Era una tarde lluviosa cuando Alejandro, un joven de 19 años, descubrió un antiguo libro de hechizos en en un caja vieja que anteriormente le pertecia a su abuela. Siempre había sido curioso y, sin pensar demasiado en las consecuencias, decidió probar uno de los hechizos que prometía otorgarle la capacidad de poseer a otra persona. Sin saber qué esperar, realizó el ritual y, para su sorpresa, se encontró dentro del cuerpo de Sara, una de las amigas de su madre.
Sara era una mujer en sus treinta y tantos, casada y con una vida social activa. Al principio, Alejandro utilizó su nueva habilidad por morbo, explorando el cuerpo y la vida de Sara con una mezcla de asombro y culpa. Se sentía como un intruso, pero también experimentaba una libertad que nunca había sentido antes.
1: La primera posesión
La primera vez que Alejandro poseyó a Sara, aprovechando que sabia que sara estaria completamente sola en casa, se encontró en su elegante dormitorio, rodeado de ropa fina y perfumes caros. La sensación de ser alguien completamente diferente era embriagadora. Lo primero que sintió fue la ausencia de algo en su entrepierna, una sensación desconcertante pero fascinante. La ropa interior se pegaba a su pubis de una manera íntima y diferente, mientras las varillas del sostén sujetaban firmemente sus senos. Esta nueva realidad corporal lo llenó de una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Pasó el día explorando la casa con una mezcla de curiosidad y asombro, maravillándose ante la decoración exquisita y los lujos a los que no estaba acostumbrado. Al mismo tiempo, se dedicó a explorar meticulosamente el cuerpo de Sara, descubriendo con fascinación cada centímetro de su piel, la suavidad de sus manos, la forma en que sus músculos se movían, y los pequeños lunares que adornaban su cuerpo.
Alejandro examinó cada detalle minuciosamente: el aroma de su cabello, la textura de sus labios, y la forma en que la luz del sol atravesaba las finas cortinas para iluminar sus ojos. Se miró en el espejo, admirando la figura esbelta y la gracia innata en cada uno de sus movimientos. Cada gesto, cada movimiento le revelaba algo nuevo, algo desconocido y emocionante.
Incluso sintió una curiosidad infantil por experimentar algo tan cotidiano como hacer pis como mujer. Esa simple acción, realizada de una manera completamente distinta a la que estaba acostumbrado, le resultó extrañamente fascinante y parte integral de su exploración.

Al caer la noche, después de un día de descubrimientos y emociones intensas, regresó a su propio cuerpo, facinado por la experiencia. Sin embargo, esa sensación de haber sido otra persona, de haberse sumergido en una vida ajena, era tan adictiva que se sintió incapaz de resistir la tentación de hacerlo de nuevo. La experiencia lo había transformado, y la promesa de nuevas exploraciones lo mantenía en vilo, ansioso por volver a ser Sara y seguir descubriendo sus secretos.
Segunda posesión : Reunión de amigas
Unos cuantos días después, Alejandro decidió volver a ser Sara. Esta vez, asistió a una reunión con las amigas de Sara, incluyendo a su propia madre. La situación era surrealista; charlaba y reía con mujeres que siempre había visto desde la distancia.
La plática comenzó como la de cualquier grupo de señoras: hablando de la subida de precios, de sus hijos, intercambiando recetas y algunos chismes del vecindario. Todo parecía normal hasta ahí. Sin embargo, la conversación dio un giro inesperado, como si de adolescentes calenturientos se tratase, cuando el grupo de amigas comenzó a hablar sobre temas sexuales y sobre cuán activas eran cada una en sus relaciones íntimas.
Eli fue la primera en romper el hielo, con una mirada de complicidad y un tono de voz más bajo: "Mi marido lleva días pidiendo el chiquito (sexo anal) y no sé si dárselo. No estoy segura de cómo me sentiría."
El resto del grupo, menos Sara, respondió casi al unísono: "¡Adelante, dáselo, y nos cuentas!"
Ana, una de las amigas más cercanas de Sara, se inclinó hacia adelante con una sonrisa pícara: "Sí, Eli, tienes que probarlo. A veces hay que salir de la rutina, ¿no creen?"
La madre de Alejandro, con una risa nerviosa, intervino: "A mí me gusta cuando me penetra por detrás sin avisar; es jodidamente excitante ser tomada así, de forma tan inesperada."
Carmen tomó la palabra, su voz cargada de una mezcla de vergüenza y atrevimiento: "Estamos de acuerdo en que aquí todas hemos chupado una, aunque sea una vez, el pene de nuestros maridos, ¿no? Pero él me ha insistido en beber su leche y no sé si quiero hacerlo."
Sara, queriendo participar en la conversación sin levantar sospechas, agregó tímidamente: "Supongo que todas tenemos nuestras pequeñas fantasías. A veces es divertido sorprender a nuestros maridos."
Eli asintió, añadiendo: "Sí, tiene un sabor fuerte. No es para cualquiera, mi cielo, pero si a él le gusta, quizás deberías intentarlo al menos una vez."
Carmen continuó, sus mejillas enrojecidas: "Ya lo hice antes con mi ex de la universidad y es algo que no me volvería a hacer. El sabor es... fuerte, no sé, no es para cualquiera."
La conversación se volvió aún más íntima cuando Ana comentó: "Yo disfruto mucho cuando mi marido me amarra las manos. Al principio, me daba un poco de miedo, pero ahora lo encuentro excitante. ¿Alguna de ustedes ha probado algo así?"
Alejandro, en el cuerpo de Sara, sintió un cosquilleo y una humedad entre sus piernas mientras escuchaba a las amigas hablar de esos temas tan íntimos y desinhibidos. Cada palabra y risa nerviosa contribuía a una sensación de excitación y curiosidad que no había anticipado.
Ana, con una sonrisa maliciosa, añadió: "Pero, sinceramente, lo que más adoro es cuando mi marido me come el coño. No hay nada más placentero que esa sensación. ¿No les pasa igual?"
Eli, después de un momento de duda, confesó sutilmente: "Bueno, la verdad es que a veces me siento un poco culpable, porque he encontrado esa misma satisfacción fuera de casa. No es algo de lo que esté orgullosa, pero sucedió..."
Las otras mujeres se miraron entre sí, sorprendidas, pero ninguna la juzgó. Al contrario, Ana comentó: "A veces las cosas pasan, Eli. Lo importante es cómo te sientes ahora y qué decides hacer con eso, solo premetenos que usar condon... no queremos que arruines tu matrimonio..."
A lo largo de la noche, Alejandro aprendió a comportarse y a pensar como una mujer de su edad, adaptándose rápidamente a su nueva vida. Observó con atención cómo las demás interactuaban, la forma en que se tocaban el cabello o cómo cruzaban las piernas al hablar. Se sumó a las conversaciones con comentarios oportunos y naturales, a veces con una risita cómplice, otras con un gesto de comprensión.
Mientras la noche avanzaba, Alejandro se dio cuenta de que nadie sospechaba nada. Había suplantado a Sara a la perfección, dominando su papel con una habilidad que lo sorprendía a sí mismo. Se sintió una mezcla de alivio y triunfo, consciente de que había entrado en un mundo nuevo y complejo, lleno de matices y detalles que apenas comenzaba a entender. La promesa de seguir explorando y descubriendo más lo mantenía en vilo, ansioso por volver a ser Sara y seguir desentrañando los secretos de esa vida ajena.
3: La intimidad con el marido
Unos cuantos días después, Alejandro decidió volver a ser Sara. Esta vez, asistió a una reunión con las amigas de Sara, incluyendo a su propia madre. La situación era surrealista; charlaba y reía con mujeres que siempre había visto desde la distancia.
La plática comenzó como la de cualquier grupo de señoras: hablando de la subida de precios, de sus hijos, intercambiando recetas y algunos chismes del vecindario. Todo parecía normal hasta ahí. Sin embargo, la conversación dio un giro inesperado, como si de adolescentes calenturientos se tratase, cuando el grupo de amigas comenzó a hablar sobre temas sexuales y sobre cuán activas eran cada una en sus relaciones íntimas.
Eli fue la primera en romper el hielo, con una mirada de complicidad y un tono de voz más bajo: "Mi marido lleva días pidiendo el chiquito (sexo anal) y no sé si dárselo. No estoy segura de cómo me sentiría."
El resto del grupo, menos Sara, respondió casi al unísono: "¡Adelante, dáselo, y nos cuentas!"
Ana, una de las amigas más cercanas de Sara, se inclinó hacia adelante con una sonrisa pícara: "Sí, Eli, tienes que probarlo. A veces hay que salir de la rutina, ¿no creen?"
La madre de Alejandro, con una risa nerviosa, intervino: "A mí me gusta cuando me penetra por detrás sin avisar; es jodidamente excitante ser tomada así, de forma tan inesperada."
Carmen tomó la palabra, su voz cargada de una mezcla de vergüenza y atrevimiento: "Estamos de acuerdo en que aquí todas hemos chupado una, aunque sea una vez, el pene de nuestros maridos, ¿no? Pero él me ha insistido en beber su leche y no sé si quiero hacerlo."
Sara, queriendo participar en la conversación sin levantar sospechas, agregó tímidamente: "Supongo que todas tenemos nuestras pequeñas fantasías. A veces es divertido sorprender a nuestros maridos."
Eli asintió, añadiendo: "Sí, tiene un sabor fuerte. No es para cualquiera, mi cielo, pero si a él le gusta, quizás deberías intentarlo al menos una vez."
Carmen continuó, sus mejillas enrojecidas: "Ya lo hice antes con mi ex de la universidad y es algo que no me volvería a hacer. El sabor es... fuerte, no sé, no es para cualquiera."
La conversación se volvió aún más íntima cuando Ana comentó: "Yo disfruto mucho cuando mi marido me amarra las manos. Al principio, me daba un poco de miedo, pero ahora lo encuentro excitante. ¿Alguna de ustedes ha probado algo así?"
Alejandro, en el cuerpo de Sara, sintió un cosquilleo y una humedad entre sus piernas mientras escuchaba a las amigas hablar de esos temas tan íntimos y desinhibidos. Cada palabra y risa nerviosa contribuía a una sensación de excitación y curiosidad que no había anticipado.
Ana, con una sonrisa maliciosa, añadió: "Pero, sinceramente, lo que más adoro es cuando mi marido me come el coño. No hay nada más placentero que esa sensación. ¿No les pasa igual?"
Eli, después de un momento de duda, confesó sutilmente: "Bueno, la verdad es que a veces me siento un poco culpable, porque he encontrado esa misma satisfacción fuera de casa. No es algo de lo que esté orgullosa, pero sucedió..."
Las otras mujeres se miraron entre sí, sorprendidas, pero ninguna la juzgó. Al contrario, Ana comentó: "A veces las cosas pasan, Eli. Lo importante es cómo te sientes ahora y qué decides hacer con eso, solo premetenos que usar condon... no queremos que arruines tu matrimonio..."
A lo largo de la noche, Alejandro aprendió a comportarse y a pensar como una mujer de su edad, adaptándose rápidamente a su nueva vida. Observó con atención cómo las demás interactuaban, la forma en que se tocaban el cabello o cómo cruzaban las piernas al hablar. Se sumó a las conversaciones con comentarios oportunos y naturales, a veces con una risita cómplice, otras con un gesto de comprensión.
Mientras la noche avanzaba, Alejandro se dio cuenta de que nadie sospechaba nada. Había suplantado a Sara a la perfección, dominando su papel con una habilidad que lo sorprendía a sí mismo. Se sintió una mezcla de alivio y triunfo, consciente de que había entrado en un mundo nuevo y complejo, lleno de matices y detalles que apenas comenzaba a entender. La promesa de seguir explorando y descubriendo más lo mantenía en vilo, ansioso por volver a ser Sara y seguir desentrañando los secretos de esa vida ajena.
En su tercera incursión, Alejandro decidió explorar un aspecto más íntimo de la vida de Sara. Motivado por las conversaciones con las otras mujeres y las hormonas del cuerpo maduro de Sara, quiso probar el sexo desde el lado femenino.
Esperó hasta la noche, cuando el marido de Sara, James, llegó a casa. La experiencia de estar con James fue completamente nueva y desconcertante. Sara descubrió un lado de la sexualidad que nunca había experimentado, lo que lo hizo cuestionar su identidad y sus deseos.
Cuando James llegó, la atmósfera se llenó de una tensión eléctrica. Se acercó a Sara con una sonrisa tierna, acariciando su rostro. Sara sintió una mezcla de anticipación y nerviosismo. James la besó profundamente, despertando sensaciones que nunca había conocido. Lentamente, James comenzó a desnudarla, sus manos moviéndose con una mezcla de familiaridad y deseo.
Sara sentía el cuerpo de James contra el suyo, el calor de su piel y la firmeza de sus músculos. Cuando la ropa interior cayó al suelo, la intensidad de la situación aumentó. Sintió cómo el pene de James la tocaba, cómo el glande se metía entre sus labios, golpeando el clítoris con una precisión que enviaba olas de placer por todo su cuerpo. Poco a poco, se acercaba a la entrada de su vagina.
Sabía que le iba a hacer rogar que la follara, pero no le importaba. Sin que lo esperara, el glande de James comenzó a entrar en su vagina, hundiéndose lentamente, muy despacio, hasta llenarla por completo. Se quedó allí unos segundos, haciendo de esos segundos una delicia que no olvidaría jamás.
Desde ese momento, las manos de James en sus caderas la movían hacia adelante y hacia atrás. Sentía el pene de James penetrándola continuamente, sus gemidos de placer, la sonrisa de felicidad en su rostro. Su culo se movía en busca de su pene, disfrutando del sexo como nunca antes lo había hecho.
Cuando James comenzó a retirarse, Sara sentía una mezcla de placer y frustración por sacársela. La sentía allí dentro, caliente y palpitante, deseando que no se marchara. Los movimientos de James se volvieron más lentos y cariñosos. Se besaban, gimiendo juntos mientras sus lenguas se entrelazaban. Ambos se miraban con la cara desencajada, sonriendo y riendo, dándose un beso profundo y sudoroso mientras el pene de James permanecía dentro de ella.
La experiencia fue una revelación. Sentía una mezcla de culpa y placer, pero no podía negar la intensa conexión que sentía con la vida de Sara.
4: Reflexión y tentación
Alejandro comenzó a pasar cada vez más tiempo como Sara. Poco a poco, se enamoró de la vida cómoda y plena que ella llevaba. Las rutinas diarias de ser esposa, madre y ama de casa empezaron a seducirlo de una manera que nunca había imaginado. Cada día, Alejandro deseaba más quedarse en el cuerpo de Sara de forma permanente, usurpar su lugar como una mujer más del vecindario.
A medida que se acostumbraba a los quehaceres domésticos y a las interacciones sociales como Sara, Alejandro encontraba una sensación de realización y pertenencia que nunca había sentido antes. Era fascinante cómo los vecinos la saludaban con una sonrisa, cómo las amigas confiaban en ella con sus secretos más íntimos, y cómo su esposo James la miraba con amor y complicidad.
Pero junto con este sentimiento creciente de pertenencia, también venían las dudas y los dilemas morales. Cada vez que se enfrentaba al espejo y veía el rostro de Sara reflejado, Alejandro se cuestionaba si su deseo de quedarse era justo hacia ella. Sabía que usurpar su identidad significaba condenarla a una existencia en la nada, privada de su propia vida y libertad.
Día 5: La decisión final
Después de vivir repetidamente la vida de Sara, Alejandro finalmente tomó una decisión crucial. A pesar de haber llegado a amar la vida de Sara, la moralidad de sus acciones lo atormentaba.
Dedicó días buscando hechizos que pudieran hacer el intercambio permanente, consciente de que esto significaría la desaparición de la conciencia original de Sara, una decisión que estaba dispuesto a aceptar.
Antes de ejecutar el hechizo final, Alejandro utilizó magia para que todos los que conocieran a Alejandro olvidaran su existencia. De esta manera, nadie se preocuparía por su desaparición al tomar la vida y el cuerpo de Sara.
Con todos los preparativos listos, ejecutó los hechizos en la tranquila oscuridad de la noche.
Cuando los primeros rayos del sol iluminaron la habitación de Sara, ella despertó con la sensación familiar de su esposo a su lado. Al deslizarse suavemente por debajo de las sábanas, notó su erección matutina y comenzó a acariciarlo con ternura, disfrutando cada respuesta de él mientras despertaba lentamente. Sus labios encontraron los de él en un beso apasionado, susurrándole al oído: "Buenos días... ¿tenemos unos minutos antes de que los demás despierten?"
Después de un interludio íntimo y ardiente, Sara y su esposo compartieron una ducha revitalizante juntos. Mientras él se preparaba para enfrentar el día en el trabajo, Sara bajó a la cocina para preparar un delicioso desayuno.
Epílogo
Después de un largo día, Sara y su esposo se encontraban en la calidez de su habitación. El tema del deseo de Sara de tener otro hijo surgió entre ellos. A pesar de estar cerca de la menopausia, Sara expresó su anhelo de experimentar la maternidad una vez más, argumentando que aún se sentía lo suficientemente joven y en una posición económica estable para hacerlo.
Su esposo, sin embargo, mostraba reservas. Dudaba sobre la idea de tener otro hijo en esta etapa de sus vidas, preocupado por las responsabilidades adicionales y los cambios que podría implicar.
Sara intentó convencerlo, destacando los beneficios de ampliar la familia y cómo podrían manejarlo con su situación financiera estable. Sin embargo, al ver que su esposo seguía indeciso, Sara recurrió a un último recurso con un tono más serio: "Si no estás dispuesto, podría haber otros que sí lo estén..."
Las palabras de Sara resonaron en la habitación, creando un breve momento de tensión entre ellos. El esposo de Sara, sorprendido por la declaración y tomando la palabra como una especie de ultimátum, finalmente suspiró resignado y dijo: "Está bien..."
En el interior de Sara, una sonrisa sutil se formó. Alejandro, consciente de su influencia en la situación, estaba satisfecho de que sus planes continuaran avanzando según lo esperado.
*-*-*-*-*-*-*-*-*--**-*-*-*-*-*-*-*-*-*--*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*--*-*-*-*-*-*-*
De podria tratar un hipetetico caso 2???
Nunca continuaste?
ResponderEliminar