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domingo, 3 de agosto de 2025

Las vacaciones de la tía



Todo esto esposo por dinero...


Mi tía Ruth siempre fue la mujer más guapa que conocí. Alta, esbelta, con curvas perfectas, piel suave y bronceada, y ese aire de mujer rica que todo lo conseguía con una sonrisa. Pero un día, sin previo aviso, me llamó para proponerme algo que, en retrospectiva, jamás debí aceptar.


—Estoy harta de todo esto, cariño —dijo mientras se servía una copa de vino en su sala enorme y minimalista—. Quiero unas vacaciones, un descanso de mi... realidad. Y tú podrías ayudarme.


Lo que me propuso parecía sacado de una novela de fantasía. Un hechizo de intercambio de cuerpos. Ella ocuparía mi vida unos meses, como un simple chico universitario con deudas y sin responsabilidades... mientras yo me convertía en ella.


—Te transferiré la mitad del dinero ahora —me prometió con una sonrisa seductora—, y la otra mitad cuando terminemos. Solo tienes que vivir como yo… y cuidar de mi esposo. Fácil, ¿verdad?


Parecía el paraíso. Ser rica, usar ropa cara, conducir autos de lujo, despertar cada mañana con un cuerpo de ensueño. Acepté.


La transformación fue inmediata. Un destello cálido, un mareo… y ahí estaba yo, frente al espejo, con el cuerpo de Ruth. Su piel, sus labios carnosos, sus grandes pechos, la cintura estrecha, el trasero firme y redondo… todo era mío. Me toqué con timidez, con asombro… con morbo.


Pero el primer día no fue como imaginaba.


Mauricio llegó del trabajo, con el traje desarreglado, sudado, musculoso, con esa sonrisa peligrosa que parecía querer devorarlo todo. Sabía que era un empresario exitoso, pero lo verdaderamente importante era otra cosa: su obsesión con el sexo.


No dijo mucho. Apenas cruzó la puerta, me arrinconó en la cocina, me besó con fuerza y me susurró al oído cuánto me había extrañado… cuánto deseaba volver a estar dentro de mí.


Intenté resistirme, recordarme que yo no era Ruth, que esto era temporal… pero mi cuerpo reaccionaba solo. Cuando bajó mi ropa interior y se arrodilló entre mis piernas, su lengua me hizo arquear la espalda. Sentí cosas que jamás había sentido antes. Fue dulce, cálido, húmedo… delicioso.



Hasta ese momento, todo parecía excitante, incluso placentero.


Pero entonces llegó mi turno.


Él se quitó la ropa. Y lo vi.



Fue como si el aire se esfumara. Era... monstruoso. Había oído rumores de su cirugía para agrandarse el pene, pero verlo... y luego sentirlo... era otra cosa. No solo era enorme. Era una bestia hambrienta. Y su apetito era insaciable.



Esa noche me dolió todo. Me dejó sin aliento, sin fuerzas. Yo solo podía gemir… o llorar en silencio, mientras él me tomaba una y otra vez, sin detenerse, sin sospechar nada. Para él, yo era su esposa complaciente. Para mí, fue una pesadilla de carne, sudor y gemidos que no podía evitar.



Y entonces lo entendí todo: Ruth no quería escapar de su vida.


Quería escapar de él.


Yo era su reemplazo. Su escudo. Su trampa perfecta.


Y no había marcha atrás. No hasta que terminara el trato… o hasta que él terminara conmigo.


Cada mañana despertaba con las piernas temblando, el cuerpo adolorido… y el coño aún escurriendo semen caliente. A veces, incluso, el ardor en el trasero me obligaba a quedarme sentada unos minutos más en la cama. Como si el cuerpo necesitara recordar lo que pasó. Como si me dijera: sí, lo viviste… otra vez.


Y aun así me levantaba.


Iba al baño, me lavaba la cara, me maquillaba con cuidado. Escogía los tacones más elegantes, el vestido más provocador, y bajaba las escaleras con una sonrisa pintada. Como si no hubiera pasado nada. Como si no me hubieran destrozado por dentro solo unas horas antes.


Y lo peor… lo que más me asusta admitir… es que me empecé a acostumbrar.


A este cuerpo. A la forma en que responde solo. A cómo se me eriza la piel con una caricia, cómo me tiemblan las piernas con una embestida, cómo mis gemidos salen aunque intente callarlos.


Me acostumbré a ser deseada. A ser dominada. A ser usada.


A veces me siento frente al espejo, me miro a los ojos —bueno, a los ojos de Ruth— y no me reconozco. No sé si sigo estando ahí. O si ya me perdí por completo.


Y entonces empiezo a entenderlo.


Ruth no quería vacaciones. No necesitaba tiempo para ella. Lo que quería era escapar. Escapar de él. De su marido, de su deseo brutal, de sus noches interminables… de su insaciable necesidad de poseerla.


Y ahora soy yo quien lo vive. Quien lo sufre.

Soy yo quien atraviesa el proceso doloroso. Cada gemido ahogado, cada orgasmo forzado, cada mañana con el cuerpo exhausto… todo eso me pertenece ahora. Ella se fue. Y me dejó con todo eso encima.

Y sí… fui un ingenuo. Acepté por dinero. Pensando que sería fácil. Que era solo un juego temporal.

Pero ahora…

Ahora hay otro pensamiento que me cruza la cabeza más seguido de lo que me gustaría admitir.

Sin miedo. Sin culpa.

Con algo mucho más peligroso.

¿Y si al final… no quiero volver?

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