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jueves, 18 de julio de 2024

Ya no más tia



El intercambio de cuerpos entre mi tía Lauren y yo fue un giro inesperado que transformó por completo nuestras vidas. Como un joven universitario lleno de aspiraciones, me vi repentinamente atrapado en el cuerpo de mi tía, una mujer de 40 años, casada con un hombre casi 60 años mayor que ella.


Decidimos mantener en secreto nuestro extraño cambio y continuar actuando con normalidad mientras buscábamos desesperadamente una manera de recuperar nuestros cuerpos originales. Cada día era un desafío, sobre todo para mí.

En mi nueva vida como mi tía, me enfrenté a la complejidad de su matrimonio y las responsabilidades de mantener una casa en orden. Desde las tareas domésticas hasta lo insoportable de la vida conyugal, era un tema que evitaba lo mejor que podía, ya que sentía náuseas del esposo de mi tía. Mientras tanto, mi tía, en mi cuerpo, se adentraba en el mundo universitario, enfrentándose a las exigencias académicas y sociales diferentes alas que ella conocía.

A medida que los días se convertían en semanas, la esperanza de volver a cambiar de nuevo comenzaba a desvanecerse lentamente. Para mí, la idea de vivir como la esposa de un hombre mucho mayor se volvía cada vez más insoportable. Cada día me las ingeniaba para evitar el contacto con ese hombre. Mi tía me llamaba la atención cuando actuaba contrario a sus expectativas con su esposo. Mientras tanto, mi tía parecía manejar bastante bien su papel como universitario. Observarla adaptarse a las demandas académicas y sociales de la vida universitaria fue un recordatorio constante de lo surrealista que era esta experiencia.

Después de unos meses, estaba harto de soportar al esposo de mi tía. Pronto fui con mi tía a hablar de esta situación. Después de nuestra profunda conversación sobre el futuro, mi tía y yo nos enfrentamos a una realidad desafiante. Sentados en el salón de su casa, la luz tenue del atardecer filtrándose por las cortinas, el aire estaba cargado de tensión y expectativa.

Ella sugirió que abrazáramos nuestras nuevas vidas y las disfrutáramos al máximo, como si fuera tan fácil como cambiar de ropa interior. Sin embargo, para mí, adaptarme a mi nuevo cuerpo y aceptar los roles de una esposa no era tan sencillo como ella sugería. Cuando mi tía sugirió la idea de abrazar mi feminidad y retomar mi papel como esposa, mi ceño se frunció con preocupación. Parecía que no estaba entendiendo la gravedad de mis sentimientos. Pronto, ella mencionó que lo que me faltaba en la vida era experimentar el sexo como mujer, sugiriendo que estableciera relaciones íntimas con su esposo, argumentando que eso era lo que se esperaba de una esposa. Me sentí incómodo, la tensión en la habitación aumentaba mientras parecía que mi tía no captaba o no quería comprender mi punto de vista.

Busqué cuidadosamente las palabras adecuadas para expresar mis sentimientos. Finalmente, reuní el coraje para explicarle que la situación no era tan simple como ella parecía pensar. Le expliqué que, aunque estaba temporalmente en su cuerpo, seguía siendo yo mismo, con mis propios deseos y preferencias. Le di a entender que el problema no radicaba en aceptar la feminidad, sino en que simplemente no sentía atracción por ese hombre, al menos no de la manera en que ella esperaba.

Su reacción inicial fue de frustración, sus ojos reflejaban la incomodidad y el descontento mientras recordaba los votos matrimoniales que había hecho. Pude ver cómo la tensión se apoderaba de sus rasgos faciales. Justo cuando terminó, le recordé que esos votos eran suyos, no míos. Le hice ver que, aunque estuviera en su cuerpo, no podía esperar que me comportara exactamente como ella lo haría.

Mi tía se enfureció, sus facciones endurecidas por la ira mientras comenzaba a lanzarme un sermón al estilo conservador. Con voz firme, me recordó que ahora tenía el cuerpo de una mujer y que una mujer solo debía ser fiel a su esposo. Su tono autoritario y lleno de convicción me hizo sentir como si estuviera siendo juzgado por un tribunal moral.

Cansado de su imposición y enojo, finalmente le respondí con determinación: "Una vez más, él es tu esposo, no el mío. Yo no le debo nada". Mi voz sonaba más fuerte de lo que esperaba, cargada de la misma firmeza que había mostrado mi tía momentos antes.

Con el pasar de los días, decidí seguir el consejo de mi tía en una sola cosa: aprender a disfrutar de ser una mujer. Aunque en cierto sentido ya había estado haciendo eso, adaptándome de manera relativamente fluida a su cuerpo, seguía sin poder soportar la idea de ser la mujer de su esposo.


Me acostumbré a los atuendos de mi tía, usando vestidos y tacones. Fue algo extraño, ya que estaba más acostumbrado a los jeans y camisetas. Ponerse un sostén todos los días era una experiencia nueva y, a veces, incómoda. El maquillaje, aunque intenté mantenerlo simple, era un desafío diario. Aprender a delinear mis ojos y aplicar la base correctamente tomó tiempo, pero poco a poco me fui acostumbrando a estos rituales femeninos.

A pesar de mis esfuerzos por abrazar mi feminidad y encontrar placer en los detalles de la vida diaria, como elegir atuendos femeninos, cuidar mi apariencia y aprender a peinarme de diferentes maneras, la perspectiva de tener una relación íntima con su esposo seguía siendo abrumadora. Cada vez que me miraba en el espejo, veía a mi tía, pero por dentro, seguía siendo yo. Por más que lo intentara, no podía forzar mis sentimientos ni mis deseos hacia él.

Sin embargo, un día tomé la iniciativa de tener algo de intimidad con él, pensando que quizás eso ayudaría a que mi tía se sintiera menos frustrada conmigo. Nos preparamos para la tarde; yo me puse un vestido de seda que a mi tía le gustaba y me arreglé con más esmero que de costumbre. La cena fue tensa, con ambos tratando de mantener una conversación normal.

Cuando llegó el momento, todo se sintió surrealista. La habitación estaba a media luz, y el silencio era palpable. Intenté relajarme, pero cada toque y cada caricia se sentían forzados. No fue la gran cosa; él me inseminó, pero no llegué a un genuino orgasmo. Sentí una mezcla de alivio y decepción cuando todo terminó. Me di cuenta de que, aunque había hecho el intento, mi corazón no estaba en ello.

Esa misma tarde, después de esa experiencia, tomé una ducha para limpiar mi cuerpo de sus fluidos. El agua caliente me ayudó a relajarme mientras reflexionaba sobre lo sucedido. Después de secarme, me arreglé, vestí con ropa cómoda, y tomé el móvil. Subí al piso de arriba y llamé a mi tía.Con el corazón acelerado, le conté que lo había intentado, pero que no sentía nada por su marido y que ya no podía forzarme a amarlo. Le expliqué que la experiencia no solo había sido incómoda, sino que me había dejado sintiéndome más distanciado de él.El enojo de mi tía era palpable a través del teléfono. Decía que debía intentarlo otra vez, que quizás con el tiempo desarrollaría sentimientos por él. Sin embargo, no quería repetir esa experiencia. Le dejé claro que no podía seguir forzándome a algo que no sentía, y que continuar de esa manera solo nos haría más daño a ambos.

Durante los siguientes días, decidi dejar todo de lado y comenzar a planear una forma de escapar de esta situación. Ya no quería seguir atrapado en la "prisión" de ser mi tía, ocupando su rol y viviendo su vida. Empecé a organizar mis pensamientos y buscar estrategias para salir de este enredo.

Dejé de lado las ideas de seguir vistiéndome con sus vestidos y adoptar su estilo. En lugar de eso, me concentré en mi propia identidad y en cómo podría retomar mi vida, incluso si eso significaba renunciar temporalmente a la apariencia y comportamiento de mi tía. Comencé a pensar en maneras de abordar la situación con ella y cómo comunicar mis deseos de forma clara y efectiva.


Mi cambio de actitud no pasó desapercibido. De repente, ya no me preocupaba por los detalles minuciosos de su vida ni por imitar su estilo. Mis esfuerzos por ajustarme a su imagen y asumir su rol se desvanecieron. Esto llamó la atención de mi tía, y, enojada por mi aparente desinterés, me llamó de vuelta.

Al contestar el teléfono, la voz de mi tía estaba llena de frustración. Me preguntó qué estaba haciendo, por qué había dejado de seguir sus indicaciones y qué planeaba hacer. Senti la tensión en su tono mientras trataba de entender mi cambio repentino y mi aparente desobediencia.

Mas tarde

Bajo el manto de la luna, esa misma noche, decidí tomarme un momento para reflexionar. Sabía que mi tía esperaba que asumiera su rol, pero la presión se volvía cada vez más jodida. Con la incertidumbre de si alguna vez recuperaría mi propio cuerpo, me encontré contemplando una decisión crucial: iniciar una nueva vida en el cuerpo de mi tía.

Encendí un cigarrillo y dejé que el humo se disipara lentamente en el aire fresco de la noche. Mientras observaba las estrellas parpadeando en el oscuro firmamento, sentí una oleada de determinación crecer dentro de mí. Era hora de dejar atrás las cadenas del pasado y abrazar el futuro.

Aunque el camino por delante seguía siendo incierto, una sensación de libertad comenzó a florecer en mi interior. Era momento de escribir mi propia historia, incluso si eso significaba desviarme del camino que alguna vez pensé que seguiría....



Esa misma madrugada, decidí actuar con rapidez. Reuní todo el dinero que pude encontrar y tomé una maleta. Comencé a empacar. La ansiedad me invadía mientras metía ropa, documentos importantes y algunos objetos personales en la maleta. No me detuve a pensar demasiado; sabía que debía salir antes de que alguien pudiera detenerme.

Con la maleta lista, salí de la casa sin hacer ruido, evitando cualquier ruido. Caminé rápidamente hasta la parada del autobús más cercana, mi mente en una maraña de pensamientos y emociones. Apenas esperé a que llegara el primer autobús, subí a bordo con la esperanza de que me llevaría a un lugar donde pudiera comenzar de nuevo. El trayecto hacia otro lugar, lejos de esta vida y de las expectativas que no podía cumplir, había comenzado.




Han pasado varios meses desde que escapé de esa vida forzada a ser esposa de ese hombre. Claro, aún sigo en contacto con mi tía, pero esta vez para atormentarla. Le envío fotos cuando salgo con otros hombres, especialmente después de mis encuentros íntimos. Le mando imágenes de mi cuerpo desnudo y satisfecho, cubierto del semen de otros hombres, con su sortija de matrimonio en mis dedos, una burla constante a sus expectativas.


Cada mañana, la llamo para contarle mis experiencias con aquellos hombres. Le relato con lujo de detalles cómo me siento al estar con ellos, describiendo cada caricia y cada susurro. Le cuento cómo disfruto del sexo anal y de las orgías, enfatizando la lujuria y el placer que encuentro en cada encuentro. La sensación de ser deseada como una mujer casada y prohibida es intoxicante, y sé que estos relatos la enfurecen y la descolocan.


Me deleito en contarle cómo los hombres adoran estar con una mujer casada, cómo sus manos recorren mi cuerpo, cómo sus labios exploran cada rincón de mi piel. Describo cómo me siento al entregarme completamente, cómo sus miradas de deseo me hacen sentir viva. Cada detalle está diseñado para provocarla, para recordarle que ahora soy yo quien controla mi vida y mi cuerpo.

Además, le cuento con provocación cómo los hombres acaban dentro de mí, cómo siento sus fluidos llenándome y la satisfacción que eso me produce. Le confieso que me bebo cada gota del semen que eyaculan en mi boca, disfrutando del sabor y de la sensación de poder y control que eso me da. Cada relato es una forma de reafirmar mi libertad y mi rechazo a su control, mostrándole que he encontrado una nueva manera de disfrutar de mi feminidad.


A pesar de su enfado y frustración, mi tía no puede evitar escuchar mis relatos. Cada vez que la llamo es una mezcla de emociones para ella: rabia, impotencia y, quizás, una oscura fascinación. Para mí, estas llamadas son una manera de reafirmar mi libertad y mi rechazo a su control.

Aunque mi tía tenía razón en una cosa: el sexo como mujer es increíble. Desde que tomé la decisión de abrazar mi feminidad por completo, he experimentado un despertar sexual que nunca antes había sentido. La libertad de explorar mi sexualidad, de descubrir nuevos placeres y de vivir sin restricciones, ha transformado mi vida.


Cada día, me siento empoderada en mi nuevo cuerpo. He aprendido a amar mi feminidad, a disfrutar de mi sensualidad y a vivir con una intensidad que nunca antes había conocido. Mi nueva vida está llena de aventuras y descubrimientos, y cada momento es una celebración de quién soy ahora.


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