Las ventanas abiertas dejaban entrar la brisa marina, trayendo consigo el aroma salado del océano. Fuera, el sol resplandecía sobre la isla, un paraíso artificial donde vivía junto a otras mujeres como ella. Esposas trofeo, hipersexualizadas y sumisas, casadas con hombres mayores y ricos.
Mientras servía el café y preparaba los croissants, su mente vagaba a un tiempo no tan lejano, cuando aún era Simon, un joven futbolista con una vida completamente diferente.
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Hace apenas 5 años, Simon salía de uno de sus entrenamientos, agotado pero satisfecho. La carrera de fútbol iba en ascenso, y con cada victoria, su futuro se veía más prometedor. Sin embargo, una tarde, todo cambió. Al salir del la cancha, una camioneta negra se detuvo bruscamente a su lado. Antes de que pudiera reaccionar, fue arrastrado adentro y perdió la conciencia.
Despertó en una habitación blanca y estéril, rodeado de hombres en batas. Lo que siguió fue una pesadilla. Simon fue sometido a tratamientos hormonales, inyecciones diarias que lentamente transformaron su cuerpo. A medida que su musculatura se desvanecía y su piel se suavizaba, los médicos le explicaban su destino con una frialdad escalofriante.
“Tu vida anterior ya no existe,” le dijeron. “Ahora eres Sybil.”
La transformación física fue solo el comienzo. Cirugías estéticas moldearon su cuerpo: implantes de senos y caderas, rellenos en sus labios. Simon, ahora Sybil, veía cómo su identidad era desmantelada pieza por pieza. Los procedimientos quirúrgicos eran meticulosos, destinados a crear una figura de fantasía, una esposa trofeo perfecta para los caprichos de los millonarios.
Después de meses de dolor y confusión, Sybil fue llevada a una isla, un paraíso artificial donde hombres millonarios podían adquirir esposas trofeo. Allí conoció a su futuro marido, un hombre mayor que la miraba con una mezcla de deseo y posesión.
Antes de sellar su destino, Sybil recibió una última oferta: aceptar voluntariamente su nueva vida y mantener sus recuerdos, o someterse a un borrado de memoria que la haría creer que siempre había sido una bimbo destinada a esta vida.
Optó por conservar sus recuerdos, aunque ello significara vivir con la constante tortura de saber quién había sido. Prefería el dolor de la verdad a la falsedad de una existencia fabricada.
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Ahora, de vuelta en la cocina, Sybil terminó de preparar el desayuno justo a tiempo para la llegada de su esposo. Con una sonrisa perfectamente ensayada, lo saludó y le sirvió el café. Mientras él leía el periódico y hablaba de sus negocios, Sybil asentía y sonreía, su mente vagando entre recuerdos y la realidad de su prisión dorada.
Después del desayuno, Sybil recogió los platos y se dirigió a la lavandería. Cada tarea doméstica estaba meticulosamente planificada, una coreografía de perfección que mantenía la armonía en su hogar. Sus deberes como housewife incluían limpiar el polvo, lavar la ropa, hacer la comida, limpiar los baños, y hacer las compras, entre otras cosas. Mientras doblaba la ropa y escuchaba el suave zumbido de la lavadora, sus pensamientos se dirigieron a las otras mujeres de la isla.
La vida en la isla también implicaba seguir estrictas reglas de apariencia. Sybil estaba obligada a mantener una imagen perfecta en todo momento. El 85% de su guardarropa consistía en vestidos coloridos de una pieza que resaltaban y remarcaban su feminidad. La mayoría de sus zapatos eran tacones de plataforma, que la obligaban a moverse con una elegancia artificial. Mantener un buen maquillaje era obligatorio; cada día comenzaba con una rutina de belleza meticulosamente seguida para asegurarse de que su rostro estuviera impecable. Además, tenía que seguir un estricto régimen de ejercicios para mantener su figura femenina, con sesiones diarias de pilates, yoga y entrenamientos de cardio diseñados para esculpir su cuerpo y mantener cada curva en su lugar.
Lo que más odiaba, sin embargo, eran sus deberes como cónyuge. Estos incluían pasar tiempo con su marido y, sobre todo, cumplir con sus deberes sexuales. No tenía opción: debía ser sumisa y complaciente. Abría las piernas y dejaba que su esposo la penetrara, usualmente terminando con él eyaculando dentro de ella. No podía quedar embarazada, así que se iba a dormir con el semen de su marido dentro, y a menudo despertaba con las piernas impregnadas.
Otra parte de su vida conyugal era complacer a su esposo en todo, lo que incluía sexo anal. A estas alturas, estaba tan acostumbrada a recibir una follada anal sin lubricante que ya no le resultaba doloroso. Además, había perfeccionado el arte del sexo oral, habiendo perdido el reflejo de arcadas, lo que le permitía hacer una garganta profunda sin esfuerzo. Aunque el sabor del esperma no era su favorito, había aprendido a mantenerlo en la boca sin sentir repulsión ni asco.
La vida en la isla era una mezcla de lujos y restricciones. Sybil tenía acceso a las mejores tiendas, spas, y actividades recreativas, pero siempre bajo la atenta mirada de guardias y cámaras. Su interacción con las otras esposas era cuidadosamente monitoreada, permitiéndoles compartir sus historias solo en fragmentos velados por miradas y susurros.
Una tarde, mientras disfrutaba de un té en el jardín, Sybil se encontró con Olivia, otra esposa trofeo que había recien había llegado a la isla. Olivia, con su cabello castaño y su figura esbelta, parecía sacada de una revista de modas, pero sus ojos delataban una profundidad y tristeza que Sybil reconoció al instante.
"¿Cómo lo llevas?" murmuró Olivia mientras revolvía su té, sus ojos llenos de preocupación.
Sybil suspiró, mirando alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca que pudiera escucharlas. "Un día a la vez. A veces, me parece irreal que esto esté sucediendo."
Olivia asintió lentamente. "Yo era ingeniera antes de esto. Tenía una carrera, amigos... Nunca imaginé que terminaría aquí."
"Te entiendo. Todas las esposas aquí tenemos eso en común, nuestras vidas pasadas," respondió Sybil,
"¿Cuánto tiempo llevas aquí?" preguntó Olivia, con una mezcla de curiosidad y temor.
"Cinco años," respondió Sybil.
"Wow, eso es mucho tiempo," comentó Olivia, impresionada. "Y dime, ¿cómo lo toleras?... Ya sabes, cuando tienes sexo con ese bastardo."
Sybil respiró hondo y respondió: "Simplemente trato de desconectar mi mente. Imagino que es alguien más, alguien que deseo. En mi caso, visualizo que es Ryan Gosling quien me está tocando."
Olivia se sonrojó, pero asintió, entendiendo el consejo. "¿Y qué pasa con el sexo anal? Me da miedo... No sé cómo manejarlo."
Sybil sonrió comprensivamente. "Primero, relájate. Usa mucho lubricante y respira profundamente. La clave es estar lo más relajada posible. Tómate tu tiempo y deja que él guíe al principio. A veces, un poco de estimulación previa ayuda a que todo sea más llevadero. Con el tiempo, te acostumbrarás y tal vez incluso lo disfrutes."
Olivia tragó saliva, visiblemente nerviosa. "¿Y beber semen? No sé si podré hacerlo..."
"Es normal sentirse así," dijo Sybil suavemente. "Lo mejor es no pensarlo demasiado. Usa tu lengua para jugar con él, explora y presta atención a sus reacciones. Cuando llegue el momento, intenta tragar rápidamente. Mantén la mente abierta y trata de disfrutar el momento."
Olivia bajó la voz aún más, su vergüenza evidente. "¿Y cómo debo usar mi boca para complacerlo?"
Sybil sonrió con paciencia y explicó: "Empieza despacio. Usa tus labios para crear una succión suave pero firme. La lengua es tu mejor aliada, úsala para explorar cada parte. Alterna entre movimientos suaves y más intensos, y no tengas miedo de usar tus manos también. Escucha sus gemidos y sus respiraciones, ellos te guiarán. La práctica te ayudará a mejorar."
Olivia asintió, tratando de absorber cada consejo. "Gracias, Sybil. No sé cómo lo haría sin tu ayuda."
"Estamos todas en esto juntas," respondió Sybil, tomando un sorbo de su té. "Recuerda, la clave es mantener la calma y encontrar pequeñas formas de sobrellevarlo. Y siempre piensa que te está tocando algun hombre que desees."
Ambas mujeres se quedaron charlado, compartiendo un momento de entendimiento. Aunque sus historias eran diferentes, su destinos convergian en esta isla.
Esa noche, después de que su esposo se retirara a su estudio, Sybil se dirigió a su habitación. Se miró en el espejo, observando su reflejo. La mujer que la devolvía la mirada era hermosa, casi irreal en su perfección artificial, pero los ojos seguían siendo los mismos. Los ojos de Simon.
Se tumbó en la cama, cerrando los ojos y recordando los días en que corría por el campo de fútbol, el sonido de la multitud y la sensación de libertad. Aunque esos días parecían lejanos, Sybil se aferraba a esos recuerdos como un ancla en un mar de incertidumbre.
Pero su breve momento de nostalgia fue interrumpido por su esposo, que entró en la habitación con un aire autoritario. "Es hora del coito nocturno," dijo sin emoción.
Sybil sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a mantener la calma. Asintió lentamente, sin abrir los ojos, preparándose mentalmente para lo que venía. Sabía que debía fingir unos cuantos orgasmos más para satisfacerlo.
"Voy," murmuró mientras se levantaba de la cama. Su mente intentaba desconectarse, recordar los consejos que le había dado a Olivia. Imaginó que no era él, sino alguien más, alguien que realmente deseaba. Se centró en esa fantasía mientras su cuerpo respondía automáticamente a las demandas de su esposo.
Cuando él la tocó, Sybil cerró los ojos con más fuerza, visualizando el rostro de Ryan Gosling, su cuerpo, su voz suave y tranquilizadora. Era una estrategia que había perfeccionado a lo largo de los años para soportar esas noches.
Mientras su esposo la penetraba, Sybil mordió su labio inferior, ahogando un gemido. "Recuerda respirar y relajante," se repetía mentalmente, Sus movimientos eran calculados, sus reacciones ensayadas. Gemía cuando sabía que él esperaba un gemido, se arqueaba cuando sabía que él quería verla rendirse.
Finalmente, llegó el momento que temía cada noche. Él gimió, su cuerpo tembló y Sybil supo que debía fingir un orgasmo. Gritó, sus uñas arañando la espalda de su esposo, su voz llena de una pasión fingida.
Cuando todo terminó, él se alejó sin una palabra, dejándola sola en la cama. Llanada de semen escurriendo en las la sábanas
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Con los años que llevaba aquí, Sybil notaba pequeños detalles, pequeñas oportunidades que podrían ofrecer una salida. Había descubierto que algunos guardias eran más descuidados que otros, que ciertos horarios ofrecían momentos breves sin vigilancia.
Tal vez, solo tal vez, había una manera de escapar de su prisión dorada.
Sin embargo, la duda la asaltaba constantemente. A lo largo de los años, se había adaptado a esta vida. La rutina, por cruel que fuera, le había proporcionado una extraña sensación de estabilidad. Sabía cómo moverse, cómo actuar, cómo sobrevivir. El pensamiento de regresar a la sociedad normal la aterrorizaba. ¿Y si no podía adaptarse de nuevo? ¿Y si, en lugar de encontrar libertad, se encontraba atrapada en otro tipo de jaula, desempeñando un rol similar al que tenía en esta isla?
La vida aquí había cambiado a Sybil de maneras que no podía ni quería admitir.
"Quizás..." pensó Sybil, jugando con la idea en su mente mientras coriria por su vecindario, observando la rutina de los guardias. "Tal vez haya una manera de salir de aquí."
Por ahora, seguiría observando, analizando, esperando el momento adecuado para decidir su destino. Porque, a pesar de todo, una parte de ella aún ansiaba la libertad, la verdadera libertad, más allá de las paredes de su prisión dorada.
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Hola pandilla aqui rin con un nuevo cap para el blog...
Ando sin muchas ideas les agradecería si pudiaran aportar algunas ideas 💡....
comprendo su deseo de escapar a su prisión
ResponderEliminarPero estoy casi segura que de alguna manera ese día nunca llegara.
ya lleva demasiado tiempo desempeñando ese papel de la esposa amorosa y ama de casa
yo creo que quizás no se a dado de cuenta pero la forma como le explico a su amiga sus técnicas para tener relaciones con su marido solo ponen al descubierto que en realidad disfruta de esos momentos .
Exacto, tanto tiempo ai la hecho dependiente
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