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viernes, 16 de agosto de 2024

Tratando de aceptar

 Nunca me había sentido tan incómoda en mi vida. Mi madre nos había inscrito en un programa experimental de intercambio de cuerpos, y ahora yo estaba atrapada en su cuerpo. Era como una pesadilla, pero muy real. No podía creer que estaba viviendo el día a día en su piel, enfrentándome a su rutina, su vida, y sus responsabilidades. Cada movimiento me recordaba que no era mi cuerpo, que no era yo, y eso me hacía sentir desesperada.


Al principio, traté de evitar todo lo relacionado con su vida personal, pero pronto me di cuenta de que no podía huir de ello para siempre. Mi madre, astuta como siempre, percibió mi incomodidad. Sabía que no estaba contenta con la situación, y un día decidió tomar el asunto en sus propias manos. Sin decir una palabra, tiró sus prendas sobre sobre la cama, una selección que incluía encajes, seda, y colores que nunca me hubiera imaginado usar. 


"Necesitas aprender a aceptar este cuerpo, a aceptarme a mí", dijo con una sonrisa suave antes de salir de la habitación, dejándome a solas con sus pertenencias.


Me quedé allí, inmóvil, mirando mi cuerpo luchando contra la mezcla de emociones que me invadía. Sabía que ella tenía razón. Tenía que intentar sacar el máximo partido de esta situación, por más desagradable que fuera. A regañadientes, tomé las prendas y me dirigí al espejo para cambiarme.


Mientras me ponía su vestido, no pude evitar sentir una extraña agitación en mi interior. El cuerpo de mi madre tenía curvas generosas, curvas que siempre había envidiado en silencio. La prenda se adaptaba perfectamente a mis nuevas formas, acentuando mi figura de una manera que me dejó sin aliento. Sentí el cosquilleo de la tela contra mis muslos y no pude evitar mirarme en el espejo.



La imagen  reflejaba sensualidad y feminidad,  completamente ajena a mí. 

Sin embargo, había algo hipnótico en la manera en que el vestido resaltaba mis pechos, en cómo la seda se ceñía a mis caderas y acentuaba la plenitud de mi trasero. Toqué mis pechos, mis caderas, intentando asimilar que ahora formaban parte de mí. Al principio, fue extraño y embarazoso, pero luego, mientras me observaba más de cerca, comencé a sentir una chispa de aceptación, incluso de orgullo. Este cuerpo, aunque no era mío, tenía una belleza innegable, una sensualidad madura que no podía ignorar.


El sonido de su teléfono interrumpió mis pensamientos. Al revisar el mensaje, me di cuenta de que tenía una cita esta noche. Había olvidado que mi madre tenía planes. El nombre del hombre no me era familiar, pero sabía que mi madre lo conocía bien. Mi corazón se aceleró, sabiendo que esta noche no sería como cualquier otra.


Mientras terminaba de arreglarme, la realidad me golpeó: no solo tendría que enfrentar esta cita, sino que probablemente terminaría en sexo. La idea me asustaba y me emocionaba a partes iguales. ¿Podría yo, atrapada en el cuerpo de mi madre, aprender a amar y disfrutar de esta experiencia? Estaba a punto de descubrirlo.

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