbado en mi cama, con el teléfono en la mano y el corazón latiendo con fuerza. Nunca lo admití ante nadie, pero era un deseo que me quemaba por dentro. Soñaba con tener esas curvas pronunciadas de mujer, con la seguridad que irradiaban, con ese aire de madurez que hacía que todos giraran a verlas.
Tener senos grandes y pesados… unas caderas amplias que llenaran cualquier falda, esos vestidos escotados y reveladores que abrazaban cada curva. Quería sentirme tratada como una dama, como esas mujeres que parecían dominar cada mirada a su alrededor.
Antes las observaba con envidia. Caminaban con sus tacones firmes, ajustando el tirante del bolso sobre sus hombros, y yo me repetía a mí mismo que nunca sería como ellas… porque era solo un chico joven, torpe, atrapado en un cuerpo que no me pertenecía.
Hoy miro mi reflejo y sé que lo logré. No importa cómo ocurrió.
Lo cierto es que la imagen frente al espejo me corta la respiración: una mujer madura, piel suave, senos plenos insinuándose bajo el sujetador, caderas generosas que llenan mis jeans tal como siempre soñé. Mis manos tiemblan al acariciar mi cintura estrecha, recorriendo cada curva como si todavía no pudiera creer que me pertenecen.
La ironía me arranca una sonrisa. Años deseando estar con una de ellas… y terminé siéndola. Ahora soy la fantasía que tanto anhelaba. Cuando los hombres me miran, cuando me lanzan piropos en la calle, siento una mezcla de nerviosismo y excitación. Quieren lo que soy… y yo lo disfruto.
Lo confirmé la primera vez que cedí a mis nuevos impulsos, cuando me dejé arrastrar por el deseo. Aquel hombre me sedujo con facilidad… alto, negro, musculoso, con una seguridad que me desarmó. Sus manos se aferraron a mis caderas anchas como si temiera que pudiera escapar. Su mirada ardía cuando desabrochó mi blusa y dejó que mis pechos cayeran pesados en sus manos. Yo temblaba, no de miedo, sino de puro placer. Había pasado de fantasear con mujeres así… a convertirme en la mujer que un hombre deseaba con locura.
Esa noche, entre gemidos y besos desesperados, entendí que mi transformación estaba completa. Ya no era un chico con un anhelo imposible. Era una mujer madura, deseada, segura… y, sobre todo, insaciable.
Ahora, cada fin de semana es una aventura nueva. Salgo a cazar, vestida para seducir: tacones que al caminar hacen eco, faldas ceñidas que delinean mis caderas, blusas escotadas que dejan entrever mis pechos firmes, labios rojos que prometen lo que no siempre doy de inmediato. Cada mirada que se cruza conmigo es un juego de provocación; cada hombre que se acerca, un desafío que disfruto con una sonrisa juguetona.
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