Su pene es demasiado para mi culo.
Siento cada centímetro por dentro, desgarrándome dulcemente mientras se hunde una y otra vez. Mi cuerpo, por instinto, intenta expulsarlo… se tensa, se aprieta, se resiste…
Pero ya no puede.
Ya no quiere.
Ahora lo acepta. Ahora lo desea. Ahora lo necesita.
Y lo más increíble es que…
esta es mi vida ahora.
Pensé que sabía lo que quería.
Cuando firmé para la el cambio en la clínicade intercambio, cuando me miré al espejo por primera vez sin pene... creí estar lista.
Pero no lo estaba.
La primera vez que tuve sexo en este cuerpo femenino fue devastadora. Había soñado con ese momento: sentirme completa, sentir cómo una polla me llenaba… pero la realidad fue dura, cruda. El ardor me arrancó lágrimas. Me dolía tanto que mi cuerpo temblaba, pero no de placer, sino de incomodidad, de angustia… y, al mismo tiempo, de deseo.
No quería que parara. Lo necesitaba. Aunque me doliera, aunque no sintiera placer todavía… lo quería dentro de mí.
Los días pasaron. Me adaptadata...El mío, sobre todo. Aprendí a usarlo. A explorarlo.
Descubrí que podía fingir un orgasmo perfectamente… hasta que un día, sin aviso, no tuve que fingir más.
Me corrí. Grité. Me arqueé.
Y entendí que finalmente había cruzado la línea.
Un año después, me acuesto con hombres sin miedo. Abro las piernas sin dudar. Me preparo. Me ofrezco.
Me encanta cómo se sienten sus manos en mis caderas, cómo me abren, cómo me embisten. Me gusta cuando me llaman puta, cuando me usan como si yo no valiera más que para eso.
Porque ahí, en esa sumisión, encontré poder.
Una identidad.
Una razón para haber renunciado a mi vida anterior.
¿Extraño mi pene? A veces.
Sobre todo cuando veo cómo mis labios nuevos se estiran, cómo mi coño se afloja con cada embestida.
Pero hay algo que me da aún más placer: ver cómo mi culo los atrapa.
Cómo lo abrazan mis paredes internas, cómo se aferran a su carne caliente, cómo tiemblan cuando eyaculan dentro de mí.
Y yo… solo gimo. Me muerdo los labios. Me corrijo el maquillaje. Y espero al siguiente.
Al principio solo usaba mi vagina. Era lo normal. Lo esperado.
Pero el sexo anal… ah, el sexo anal… fue como una puerta prohibida que, una vez abierta, nunca quise cerrar.
Se volvió rutina. Parte de mí. Parte de lo que soy.
Hoy en día, lo uso más que mi coño. Es mi agujero favorito. Es por donde me hacen sentir más mujer que nunca.
Mis agujeros ya no están apretados. No son vírgenes.
Pero me han dado lo que tanto deseaba:
Placer. Entrega. Deseo. Control.
Y algo que nunca imaginé que sentiría: ser deseada
Sí, podría haber hecho algo más con esta nueva vida.
Podría haber sido discreta, elegante, “normal”.
Pero elegí ser una puta. Una buena puta.
Y no me arrepiento.
Esta soy yo ahora. Esta es la mujer que decidí ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es inportante para el equipo del blog, puesdes cometar si gustas ⬆️⬇️